Lolita: las confesiones de un amor prohibido

Publicada por primera vez en 1955, Lolita nos presenta una historia que en su momento fue tachada por la crítica de pornógrafa. El amor prohibido del profesor Humbert Humbert y la nínfula de 12 años no solo ha resistido el paso del tiempo sino que sigue leyéndose con intensidad y deja llevar al lector por sus tortuosas rutas. Presentamos un comentario de esta gran novela de Vladimir Nabokov.

 

 

Por Alina Gadea

Hace unos días encontré una edición de Lolita de 1961 en la biblioteca de mi casa. Argentina, Editorial Sur. Dedicada a alguien con gran estimación y cariño, firmaba Consuelo. Varios años antes que yo naciera. Abro el libro y siento el olor de las páginas vetustas y amarillentas. Y leo ese comienzo tan inusual como el resto del texto: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de mi lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes.

Antes de ponerme a releer la historia, voy a curiosear al final del libro y observo una explicación del propio Nabokov. Algo que nunca había visto en otros ejemplares de Lolita que anteriormente leí.

Nos dice que el primer débil latido de Lolita vibró en él a fines de 1939 en París, en épocas en que padecía una enfermedad. Quién sabe por qué una noticia que leyó creó un flujo de ideas que devino en un cuento de treinta páginas. Nada tenía que ver con las noticias de un simio encerrado que fue instado a dibujar y que finalmente recreó los barrotes de su jaula.

Nabokov nos cuenta que escribió el cuento en ruso. Que trataba de un hombre de Europa Central y de una nínfula francesa. Situaba la historia entre París y Florencia. Arthur se casaba con la madre enferma de una niña y tras su muerte trataba de aprovecharse de la huérfana sin éxito y arrojándose a las ruedas de un camión.

En tiempos de la guerra destruyó esas páginas. Algo después se dedicó a escribir Lolita en las noches y también en días nublados. En los intervalos en que no salía a cazar mariposas con su mujer. Nos cuenta que pensó en que quedara anónimo. Los que leyeron el manuscrito se alarmaron y lo juzgaron un pornógrafo pues las técnicas al comienzo de Lolita, como el diario de Humbert hacían pensar en un libro obsceno. Tanto así que ninguna compañía editora leyó el original hasta el fin. La negativa era el tema mismo. Absolutamente prohibido. Le sugirieron convertir a Lolita en un chiquillo y que hiciera frases breves y realistas. También lo criticaron de antinorteamericano. Todo lo anterior no carece de sentido.

Para suerte nuestra el libro finalmente se publicó permitiéndonos acceder al mundo interno de Humbert. Desde su infancia cariñosa y soñada frente al mar. La ternura de su padre, el refinamiento europeo y su amor interrumpido por una hermosa niña, Annabel.

Los días de mi juventud parecen huir de mi en una ráfaga de pálidos deshechos reiterados, como esas tempestades matinales de nieve en que el pasajero de tren ve remolinear como papel de seda ajado tras el último vagón.

 

UNA HISTORIA INTENSA

Nabokov nos lleva por una historia tortuosa. Por lo que él llama los impulsos imperativos de un depravado. Tan inconfesable es lo que nos relata que hasta llega a figurarse a una potencial hija de Lolita y de él de unos ocho años y a él con ella “practicando el arte de ser abuelo”.

LolitaPeliculaLa película protagonizada por Jeremy Irons le hace justicia al libro. Escenas como la del campamento de verano, donde Lolita es enviada por su madre, son exactas a las descritas en la novela. La actuación es tan poderosa que al releer el libro, uno imagina todo el tiempo la cara del actor británico.

La pluma de Nabokov logra hacernos trastabillar de nuestros más enraizados conceptos morales y nos arrastra a la historia más intensa y aberrante. Su visión aristocrática del mundo contrasta con una Norteamérica práctica, ordinaria y algo antiestética para Humbert. Tanto como la figura de la madre de Lola quien encarna lo menos atractivo para un hombre con esas inclinaciones.

La trama avanza desde el fondo de las entrañas de Humbert por parajes algo inhóspitos, carreteras y hoteles. Vecinos ocasionales que son burgueses, conservadores y muy alejados del refinamiento de Humbert y de su pasión depravada.

