Pedro Lemebel: una semblanza, un adiós

En noviembre de 2013 cuando Pedro Lemebel visitó Lima, ya enfermo de cáncer, quisimos hacerle una entrevista. Alberto Rincón Effio tuvo la misión de conversar con el escritor chileno cuya muerte (anunciada) ha conmovido a sus admiradores. Estas son las respuestas que bien nos pudo haber dado el buen Pedro en caso nuestro encuentro se hubiera concretado.

 

Por Alberto Rincón Effio

“Y qué sabe uno si se ha enamorado o fue pura ilusión. Qué
sabe uno del amor si lo único que conoció fueron sobajeos
y manotazos desesperados bajo los puentes.”
Qué pena que no me duela tu nombre ahora, De: Háblame de amores, 2013.

 

Escribir debería ser ese artilugio que hacía Pedro Lemebel. Leer debería ser lo que nos hacían sus crónicas y sus libros: un trance, un viaje, un exorcismo. El descubrimiento de un hombre frágil como Lemebel, con una prosa musical y matizada por cierto desorden fogoso, con idas y venidas de lo personal a lo común, de la exposición a la intromisión, ese sentido amatorio mientras lo leíamos. Porque leer cualquiera de sus libros era leer -al-mismo- Pedro Lemebel.

Lemebel le ha retorcido el cuello al cisne, lo ha matado en cada libro, cada vez que ha debido de hacerlo y lo ha devuelto a la vida para volverlo a matar. La esquina es mi corazón (1995), Loco afán: crónicas de sidario (1996), Tengo miedo torero (2001), Adiós mariquita linda (2004), Háblame de amores (2012), Poco hombre (2013), son pruebas inflamables, implosivas de un escritor que valía cada verso, cada coma y por todo lo que decía, porque cada vez que escribía explotaba, solo, rudo o cursi, pero con nosotros dentro, cogidos de él.

“El amor es ordinario, hasta los policías se enamoran. Yo no conozco el amor. La vida me va a quedar debiendo esa parte.” Decía Lemebel con algo de resignación. Yo digo que el amor no es ordinario y qué interesa averiguar si ya lo he conocido. Pero no conocí a Pedro Lemebel. La vida me va a quedar debiendo esa parte.

 

***

TU VOZ CUANDO YA NO ESTÉS, ESA IMAGEN MALDITA

En noviembre del 2013, la oficina de prensa del MALI (Museo de Arte de Lima), me puso en contacto con Pedro Lemebel para hacerle una entrevista para Lee por gusto, con motivo de la muestra Perder la forma humana, en homenaje a los movimientos que denunciaron la represión dictatorial en América Latina de los años ochenta. Las Yeguas del Apocalipsis, el colectivo artístico que puso a Pedro Lemebel y Francisco Casas en boca de todos iba a ser la excusa para hablar por fin con él.

Me pidieron que le escribiera a su correo electrónico –nunca lo imaginaré respondiendo un correo– y le enviara un cuestionario. La forma menos poética para conversar con un poeta, pensé. Pero, ¿qué podía hacer? Y le envié un correo corto pero cariñoso: Admirado Pedro… y una lista de preguntas que ahora me apenan por su orfandad.

Estimado, lamento no poder contestarle su interesante entrevista lo antes posible, estoy con asuntos de salud. Gracias.

Preguntas que hoy podría responder con lo que me ha dicho en uno de sus libros más cautivantes, en el testimonio propio de sus primeros días en cama con una mano masculina que lo llevaba al infierno, en sus primeros días sin cabello ante la muerte de su madre o levantándose, poniendo en riesgo ese pellejo valiente, ante el tirano de Pinochet: Háblame de amores, así se llama el libro con todo lo que quise saber de él en ese cuestionario sepultado, Háblame de amores –como dice ese tango hermoso– un libro con banda sonora.

