Toño Angulo: “El fútbol es tan prolífico en deidades como la literatura de la antigua Grecia”

Conversamos vía mail con el escritor Toño Angulo Daneri, cronista y editor peruano residente por más de una década en España y que recientemente ha publicado el libro Perdonen la alegría (treinta y seis años después) con la editorial Estruendomudo. Una obra donde explora los vínculos futbolísticos con su hijo y su padre teniendo como escenario sus vivencias de la clasificación peruana al Mundial Rusia 2018.

 

Por Ricardo Flores Sarmiento

Vive más de diez años en España, pero está intensamente ligado al Perú, Toño Angulo Daneri (Lima, 1970) es uno de los fundadores de la mítica revista Etiqueta Negra. Autoexiliado en Madrid, ciudad desde donde edita dos medios digitales, escribe artículos para distintos medios y dicta cursos de periodismo. Ha publicado los libros Llámalo amor, si quieres (2004), que le costó una agresión por apristas en Trujillo, y Nada que declarar (2007 y 2018), el cual próximamente tendrá una edición ampliada y definitiva. Ha pensado en escribir ficción aunque no cuenta más debido a supersticiones sobre ello. En esta conversación nos habla del universo alrededor de su libro Perdonen la alegría (treinta y seis años después), de sus procesos creativos y del periodismo narrativo y digital.

¿Cómo nació la idea de escribir el libro?
El libro tiene dos orígenes. Para empezar, había una idea que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo, que era escribir una crónica personal de mi condición de futbolero e hincha de la selección peruana a la distancia, pues, como saben, vivo en España desde hace trece años y eso significa levantarme de madrugada para ver jugar a Perú, tener que hacerlo a través de horribles páginas web piratas, etcétera, etcétera. Entre los libros que leo por placer siempre cae uno sobre fútbol, así que además tenía mucho material para inspirarme.

El segundo origen del libro es el más obvio: el subidón de adrenalina que muchos peruanos sentimos tras la clasificación a Rusia 2018. La misma madrugada que le ganamos a Nueva Zelanda en Lima, yo me puse a buscar pasajes baratos a Moscú y a averiguar qué había que hacer para plantarme en el Mundial como hincha. Luego, como el periodista freelance que también soy, tuve que pensar en cómo financiarme esa aventura. La verdad es que toqué varias puertas. Cuando me di cuenta de que casi todas estaban cerradas, hice lo que seguramente hay que hacer en estos casos: imaginarme una y abrirla a las patadas. Es decir, escribir un libro y ver qué salía de ahí.

El libro está lleno de referencia a autores y libros de fútbol. ¿Las lecturas de estos se dieron para trabajar la publicación o son parte de lecturas acumuladas a lo largo de su vida?
Por exigencia y deformación profesional, con frecuencia me encuentro leyendo dos o tres libros a la vez. De ellos, intento que al menos uno sea por puro placer y, entre estos últimos, que nunca deje de caer uno sobre fútbol. Eso sí, cuando hablo de libros «sobre» fútbol me refiero a crónicas, memorias o libros literarios como los que menciono en Perdonen la alegría. Nunca me verás leyendo mamotretos sobre tácticas o estrategias ni cosas que no vayan más allá de la lógica funcionarial del juego. Soy un entusiasta devoto de esta máxima del escritor Enric González: «llamamos fútbol a un juego y a todo lo que rodea ese juego». Esa envoltura que rodea el juego es la que más me interesa.

Para escribir Perdonen la alegría (treinta y seis años después), ¿tuvo algún o algunos libros de referencia de los que partió?
Todos los que menciono en el libro. De hecho, para mí Perdonen la alegría no deja de ser también un homenaje y un agradecimiento a esos libros considerados menores por cierta concepción esnob de la cultura y que a mí me parecen todo lo contrario. Es como el rock and roll para el que sólo escucha ópera sin detenerse a pensar que quizá se está perdiendo algo y que ese algo se puede llamar vida. Quizá nos pasa más a los periodistas, ¿no? Borges nos deslumbra, pero una buena novela de Stephen King nos parece un vicio delicioso. La playa y la montaña, el foie gras y un huevo frito con arroz, una novela rusa de la segunda mitad siglo XIX y un partido de la Champions. En fin.

