La parodia crítica: CIA Perú, 1985. Una novela de espías

Alejandro Neyra había dicho que esta, su primera novela, era una parodia de las historias de espías y que nació de una lectura de Caza al hombre en el Perú, de Gerard de Villiers. A continuación presentamos un análisis literario de esta obra ganadora del IV Premio de Novela Breve Cámara Peruana del Libro.


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Por Rómulo Torre Toro*

Si hay algo que destruye con efectividad un discurso, es la parodia. Exhibe las grietas de su estructura, refuta los razonamientos que eslabona, señala con sorna las fórmulas que utiliza. Pero más allá de sus mecanismos de burla, y esto es quizá lo más importante, tiene una finalidad muy seria: descubrir la lógica que subyace a los mismos, atacar el discurso oculto. Si hay algo que puede desnudar con mayor efectividad el poder, es la ficción. Pero, sobre todo, un tipo de ficción que nos permita introducirnos con mayor libertad en los círculos cerrados del poder, es decir, en el espacio de las intrigas, los engaños y los celos. Entonces podríamos hablar de una novela policial o, más exactamente, de una de sus variantes, la novela de espionaje. Estos dos aspectos están reunidos en la primera novela de Alejandro Neyra (Lima, 1974), ganadora del premio otorgado por la Cámara Peruana del Libro, CIA Perú, 1985. Una novela espías (Estruendomudo, 2012). El recurso del humor no es nuevo en la narrativa de Neyra, de hecho, en sus dos libros anteriores Peruanos ilustres (2005) y Peruanas ilustres (2009) había recurrido a esta estrategia para elaborar una especie de lista de personajes bajo un criterio de selección políticamente incorrecto. En ambos títulos establece, a partir de elementos antagónicos, la idea de ilustre, a la vez que ejemplifica lo peruano con delincuentes, estafadores, fascistas o simpatizantes del fascismo y claras alusiones a figuras públicas como Allan García, Genaro Nieri o Alejandro Serrano, en suma personajes que se han valido de trucos y artimañas para alcanzar el éxito y la celebridad. CIA Perú, 1985es un avance en la producción de Neyra, pues logra articular esta cualidad suya de la parodia con una reflexión lúdica -y por lo mismo, sumamente interesante- en torno a asuntos como los bajos fondos de la política y la historia reciente del país. 

Pero no nos adelantemos. La novela de Neyra se apropia de la premisa básica en la que se basa Caza al hombre en el Perú de Gerard de Villiers, francés, periodista y escritor en serie de novelas de espionaje ambientadas en lugares tan disímiles como Santiago o Kosovo, y de la que forma parte el título mencionado. En ella, el protagonista, un noble austríaco metido a espía pagado por la CIA, Malko Linge, debe dirigirse al Perú para capturar al líder subversivo Abimael Guzmán que está cerca de la capital y cerca, también, de tomar el poder. A partir de aquí Neyra inicia un diálogo constante con el libro de De Villiers: la suya es una ficción que parte de otra y la reemplaza, explora un camino paralelo, fuera de los lugares comunes en las caracterizaciones de personajes, ambientes y lugares, para proponer la búsqueda de un enemigo ausente (y, por lo mismo, omnipresente) que discurre bajo códigos muy distintos. Neyra hace un movimiento doble en una sola jugada: al partir de un referente textual elabora una parodia que permite, por un lado, alejarse de la mirada exótica que sostiene la estructura de la novela de espionaje y, por otro, cuestionar la mirada externa que se tiene de la guerra civil y proponer un modo distinto de observarla y abordarla desde la literatura. Decir que se despoja de una mirada externa no significa que la suya sea la narración de un testigo, una víctima o de alguien que participó en el conflicto. Quiere decir, más bien, que Neyra construye la imagen de la violencia política despojándose de cualquier afán sociológico o antropológico. Luego volveremos sobre este último punto. 



LA GÉNESIS DE LA PARODIA

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Casi desde el inicio, CIA Perú, 1985parodia las estrategias que utilizan las novelas de espionaje: desde el recurso de la repetición de fórmulas narrativas, propio de  textos producidos por la cultura de masas, hasta el planteamiento de oposiciones maniqueas: bueno-malo o civilizado-salvaje, ambas basadas en el estereotipo cultural y social. La novela empieza explicando su propia génesis y, a la vez, las características harto manidas de su referente:

«La receta es sencilla, sobre todo si se tiene ayuda de la CIA. Primero hay que elegir lugares exóticos, en los que exploten guerras civiles, revoluciones e intrigas de poder […]. Eso no es muy complicado y probablemente lo era aun menos en los años ochenta, en plena Guerra Fría. Luego era cuestión de leer los dossiers con los nombres de los líderes de las facciones revolucionarias y las autoridades más importantes; las ciudades y los lugares más peligrosos; las frases más frecuentes en el idioma; y condimentarlo todo con algunas de las tradiciones más extrañas de aquellos países lejanos» [pg. 14].


Más adelante, agrega: 

«Y cualquiera que haya leído alguno de los libros de SAS sabrá que hay una fórmula permanente y nada secreta: 1/5 de introducción del ambiente en algún país corrupto del tercer mundo, los personajes y la trama principal (que no es otra que la eterna y siempre eficiente lucha entre el bien y el mal); 1/5 de sexo puro y duro con mujeres autóctonas y exóticas pero siempre dispuestas a los embates más lúbricos, directos y profundos, casi siempre carentes de afecto (el sexo en el mundo incivilizado de los buenos salvajes es aún instintivo y animal, claro); 3/5 de torturas, asesinatos, atentados, bombas, guerra de guerrillas, acciones de inteligencia y contra-inteligencia (sangre)» [pg. 15].