Yo le pregunté…y él me pudo haber respondido…

Plemebel2 El Zanjón de la Aguada y San Miguel, dos barrios con estratos sociales castigados en los que creciste y te formaste, ¿se reflejan en la vertiginosidad de tus crónicas urbanas?, ¿cómo crees que influenciaron estos dos ambientes en tu literatura?
“Ya era media mañana cuando regresamos de Iquitos navegando por el Nanay. Mario David estaba callado, serio, con la mirada sumergida en el agua oscura. ¿Quiere conocer donde vivo? Me voy ahora, hace tanto calor, y quisiera volver al hotel, le contesté ensopado. Pero es aquí no más, en Belén. Miré, es allá donde se ven esos techos de paja. La embarcación se internó por un brazo de río. Era el Itaya, y en su ribera se levantaba una aglomeración de palafitos y casas flotantes donde los pobladores hacían su vida a la vista de las canoas que iban y venían con su comercio ambulante. Sin luz eléctrica, ni agua, ni alcantarillado, era trágica y gloriosa la belleza podrida de Belén, a la deriva de su florida reproducción. Al ver los niños semidesnudos pataleando en el lodazal, recordé el Zanjón de la Aguada de mi infancia. Yo nací en un lugar como este, dije al pasar.” (Morir de amor en el Amazonas, De Háblame de amores)

El Premio Iberoamericano José Donoso renueva esa fe en tus letras que Roberto Bolaño denunció años atrás, ¿cuáles crees que han sido las principales virtudes de tu escritura y de tu trabajo como artista?
“Y puede haber sido ayer, cuando el ayer era una promesa mariposeando mañanas escolares rumbo a clases. Apenas con siete años junto a mi hermano saltando pozas, quebrando espejos de cielo azulino y nubes albas, tizadas de pájaros en vuelo. Pudo ser en esos días de primavera, ese solcito dorado calentando la miseria de latas y piojales en la capital de los sesenta…Brincando alegres, riendo de todo, total la vida se derrama a los pies de los niños que estrenan al mundo su mirada panorámica y perpleja. Y todo atrae, todo brilla para el ojo infante que colorea la miseria con su alarido precoz. Siempre primavera, sin duda, la estación fatal para los deprimidos que se suicidan porque no soportan que la naturaleza resucite con sus matices burlescos.

Era la primavera pobre, pero primavera al fin…amarilleaban los yoyos el tierral de los potreros, nubes de insectos desplegando las alas del nocturno invernal. Y con mi hermano mayor íbamos de mala gana, pateando la escarcha, pensando que era infanticidio encerrarnos en la escuela habiendo un día tan lindo con un sol gratuito que bebíamos a bocanadas.” (El hombre de la cancha, De: Háblame de amores, 2013)

 

¿A qué episodios, épocas o acontecimientos de tu vida le debes principalmente tu escritura transgresora?
“Vamos entonces, le digo recordando ese único año en aquel liceo de hombres donde mis compañeros no me daban tregua, mariconeándome hasta el cansancio.

(…) Entonces era un chico solitario, fragilizado por la melancolía marucha de aislarme en el alféizar del segundo piso de la sala, para dibujar el paisaje de techos.

(…) En realidad, solo estuve un año y no lo pasé tan bien en ese liceo de hombres. Como niño raro, nunca lo pasé mejor en la enseñanza media. Pero rescato de ese liceo las clases progresistas que me enseñaron política, filosofías, literatura y otras lecturas más allá del horroroso Quijote en papel biblia que después me lo fumé entero.” (De regreso al colegio, De: Háblame de amores, 2013)

 

Plemebel3 El gobierno de Pinochet despertó muchas nuevas voces (artistas, cronistas, novelistas y poetas) que asumieron un compromiso rebelde al régimen, ¿cómo recuerdas a tu generación literaria de esas épocas?, ¿cómo fue tu evolución creadora durante el gobierno militar que reprimió tan duramente a los homosexuales?
“Cuando uno tira el hilo de la memoria van apareciendo episodios que en su tiempo no se querían recordar por seguridad. Tal vez, el Coordinador Cultural duró lo que dura un rayo en la tormenta. Y nunca nadie documentó esas acciones de tomarse la ciudad con la demanda del arte público, el arte politizado, el arte inconforme en su infracción teatrera. Tampoco teníamos cámaras de filmación y las sofisticaciones técnicas que hoy abundan. Las fechas no las tengo claras, pero eran días clave para la izquierda.