De todos ellos, mi principal modelo es uno que, aunque suene a broma, no he podido leer porque es de un autor húngaro que me gusta mucho, Péter Esterházy, pero cuyas memorias futboleras sólo han sido traducidas al alemán: Deutschlandreise im Strafraum, algo así como «Viaje por Alemania en el área del penal». Supe del libro y pude enterarme de algunas frases gracias al maestro mexicano Juan Villoro, que sí lee en alemán.

Esterházy escribió ese libro para el Mundial de Alemania 2006, aunque en realidad era un ajuste de cuentas con su propia memoria, y la de muchos húngaros, que nunca se recuperaron de la derrota que sufrieron ante los alemanes en la final de Suiza 54 después de haberlos goleado en la primera fase por 8 a 3.  Cuando Alemania le arrebató a Hungría esa Copa del Mundo, él tenía cuatro años. «Dediqué toda mi energía a erradicar de la historia del mundo esos noventa minutos», escribió, siempre según Villoro. Supongo que el alma de Perdonen la alegría está en esa frase. Como hincha nacido en 1970, no vi la participación de Perú en México 70, pero sí cómo acabamos vergonzosamente en Argentina 78 y en España 82, y cómo se nos escaparon por un pelo los mundiales del 86 y el 98. Me gusta creer que mi libro tiene esa lejana conexión con el del húngaro: las memorias del hincha peruano que recupera el derecho a la alegría futbolera treinta y seis o cuarenta años después.

¿Cuánto tiempo le tomó este proyecto? ¿Cómo lo trabajó a la par de su trabajo de periodista freelance?
Desde que creé un documento de Word con el título «Treinta y seis años después» hasta que entregué el manuscrito definitivo a mis editores, un mes y medio. Ahora bien, no sé si esto es un mérito o lo contrario. Pero ya digo, soy periodista, y en este oficio estamos acostumbrados, para bien y para mal, a no sentarnos a escribir hasta que tenemos el deadline acariciándonos el cuello. El mío ni siquiera dependía de mis editores: el Mundial empezaba el 14 de junio, y mi primera intención era publicar el libro al menos un mes antes.

¿Cómo lo hice? Sufriendo y compartiendo ese sufrimiento (o sea, haciendo sufrir también) a las personas que más quiero en el mundo, que son mi chica y mi hijo. Siempre es así. Por eso creo que un libro siempre es el producto de un esfuerzo colectivo, de una pareja o una familia. En términos prácticos, hice lo que en catorce años no había logrado volver a hacer: comprarme tiempo a mí mismo. Reduje mis trabajos a los tres imprescindibles para cubrir las cuentas familiares (editor de dos webs y profesor de un máster de Periodismo), le pedí a mi chica que fuese cómplice de esa ajustada de correa, sólo acepté una colaboración extra durante ese tiempo, y dediqué un mínimo de tres horas al día a escribir. Eso de lunes a viernes, porque las madrugadas de viernes a sábado y a veces las de domingo a lunes también las dedicaba a escribir exclusivamente para el libro.

Para esta edición a diferencia de la española agregó pies de página. En ellas hay un homenaje a Daniel Peredo, acotaciones sobre libros, sobre cómo fue un delantero goleador gracias a un compañero, entre otras. ¿Cómo surgió la idea de colocarlos para esta edición?
En realidad, la edición peruana es el libro tal y como yo lo concebí, con esas notas a pie que me permiten contar pequeñas historias secundarias que no cabían en el cuerpo de texto o podían ser tomadas por el lector como abruptas rupturas de tono o digresiones excesivas. No sé si el resultado esté a la altura de la idea, pero a mí me gusta. Durante años fui adicto a esas notas a pie en autores como David Foster Wallace, que es un poco lo que Jaime Bedoya hace también en la literatura y el periodismo peruanos, y supongo que estaba esperando tener el pretexto para probarlo yo también.

Lo que pasó en la edición española de Libros del K.O. es que el formato de la colección donde ha salido el libro (Hooligans Ilustrados) no admite fácilmente el uso de notas a pie tan largas. Gráficamente se hubiesen visto raras, además de incómodas de leer, así que optamos por incorporar algunas al texto principal y descartar aquellas que, como la que mencionas de Peredo, le dicen poco al lector español.

