Juan Manuel Robles: “A través de la crónica aprendí a ser escritor”

A Juan Manuel Robles lo conocíamos como un cronista observador y que escudriñaba en la vida de personajes, algunos más ‘freaks’ que otros. Ahora ha lanzado su primera novela, un viaje de largo aliento que examina la memoria de un personaje que empieza a recordar su niñez y los sucesos históricos que la rodearon.

 

Por Jaime Cabrera Junco
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“Siempre me gustó recordar. Soy aficionado a hacerlo desde que tengo uso de razón o mejor, desde que tengo memoria; convierto objetos físicos en añoranza en cuestión de días, los adscribo a algún casillero del pasado”. Estas palabras son de Iván Morante, personaje de Nuevos juguetes de la Guerra Fría (Seix Barral, 2015), la primera novela de Juan Manuel Robles (Lima, 1978), periodista y escritor quien nos presenta una historia sobre la memoria familiar. El dramaturgo Eduardo Adrianzén la llamó “El Julius de izquierda” en alusión a la novela Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce. Al margen de esta referencia ingeniosa, la obra gira en torno a los recuerdos y su influencia en la vida de un hombre. ¿Todo lo que recordamos es realmente lo que ocurrió o lo que apenas ha quedado grabado en nuestra mente? ¿Nos conviene volver hacia el pasado para entender lo que somos ahora?  Son algunas preguntas que podrían surgir al leer esta novela que tiene como punto de partida las vivencias de un niño peruano en una escuela cubana en La Paz, Bolivia. El lector es testigo, a partir de los recuerdos de Iván Morante, de su formación ideológica en un contexto que ya avizora la caída del Muro del Berlín y el descalabro de la Unión Soviética. Si la niñez es una etapa importante en la vida en esta novela queda subrayado. El recuerdo está muy presente en la primera parte y aunque puede cansar, el clímax y desenlace de esta novela mueve fibras en el lector y ayudan a poder hilvanar lo que ocurre en el presente.

La novela se presentó ya en Colombia y en el Perú, próximamente podrá leerse en Argentina, México y España. Ahora es momento de conversar con el autor.

 

Cuando un periodista publica una obra de ficción se suele hablar de “salto”. ¿Es una mirada por sobre el hombro al periodismo? ¿Cómo lo asumes tú?
Lo que pasa es que hay varios paradigmas. En mi caso no sé si es un salto, pero es un ámbito que permanecía escondido de alguna manera. En mi caso el paradigma es el de alguien que hace literatura de no ficción a través de la crónica, y que además trabaja perfiles y que de alguna manera comienza a transitar los géneros de ficción. Primero estuve escribiendo algunos cuentos en un estilo de redacción que se amoldó más al género de la novela. Y, sí, yo lo llamaría como un tránsito que se retroalimenta de la literatura de ficción hacia la de no ficción, y viceversa. La crónica tiene una retórica poderosa y eso le da a tu voz de ficción algo, le da un registro más posiblemente.

¿Y cuál es la principal diferencia que puedes establecer entre la crónica y la novela? ¿Es el hecho de ser consciente de lo que es real y de lo que no lo es?
Hay varios escritores que han escrito sobre eso, el mismo Vargas Llosa en La verdad de las mentiras nos dice que hay un interés de la novela de persuadirnos, a través de las irrealidades para decirnos verdades más amplias. Además, en la novela moderna es fundamental sumergir al lector en otras conciencias y ver cómo operan éstas en una trama. La crónica ve cosas y da cuenta de ellas tal cual son. La novela se permite que la conciencia sea la protagonista y ese camino me parecía interesante explotarlo.

En el caso de la crónica, ¿mentir o acomodar la verdad para hacer más atractivo el texto es una tentación?
Existe la tentación, pero yo soy un cronista de la escuela de Etiqueta Negra que se planteó hacer una crónica seria desde el inicio. Los límites de lo factual eran claros, no eran flexibles ni retóricos. Es lo que llamo, en los talleres que dicto, ver a la crónica como un territorio militarizado, es decir, se pueden hacer cosas, pero tienes espacios a los que no puedes acceder.

