Joseph Zárate: “’Guerras del interior’ ha sido como un viaje para mí”

Conversamos con el periodista Joseph Zárate, cuyo primer libro, Guerras del interior, es considerado una de las mejores publicaciones editoriales de este año. Nos contó sus procesos creativos, la forma que trabaja, su relación con la poesía y si acaso le interesa la ficción. Ha ganado los prestigiosos premios Ortega y Gasset de Periodismo y Gabriel García Márquez de Periodismo en la categoría de Texto. Actualmente es docente en la facultad de periodismo de la UPC y trabaja en IDL.

 

Por Ricardo Flores Sarmiento y Jaime Cabrera Junco

Joseph Zárate nació en Lima, pero sus raíces son amazónicas. Su abuela materna, su mamita Lilí, era integrante de la comunidad kukama kukamiria. Ella migró a Pucallpa y luego vino a Lima para «progresar». La vida de ella lo marcó. En las historias de su libro Guerras del interior retrata los conflictos de personas contra la «modernidad»: Edwin Chota, un electricista y líder asháninka, dio su vida por defender el territorio y los árboles de la comunidad de Saweto; Máxima Acuña, una campesina cajamarquina, defiende su casa y los lagos de una minera; y Osman Cuñachí, un niño awajún, que baña sus sueños con el petróleo derramado en un río.

Las crónicas de Zárate nos acercan a una realidad que parece distante. Nos muestra que estamos rodeados de petróleo y sus derivados.  Nos cuenta lo prescindible que es el oro y la contradicción del deseo por poseerlo a costa de lagunas, casas y comunidades. Nos narra la vida y muerte de un hombre, que  era líder de su comunidad por ser el único que sabía leer y escribir.  La modernidad puede tener muchas caras al igual que el progreso. Para algunos el progreso está en la madera, el oro o petróleo, para otros está en su comunidad, en la tierra o en su ganado.

Libro

Guerras del interior nació muchos años antes de aparecer reunido. Todas las historias fueron publicadas anteriormente, aunque para el libro fueron revisadas y aumentadas. Dos de ellas han obtenido importantes premios de periodismo en español.  La dama de la Laguna Azul versus la laguna negra ganó el Ortega y Gasset de Periodismo y Un niño manchado de petróleo recibió el premio Gabriel García Márquez de Periodismo en la categoría de Texto. El libro en menos de un mes de lanzado ha sido considerado entre los diez libros de no ficción del 2018 por The New York Times en español.

“El objetivo que persigo con estas historias es que la mayor cantidad de gente pueda reflexionar y pensar el Perú de un manera diferente, que podamos romper esa burbuja de nuestra vida cómoda en la ciudad y pensemos que existen peruanos y peruanas muy lejos del lugar donde vivimos que están librando batallas y luchas muchas veces silenciosas”, dice Zárate y después añade: “Los premios que recibieron esos textos ayudan a conseguir ese objetivo”.

Joseph Zárate estudió Comunicación social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y se especializó en periodismo.  Cuando era editor de la revista Asia Sur renunció para ir a Etiqueta Negra. “Necesitaba escribir, crecer como autor y desarrollar una forma de mirar”, cuenta el periodista en un testimonio del 2012, cuando fue seleccionado como parte de la nueva generación de cronistas de indias por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

 

Ricardo Flores (RF): ¿Qué te aportó el trabajo en Etiqueta Negra? ¿Qué aprendiste en ese paso por la revista?
JZ: Aprendí, sobre todo, a poner en crisis mi manera de leer la realidad. No aprendí tanto a escribir sino a pensar las historias antes de escribirlas. Normalmente uno cree que escribir crónicas es ir a reportear, luego regresas y escribes el texto de una manera divertida, graciosa o elegante y ya. La crónica —para mí— tiene que ver con crear un artefacto, que cuando el lector lo abra, le haga pensar y reflexionar sobre ciertas cuestiones de interés público o no, pero que tienen que ver con la manera con la que se relaciona con el mundo, la sociedad o las cosas. Las historias como un instrumento para transmitir conocimiento y también una experiencia.

En Etiqueta Negra tuve maestros muy buenos: Julio Villanueva Chang, Marco Avilés, Eliezer Budasoff, que en su momento fue editor de Etiqueta Negra y ahora es director de The New York Times en Español, Elda Cantú, que también fue editora. Son grandes amigos y también gente que me enseñó muchas cosas.

