Irma del Águila: “Una buena novela tiene ciertas preguntas”

 

Conversamos con la escritora Irma del Águila, quien en La isla de Fushía realiza una indagación literaria y personal a partir de uno de los personajes de la novela de La casa verde, de Mario Vargas Llosa.

 

Por Alberto Rincón Effio

La isla de Fushía es una novela que tiene tanto de aventura literaria, como de crónica e investigación rigurosa. Una búsqueda personal llevó a la escritora Irma del Águila a atar cabos, a viajar a Santa María de Nieva y andar sobre las huellas que Mario Vargas Llosa dejó en 1958 y lo llevó a escribir su segunda novela, La casa verde (1966). Sacudiendo el polvo de los años, desentrañando mapas imperfectos, la autora logra registrar el testimonio de personajes cercanos a los que habitaban, hasta entonces, en la ficción como Fushía, Reátegui, Jum, Lalita y otros. La Isla de Fushía, que el propio Vargas Llosa leyó y elogió en una carta personal a la autora, tiene la ambiciosa misión de revivir esa caja china que es La casa verde y los antepasados de la autora, para demostrarnos que también la realidad y sus puntos oscuros son material exquisito de exploración. Un libro que tiene de periodismo narrativo, novela histórica y autobiografía, pero que logra ser, con una prosa sencilla, ese amasijo de voces que nunca desentona.

La isla de Fushía, ¿en qué categoría literaria crees que encaja mejor?
Es definitivamente un texto de ficción, en la medida en que me he dado muchas libertades; pero, digamos, el contexto sí es histórico. Creo que el personaje y los trazos gruesos de la vida del personaje son ciertos.

Es decir, buscando la leyenda de la isla terminaste escribiendo este libro…
Claro, buscando esta fantasía. Arrastrando una historia familiar: de dónde vienen los Del Águila.

¿En qué momento empezaste a escribir este libro?
Yo pensaba escribir otra historia, pero alguien me comentó que la familia Tushía –porque el apellido es Tushía, no Fushía— existía, entonces rastreé a uno de sus hijos y así llegué a Santa María de Nieva en el 2011, en el primer viaje, al final hice dos. Él me llevó a conocer a su madre, una aguajún, una señora muy anciana que fue una de las ‘mujeres principales’ de Fushía.

Las novelas de Vargas Llosa son siempre una caja china…
Sí, en La casa verde yo me sentí más atraída por la historia de la selva. Antes de saber si iba a seguir los rastros de Fushía o no, me interesaba la historia del japonés (Jum) de Bonifacia, Lalita. Me encantaban los paisajes, internándose para llegar a una isla. Me encontré con la posibilidad de investigar la vida del cauchero y entrar por el río Santiago para encontrar recuerdos menos amables del personaje. La imagen de un personaje encerrado en una isla con sus mujeres es una imagen que en el mundo contemporáneo es difícil de encontrar pero que ha dado para novelas y fantasías. Me pareció una imagen muy fuerte que daba para construir una narración que se apoyara en la búsqueda de esa fantasía.

la-isla-de-fushia-imagen-portada¿Cómo fue tu soporte documental?
Fue básicamente historias orales de vecinos de Santa María de Nieva, uno de ellos un profesor adolescente, otro el hijo de Jum que es el cacique que abre la novela La casa verde —Jum murió hace 6 años— y también el hermano de uno de los trabajadores de Fushía. Casi es un trabajo etnográfico y de recopilación de información testimonial. También hubo un trabajo de crítica, de ver trabajos que se habían escrito sobre La casa verde y releerla, clasificar sus personajes, releer Historia secreta de una novela, hablar con gente que había estado en la expedición de 1958, principalmente con José Matos Mar y buscar algo de mapas para encontrar la isla.

¿Cómo te has sentido en este género?
Fue un aprendizaje. Es un texto de exploración de la selva e íntimo sobre mi relación con la selva que de una manera heredé de mi abuela y mi padre que fueron colonos. Del pavor que a mí me suscitaba el río porque lo heredé de las historias de la abuela y de cómo intento regresar para crear mi propia imagen de la selva; reconstruí una historia que, finalmente, es la memoria de un personaje y encontré esa selva conflictiva, con matices, contradictoria, con diferentes voces que no es un paisaje coral, sino, discordante. Creo que es esa búsqueda intima de una selva muy dura.

¿Crees que otra prueba de tenacidad fue cerrar el libro?
Sí, pero cerrar la biografía de Fushía porque creo que la novela queda abierta, las voces siguen circulando, no es que todos los cabos estén cerrados. Creo que una buena novela tiene ciertas preguntas y cierto trabajo también de parte del lector.

Dices en la página 84: “La memoria no es, sino, un recuerdo encubridor”…
Eso es Freud. Recordamos lo que ha sobrevivido a la censura, siempre es así, y muchas veces recurrimos al psicoanálisis para poder explorar eso que nos resulta ingrato y nos permite seguir viviendo.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE IRMA DEL ÁGUILA

  1. Austerlitz, de W. G. Sebald.
  2. Las Geórgicas, de Claude Simon.
  3. La casa verde, de Mario Vargas Llosa.
  4. Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa.
  5. Jardines, de Enrique Bruce Marticorena.