PORTADA DEL LIBRO

PORTADA DEL LIBRO

Tu primera novela, Nuevos juguetes de la Guerra Fría, aborda la memoria personal o más bien la familiar para ser más exactos. ¿El ejercicio de hacer memoria nos puede llevar a ajustes de cuentas con nuestra vida, con nuestra familia?
Hay que considerar primero que estamos en el territorio de la ficción, entonces yo no siento que esté hablando de mi padre. Obviamente hay cosas de él y de nuestra relación, pero eso no le tiene que interesar a nadie. No creo en la literatura como un ajuste de cuentas, no creo que tenga ese poder. Una literatura de ajuste de cuentas tendría que ser una literatura histérica, una literatura demoledora y esas son las poéticas que duran menos. Creo que una literatura construye un mundo, cuya única venganza está en ese mundo. Entiendo que haya una tradición de la novela familiar, lo cual me parece interesante. La familia es una energía que está en la novela.

De hecho que la palabra que más se repite es memoria…
A mí me gusta escribir diciendo cosas. Es cierto que en determinados momentos tienes que sugerir, no decir, pero a mí gusta decir. Lo que he hecho me ha llevado a la retórica de decir cosas, me gusta estar en ese territorio y enunciar la palabra “memoria” probablemente tenga que ver con un narrador que enuncia las cosas en lugar de sugerirlas.

¿Es la memoria un ejercicio voluntario o puede ser desencadenado por algo? En tu caso cuentas que fue luego de ver unos documentos sobre los “enemigos de EE.UU.” en Cuba el punto que desencadenó la novela.
Mi aproximación al periodismo, a la no ficción, me sirvió en la disciplina de investigador y esto para encontrar una especie de rango de lo posible. Lo posible tiene un rango determinando, y a veces la literatura puede complementarse bien con lo posible en términos documentales. Cuando vi esos documentos con los nombres de los padres de los compañeros con los que estudiaba en la escuela cubana vi que eso era posible, que esto ha pasado, le ha pasado a alguien y que estos documentos pueden incluir a su propio padre. Al ver esto se me amplió el rango de lo posible y me pareció rico explorarlo en términos literarios.

 

 

LOS JUGUETES DEL AYER

El día de la presentación de Nuevos juguetes de la Guerra Fría Juan Manuel Robles llevó consigo un muñeco de He-Man, un héroe musculoso -a lo Arnold Schwarzenegger- de una serie animada de principio de la década de los 80 y que sirvió de inspiración a los Thundercats. Era el personaje que los niños de la época querían ser. He-Man es una presencia fuerte en la novela más que el Superman que aparece en la portada. Y para seguir con la onda retro también otra serie que forma parte de la educación sentimental del personaje es V, Invasión extraterrestre. En ella un grupo de reptiles de otra galaxia busca un nuevo lugar para vivir y ven en la Tierra el lugar perfecto. Ellos se hacen pasar por humanos para engatusar a los terrícolas. La serie tuvo su legión de seguidores y si habría existido Internet seguro que abundarían foros y un grupo de Facebook. Estas referencias son el telón de fondo del libro de Robles, sirven para situarnos en el recuerdo del niño Iván Morante.

Cuando a Mario Vargas Llosa le preguntaron en El Dominical sobre la novela autorreferencial o intimista habló de una pretensión menos ambiciosa, ¿en tu caso hasta qué punto podríamos afirmar que Nuevos juguetes de la Guerra Fría hurga en lo personal, que es la base de esta historia que nos presentas y complementa a través de la ficción?
Eso es lo que un escritor siempre hace, siempre ha hecho. El escritor que crea un mundo es extrañísimo. En ese sentido te diría que Vargas Llosa en La ciudad y los perros parte de una experiencia absolutamente autobiográfica. Mi novela es autobiográfica en ese sentido, pero nada más. Gabriela Wiener me preguntaba si no hubiera sido mejor contar directamente lo del documento que encontré en Estados Unidos, pero creo que ese es el triunfo de mi novela. Un triunfo en el sentido que tú creas que el escribo esto soy yo, pero bueno no soy yo, y además lo que te cuento es mentira. No quería simplemente contar, no quería que la novela tuviera una estructura, quería mentir primero, yo necesitaba mentir y por eso escribí una novela. Necesitaba una estructura de saltos en el tiempo, una composición, un enigma, una serie de descubrimientos que me permitieran nadar en materia novelística.