 

Jaime Cabrera: Indudablemente hay una escuela Etiqueta Negra. Julio Villanueva Chang empezó a escribir crónicas en El Comercio y actualmente la crónica no encuentra cabida en los diarios, siendo un género que también interpreta la realidad y que, hasta cierto punto, sensibiliza al lector de una manera más directa, que una nota informativa y que quizás en algunas webs está encontrando espacio, ¿cómo ves actualmente a partir de lo que he mencionado el espacio que tiene la crónica? 
JZ: Si bien la crónica tiene características que hacen que el lector sienta o se emocione y al mismo tiempo se informe, es un género periodístico más. Es decir, que convive y que debe convivir con otros géneros que son necesarios y que la gente necesita como los breaking news, porque necesita informarse ya; necesitan del formato de entrevista, necesita periodismo de investigación, periodismo de datos, son necesarios esos géneros y cada uno tiene su manera particular de abordar la realidad, de conseguir información, de procesarla y presentarla al lector. Para mí la crónica no es el non plus ultra del periodismo. Nunca he pensado eso. La crónica no es tan masiva y es un género caro, necesitas tiempo y dinero.  Claro, hoy en día los medios tradicionales o impresos lo que menos tienen es tiempo y dinero por eso no hay crónicas extensas con meses de reportería. La crónica ha encontrado un espacio más libre en Internet.  Cada uno va encontrando maneras de poder darle la vuelta a esa crisis. Siempre va a haber personas que encuentre maneras de que sus historias lleguen a la gente. Intento ser optimista con ese tema.

 

RF: En cuanto a tu manera de trabajar las crónicas, ¿por dónde empiezas a escribir un texto? Toño Angulo Daneri nos decía que el por el título. Leila Guerriero cuenta que no se sienta a escribir sin el primer párrafo…
JZ: Bueno, yo hago lo mismo. Con Toño venimos de la misma familia de Etiqueta Negra. He leído sus textos y es un escritor que admiro mucho. Trabajo más o menos igual. Después de haber reporteado, me planteo un título de trabajo y tengo más o menos en la mente un par de posibles inicios. Normalmente cuando llegaba del viaje y trabajaba con un editor, sobre todo en Etiqueta Negra, íbamos a tomar una cerveza con Eliezer Budasoff y le contaba lo que había conseguido. Le decía: “Voy a empezar así y va a seguir esto”. Veía en su rostro si él reaccionaba emocionalmente frente a lo que le contaba. De esa manera comprobada si las cosas que había elegido en mi cabeza iban a funcionar dentro del relato. Después de esa conversación previa hacía una especie como de guion. Para mí, las crónicas son como documentales solamente que en vez de imágenes usas la palabra escrita. Ponía: capítulo uno, van a aparecen estas escenas, van a comunicar estas ideas. Al momento de escribir iba siguiendo ese esquema. Obviamente no lo respeta a un 100%, siempre se iba modificando. Me ayuda mucho a tener un orden para saber hacia dónde voy.

 

RF: Una de las características de tus crónicas es acercar al lector a un tema que parece muy alejado, ¿cómo trabajas para usar las comparaciones? Como el anillo de oro y los camiones de tierra en la crónica sobre Máxima Acuña, ¿cómo trabajas esa parte en sus textos?  
JZ: Es una operación que tiene que ver con la imaginación, no con la imaginación que inventa, sino con la imaginación que traduce eso que es difícil de comprender: una cifra, un porcentaje, un dato técnico. Convertirlo en una imagen hace que lector inmediatamente pueda reconocer y pueda grabárselo en su cabeza. Por ejemplo, en el capítulo sobre el oro hay una parte donde quería dimensionar la cantidad de oro que se extrajo a lo largo de la historia. Si ponía el peso total no te decía nada, así que lo puse en volumen. ¿Qué pasaría si todo ese oro fuese derretido? ¿Cuánto espacio ocuparía? Así salió la comparación de que todo ese oro extraído a lo largo de la historia si lo derritieran llenaría casi 4 piscinas olímpicas. Esa imagen inmediatamente ya te hace pensar: “¡Asu!, ¿tanto?”. Uno de los objetivos de todo texto periodístico —al menos para mí— debe ser la claridad. Cuando traduces ese dato técnico a una imagen estás cumpliendo tu trabajo. No solamente dar la información, sino hacer que el lector realmente la entienda y entienda la magnitud de ese dato o cifra.


