Julio Ramón Ribeyro: En torno a los diarios íntimos

Un gran lector y escritor de diarios, como lo fue Julio Ramón Ribeyro, comenta en este artículo las características de este acaso género literario aún no reconocido como tal. Este texto de 1953 fue probablemente el anuncio de lo que vendría a ser un libro enorme llamado La tentación del fracaso.

 

Por Julio Ramón Ribeyro*

Existe un interesante libro por escribirse que se podría titular Estructura de los diarios íntimos. Este género literario relativamente moderno y, al parecer, exclusivamente occidental no ha sido aún objeto de un estudio sistemático. El más reciente trabajo sobre la materia lo constituye en Francia el de Michele Leleu (Les journaux intimes, Presses Universitaires, 1952). Este libro sin embargo aborda el estudio de los diarios íntimos sólo desde el punto de vista caracterológico y deja intacta una serie de temas que pertenecen al dominio de la historia y crítica literarias.

El primer punto que se plantea con respecto a los diarios íntimos es el de determinar si se trata de un género literario. La teoría de géneros literarios, que tanto auge tuvo en el pasado, está en la actualidad un poco desacreditada, si bien un crítico como Albert Thibaudet afirmaba que era una hipótesis «que todavía se puede seguir utilizando». Un género literario, en realidad, es una forma de expresión literaria que obedece a ciertas reglas intrínsecas y formales que la individualizan y la convierten en un instrumento autónomo de comunicación, capaz de vehicular una visión de la realidad.

El primer elemento propio de todo diario íntimo es la «cotidianidad», entendiendo este término en una acepción un poco elástica, como una suerte de periodicidad en las anotaciones. Es raro encontrar un diario íntimo llevado rigurosamente día a día. Con excepción de los diaristas que podrían llamarse profesionales, aquellos para quienes el diario es la única o la más importante de sus obras, la mayoría lo lleva en forma irregular, de acuerdo con el ritmo impuesto por los avatares de su existencia.

Se debe observar, no obstante, que la cotidianidad no es privativa de los diarios íntimos y que existen novelas escritas en forma de diario, llevan una data y pueden ser cotidianas. Entre la novela escrita en forma de diario y el diario íntimo hay sin embargo algunas diferencias radicales. Todo el diario íntimo se funda en el principio de la «veracidad» —y aquí tocamos el segundo de sus caracteres— o por lo menos una presunción de veracidad. Es necesario admitir a priori que los hechos consignados en el diario son verdaderos. Queda luego al arbitrio del lector o del erudito demostrar lo contrario. En la novela el fenómeno es inverso: se presume que los hechos son imaginarios y su eventual confirmación podría esclarecer pero no alterar la esencia misma de la novela. En segundo lugar, el personaje central es siempre el autor, mientras que en las novelas escritas en esta forma no siempre lo es. Finalmente, los diarios íntimos carecen de toda trama preconcebida, lo que no puede décirse de las novelas escritas en esta forma.

Las relaciones entre los diarios íntimos y la correspondencia son en cambio más estrechas. Exagerando un poco podría decirse que las páginas de un diario son cartas que el autor se dirige a sí mismo y que las cartas son páginas de un diario que se dirigen a una persona. Aparte de ese tono de confidencialidad que es común a ambos géneros, la sustancia misma de que se nutren es semejante: reflexiones sobre sí mismo y sobre los demás, comentarios sobre libros o espectáculos, evocaciones y proyectos, alusiones al tiempo y a la salud física, referencia a los hechos de actualidad, descripciones de ciudades y paisajes, etcétera. Es ilustrativo en este sentido el paralelismo que hay entre los diarios y la correspondencia de ciertos autores, como el caso de Victor Hugo, André Gide, Kafka, al punto que a menudo repiten en uno de estos géneros lo que ya han expresado en el otro. Lo que permite sin embargo distinguir estos dos géneros es la diferencia de destinatario. En las cartas el destinatario está individualizado. En los diarios íntimos la situación es distinta: o no existe destinatario o el destinatario es todo el mundo. Los ejemplos típicos de los diarios sin destinatario son los de Benjarnin Constant, Stendhal, Pepys, que sus autores jamás pensaron publicar. El caso contrario sería el de los diarios de André Gide, Ernst Jünger, Julien Green, que publicados en vida de sus autores se dirigen al público en general y están exonerados de todo carácter secreto.

