Lecturas de Madrugada 9: «Manguera» de Guillermo Thorndike

En esta entrega nos ocupamos de un texto sobre Alejandro Villanueva, ídolo del club Alianza Lima, cuya vida es recreada por Guillermo Thorndike. Si bien la figura de este periodista ha sido controvertida, nadie podrá negarle su exquisita pluma y en Manguera, incluido en el libro El revés de morir (Mosca Azul, 1978), queda así demostrado. 

 
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Por Gabriel Ruiz Ortega*
 
 
Si me preguntan por algún olvidado gran narrador peruano, yo no lo pienso dos veces. Porque la respuesta no sería uno, sino dos. Este par proviene de las canteras del periodismo, uno mucho más prolífico que el otro, pero ambos grandes entre grandes, que deberían ser desde ya referentes ineludibles.
 
 
Jorge Salazar (1940 – 2008) y Guillermo Thorndike (1940 – 2009), señores.
 
 
Quien se precie de conocedor de la narrativa peruana contemporánea y no conozca la obra de estos titanes, caería sin más en un serio entredicho. Claro, no faltarán los idiotas que digan que no deberíamos incluirlos en el ámbito literario porque lo suyo fue sencillamente la práctica periodística. No me sorprende. Aún hay dizque sensibilidades que leen bajo parámetros caducos, a quienes les importa ubicarse bien entre los límites de lo real y la ficción. Estos parámetros, sencillamente, imposibilitan el goce de la literatura, ¿o es que la literatura tiene que ser solo ficción? Al respecto, lo mejor sería explicarlo de la siguiente manera: si un hombre y una mujer se encuentran teniendo el mejor sexo de sus vidas y lo único que desean es que este encuentro sexual no termine, sino que se extienda todo lo posible, de seguro no perderían el tiempo preguntándose por la marca del reloj y la calidad del collar que usan. Lo mismo pasa con la ficción y la no ficción. Si te gusta lo que lees, si te estremece lo que lees, si te incomoda lo que lees, si te saca la mierda lo que lees… No lo dudes: estás leyendo literatura.
 
 
Pues bien, quedemos, por ahora, en la figura de Thorndike. El solo hecho de nombrarlo nos remite a uno de los más grandes nombres de la crónica en castellano. Por ejemplo, junto a Operación masacre de Rodolfo Walsh, El caso Banchero es una de las piedras angulares de la tradición de la literatura de no ficción. A veces me sorprende que se lea más A sangre fría de Capote que estos títulos de Walsh y Thorndike. 
 
 
Años atrás decidí leer y releer todo Thorndike. Hice un plan de lectura de su obra y le dediqué todo el verano del 2006, pero por más esfuerzo que hice no pude completar la tarea de aquel «Verano Thorndike». Obviamente, alguien que publicó tanto como él, no quedó libre de entregas irregulares, como el olvidable El hermanón.
 
 

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No sé cuánto tiempo tenga que pasar para valorarlo en justa medida. A lo mejor demore más de la cuenta, lo cual es una lástima, puesto que es uno de los contados escritores peruanos que sí pudo mantener un proyecto narrativo coherente. Pues sí, fue un escritor coherente y es con este Thorndike con el que nos debemos quedar. No con el Thorndike hueleguiso, no con el Thorndike adulador sin reparos, mucho menos con ese Thorndike que hacía gala de una vergonzante carencia de ética que le hizo abrazar los más sucios intereses del poder político.
 
 
Las cosas claras: Thorndike tenía un gran ojo para el periodismo. Revisemos los diarios y suplementos que editó en los setenta, que no es más que un duro puntapié al periodismo cultural y de investigación que se hace hoy en día. Uno lee esos diarios y suplementos y ve que está ante periodistas; uno lee los diarios y suplementos de ahora y uno no sabe ante qué se encuentra. Este escritor poesía un envidiable talento natural. Pero como acabo de señalar, Thorndike no tenía ética y el periodismo sin ética es lo mismo que nada.
 
 
Por el momento, la obra de Thorndike recibe un reconocimiento silente. Su discutida imagen se impone a la valoración de su obra. Y más de uno aún recuerda las duras palabras que Vargas Llosa le propinó en El pez en el agua. Marito quiso desaparecerlo y por poco lo logra.
 
 
Para admirar a Thorndike, hay que hacer un esfuerzo de objetividad. No queda otra.
 
 
De cuando en cuando, Thorndike le pedía mínimas licencias a la ficción. Sin estas licencias, que le ayudaban a dotar de mayor verosimilitud un hecho real, no hubiera escrito un pequeño libro que, aparte de ser en esencia una delicia, a lo mejor sea el mayor aporte del autor a la historia del fútbol peruano, Manguera (1975).
 