RF: Has mencionado muchas veces, y se nota en los textos, que la reportería es tal vez una de las fibras más importantes de tus crónicas. La conversación con las comunidades, con los personajes, con los familiares de los personajes. Te he escuchado criticar a algunos periodistas de ahora, diciendo que solo levantan el teléfono para comunicarse y no van a la zona, ¿cómo trabajas la estructura para las entrevistas? Dices «voy a entrevistar a esta persona» o van surgiendo en el camino de la reportería…

JZ: Antes de hacer la reportería de estos textos me preparo. Establezco ciertos contactos en la zona, hago entrevistas a periodistas que han escrito sobre esto para hacerme un mapa inicial de la gente a la cual voy a abordar de acuerdo a qué tema. Hay especialistas que ven el caso de la madera, ven la deforestación, hay otros especialistas que ven el tema legal, hay otras personas que ven datos sobre el activismo o las muertes de los activistas y así. Voy haciendo un mapa inicial, una constelación de fuentes, que va a ir creciendo mientras reporteas. Yo trabajo de ese modo. Es como hacer una preproducción de un documental: vas a buscar locación, vas a ver qué entrevistados son los más indicados para entren en el relato. Es más o menos lo mismo solo que con menos presupuesto.

 

RF: Una de las características nuevas del libro, y que me parece muy importante sobre todo para los que queremos acercarnos a (los temas de los textos), es que has incluido bibliografía de cada crónica. La lectura de los libros dentro de los textos te sirven algunas veces para apoyarte con datos, ¿cómo trabajas cuando vas escribiendo las crónicas?, ¿haces una lista de libros o los encuentras en la investigación?
JZ: Lo que he hecho es ir a la biblioteca y teclear madera. Leo todo lo que haya o la mayor parte. O también he escrito Amazonía y a partir de ahí he comenzado a mapear. Me parece muy importante ir a la biblioteca, porque en Internet hay información, pero también hay mucha basura. Los libros de los buenos autores son un medio para filtrar esa basura. Si hablamos de gente seria, de investigadores que ya han leído más que tú y que también presentan muchas veces la bibliografía al final de sus libros que son puentes hacia otros libros y así. Para el capítulo del petróleo fue muy revelador cuando fui a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional a buscar las primeras noticias de cuando se inauguró el oleoducto norperuano. Yo ya había titulado el texto como: Un niño manchado de petróleo. Y cuando fui a la hemeroteca vi que en El Comercio las primeras noticias aparecían con caricaturas de ingenieros bañándose en petróleo. Eso era muy significativo. La primera noticia decía: “Trabajadores se bañan en petróleo extasiado por la alegría de haber encontrado ese lote petrolífero”. Esa información hace que el significado del texto cobre más potencia. Esos hallazgos no los encuentras en Internet tienes que ir a la biblioteca, tiene que ir a la hemeroteca para poder encontrarlo. A eso me refería con no solamente quedarte y hacer llamadas o hacer simplemente una observación, sino realmente hacer ese trabajo para poder comprender y deshilvanar la complejidad de esa historia.

 

RF: En el libro en la última parte, en el epílogo, hablas de la relación con tu abuela y la necesidad que sentías de acercarte a tus raíces y que más o menos por eso realizas estas investigaciones. Después de haber trabajado estos textos y tener ya un tiempo reportando, ¿qué ten han aportado estos textos para conocer a ti?
JZ: Puse el texto más personal al final porque el hacer el libro ha sido como una especie de viaje para mí. Al inicio no tenía consciencia de la conexión emocional con esas historias. Solo tenía una intuición nada más. Como cuento en el libro, mi abuela materna nació en una comunidad, migró a Pucallpa y luego a Lima, porque ella quería progresar, quería vivir mejor, quería estudiar, ser enfermera y logró muchas cosas. Tuvo dos casas, mandó a sus hijos a la universidad a pesar de que no terminó el colegio. Se esforzó mucho para progresar y poder encajar en una sociedad que todavía mira a la gente de la selva o en las montañas como gente atrasada, como gente inferior, como ciudadanos de baja categoría. Fui consciente y abracé esa conexión cuando comencé a organizar el libro. Me di cuenta de que así como mi abuela tenía una idea del progreso, para las personas que retrato en el libro el progreso no necesariamente es eso, era una cosa muy diferente o parecida pero no igual. Muchas veces para ellos el progreso tiene que ver con su vínculo con la tierra, su relación con los ríos, con el agua, con el bosque sin dejar de lado que también que de algún modo quieren el progreso que tiene la gente que vive en la ciudad. En la historia de nuestra república los gobiernos de distinto tipo han tratado de imponer una visión —muchas veces única— vertical y agresiva de lo que significa el progreso o de estos grandes proyectos de modernización, que tienen que ver con explotar recursos naturales para que la economía nacional crezca, crezca el PBI, crezcan infraestructuras y todo eso. Y se deja de lado otras maneras de entender el progreso, el desarrollo, que tienen que ver más con la agricultura, que suelen llamar desarrollo sostenible. Lo que intento hacer en el libro es una invitación para poder repensar el país en esos términos. Pensar en cuánto somos capaces de sacrificar, de ceder, de hacer en nombre de esa idea que tenemos de progreso, ¿qué cosa es realidad eso y cuál es el precio que pagamos para poder obtenerlo?