Perdonen la alegría (treinta y seis años después) tiene varias aristas. La primera es la del hincha que escribe sobre la clasificación peruana a un Mundial después de 36 años. Otra arista es que el libro explora el vínculo padre-hijo-fútbol no solo desde la relación con su hijo, sino también con su padre. ¿Lo pensó así o surgió durante la escritura? Me refiero a escribir sobre su padre y su hijo.
La primera semana la dediqué a encontrar el tono adecuado para el libro. Como suele suceder, escribí varias páginas que casi de inmediato (al día siguiente, digamos, cuando las leía) acababa descartando. En esa búsqueda a tientas, quizá la más atormentada de todas, un día caí en la cuenta de que lo que estaba buscando, es decir, el-libro-que-yo-de-verdad-quería-escribir tenía la forma de una larga conversación conmigo mismo. Imagino que es un mecanismo parecido al del loco que habla solo y va saltando de un recuerdo a otro, lo cual a su vez le provoca una reflexión o un disparate, y esto a su vez desentierra otro recuerdo que uno ni siquiera sospechaba que tenía. En esa especie de monólogo escrito que es un libro de memorias era lógico que, teniendo a la selección peruana como hilo conductor, más temprano que tarde aparecieran otros futboleros como lo fue mi padre, mi chica y mi hijo, al que por cierto le empezó a gustar el fútbol desde pequeño, supongo que «por ósmosis», sin ningún esfuerzo ideológico extra por nuestra parte, pues así como le gusta el fútbol, también le gustan el pescado, el arroz blanco, el rock and roll y las descargas salseras de Eddie Palmieri.

¿El libro es una carta para su hijo Gabriel, a quien le dedica el libro? La consulta es por las referencias que haces en el texto esperando que él lo lea.
Quisiera pensar más bien que es una carta-al-hijo a secas. Y también una carta-al-padre, que me perdone Kafka. Una carta, en fin, que reúna algo de lo que con alegría, con dolor y no pocas veces con vergüenza (propia y ajena) siente un hincha de fútbol. Más si es un hincha peruano del Perú.

 

Una pasión llamada fútbol

Otro punto interesante es la mirada de un migrante y el vínculo que tiene con su selección pese a la distancia. Lleva 13 años en España, ¿qué significó la clasificación para usted y cómo vivió la participación de Perú en el mundial?
Esa mirada también está en el origen del libro. Creo que vivir fuera, así sea una decisión voluntaria como es mi caso, condiciona siempre tu forma de mirar, tanto al país que has dejado atrás como al que has elegido para vivir. Eres, y ya siempre lo serás, una persona en la frontera, a veces aquí, a veces allá, nunca del todo en ninguna parte. También creo que el fútbol existe entre otras cosas para que podamos responder con honestidad a inmensas preguntas celestes como: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos. En la sombra de estas dos ideas aparentemente contradictorias, a mí siempre me ha pasado que no logro alegrarme ni sufrir por (con) ningún otro equipo como lo hago con la selección peruana. Ahí, y comiendo cebiche, se me sale el Augusto Polo Campos que todos llevamos dentro.

¿Qué significó la clasificación para mí? Sentir que los peruanos por fin volvíamos a participar de la fiesta más popular y espectacular de la alegría global por mérito propio. A estas alturas supongo que es una obviedad decir que no hay nada como el fútbol para que todos sintamos que tenemos derecho a armar una fiesta y estar felices porque sí (y por puesto también lo contrario: el derecho a sufrir y llorar porque sí, por algo que, incluso más que el amor, en el fondo sabemos que no lo merece). Eso fue lo que sentí en Rusia. He tenido la suerte de estar en algunos grandes festivales de rock, literarios, de cine y de música electrónica, allí donde mucha gente se reúne para montar una fiesta sólo porque le gusta mucho algo en común. La noticia es que, como hincha, nada de eso me pareció comparable al Mundial. Allí la fiesta no tenía un programa o una agenda a seguir, sino que la ponía el aficionado, fuese peruano, japonés o marroquí.

“There is a crack in everything / That’s how the light gets in” es el epígrafe de su libro. Sobre él plantea la teoría de que una grieta es un jugador excepcional, ¿quién fue la grieta de nuestra selección para usted?
Ricardo Gareca, sin ninguna duda. Obviamente no como jugador, pero sí en el sentido literal que tiene la palabra crack en ese verso de Leonard Cohen: la grieta, la abertura que hace que por ahí entre la luz. Después de la generación prodigiosa que va de México 70 a las eliminatorias del 85 no hemos tenido otro crack que lograra abrir una zanja y marcar un antes y un después en la selección peruana. Gareca, en cambio, me parece que sí. Ah, y Juan Carlos Oblitas, no sólo el extraordinario jugadorazo que fue, sino también el entrenador-gestor-lúcido loco futbolero que casi nos clasificó a Francia 98, sobrevivió al linchamiento que de tiempo atrás le venían organizando los caínes de siempre y volvió veinte años después para ayudarnos a comprar los pasajes a Rusia.