(…) Qué jóvenes éramos en esas movilizaciones de la patria enferma, sintiéndonos autores de una pequeña infracción. Al tirano no le movíamos ni la visera de su gorra, ni siquiera salíamos en los medios de comunicación. El país seguía sin alterar su senda alambrada.” (Un árbol de piernas, De: Háblame de amores, 2013)

Las Yeguas del Apocalipsis, ¿cuál consideras que es ha sido su principal legado en las generaciones siguientes?, ¿o cuál fue su mayor impresión en aquel presente convulso de Chile?
“Que todos éramos imbéciles, rubitos y danzábamos al compás de las botas. No te la creas, pendejo, por suerte había otro Chile ochentista y allendista, donde ser artesa era buena onda, donde usar lana peruana era ser disidente y decente, donde oler a pachulí y colorearnos de lila era una contraseña.

(…) ¿Dónde estabas tú?, cantaban Los Jaivas, y hoy te pregunto lo mismo. ¿Dónde estabas tú? Ni aunque hagas mil películas de la dictadura se nos olvidaría esa canción. Dime, ¿dónde estabas tú? Hay algo que no viviste y es tarde para las explicaciones cinematográficas. La memoria es un caracol que se cierra en su concha inexcusable. Ocurrió tal cual, nosotros aquí y ustedes allá, como si no existiera la tiranía.” (¿Dónde estabas tú?, De: Háblame de amores, 2013)

 

“Maricón y pobre son mis dos títulos nobiliarios”, dices en una entrevista. Estas dos características que en Manifiesto dices que “te dejaron cicatrices de risas en la espalda”, ¿son para tu obra los gérmenes esenciales de tu fuerza creadora?
“El grupo era solo de hombres para no despertar sospecha, claro que además de mí había otro gray del MIR actualmente fallecido. No doy el nombre porque él nunca se declaró homosexual, aunque estaba consciente de que todos lo sabían. Era un escritor dedicado al género testimonio. Un tipo nada afectado, más bien serio y que jamás sonreía. Ahora lo recuerdo y entiendo su mudo mensaje: no eran tiempos para andar mariconeando en la protesta.

(…) ¿Quién se atreve?, preguntó mirándolos a todos. Solo el silencio fue la respuesta. Y ahí me saltó la loca temeraria y dando un paso al frente dije: Yo también me atrevo. ¿Quién más? ¿Quién nos acompaña? Solo nos quedamos la mirista gay y yo en la afrenta, porque los machos retrocedieron un poco avergonzados. Éramos dos maricas decididos que no teníamos apoyo, y solos era imposible llevar a cabo la filuda empresa.” (Vamos todos al Paro, De: Háblame de amores, 2013)

 

“Aquí me quedaré por siempre atado a tus despojos mamá”, el epitafio que firmaste con tu nombre en la tumba de tu madre, ¿es la reafirmación de esa condición de artista ‘autoincendiario’ o ‘maldito’ que te adjudican?
“Algunos amigos me aconsejaban: déjate así no más, te ves intelectual. Pero cuando un hombre es calvo, dicen qué tipo más interesante. Cuando un homosexual es calvo, es un pelado maricón.