A lo largo de la novela, el narrador va dejando marcas que distinguen los hechos estereotipados de la novela de De Villiers de los que relata. Reitera constantemente, por ejemplo, que la búsqueda de Abimael Guzmán es mucho más compleja, casi un juego estrategia. De igual manera, podemos notar que los personajes cumplen roles básicos que se van apartando del molde genérico: tenemos al joven diplomático que, además de narrador, termina asumiendo el papel de asistente de Malko Linge, uno dubitativo e inseguro; la mujer, que dista mucho de ser la bomba sexy,
pero es el elemento cuestionador y quien realiza el movimiento traidor, la camarada Norah; el estudiante sanmarquino y militante de Sendero que no es el furioso terrorista esperado, sino un temeroso muchacho que da información a Malko Linge y hace posible enrumbar la investigación. 



EL AGENTE SECRETO 

La figura del espía merece una explicación aparte. Malko Linge tiene algunos atributos básicos que lo emparentan con la figura típica del agente secreto: seductor, elegante, bien parecido, seguro de sus movimientos y sumamente cerebral, rechaza el uso de la fuerza, a menos que sea necesario, y prefiere moverse de forma bien meditada. Como dije líneas arriba, es una suerte de estratega. Pero es más que eso. Cuestiona la actividad de la CIA y la paranoia yanqui que asume que su deber es luchar contra el mal y el mal, en este caso, puede ser cualquier cosa que no entiendan. Este cuestionamiento es doble, apunta a su propia actividad y a la lógica misma de las novelas de espías. En el proceso de búsqueda de Abimael Guzmán, Linge sufre una transformación: empieza a comprender la situación del país, la pobreza, la desigualdad, la precaria institucionalidad que lo rige, la corrupción de los poderes económico y político. Termina aceptando que, en este país, «todo es una vaina» en alusión a que el estado de podredumbre alcanza a la sociedad en su conjunto. Entiende cómo surge un grupo como Sendero y por qué tiene arraigo en ciertos sectores. Cuando compara esta realidad con uno de los círculos del infierno, se hace patente el desconcierto que dará lugar a la reflexión y las posteriores variaciones de su percepción. 

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Lo único que desea, al final, el espía Linge, es terminar la misión, cumplir con el trabajo encomendado y retirarse a descansar. Volver a Austria, a su castillo, y dejar esas actividades de lado, por lo menos por un tiempo. Termina agotado. El cansancio que experimenta puede leerse como el desencanto de sí mismo, el cuestionamiento de su papel en la historia y el de la historia misma. El sentido crítico empieza a ganar terreno. Frente a la imagen del espía como un actor convencido de la justicia de su causa, de la bondad de su misión, Linge aparece como una parodia y, paralelamente, como un sujeto humanizado, es decir, sumergido en la duda y la ambigüedad. 

En esta intención de desmontar las bases de la novela de espías, Neyra alcanza una nota divertida y ágil en su narración, a la vez que dota a este subgénero de un uso literario (en el sentido que otorga la alta cultura al término) y, en esa misma línea, de una propuesta de lectura en donde la realidad aparece como un terreno de intereses en pugna, tensiones ideológicas, amorosas, seudopolíticas, religiosas, que se van enlazando hasta formar un tejido donde todo puede suceder y donde todos son sospechosos. De esta manera, la realidad va jugando en dos planos, el público y el secreto, planos que mantienen una relación, digamos, de causa y efecto: todo lo que se produce en el plano secreto termina repercutiendo (transformando) en el plano público. La ficción aparece como una forma de explicar estos vínculos, de llenar los vacíos que dejan y, finalmente, como la posibilidad de ampliar la forma que tenemos de entender nuestra historia y nuestro presente. Porque, parafraseando a Carlo Ginzburg, quien piensa que la realidad está hecha solo de lo que se toca no entiende nada de la realidad. 

Finalmente, dentro del corpus de la narrativa de la violencia política esta es una novela distinta. Es, seguramente, la menos imbuida en ese contexto. Pero esto no es un defecto. Todo lo contrario. Empecemos señalando que: «Lo simulado que se presenta como verdadero es falso. Pero lo artificial que se propone como artificial es artificial, pero igualmente tiene una relación con la verdad». Esta idea, también de Ginzburg, nos resulta muy útil, porque nos permite sostener que las novelas que tocan el tema de la guerra civil intentan acercarse de manera realista a ese fenómeno, lo que implica cierta pretensión de dar una versión fidedigna del mismo. Es más, su mirada se confunde con la del sociólogo o la del antropólogo en la voluntad de querer entenderlo e interpretarlo, cayendo o en el panfleto o en una mirada externa que vuelve ajeno algo tan próximo. CIA Perú, 1985. Una novela de espías, de Alejandro Neyra, apuesta, en primer lugar, por la ficción y declara esa intención de entrada. No se trata de ninguna representación verídica, se trata de una exploración, como señalé líneas arriba, por los resquicios de la verdad o, más bien, de lo que asumimos como verdad. 
*Rómulo Torre Toro (Lima, 1987). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado reseñas y cuentos en la Bitácora de El Hablador y Germinal (Actualidad, política y cultura).


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