Ahora en la incertidumbre de que si se queda o se va Ricardo Gareca, como hincha, ¿qué le diría al ‘Tigre’?
Le preguntaría lo mismo que ya le debe de haber preguntado Oblitas: ¿qué podemos hacer para que se quede, maestro?

¿Cuál sería el once de la selección peruana que armarías con los jugadores que vio?
¿De cualquier época desde que empecé a ver fútbol? Uf, qué difícil, sobre todo porque tengo el sesgo de haber visto, aplaudido e incluso llorado con el equipo que acaba de jugar en Rusia. A ver, hago una convocatoria basándome en mi memoria y únicamente con futbolistas que he visto jugar en un estadio: Ramón Quiroga o Pedro Gallese (me da igual uno que otro para titular o suplente; eso sí, el tercero tendría que ser Ottorino Sartor, simplemente por la musicalidad de su nombre); Luis Advíncula, Rubén Díaz, Christian Ramos y Miguel Trauco (en la banca: Eleazar Soria, Héctor Chumpitaz, Alberto Rodríguez y José Navarro); José Velásquez, Renato Tapia, César Cueto y Julio César Uribe (Yoshimar Yotún, Pedro Aquino, Teófilo Cubillas, Roberto Palacios); Juan Carlos Oblitas y Paolo Guerrero (Gerónimo Barbadillo y Hugo Sotil). Como verás, es un 4-4-2, un clásico de estos tiempos que algunos podrían tildar de conservador, pero que creo que es como mejor se expresa el fútbol peruano con querencia por la posesión y el toque en el medio campo. Además, con jugadores así, sería muy fácil pasar del 4-4-2 al 4-3-3 o 4-1-3-2.

 

Escritura y periodismo

Un fragmento de este libro apareció en la revista digital Sudor, un medio que está trabajando periodismo narrativo desde el lado deportivo. ¿Qué oportunidades le brinda la plataforma digital? Lo consulto desde su mirada de editor.
¡Es verdad! En Sudor aparecieron en realidad dos artículos que también debería incluir en los antecedentes (penales) de Perdonen la alegría. Uno se titulaba Ese país al que te pareces, en el que presentaba a mi padre como mentor de mi afición futbolera, y el otro Canto ceremonial a nuestro San Naranjito, en el que hablaba de mi hijo y contaba cómo llegó ese juguete-souvenir de España 82 a nuestra casa y cómo lo acabé convirtiendo en el amuleto que (en mis más hondos delirios) hizo que clasificáramos a Rusia 2018. Aunque esos textos fueron escritos como artículos en caliente tras dos partidos de Perú en las eliminatorias, sí que recuerdo haber vuelto a ellos cuando buscaba el tono que pedía un libro hasta cierto punto confesional como Perdonen la alegría. Y allí estaba, no tenía que buscarlo más: como suele suceder en otros ámbitos de la vida, en el Sudor estaba la respuesta. Así que, para completar lo que contaba al principio, existe un tercer origen del libro: esa gran revista digital en manos de periodistas excepcionales que es Sudor.

Ahora bien, respondiendo a tu pregunta más allá este caso particular, creo que las publicaciones digitales nos ofrecen todas las libertades que uno le puede pedir a este oficio (en cuanto a espacio, enfoque, posibilidades de experimentación, independencia ideológica, etc.), pero con la única y nada desdeñable desventaja de que lo digital no encuentra todavía una forma sostenible de ser negocio; por lo tanto, de pagar como quisiera a sus colaboradores. Ya digo, no me refiero a Sudor ni a ninguna otra web en especial, sino a las publicaciones digitales en castellano en general, como las que yo mismo he dirigido.