 
 
 
LA HISTORIA DE UN ÍDOLO
 
 

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Los que hemos vivido nuestros años adolescentes en el primer lustro de los noventa, sabemos que no fueron muy propicios para los blanquiazules. En este sentido, no tengo reparo alguno en admitirlo: no tuve plenitud futbolera porque nunca vi a Alianza Lima campeonar en los años que se supone tenía que verlo campeón. Sin embargo, jamás me arrepentí de ser azul y blanco, ni puse en tela de juicio mi abandono de la crema, abandono que llevé a cabo a los doce años, cansado pues de ser parte del ritual familiar.
 
 
Pues bien, ¿por qué ser hincha de un club que representa todo lo que detesto? No hay que ser adivino. Alianza Lima es también la cultura de la criollada, la viveza, la pichanga y la informalidad. Un ejemplo insoslayable: la historia deportiva peruana consigna que el vestuario blanquiazul es el más difícil de todos. El más jodido. El más traidor. O como bien se ha dicho, Alianza Lima es la metáfora de las taras peruanas. No hay que escandalizarnos con estas verdades, porque estas verdades son lo que hacen de Alianza Lima el club más grande de Perú. Revisemos sus campañas, sus campeonatos, sus tragedias, las vidas de sus jugadores más representativos…
 
 
No sé si Thorndike era hincha de Alianza Lima. En realidad no interesa si lo fue o no. Él era un escritor que buscaba historias, o sea, personajes. Manguera es pues la recreación de la vida del mayor ídolo del club, Alejandro Villanueva. Qué gran personaje Villanueva. Especulo sobre las otras opciones que Thorndike haya podido tener. A lo mejor Valeriano López del Boys. Ni hablar de Lolo Fernández, a quien los hinchas cremas han pintado como santo, capaz Lolo nunca se emborrachó, jamás salió de putas y seguramente murió casto. Lolo Fernández es la perfección, el ejemplo, la virtud, ergo: el aburrimiento para cualquier proyecto narrativo. Los personajes sosos no sirven para la narrativa, pues. Entre una biografía novelada entre Teófilo Cubillas y Hugo Sotil, yo prefiero la del «Cholo», sin duda.
 
 
Busqué el libro por buen tiempo. Sabía que Mosca Azul lo tenía en su catálogo. Es que buscaba Manguera, como tal. Pues bien, no recuerdo la fecha, pero sí sé que fue a fines de 1999 cuando conseguí El revés de morir (Mosca Azul, 1978), en donde encontré seis textos, de los que llamaron mi atención el homónimo que titulaba la publicación, toda una joya de arte poética, y el primero: Manguera, que leí en un par de horas de una tarde dominguera y lo volví a releer en la madrugada. Literalmente devoré el extenso relato, lo devoré bajo la mirada del hincha, desde la más caprichosa subjetividad.
 
 
En Manguera no solo se habla de Alejandro Villanueva. No. Aquí desfilan las glorias aliancistas: Juan Valdivieso, Alberto Moncada, José María Lavalle, Adelfo Magallanes, José Montellanos, Julio Iturrizaga, Kochoy Sarmiento. Aquí están en detalle las legendarias broncas que cimentaron la rivalidad con Universitario de Deportes. Los clásicos, las goleadas, hazañas como las Olimpiadas de Berlín 1936 y el llanto de la derrota. Gracias a la pluma del «gordo» somos partícipes de la historia íntima, es tan convincente que podemos saborear el ají de gallina, la carapulcra, la chicha, los panes con huevo; reírnos de la mojigatería de las mujeres bien; hasta nos asqueamos con la pestilencia de las medias, que no se cambiaba nunca, de Magallanes.
 
 
La gloria y la caída de Villanueva. El negro lo tenía todo. Fuerza. Talento. Olfato goleador. Voz de mando. Pero a Villanueva también le gustaba la noche y todo lo que ella le pudiera deparar, es decir, el alcohol, el baile, en especial las mujeres que lo veían como un semental, un irresistible símbolo sexual. Villanueva pudo ser el mayor jugador peruano de todos los tiempos, pero no le dio la gana. Creía que el fútbol sería para siempre y en esa idea no hizo otra cosa que destrozar su cuerpo. Por eso murió pobre y olvidado, como los grandes.
*Gabriel Ruiz Ortega, nació en Lima, en 1977. Es autor de la novela La cacería (2005) y hacedor de tres antologías de narrativa peruana última: Disidentes (2007), Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas (2011) y Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010 (2012). Es librero de Selecta Librería y administra el blog La Fortaleza de la Soledad.


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