 

RF: Después de leer las crónicas del libro hay algunas que siento que han crecido después su primera versión, ¿has trabajado algunas crónicas para esta edición? Esto fue en el proceso de edición o sentías que le falta algo más…
JZ: El libro lo escribí casi por entregas. Fui publicando las crónicas en Etiqueta Verde, que es la versión medioambiental de Etiqueta Negra. Cuando las publiqué originalmente muchas cosas se quedaron por fuera, por el tiempo, por el espacio que tenía. Así que cuando elegí esas tres historias: madera, oro y petróleo, que son metáforas o son símbolos del progreso, comencé a abrir todos mis archivos y a poner lo que sentía que le iba a dar más complejidad, lo que podía permitir que el lector entienda de una manera mucho más clara. No solamente la información, sino las ideas que quería discutir en el libro. A mí me gusta mucho que mis textos tengan esa voluntad enciclopédica, a veces me sale, a veces no, pero si voy a hablar del oro voy a tratar de que esta visión del oro sea poliédrica, que puedas mirar el tema desde las ciencias sociales, la economía, la política, la divulgación científica. Tengo esa voluntad, porque siento que el lector va a tener más herramientas para poder comprender el problema estructural de ese conflicto. Han sido reescritas en gran parte para que las ideas que estaban en las versiones originales puedan ser mucho más claras y entendibles.

 

RF: Siento que la poesía es muy importante en el trabajo de los cronistas, por el ritmo, a parte siento que para ti también es importante. En tu Instagram compartes poesía y en la Casa de la Literatura llevaste el seminario sobre poesía del 70, ¿qué le aporta la poesía a tu escritura? 
JZ: Siempre cuando estoy escribiendo mis textos tengo algunos libros de poesía al costado. Para mí son importantes porque hacen que pueda encontrar un refugio para escapar de ese bloqueo, porque a veces te bloqueas. No sabes muy bien cómo continuar, te desanimas, te cansas. La poesía hace que me conecte emocionalmente otra vez con la escritura. Por otro lado, siento que la poesía me ayuda a acceder a la esencia del lenguaje, a encontrar la palabra adecuada para poder comunicar lo que quiero decir. Los poetas tienen la capacidad de decir en una frase lo que has has pensado, pero de una que te impacta, te genera una reacción emocional frente a lo que lees. Eso es muy importante, no solamente comunicar un conocimiento, sino también transmitir una experiencia. Que el lector sienta cosas al leer, porque yo las siento, cuando voy a reportear. Puede sentir indignación, rabia, temor, miedo, amor, cariño, muchas cosas que son muy humanas y que son universales. En el caso del texto del petróleo hice una enumeración muy larga de cosas que no existirían sino hubiera petróleo. Para mí era importante transmitir esa casi omnipresencia del petróleo en nuestras vidas. Me preguntaba: ¿Cómo le transmito esa saturación al lector? ¿Cómo hago que sepa que estamos bañados en petróleo, pero no nos damos cuenta? Entonces hice una enumeración: ponía cinco elementos, y decía no es suficiente, diez, quince, veinte, treinta y comencé a ordenarlos por como sonaba, no ponía cualquier elemento por poner, lo escribía, lo leía y decía: «¿cómo suena?», porque es importante, las palabras escritas en realidad son sonidos y todo sonido ordenando de algún modo te da una música. Me acuerdo que me inspiraba mucho en el poema «Muerte ignorada», que está en el poemario de Tromba de agosto, de Jorge Pimentel, que es un poeta, que a mí me gusta mucho. Ese poema es como una especie de letanía, donde Jorge intenta comunicar la llegada inminente de la muerte. Tú sientes una angustia in crescendo cuando lo vas leyendo. Me inspiré en el poema porque quería también de algún modo trasmitir esa saturación. Obviamente no tiene nada que ver con lo que hace de Jorge pero si me preguntas cuán importante es la poesía para mí, en mi trabajo como periodista te diría eso. Es importante porque creo que la función de un periodista, sea un cronista o no, pero sobre todo si estás haciendo ese tipo textos, tienes que trascender de la información, tienes que conseguir que el lector no salga ileso de la lectura, que sienta algo. Cuando buscas cierta belleza con la información y la escritura, el lector te lo agradece, porque realmente puede llegar a sentir cosas que lo van a interpelar.