¿Por qué cree que en nuestra narrativa el fútbol haya sido más abordado desde la no ficción que desde la ficción? La consulta pasa porque la clasificación ha generado un boom de publicación de libros de fútbol —más de diez títulos— y ninguno es de ficción.
Salvo los cuentos de Fontanarrosa, el Diario de la guerra del cerdo de Bioy que también menciono en el libro, La pena máxima de Santiago Roncagliolo y una que otra excepción más por ahí, creo que el fútbol en general no suele inspirar a los escritores de ficción. No sé por qué. Quizá es porque al propio fútbol no le hace falta, ¿no? Piensa que ya de por sí contiene un guión poderoso e impredecible, con todos los condimentos de un thriller en el que nada está dicho hasta el último minuto. O que es un constante productor de mitos, héroes y dioses, donde uno no ha acabado de caer (Messi, pongamos) cuando ya tenemos al siguiente (Hazard, Mbappé). Creo que por ahí van los tiros. Que el fútbol es tan prolífico en deidades y mitologías como la literatura de la Antigua Grecia.

 

Por dónde inicia cuando se plantea un texto. Por ejemplo, en el caso de Leila Guerriero, ella dice que no puede sentarse a escribir sino tiene el primer párrafo. ¿Cuál es su caso?
Por el título. El título es lo primero que yo doy como el inicio real de un texto. No es título definitivo puede cambiar dos, tres, cuatro, cinco veces a lo largo del proceso de escritura, pero para mí el título es como un faro que me va a guiar a través de esa tormenta que suele ser la escritura de un texto. Ahora bien, el título no es propiamente el inicio, es el final de un proceso previo, que yo llamo rumiar ideas, rumiar la idea de estructura que tiene el texto, la historia que quiero contar y propiamente las ideas que quiero incluir en esa historia. Ya luego al final cuando empiezo a escribir, viene el tono, es decir, la forma como quiero contar algo y como quiero que estén insertas esas ideas a veces, un texto o una historia te pide un poco de humor, un poco de ligereza, a veces, lo que pide un texto es seriedad, gravedad, un poco de densidad y eso es básicamente. El rumiar el título y ya el proceso de escritura en búsqueda del tono. Ahora bien, suelo trabajar con dos archivos, que tienen el mismo título en el documento Word: uno tiene como extensión: notas y el otro es el definitivo. Las notas me sirven como laboratorio donde voy anotando citas, cosas que me han inspirado o al final del día que si es un texto largo tengo una semana, tres días para escribir, al final del día anoto ahí lo que me he dejado y con lo que pienso empezar al día siguiente. Ya digo que ese título puede cambiar de hecho el libro del que estamos hablando empezó como: Treinta y seis años después, ese fue el primer título de Word creado y ha acabado como: Perdonen la alegría.

 

¿Cuál sería el camino para hacer periodismo narrativo ahora que los medios tradicionales no tienen espacio para ello?
Hacer periodismo narrativo —por lo menos desde mi experiencia— nunca ha sido un camino bonito rodeado de flores, siempre ha sido como meterte en un lodazal. Uno tiene que inventarse puertas y de alguna forma abrirlas a patadas. Hoy esas puertas están curiosamente, aunque están cerradas en los medios tradicionales, están abiertas en otros campos. Cuando empecé en el periodismo publicar era lo más difícil. Si uno quería publicar un libro tenía que tener contactos en editoriales. Hoy por hoy con la cantidad de editoriales pequeñas que hay o con la posibilidad de crear un sello acorde con lo que uno quiere se ha democratizado la experiencia de publicar.

Lo otro son las webs, que tienen ventaja respecto al papel porque no hay límites de extensión. Uno puede escribir un texto de dos mil, tres mil, siete mil, diez mil palabras y si ese texto engancha al lector puede ser leído como una novela de folletín. El problema digamos de la web y del libro es que no son rentables. No conozco a nadie que realmente considere esto como algo rentable. Durante un tiempo los que trabajamos en revistas pensamos que eso podía ser un camino para hacer periodismo narrativo y que ahí íbamos a encontrar una forma de financiarnos nuestros proyectos de periodismo narrativo. Ahora mismo nadie lo considera así. No soy pesimista y creo que la democratización de la experiencia de publicar hace que hoy esté más al alcance la posibilidad de que podamos hacer periodismo narrativo. Hay que tener dos, tres, cuatro, cinco, los trabajos que hagan falta para los gastos cotidianos.