¿Te planteaste o te plantearon la posibilidad de editar el libro, es decir, de restarle páginas? Por momentos como lector siento cierta dispersión en los detalles abundantes sobre los recuerdos en la escuela del niño Morante. 
Yo soy el autor así que  no puedo hablar de lo que genera la novela. No se me planteó en ningún momento reducir la novela. No hubo ninguna idea de parte de los editores para hacerlo. Particularmente creo que la novela es un género de digresión. Esta idea de que las cosas deben pasar por algo es relativa en la novela. Sin embargo, si a alguien le parece muy larga la novela debe ser por algo. El lector es dueño de la novela y el autor no tiene nada que ver con eso.

Crédito de foto: Susana Perrottet

Crédito de foto: Susana Perrottet

¿El próximo libro que publiques igualmente tiene que ser sobre un tema que te concierna, que te toque personalmente? Dicho de otro modo, ¿la memoria personal seguirá siendo un tema?
No lo sé, pero hay un montón de cosas. Este choque entre la memoria que creemos propia y el documento es lo que hace gran parte del combustible de lo narrativo de mi novela y de muchas cosas que he visto, y eso para mí tiene varias cosas que explorarse. Además hablo de memoria oficial de comienzos de los 80, fines de los 70, hace que no exploremos texturas que han pasado al olvido y que podrían darnos una idea de cómo vivimos. Eso permite, además, que el reportero que llevo adentro opere.

Dices que no tienes nada favorable que decir acerca de la escritura. ¿La escritura para ti es todo lo contrario a un estado de goce?
La escritura siempre es un placer para uno. A lo que me refería era que, en este contexto de emprendedores y de gente que hace cosas que valen la pena, se trata de poner al escritor como alguien socialmente funcional. Hacer una novela implica un aislamiento, una especie de reclusión psicológica, una alteración del sentido de la realidad, cosas que la gente ‘normal’ no hace. A eso me refería.

¿Qué le pareció la novela a tu padre?
Bueno, mi papá felizmente es un lector, un hombre culto y periodista inteligente. Él lo toma como ficción. En este juego de verdad y mentira decidí no consultarle porque su nivel de información es muy grande. Sé que literariamente le ha gustado, pero no le he preguntado más.

¿Te hiciste periodista por influencia de él?
No tanto porque primero quería estudiar otra cosa. Estudié un par de años Ingeniería de Sistemas, pero de ahí quise escribir y lo más a la mano que tenía era el periodismo y tuve la suerte de que justo en ese momento había un movimiento fuerte de la crónica que me permitió aprender literatura. A través de la crónica aprendí a ser escritor.

¿Ha cambiado en algo tu estatus personal? ¿Te sientes más un periodista que escribe ficción? ¿o un escritor que estuvo en el periodismo?
El paso del periodismo a la literatura solía ser un camino habitual y luego dejó de serlo. He sido cronista, he publicado un libro de crónicas. Soy cronista, no he dejado de serlo, por eso hablo de tránsitos. Creo que ya había encontrado una poética literaria en la crónica, pero ahora estoy encontrando otra poética literaria y eso es lo que estoy haciendo. El haber escrito crónicas tiene para mí, en términos de formación narrativa, el estatus de algún libro de cuentos.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE JUAN MANUEL ROBLES

  1. El lector, de Bernhard Schlink.
  2. La muerte del adversario, de Hans Keilson.
  3. Native Speaker, de Chang-Rae Lee.
  4.  La luz difícil, de Tomás González.
  5.  Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino.