Los cinco libros favoritos de Marco García Falcón

Detrás de un escritor hay lecturas que lo marcaron, algunas de ellas de formación y otras decisivas para emprender el largo y azaroso derrotero de la escritura. En esta ocasión convocamos al escritor Marco García Falcón para que nos hable sobre sus cinco libros favoritos. A continuación el resultado.

 

Uno de los mejores libros que nos deja el 2014 es Un olvidado asombro, la segunda novela de Marco García Falcón (Lima, 1970), quien a partir de la historia de un profesor universitario de unos 40 años reflexiona sobre la relación padre-hijo, la recuperación de la memoria y aquello que en estos tiempos algunos llama “la cultura del éxito”. En esta ocasión este narrador y docente universitario escribe sobre sus lecturas favoritas, aquellas que lo marcaron como lector y acaso como escritor.

 

1. Lolita, Vladimir Nabokov

LolitaNabokov_MGFEn literatura, decía Julio Ramón Ribeyro, donde empieza la felicidad empieza el silencio. Y, claro, allí donde esta ha desaparecido o se ha convertido en un horizonte esquivo se encuentran el origen y el combustible de los buenos libros. El cuarentón Humbert Humbert es un intelectual salvaje –nunca más justo un oxímoron- que se enamora de una chiquilla de doce años. Esa difícil relación llega a cristalizarse y, tras un tiempo de ensoñación, paranoia y locura -Quilty es el personaje fantasma y el espejo que anuncia el final-, a perderse. La novela que leemos es la confesión de parte del protagonista. Y sin duda una de las mayores magias del libro es convencernos de que hubo amor. Un amor turbio y resplandeciente. Como todos los que no se olvidan.

En el célebre colofón de la novela, Navokov recapitula las lecturas que al momento de la publicación se suscitaron. Un libro impúdico. Una metáfora de la corrupción de América por Europa. Una prueba de amor del autor por la geografía del país que lo acogió, y también por su idioma. Yo me quedo con los ecos de esta última. Con sus hermosas y sensuales descripciones cromáticas, nada está más ensalzado aquí –llevado a su condición de arte, quiero decir- que el lenguaje. Un lenguaje artificioso pero jamás artificial. Hay tantas frases memorables y subrayables que dan ganas de pintarlas en las paredes de las calles. O mejor, de tatuárselas.

 

2. Las ciudades invisibles, Italo Calvino

LasciudadesInvisibles_CalvinoMGFEn el siglo XIII, el mercader Marco Polo se hace funcionario de Kublai Kan, el rey de los tártaros, a quien cuenta lo que ve en sus numerosos viajes por Oriente. Esas memorias, que hablan de la imposibilidad de mirar al otro, habrían de convertirse en Il milione. Siete siglos después, Italo Calvino actualiza ese libro y, mezclándolo con diálogos que recuerdan a los de Sherezade con el sultán Schariar en Las mil y unas noches, compone un fascinante mosaico de ciudades improbables en la realidad, pero certísimas en tanto radiografías de los sueños y pesadillas de los hombres.

Aquí se manifiesta la eficacia de los libros que, bajo una calculada exploración de posibilidades, desarrollan todas las aristas de un tema. Pero no todo es pura racionalidad. Hay en cada texto –mezcla de descripción y de cuento, que dialoga con el formato original- las imágenes, el ritmo y la intuición de la mejor poesía. Además, quizá en estas páginas estén ejemplarmente encarnados aquellos valores que Calvino postulaba para la sobrevivencia de la literatura en el presente milenio: levedad, rapidez, exactitud, multiplicidad, visibilidad, condensación.

