El discurso vacío de «Los bosques tienen sus propias puertas»

¿Estamos frente a un resbalón en la obra de Carlos Yushimito? En este artículo encontramos algunas razones para considerar a su cuentario Los bosques tienen sus propias puertas como un libro menor en su producción literaria, la cual viene precedida de auspiciosos comentarios. En esta obra, editada por PEISA, hay un empecinamiento en los juegos de lenguaje que no son eficaces. Toda lectura no está exenta de polémica.

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Carlos Yushimito es uno de los escritores jóvenes cuya obra tiene repercusión fuera del Perú. (Foto: André Agurto)

 

Por Rómulo Torre Toro*

En la década pasada se produjo un fenómeno interesante en nuestro medio: la irrupción de varios escritores jóvenes que, a través de sus publicaciones, prometían un cambio de aire, una pequeña renovación literaria a nivel local. Por supuesto, el tiempo ha aclarado las cosas. Así, mientras unos fueron diluyéndose con cada nueva publicación hasta casi desaparecer, otros han consolidado su propuesta y su reputación y han merecido más atención de la crítica. Entre estos últimos el nombre de Carlos Yushimito (Lima, 1977) parece tener mayor notoriedad. Y no es casualidad. Desde la aparición de Las islas (2006) y sobre todo con Lecciones para un niño que llega tarde (2011), título que le permitió ingresar al mercado español, la figura y el trabajo de Yushimito han ganado celebridad. Sin embargo el lanzamiento de su último libro, Los bosques tienen sus propias puertas (Peisa, 2013), no le hace mucho favor. A todas luces se trata de un libro menor que empecinado en los juegos de lenguaje y los ejercicios de estilo, ha olvidado contar, decir algo, acercarnos a una historia y a unos personajes a los que podamos conocer y reconocer.

Los seis cuentos que conforman Los bosques tienen sus propias puertas no poseen muchos puntos de contacto. Se trata de una colección dispareja y desarticulada de historias en la que resulta difícil señalar ejes temáticos en común o algún otro rasgo que permita pensar el libro como unidad. La diversidad de géneros, que van desde el fantástico hasta el policial y la ciencia ficción, tampoco ayuda a una rápida clasificación. Uno de los pocos elementos que atraviesa el libro es el aliento poético, esa clara intención de dotar a la prosa de una forma elevada a través de imágenes sobreelaboradas, constantes símiles que pretenden mostrarnos la realidad “desde otro ángulo”, y un excesivo uso del sentido figurado y el rodeo léxico. Otra de las características es la carga reflexiva. Todos los personajes reunidos en estos cuentos –sin excepciones– están en permanente reflexión: los personajes evalúan sus acciones, sus sentimientos, sus estados de ánimo y, sobre todo, lo humano:

“Es curioso cómo uno busca siempre la altura para salvarse –dijo Tominaga–. Se le parece mucho subirse a una cama y taparse con las sábanas. ¿No lo hacías tú de niño? Ahora pienso que es como si le tuviéramos todo el tiempo miedo a la tierra que estamos pisando. Como si algo estuviera a punto de nacer de ella y, en el fondo, lo supiéramos todo el tiempo.” (pg. 103).

YushimitoPost2_romuloEsta mezcla de lucidez, agudeza e ingenio, sin embargo, no resulta convincente. Básicamente, porque es evidente la intención de ser lúcido, agudo e ingenioso. Es decir, hay una deliberada voluntad de ser literario en el modo de observar y pensar. A veces pareciera que los personajes están hablando para la posteridad, para que sus frases sean grabadas y repetidas como grandes lecciones para entender la naturaleza humana. Algo similar sucede con los narradores, porque excavan en la intimidad de sus personajes hasta encontrar una verdad última en ellos. Un buen ejemplo es el relato que da título al libro, Los bosques tienen sus propias puertas, que narra el descubrimiento de una muchacha sobre sí misma en el transcurso de un viaje. Como es un relato de aprendizaje, ese descubrimiento debería correr a cargo de Zoe Klim, la protagonista, pero por momentos ese proceso parece ser un pretexto para que el narrador luzca su capacidad de ver lo no evidente en sus criaturas:

