Fiodor Dostoievski: “Quisiera expresar en alguna obra lo que rebosa en mi espíritu”

Algunas consideraciones de Fiodor Dostoievski sobre la creación literaria expresadas en su diario y y epistolarios.

Por Fiodor Dostoievski

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Casi nadie miente en literatura; en lo demás, no sé. Si existiera una mentira literaria, pasaría inadvertida.

La claridad y sencillez de un estilo merecen atención y aplauso especiales en un tiempo en que hay publicistas que en los periódicos hacen gala de oscuridad, pesadez y rebuscamiento, probablemente pensando que todo eso contribuye a la profundidad de la idea. Hay quien asegura que ahora, cuandoalgún crítico quiere beber, no dice sencilla y francamente «que me traigan agua», sino algo por este estilo: «tráigame el principio esencial de disolución que sirva para ablandar los elementos más sólidos alojados en mi estómago».

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Hace falta el talento del literato para producir impresión. Se puede conocer el hecho, haberlo presenciado personalmente centenares de veces y no haber recibido, sin embargo, la misma impresión que cuando viene un individuo particular y refiere ese mismo hecho, pero a su modo; lo explica con palabras suyas, y obliga a mirarlo con sus propios ojos. En ese influjo se reconoce el verdadero talento. 

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(…) si la poesía, la palabra, la literatura también es una medicina, ha de estar ajustada asimismo a dosis; ¿qué es lo conveniente y no lo conveniente en poesía? Por la medida es ésta: cuanta más simpatía despierte en la masa el poeta, tanto más justificada estará su aparición. Cierto que en esta puede haber grandes errores y desviaciones capitales; se han dado casos en que la masa no ha sabido lo que necesitaba, lo que debía amar, a quién debía conceder su simpatías. Pero estas desviaciones no tardan en rectificarse ellas solas, y la sociedad hace siempre por dar con el camino perdido. 

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Ahí tenéis a nuestros literatos y artistas contemporáneos. Hacen sus primeras armas y no quieren saber nada de cuánto les precedió; les basta consigo mismos, y no necesitan más. Predican lo nuevo, proclaman el ideal del verbo nuevo y el nuevo hombre. No conocen la literatura europea ni la rusa. No han leído ni ni quieren leer nada (…) Fraguan nuevos héroes y nuevas mujeres, cuya novedad todas se cifra en que dan su décimo paso, olvidándose de los nueve primeros, viniendo a encontrarse en la situación más falsa que imaginarse pueda. 

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Créeme a mí; para todo se requiere trabajo, una labor gigantesca. Ten la seguridad de que cualquier poemilla gracioso ligero de Pushkin nos parece ahora a nosotros tan gracioso y ligero precisamente por lo mucho que lo trabajó y corrigió el poeta. Esa es la verdad. Gogol tardó ocho años en escribir sus Almas muertas. Todo lo que sale de un tirón es todavía verde. (…) Yo empiezo por escribir cada escena según se me ocurre en el primer momento, y me recreo mucho con ella; pero luego la trabajo durante meses y hasta un año. 

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De sobra sé que yo no escribo tan bien como Turgueniev; pero la diferencia, realmente, no es tan grande, y espero, con el tiempo, escribir tan bien como él. ¿Que por qué, estando tan apurado, me avengo a cobrar 100 rublos por pliego, mientras Turgueniev que posee dos mil siervos, cobra 400 rublos? Pues por eso mismo de que soy pobre y tengo que trabajar a vuela pluma y por el dinero; así que todo lo echo a perder. 

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Yo tengo mis ideas propias sobre la creación del arte; y aquello que los demás califican de casi fantástico y excéntrico constituye para mí muchas veces lo más característico de la realidad. La cotidianidad de los fenómenos y un modo convenido de considerarlos no es, a mi juicio, realismo, sino todo lo contrario. ¡En cualquier periódico hallará usted relatos de los sucesos más reales y al mismo tiempo más extraordinarios! A nuestros escritores todo eso les parece fantástico; no entienden una palabra, pues precisamente son realidad, son hechos. Pero ¿quién vas fijarse en ellos, iluminarlos y escribirlos? Son cosas de todos los días y todas las horas, y en modo alguno excepciones. 

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¡Si usted supiera, Sónechka, cuánto cuesta ser escritor, es decir cargar con la suerte del escritor! Mire usted: yo estoy seguro de que si dispusiese para escribir una novela de dos tres 3 años –lujo que pueden permitirse Turgueniev, Gonchárov y Tolstoi– me saldría una obra de la que se hablaría aún pasado un siglo. No es jactancia. 

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Dicen que el tono y el estilo de una novela deben salir espontáneos. Eso es cierto; pero a veces desentonas y tienes que volver a templarte. 

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Cuando me pongo a escribir una novela enseguida me asalta una muchedumbre de argumentos para otras tantas novelas y cuentos, por lo que luego se resiente todo de falta de medida y armonía. (…) Incurro también en otro defecto y es que, arrebatado de inspiración poética y subyugado por una idea, me lanzo empresas superiores a mis bríos.

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Lo que más me apura es el fiasco del trabajo; me pongo escribir, me atormento y dudo, y no me siento con brillos para empezar. No se pueden escribir obras literarias por encargo, bajo la amenaza del látigo; para ello se requieren tiempo y libertad. 

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No necesito decir (…) que toda mi actuación literaria sólo tiene para mí un valor ideal determinado, sólo encarna un fin, una esperanza, y que yo no lucho por la gloria ni por el dinero, sino única y exclusivamente por la síntesis de mis ideas artísticas y poéticas, y que antes de morirme quisiera expresar de lleno en alguna obra lo que rebosa en mi espíritu.