 

3. Patrimonio, Philip Roth

PatrimonioPhilipRoth_MGFLuego de varios ascensos y caídas, el escritor Philip Roth logra encontrar un equilibrio. Un tren de vida para mantenerse a flote en el oficio. Y, de pronto, se entera de que su padre tiene un tumor cerebral. Aquel anciano jubilado, un hombre tradicional y testarudo, al que no puede admirar del todo porque no lo comprende. O porque tal vez no puede hacerlo. Y entonces Roth lo acompaña durante el duro trance de su enfermedad y piensa en qué quedará como recuerdo o símbolo de aquella relación a ratos tensa, a ratos entrañable; en cuál será el patrimonio que le corresponderá poner bajo custodia para preservar la continuidad. Y piensa también, mientras suceden estas cosas, en el libro que puede escribir con ese material incandescente –hay miedo, dolor, pero también alegrías y epifanías inesperadas- y no puede sino sentir aquello que todo escritor ha experimentado en algún momento: que tiene un don, un poder único e intransferible, pero que ejercerlo es un acto impúdico y doloroso a la vez.

¿Es una memoria? ¿Una novela? ¿Una autobiografía en clave? Aquí las fronteras se diluyen en esa línea feliz que es la buena literatura. Un libro de una intensidad sobrecogedora que, al tiempo que golpea, abraza y deja un estallido de luz.

 

4. Los cuentos de Borges

BorgesCuentosCompletosComo elección es un lugar común. Pero inevitable. Si alguien ha desistido de su lectura por hallarlos distantes y complejos, debe persistir. La recompensa que ofrecen es incalculable. Una nueva manera de mirar el mundo. Un lente distinto para registrar la vida y comprender sus paradojas, reiteraciones y caminos sin salida. Augusto Monterroso decía -medio en serio, medio en broma- que había que leerlos para parecer y sentirnos más inteligentes. La realidad es otra. Lo que descubrimos son los límites y trampas de la razón, y cuánto hay de misterioso e inasible en la existencia. Una lucidez necesaria.

El cuento –no está demás recordarlo- es y seguirá siendo un género mayor. Las grandes revoluciones operadas en la narrativa, tanto en el fondo como la forma, han surgido en su territorio. Es, pues, además del depositario natural de la tradición, el laboratorio de lo que vendrá. Y en esa medida, cada uno de los relatos de Borges son una mina de oro inagotable. Solo por poner un ejemplo, hace un tiempo leí un trabajo que mostraba cómo en varios de ellos aparecían, de una manera no siempre evidente pero sí eficaz, casi todas las figuras de la retórica. Eso, en un estilo “tan estilo”, puede resultar más o menos esperable. Pero lo verdaderamente sorprendente era que, como textos, reproducían las estructuras de dichas figuras; es decir, un cuento seguía el esquema de un oxímoron, otro de un zeugma, otro de una metonimia, etc. ¿Puede haber algo más novedosoque darle una vuelta de tuerca a los recursos del pasado que han sido olvidadoso, simplemente, dejados de lado?

 

5. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

CienAniosGGM¿Cabe el devenir del mundo en la historia de una familia?¿Cuántas novelas puede haber en una narración lineal que solo al final se muerde la cola? ¿Es el mejor camino para la plenitud significativa la sencillez? Uno lee este libro y, como en los verdaderos clásicos, encuentra nuevas lecturas que no solo nos hablan de nuestra vida en sociedad, de nuestras formas de convivencia, sino de quiénes somos íntimamente fuera de nuestras máscaras habituales.

No hace mucho escuché a un escritor peruano quejarse de su “vieja retórica”, de su “excesiva adjetivación”. Puede que, en estos tiempos de lenguaje deflacionado, juntar a cada tanto un adjetivo con un sustantivo, o elaborar rápidas metáforas por medio de genitivos,provoque cierta inquietud. Pero la mano maestra de su autor hace que, a la vuelta de unas páginas, su lenguaje se imponga y nos parezca no solo necesario, sino imprescindible.

Hay que leer este libro también para aprender las enormes ventajas de una narración panorámica sostenida en la habilidad sintáctica. Sí, quizá el misterio de su capacidad de decir tanto en tan poco espacio y de su asombrosa y subyugante fluidez esté en el viejo arte de armar y juntar oraciones. Quienes queremos aprender a escribir debemos volver a estas páginas con lápiz y papel. Urgentemente.