Dentro de los múltiples cráteres de esta historia, quizás uno de los más salientes es el de la escena en que busca a Lola después de varios años:

Bajé del automóvil y cerré la puerta. Qué concreto, qué rotundo, se oyó ese portazo en el vacío día sin sol. Guau comentó el perro distraídamente. Apreté el timbre, que vibró por todo mi sistema nervioso. Personne. Je resonne. Guau dijo el perro. Una ráfaga, unas pisadas, la puerta se abrió. Un par de centímetros más alta. Antejos de armazón rosada. Nuevo peinado hacia arriba, orejas nuevas. Simple. El momento, la muerte que había imaginado durante tres años era simple como un pedazo de madera seca. Estaba francamente, inmensamente encinta. Sus piernas y sus brazos desnudos habían perdido su tinte bronceado, de modo que se notaba el vello. Llevaba un vestido de algodón sin mangas color pardo y zapatillas de paño sucias de fango.

El misterio está presente a lo largo de la narración, con las zonas ambiguas que el autor se niega a aclararnos, como el nombre de aquel hombre con el que ella logró zafarse de él.

Frunció la frente como en los viejos, tristes días. De veras quieres saber quien fue. Bueno fue… suavemente, confidencialmente, arqueando las finas cejas y abultando los labios resecos con cierto aire burlón con un mohín, no sin ternura, en una especie de contenido susurro, pronunció el nombre que el astuto lector ha adivinado.

El texto narrado en primera persona se dirige directamente a nosotros como lectores y a ratos como jueces de su conducta y quien sabe si como testigos o cómplices. Con una prosa poderosa en que reina la originalidad de su lenguaje:

En sus ojos lavados y grises, tras los extraños anteojos, nuestros pobres amores se reflejaron un instante, y fueran valorados y descartados como cosa aburrida, contó una reunión pesada o un picnic con lluvia al que solo los tipos mas aburridos hubieran acudido. Como un pedazo de barro seco en que se aterronara su niñez.

Sutil en la descripción de las sensaciones y los procesos internos nos habla de la cortesía exquisita de la gente simple, de la cordialidad artificial de Dick. Del dolor y el asco que le causó.

La epifanía final pesa en nuestras mentes de manera rotunda con su conflicto:

No sabía una palabra sobre el espíritu de mi niña querida y que, sin duda más allá de los terribles clichés, había en ella un jardín y un crepúsculo y el portal de un palacio, regiones vagarosas y adorables completamente prohibidas para mí, ajenas a mis sucios andrajos. Oh mi pobre niña escaldada. Te quería. Era un monstruo pentápodo, pero te quería. Era despreciable y brutal y depravado cuanto podría imaginarse mais je t ‘aimais.

El erotismo atormentado y prohibido, que pasa largamente la línea de nuestra moral occidental, hace de este libro una pieza literaria única:

Recuerdo ciertos momentos, llamémoslos témpanos paradisiacos, en que después de saciarme de ella, al cabo de fabulosos dementes conatos que me dejaban exhausto y transido de azul, la recogía en mis brazos al final, con un mudo plañido de ternura humana. Su piel brillaba a la luz de neón que llegaba del camino pavimentado a través de la varillas de la persiana y tenia las negras pestañas pegoteadas y los ojos mas vacios que nunca exactamente como los de una pequeña paciente todavía mareada por una droga, después de una operación grave, y la ternura se ahondaba en vergüenza y desesperación y yo sostenía y mecía a mi solitaria pequeña Lolita en mis brazos de mármol y gemía en su pelo tibio. De cuando en cuando la acariciaba, pedía su bendición sin palabras y en la cúspide misma de esa ternura humana agonizante, generosa, mi corazón estaba pendiente de su cuerpo desnudo ya en vías de arrepentimiento, súbitamente, irónicamente, horriblemente el deseo se henchía de nuevo y, oh no, decía Lolita con un suspiro al cielo y un momento después la ternura y el azul, todo estallaba.

 

 

 

*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En 2009 publicó su primera novela, Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores); en 2012, la novela Obsesión (Editorial Altazor).  Su cuento La casa muerta ha sido incluido en la antología El cuento peruano 2001-2010, edición a cargo del crítico Ricardo González Vigil.

 

 

 



No hay comentarios

Añadir más