 

RF: En un taller escuché la frase sobre el trabajo del editor decía: “qué te putee tu editor, para que no te putee el lector”. Y te he escuchado decir a ti que los editores están más preocupados por la ortografía que por editar realmente un texto, para ti, ¿cuán importante es el trabajo del editor en el periodismo?
JZ: Para mí es central y muy importante. Hay como una especie de sequía de editores, porque en mi corta carrera periodística he trabajado con editores muy buenos y de los cuales yo he aprendido muchísimo. Hoy en día soy editor, escribo como reportero pero también soy editor. Valerie Miles, la editora de la revista Granta en español, escribió una frase en un artículo relacionado a la función del editor de ficción, pero creo que se aplica también a la no ficción: «El editor es alguien que te dice la verdad». Para poder decirte la verdad un editor tiene que comprometerse y conocer lo que estás haciendo por eso decía que no solamente tiene que ver con corregir comas, hacer una corrección de estilo o simplemente ‘fact checkear’, sino realmente de ayudar al reportero a que pueda sacar lo mejor de sí mismo. Para mí un editor hace ese trabajo. Hay una cosa que aprendí de Julio Villanueva Chang, él decía—voy a parafrasearlo y seguramente cuando escuche esto va a decir. ‘Así no lo dije’—: «Un editor es un ignorante experto en hacer preguntas». Es casi, casi como un método socrático para que estas preguntas sean respondidas y de esa manera la historia, la información, el conocimiento y la experiencia puedan llegar de manera mucho más fluida. Uno nunca escribe solo. Al menos hay alguien que lee o debería leer tu texto antes de ser publicado. Muchas veces estamos como ensimismados en el relato, en la escritura del texto y de repente nosotros pensamos que estamos diciendo algo y en verdad estamos diciendo tal vez algo diferente. Yo creo que sí es importante, si al menos no todos tienen la fortuna de tener un buen editor, al menos tener un buen lector de tu trabajo.

 

Jaime Cabrera: Entre la crónica y la literatura hay un hermanazgo, hay una línea casi invisible. Está García Márquez que empezó su carrera como reportero. En el Perú también hubo cronistas que pasaron o saltaron hacia la literatura: Jeremías Gamboa, Juan Manuel Robles. Y siempre un cronista también de cierta forma se le pregunta si tiene ese interés de pasar a ese lado de la literatura, ¿tú también tienes esas inquietudes de crear ficción?
JZ: Ahora no. Yo soy periodista y hago periodismo. Sí busco una cierta voluntad estética en lo que escribo, pero para mí la crónica no es que sea un género menor al cuento o la novela, tiene su metodología. En este momento de mi vida me siento muy cómodo con la crónica y la no ficción. No escribo poesía, pero me encanta leerla; no escribo cuentos, pero me encanta leerlos. Escribo diarios, llevo diarios con recuerdos de cosas que me han pasado, cosas más personales. La no ficción es una veta muy interesante que al menos en el Perú se está abriendo. Ejemplos hay como Gabriela Wiener, José Carlos Agüero, Marco Avilés, y un largo etc. Desde mi punto de vista y mis intereses hay muchas cosas que quiero contar todavía en ese registro (de no ficción). No hay una necesidad mía de contar en ese registro (de ficción). Ahora no me cierro a la posibilidad en algún momento de escribir algo de eso. Me ilusiona mucho hacer cómic gráfico periodístico o hacer un podcast. Hay muchas maneras de comunicar las historias que uno lleva adentro o quiere transmitir.

 

Los cinco libros favoritos de Joseph Zárate

  1. Tromba de agosto, de Jorge Pimentel
  2. Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich
  3. El adversario y De vidas ajenas, de Emmanuel Carrère
  4. Si esto es un hombre, de Primo Levi
  5. Una historia sencilla, de Leila Guerriero

Bonus track

  1. El hambre, de Martín Caparrós