¿La cultura ha muerto como cree Mario Vargas Llosa?

La civilización del espectáculo, el último ensayo del Premio Nobel de Literatura 2010, ha generado muchas críticas, y razones no faltan. En este artículo Marlon Aquino rebate los argumentos de Vargas Llosa, cuya visión nostálgica y conservadora a lo largo del libro transmite la sensación de que todo tiempo pasado siempre fue mejor.


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Por Marlon Aquino Ramírez * (@Nefelibata80 en Twitter)

Ninguna publicación de Mario Vargas Llosa pasa desapercibida. Para bien o para mal, sus opiniones generan apasionadas críticas o entusiastas adhesiones. Con su último ensayo La civilización del espectáculo (Alfaguara) ha puesto sobre el tapete el tema de la decadencia o desaparición de la cultura en nuestros días. La lectura de este libro es recomendable, pues es una suerte de apocalíptico testimonio de un intelectual enfrentado a la vorágine de las nuevas expresiones culturales, el nostálgico lamento de un pez que parece sentirse cada vez más fuera del agua. Mi admiración por la trayectoria y férrea vocación literaria de MVLL no me impide, sino más bien me obliga a señalar a continuación todo lo cuestionable de este nuevo libro.

El último mohicano
Con El último de los mohicanos ha identificado el escritor mexicano Jorge Volpi a Mario Vargas Llosa en un artículo en El País a propósito del reciente ensayo del premio nobel 2010. Risueña comparación que suscribo, pues a medida que uno va pasando las  páginas de este libro, va creciendo la sensación de estar escuchando los  gritos angustiados del último representante de una estirpe. La estirpe de los «mandarines intelectuales», que es como el mismo MVLL llama a aquellos hombres de letras que como Victor Hugo o Jean Paul Sartre (figuras públicas con gran influencia), podían legislar sobre las grandes cuestiones morales, políticas o estéticas de su tiempo. Una ilustre casta de la que él mismo forma parte, aunque con una audiencia cuantitativamente menor a la que hoy en día sigue a otros personajes con mayor arrastre mediático (animadores de televisión, deportistas, actores, músicos, etc.). Circunstancia que, precisamente, lo aterra. Nos propone entonces que el mundo está yendo hacia el abismo, porque ha dejado de reconocer la autoridad de los «mandarines» y de las élites. Por esa desobediencia, propiciada por nuestra vocación por divertirnos, es que adoramos ídolos de arena o bufones. Por eso es que somos fácilmente embaucados por los artistas charlatanes de la cultura postmoderna, que nos idiotizan con sus espectáculos, o nos venden gato por liebre.

Qué nostalgia manifiesta MVLL por las épocas en que los intelectuales dirigían a las masas ignorantes, cumpliendo la función paternalista de orientarlas por el buen camino, pobrecitas ellas. Pensamiento aristocrático que hace recordar a Ortega y Gasset, quien en La rebelión de las masas (1930) escribía: «Ahora los pueblos-masa han resuelto dar por caducado aquel sistema de normas que es la civilización europea, pero como son incapaces de crear otro, no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la cabriola. Esta es la primera consecuencia que sobreviene cuando en el mundo deja de mandar alguien: que los demás, al rebelarse, se quedan sin tarea, sin programa de vida».


Contradicciones y eurocentrismo
Sin duda, sorprenden estas concepciones conservadoras ya que van claramente en contra de las ideas democráticas defendidas fervientemente por el mismo Vargas Llosa. Tal vez no lo perciba, pero su añoranza de esos «mandarines» suena tan anacrónica como si, en el terreno político, propugnara que cada país sea gobernado (dirigido) por los «mejores». El problema es que, tanto en política como en el campo cultural, no se puede determinar quiénes son los «mejores» sin proceder de manera arbitraria o autoritaria, es decir, antidemocráticamente. Porque ¿quién juzga a los jueces? Además, si las jerarquías y las élites están desapareciendo, o han desaparecido ya, no es porque hayan irrumpido los bárbaros para arrasarlas, sino porque ellas mismas, por su obsolescencia en estos tiempos «líquidos» (para utilizar el término del sociólogo polaco Zygmunt Bauman) han firmado su propia sentencia de muerte.