 

Desde su experiencia, ¿qué características debe tener un periodista que quiere realizar crónicas, reportajes o perfiles?
La respuesta es por una parte sencilla, es fácil de practicar, es barata y está al alcance de todos los periodistas y es leer crónicas, reportajes y perfiles. Desde mi experiencia tanto como lector, como escritor de crónicas, reportajes y perfiles. También como profesor universitario llevo por lo menos 18 casi 20 años dictando clases sin parar en todos los lugares donde he vivido: Lima, Barcelona y ahora en Madrid. No he parado de dar clases de periodismo y específicamente de estos géneros. Digamos que siempre lo he dicho y ahora lo creo más, lo que es difícil es el tipo de lectura que requieren estos géneros y que no es una lectura por mero placer, por supuesto que lo existe, existe ese gozo, es un vicio gozoso para lo que nos dedicamos a esto el leer estos géneros. Pero cuando uno empieza requiere un tipo de lectura que es una lectura consciente y crítica. García Márquez tenía una frase digamos cuando le preguntaban la influencia que Faulkner había tenido en su narrativa y él decía que había leído a Faulkner descosiéndolo para identificar sus costuras y para luego volverlas a coser. Lo que en buena cuenta nos quería decir el maestro colombiano era que digamos, la escritura literaria en lo que tiene literaria o de narrativa exige justamente esa lectura crítica, consciente, atenta, porque ahí está el oficio. Yo le digo a mis alumnos el primer día de clases con el material de lectura que yo les doy si lo leen así no me necesitan para nada, yo puedo venir el primer día y venir el último y ustedes habrán mejorado muchísimo y sabrán cómo hacer una crónica, un reportaje y un perfil si es que tienen esa lectura atenta. Creo que esa es la dificultad y yo creo que esa es la holgazanería que hay entre algunos periodistas que creen que hacer esto es fácil y quieren saltar con garrocha esa etapa inicial de lectura que si te gusta no es ningún trabajo al contrario es parte del gusto, es más gusto al gusto.

 

¿Cuáles son las lecturas que lo han marcado?
El primer libro que leí sin figuritas, el primer ‘libro adulto’ de puro texto fue la biblia. La leí de cabo a rabo. En el libro Perdonen la alegría cuento que en mi casa no habían libros literarios, pero habían muchas revistas y periódicos más o menos dos periódicos al día y revistas como Caretas, Selecciones y revistas futboleras. Le debo mucho a las revistas a partir de ahí no he parado de leer revistas, siempre las compro y estoy suscrito a algunas ellas. Volviendo a los libros, en la adolescencia y los primeros años de la universidad descubro el boom latinoamericano principalmente a Vargas Llosa y García Márquez, luego Córtazar, Cabrera Infante y a través de ellos llego a peruanos como Ribeyro, Bryce Echenique y Arguedas. La siguiente etapa ya en la universidad, gracias a los maestros extraordinarios que tuve como Sonia Luz Carrillo, César Lévano o Manuel Jesús Orbegozo conocí a los grandes escritores estadounidenses del siglo XX: Hemingway, Salinger y Faulkner. Posteriormente descubro al Nuevo periodismo como le llama Tom Wolfe en su antología, de esos autores paso a otros como Susan Orlean, los grandes autores norteamericanos de periodismo narrativo. En los años alrededor de Etiqueta Negra —dejo de leer prácticamente ficción— y solamente leo periodismo narrativo, ensayo y lo que se entiende como no ficción. Hoy por hoy soy un lector omnívoro, más o menos un lector que corresponde a todas esas etapas y leo en desorden por exigencias de mis trabajos y por deformación profesional siempre estoy leyendo más de un libro, a veces tres y siempre trato de que uno sea por placer. De los autores últimos que he descubierto hay una rumana que se llama Ana Blandiana, que es extraordinaria; hay un israelí Etgar Keret; la alemana Herta Müller y un autor muy raro que es medio italiano, venezolano, mexicano que es Alejandro Rossi. Por supuesto, dentro de los autores de periodismo narrativo los grandes maestros latinoamericanos como Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Martín Caparrós, Alma Guillermoprieto y Tomás Eloy Martínez.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE TOÑO ANGULO DANERI*
*El autor eligió los últimos libros que ha leído y que le podrían servir a otros periodistas que quieran escribir crónicas, reportajes, perfiles y ensayos.

  • Herta Müller, El rey se inclina y mata. Siruela, Madrid, 2011.
  • David Foster Wallace, En cuerpo y en lo otro. Random House Mondadori, Barcelona, 2013.
  • Mariusz Szczygieł, Gottland. Acantilado, Barcelona, 2012.
  • David Carr, La noche de la pistola. Libros del K.O., Madrid, 2017.
  • Wisława Szymborska, Prosas reunidas, Malpaso, Barcelona, 2017.

Bonus track:

  • Sasha Abramsky, La casa de los veinte mil libros. Periférica, Cáceres, 2016.