(…) Un día mientras hacía una felatio en la vía pública, el chico se entusiasmó tanto que me agarró del pelo y quedó con el gato en la mano. Le dio terror, lo tiró al suelo y salió huyendo. Era una pesadilla andar con ese guarén en la cabeza. El peluquín no se me notaba mucho y nadie sabía, María. Hasta esa noche en que murió mi madre y lo tiré con rabia al basurero. A la mañana siguiente, las pelusas que me quedaban se pusieron blancas de pena. Desde ahí, no me importó nunca más el pelo, y si quiero tener una esponjosa cabellera negra y larga como en la Araucanía, me la compro en el barrio chino, María.” (Cómo olvidar tu pelo, De: Háblame de amores, 2013)

 

Pelemebel4 Carlos Monsiváis, dijo que: “la literatura con temas y subtemas homofílicos se presenta como la heteredoxia sin moralejas. En esa movilización, con tanta frecuencia influida por el barroco, Pedro Lemebel es una de las voces más poderosas y menos sujetas a las disipaciones de la moda”. ¿Cómo concibes estas palabras de un escritor que admiras y que además consideras como tu mayor referente?
“¿Qué se disfraza cuando se usa una sencilla afición popular para transformarla en mega evento? Y lo que es peor, se convence a multitudes que el sentido de la vida y del país dependen de los rebotes de la pelota en la cancha. Como si el futuro blanco y amnésico del país fundara su utopía soñadora en las victorias o derrotas de la selección nacional. Que por lo general son derrotas, acusaciones a los técnicos importados, denuncias por farras peloteras y jaleras en tarjeta dorada, mala administración de las platas, robos y líos de estafas y rapiñas de dólares por compras y ventas de jugadores.

(…) Así se anulan las marchas, se amortiguan las demandas sociales y los movimientos reivindicativos, según el triunfo del equipo, según el resultado del partido internacional, que si es derrota, será un amanecer nublado para tantos chilenos que se les va la vida rodando en la cancha como única preocupación, como única forma de evacuar el aburrimiento del domingo y la tele, la tarde y la tele, la noche y la tele y el partido y la bola que es como un mundo blando que trafica el mercado pelotero para inflar su obesa ganancia”. (Pelotuda embriaguez, De: Háblame de amores, 2013)

 

En Manifiesto, dices: “¿Van a dejarnos bordar de pájaros las banderas de la patria libre?”, ¿es esa una metáfora de uno de tus mayores deseos?
“Después del golpe de Estado, nunca más nos acordamos de la bandera, y por ahí quedó olvidada porque ya no representaba lo mismo, los milicos la habían dado otra cruel significación. Por eso a mi mami no le importó cuando se la pedí, y tijera en mano la despedacé para hacerme unos cojines que puse en mi cama. Nunca tuvimos bandera, y cuando llegó mi hippy adolescencia, cuando Lennon cantaba: “Imagina un mundo sin fronteras”, cuando el trapo norteamericano no representaba la agresión del imperio a los pueblos desposeídos, más odié las banderas. Nada de banderas. Ninguna bandera. El mundo sin banderas. El corazón sin banderas.

Tal vez la roja de la izquierda en los mítines coloreando las alamedas. Quizás la del arcoíris gay, pero fue copiada por el gay system del emblema inca del Tahuantinsuyo. Puede ser la bandera pirata, en el cielo negro estrellado de calaveras. Parecida al pañuelo que uso en la cabeza para decir que mis muertos los llevo siempre en la mente.” (Yo quiero mi bandera planchadita, planchadita, planchadita, De: Háblame de amores, 2013)

 

***

Pedro Lemebel escribiendo, alguien imprimiendo, nosotros leyendo. Todos felices. La literatura triunfando a cada página. Nunca pude entrevistarlo. Leyendo Háblame de amores, todo estaba respondido. La muerte no significa nada para aquel escritor que abre el pecho y escribe. Un libro es la mejor respuesta que tiene un autor hacia la vida. “Yo no tengo amigos, tengo amores. La amistad es una construcción burguesa: el compadre, el pata. Yo tengo amores.”, decía. Y eso dejó regados en cada autobús, librería o café: amores. Porque los lectores también son una construcción burguesa: el lector, el crítico. Lemebel solo tuvo amores.



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