Aparte de la cotidianidad y de la veracidad de los diarios íntimos, hay un tercer elemento que los caracteriza y al cual debe asignársele una importancia capital: la «libertad de la composición» o, en otras palabras, la casi inexistencia de una técnica específica del diario íntimo. En realidad, para redactar un diario íntimo sólo es necesario someterse a los requisitos de la periodicidad y la veracidad. No es necesario vencer una etapa de aprendizaje, llegar a dominar el oficio, como lo exige escribir una novela o una obra de teatro. De aquí se desprende la gran variedad de diarios que hasta la fecha se han escrito, lo que dificulta enormemente su clasificación. Hay diarios de la vida amorosa, como el de Louise de Hompesch; diarios de la vida política, como el de Jacques Bainville; diarios de viaje, como el de Eugéne Fromentin; diarios de la vida literaria, como el de los hermanos Goncourt; diarios de guerra, como el de Ernst Fingen diarios de la reflexión artística, como el de Paul Klee, y así la enumeración puede proseguir hasta abarcar la mayoría de los aspectos de la actividad humana. Además, el diario íntimo tolera todos los tonos y todos los estilos: hay un abismo entre el Journal d’un vaudevilliste, de Ernest Blue, y el Diario filosófico, de Gabriel Marcel, así como es imposible comparar el estilo esquemático de Memoranda, de Barbey d’Aurevilly, con la prolijidad y el cuidado de Amiel. Es evidente, sin embargo, que esta variedad no constituye una anarquía. Todos los diaristas han poseído por lo menos esa cualidad que Charles Du Bos denominaba «sentido del fragmento», capacidad preciosa para expresar en breves palabras o con claridad una idea, una emoción o un sentimiento. El diario íntimo vendría a ser así —definición provisional— una sucesión periódica de vivencias expresadas en forma de fragmentos.

Podría encontrarse por último un cuarto elemento común a los diarios íntimos. Cuando hojeamos una colección de estas obras nos queda la sensación de que se trata de obras inconclusas, que lo que allí se dice ha sido más que fruto de una elección marca de un destino, que ni las más bellas páginas han podido alterar el curso de los acontecimientos, que cada autor estuvo diariamente enfrentado al misterio de su duración y que a la postre todos ellos han sido devorados por el tiempo, ese tiempo tan caro y tan temido, que ellos se esforzaron tanto en retener. De allí el sentimiento de inseguridad, de incertidumbre y de desamparo que palpita en todo auténtico diario íntimo.

Todas las características enunciadas tipifican al diario íntimo como un género literario específico. Pero hay aun otros elementos que lo confirman como tal y que podrían llamarse extrínsecos. Lo que determina, en primer lugar, la existencia y la vigencia de una forma literaria es la generalidad de su empleo. Ahora bien: no ha existido época tan propicia a expresarse bajo la forma del diario íntimo como la actual. En Francia, sobre todo, el movimiento es intimidante. No hay escritor grande o pequeño que no publique o anuncie la publicación de su diario. El consejo que André Gide dio a sus amigos, el mismo que Marx Jacob diera a los poetas, parece haber sido tomado por todos —a pesar de no ser poetas o amigos de Gide— como una recomendación particular. El último diario en aparecer ha sido el de Paul Léautaud, quien ha prometido en los volúmenes subsiguientes dar una imagen de la vida intelectual francesa durante el último medio siglo. El diario íntimo se ha convertido pues en un producto cotizado en el mercado literario y corre el riesgo de convertirse en el menos íntimo de todos los géneros.

La generalidad de su empleo no basta para conferir a una forma de expresión el rango de género literario. Es necesario que esta forma cuente con un clásico. ¿Quién podría ser el clásico de los diarios íntimos? El juicio es casi unánime: Amiel. En el diario de Amiel se reúnen todos los elementos que podrían constituir un diario íntimo ideal. Si a esto añadimos sus cualidades estrictamente literarias, comprenderemos por qué Maurice Chapelan lo califica como «monumento único de la lengua francesa», digno de figurar al lado de Montaigne y de Pascal. Una última prueba de la vigencia del género: en Francia se creó hace algunos años un premio al diario íntimo. Se trata de un detalle consagratorio, pues revela una complicidad oficial con la obra de los diaristas.

El tema de los diarios ínfimos es inagotable. Por el momento sólo he tratado de demostrar que esta forma de expresión literaria posee jerarquía de género y de señalar algunos de los elementos del mismo. Quedan multitud de problemas pendientes. Uno de los más agudos es precisar el origen histórico de los diarios íntimos y las razones sociales y culturales que determinaron su aparición. El diario más antiguo del que se tiene conocimiento se remonta al siglo XV, Journal d’un bourgeois de Paris (1405-1449), pero es en el siglo XVI cuando aparecen diarios realmente importantes, como el de Alberto Durero (1530) y el de Montaigne (1580). En lo referente al contexto histórico, se ha pretendido relacionar la aparición de este género con el fenómeno del protestantismo, en la medida en que este movimiento religioso, con su teoría del libre examen, favoreció la técnica de la introspección y el nacimiento de la noción de persona. Hipótesis interesante y que explica tal vez en parte por qué motivo en Hispanoamérica, donde el protestantismo no llegó a arraigarse, no se han escrito casi diarios íntimos.

 

*Texto escrito en 1953 y publicado en el libro La caza sutil y otros textos. Tomado de la edición de la Universidad Diego Portales (Chile), de 2012.