Llama también la atención el eurocentrismo que limita los razonamientos de MVLL. Dan mucho que pensar inquietantes ideas como esta: «Porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración ya que en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen. […] Según esta arcangélica concepción, todas las culturas, a su modo y en su circunstancia, son iguales, expresiones equivalentes de la maravillosa diversidad humana.» (pág. 67). Debo señalar aquí entonces lo que a mí, modestamente, me parece la gran falencia de MVLL en este libro: una preocupante falta de interés en profundizar en los fenómenos culturales de nuestra época. Uno de los cuales es precisamente la mezcla de estéticas provenientes de diversas culturas, todas reconocidas como importantes, siempre y cuando no atenten contra los derechos fundamentales del ser humano. Y, sin dejar de reconocer el valioso aporte cultural de Occidente a la humanidad, me pregunto: ¿cómo podría elevarse a este como exclusivo paradigma estético y moral de la cultura universal, si ha sido en su seno que se han desarrollaron las más devastadoras guerras, una de ellas encabezada por una de sus naciones más cultas?

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La cultura de masas
Se puede entender que una persona común y corriente, al llegar a avanzada edad, viva magnetizada por el pasado y no pierda oportunidad de proclamar la supremacía de este sobre la «decadente» actualidad. Pero es lamentable que un intelectual como MVLL, quien debería mostrar una mayor apertura y disposición para reconocer los aspectos positivos de esa cultura de masas que él juzga y califica categóricamente como incultura. Y a la cual, curiosamente, no ha dejado de celebrar en sus columnas periodísticas, valgan como ejemplo las dedicadas a la serie de televisión 24 («No conozco a nadie que se haya asomado a esa serie sin quedar enganchado a ella como yo y me parece perfectamente comprensible el éxito que ha tenido en su país de origen y en casi todo el resto del mundo, y merecidísimos los premios Emmy que acaban de obtener sus productores y actores.»); y también al bestseller mundial Millennium  de Stieg Larsson («Por eso es posible que una novela sea formalmente imperfecta, y, al mismo tiempo, excepcional. Comprendo que a millones de lectores en el mundo entero les haya ocurrido, les esté ocurriendo y les vaya a ocurrir lo mismo que a mí…»). Sin hablar de La tía Julia y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras, dos novelas suyas muy divertidas, es decir, animadas por esa vocación por el entretenimiento que tan duramente ahora condena.


Elogio liberal de la represión
En otra contradicción de La civilización del espectáculo descubrimos tam
bién a un MVLL lamentando la banalización del erotismo en nuestros días y añorando las épocas en las que había una mayor represión sexual. Esos periodos en los que la Iglesia embridaba (o al menos lo intentaba con ardor fanático) los impulsos sexuales de muchas personas en el mundo. Qué extraño es escuchar a un liberal a ultranza como MVLL lamentarse de que la sociedad se haya emancipado de los dictadores del deseo y haya superado muchos tabúes sexuales, siendo esta una lógica consecuencia de la corriente de pensamiento de la que es paladín. Y, para ampliar el panorama, del mismo modo también nos preguntamos por qué se lamenta o sorprende de la «frivolización» del periodismo, la religión, la educación o el arte si es el capitalismo -que él defiende- el que nos ha llevado a identificar el precio con el valor, si es su dinámica de oferta y demanda, su afán por vender a gran escala, lo que deviene en la mercantilización de los productos culturales.


Para terminar
Estos son solo algunos puntos que quería señalar. Un exhaustivo análisis develaría muchos más aún.

Vivimos en un mundo diferente. Vivimos en un nuevo siglo. Si la cultura tal como la entiende MVLL ha muerto, no tenemos por qué lamentarnos, pues qué es la vida sino cambio. Vivimos pegados a las computadoras, dominan las imágenes (¿como en los albores de la humanidad?), los libros electrónicos van desplazando a los libros de papel, es la aparición en las pantallas de televisión lo que da poder sobre las mayorías. Ya no es tan fácil hablar de «alta» cultura y «baja» cultura. El siglo XXI es diferente, es confuso, pero también, gracias a sus aciertos, nos permite avizorar más allá de sus innegables e inevitables taras, un panorama misterioso y excitante. Por el agradecimiento y profundo respeto que siento por MVLL me gustaría que revisara sus ideas y mostrara, por ejemplo, interés por experimentar con las tecnologías que influyen poderosamente en la cultura (sí, cultura, don Mario) de nuestros días. Pero el mismo hombre que de joven maravilló a todos con novelas rebosantes de modernidad y experimentación, ha dicho que desconfía de internet, que su esposa o sus secretarias son quienes envían sus correos electrónicos, y ha declarado que nunca tendría un celular, ni qué decir de una laptop o una tableta, y claro, que usa su computadora sólo como máquina de escribir.
* Marlon Aquino Ramírez estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 2008 publicó una colección de seis cuentos infantiles (Ediciones El Nocedal). Ha escrito reseñas para  la revista virtual de literatura El Hablador y el portal web Porta 9. El año pasado publicó la novela Las tristezas fugitivas (Magreb).


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