Tokio blues (Norwegian Wood): madera noruega y nostalgia japonesa

La literatura de Haruki Murakami es para muchos insustancial y un mero producto marquetero; sin embargo, también puede servir para iniciar a su joven legión de seguidores en la escucha de música a la que de otra forma no podría tener acceso.

Por Christian Ávalos Sánchez

He querido separar el tema de la novela Tokio Blues en un post distinto a mi diatriba contra iMurakami porque en esta columna solo hablaremos de la música y su relación con la literatura. Aquí no se habla sobre el negocio: la letra no se mancha.

A diferencia de las anteriores entregas de esta columna en las que comentáramos casos en los que un libro inspirara una canción, este caso es el camino contrario, al menos esa impresión da. Porque no me explico de otro modo por qué Norwegian Wood (1987), la primera novela mundialmente famosa de Haruki Murakami (Kioto, 1949), lleva el mismo nombre de esta hermosa canción de los Fab Four de Liverpool. Ah, cierto… También está el márquetin… Pero me distraigo. Volvamos a lo nuestro.

«Norwegian Wood» fue la primera canción pop en utilizar un sitar, el cual era tocado por George Harrison, quien era muy nuevo para el instrumento y tuvo que practicar mucho antes de que se grabara la versión definitiva de la canción.  Harrison estudió el sitar con el músico indio Ravi Shankar, quien lo ayudó a explorar la música y la religión occidentales. En el lado B del single, «Nowhere Man».

«Norwegian Wood» fue la primera canción pop en utilizar un sitar, el cual era tocado por George Harrison, quien era muy nuevo para el instrumento y tuvo que practicar mucho antes de que se grabara la versión definitiva de la canción.  Harrison estudió el sitar con el músico indio Ravi Shankar, quien lo ayudó a explorar la música y la religión orientales.
En el lado B del single, «Nowhere Man».

«Norwegian Wood» es una canción incluida en el álbum Rubber Soul, de 1965, y esta canción trata sobre un muchacho que conoce a una chica, a la que acompaña a su casa para charlar y beber vino. Si bien eso pudo significar que aquella noche pasaría algo, esto no sucede, pues la muchacha se va a dormir a su habitación sola y deja a su huésped «con las ganas». Según Paul McCartney, el verso «so I lit a fire. Isn’t it good?» sugiere que el joven quemó la casa de la chica en venganza. Yo siempre había entendido en esa parte que el tipo encendía un pucho.

Como se ve, no tiene ésta pinta de ser una historia de amor, ni siquiera de ser un «choque y fuga» exitoso; sin embargo, fue suficiente para que Torū Watanabe, el protagonista de Tokio Blues, evocara una complicada historia de amor, soledad y suicidio, sustentada en su capacidad de recordar las canciones, sobre todo, de los Beatles y relacionarlas con sus experiencias durante los últimos años de la convulsa década de 1960.

Portada de la edición de Tusquets.

Portada de la edición de Tusquets.

La novela explora los cambios del joven Watanabe desde su despertar a la sexualidad y los nuevos retos que tuvo que afrontar al iniciar su etapa universitaria, entre ellos el suicidio de su mejor y único amigo, Kizuki, para quien, en palabras del propio Torū, su amistad con él era el único contacto con las demás personas.

Naoko, novia de Kizuki, también es un personaje solitario y lejano casi de todo. Al morir Kizuki, ella no supo lidiar con su frágil condición. Torū intentó ayudarla, y al hacerlo se dio cuenta de que empezaba a enamorarse de ella. Sin embargo, ella no podía sentir lo que en su momento sintió con Kizuki, a pesar de que su primera relación íntima fuera con Torū. Este conflicto la obliga a internarse en un hospital psiquiátrico.

La contraparte de esta historia es Midori, una joven que es atraída por el retraído carácter de Watanabe. La familia de Midori es dueña de una librería. Su madre ha muerto hace un par de años antes a causa de un tumor cerebral y su padre está gravemente enfermo en un hospital por la misma razón, pero Midori le dice a Watanabe que su padre está en Uruguay ayudando a un amigo en su negocio.

A lo largo de las páginas de Tokio Blues, tanto los libros como la música propuesta por Murakami tienden a ubicar a la historia en la época de un Japón atravesado por los conflictos estudiantiles propios de una generación harta de un modelo impuesto por un régimen caduco. Una lucha legítima e idealizada, señalada como hipócrita por Watanabe.

Murakami, 1982

Murakami, 1982

La novela abunda en este tipo de referencias. Muchas de ellas resultan solo menciones banales, pero la mención a «Norwegian Wood» va más allá. Su aparición reiterada la instala en tu subconsciente y no te abandona hasta terminar de leer la última página de la novela, como un eslogan publicitario.

Habrá quien diga que esta mención no deja de ser banal, pero visto de otro modo, también podría pensarse que este texto puede servir para que nuevos lectores, ávidos de otros libros y otra música, puedan llegar a grupos como el de Liverpool, The Doors o Beach Boys, o a la música de Marvin Gaye o Miles Davis, o a la de Bach y Mozart, la cual, como se sabe, no es precisamente la más tocada en las radios locales.

¿De qué otro modo sino podría entenderse la obsesión de Murakami de imponernos la música para la experiencia de leer Tokio Blues? Yo también encenderé un cigarrillo.

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