“[Zoe Klim] Volvió a mirarlo y se puso nerviosa, nada más porque supo que esta vez él no mentía, acaso porque aquella impresión iba acompañada de una mirada que parecía haberse equivocado de sitio, un lado obceno [sic] que se torcía como el cuerpo de una serpiente y se equivocaba de sitio y mordía y ella se daba cuenta de que no estaba siendo como cualquier otro chico del Beaver County. Lo que en otras ocasiones le hubiera ocasionado un ataque de risa, esta vez, para su desconcierto, la hizo sentir vulnerable e inquieta.” (pg. 132).

Estos dos aspectos –el aliento poético y la carga reflexiva– han sido destacados, de alguna u otra manera, por casi todas las reseñas que se han publicado sobre este libro. Ha sido así porque en ambos se sostiene el estilo de Yushimito. Cuando hablamos de estilo no nos referimos solo al plano formal, que ya hemos visto, sino a algo mucho más importante y que se construye a partir de él: el modo de mirar. El estilo se ajusta a la manera individual y distinta de captar lo que nos rodea, de entenderlo y representarlo en la ficción. Nos parece que ahí está la gran debilidad de los relatos que forman Los bosques tienen sus propias puertas: se siente que la mirada de Yushimito es forzada, poco auténtica. El lector puede percibir que esa insistencia en mirar la realidad de una manera distinta, de hacer extraño y perturbador lo cotidiano, o de encontrar complejidad en cosas simples responde a una estética que quiere ser original, que anhela ser distinta y diferente. Uno de los personajes explica bien esto: “he venido pensando que se trata de una variante del mismo sueño. Solo que es como haberlo visto, esta vez, desde otro sitio.” (pg. 119). Sin embargo, esa otra perspectiva para observar y entender el “trasfondo desconocido de la existencia” nunca funciona. Todo lo contrario: cada historia parece un ejercicio agotador de lenguaje, un despliegue de recursos y figuras que gira sobre sí mismo. Por esa razón, la sensación que nos deja es la de haber leído un discurso vacío.

PostRomuloYushimitO3Por otro lado, algunos relatos de Yushimito no resultan muy originales. De hecho vienen a ser repeticiones de otras propuestas, de otros proyectos narrativos. En ese sentido, este libro no representa una reelaboración o una lectura distinta de la tradición, sino una continuidad poca renovadora. A manera de ejemplo, podemos revisar dos relatos. El primer cuento es uno de los más logrados del conjunto. Flechado por Tocantins trabaja sobre la oposición entre la realidad y la ficción: una actriz secundaria encuentra, gracias a su papel en una telenovela, la emoción y la sensación de completitud que no tiene en su vida real. Más allá de los giros que intenta dar la historia, el planteamiento básico no difiere mucho del que encontramos en El destino no tiene favoritos (2003), la película de Álvaro Velarde: en el cruce con la ficción, la realidad puede llegar a ser más extraña, más inesperada y más telenovelesca. En buena medida, Flechado por Tocantins viene a ser una simplificación de la lógica que anima a los personajes de Puig: la ficción como productora de realidad. Por eso, el desarrollo y el desenlace de la historia resultan harto conocidos, a pesar de que intenta llevar un empaque novedoso.

Los climas extraños, uno de los puntos más bajos del conjunto, es la historia de un hombre cuyo rostro empieza a transformarse. Aunque nadie detecta esos cambios, ni su mujer ni sus amigos más cercanos, el espantado protagonista ve cómo día a día se convierte en otra persona. Entonces ocurre: un día, cuando entra a un restaurante para almorzar, descubre a su mujer con un hombre que para la sorpresa del protagonista tiene su nuevo rostro. El paralelo con cualquier historia de Cortázar es evidente, tanto en la estructura como en el manejo del factor sorpresa que termina resolviendo el relato. La angustia existencial, la idea del desdoblamiento y la dicotomía entre sueño y realidad son tópicos que abundan en la narrativa trabajada por el escritor argentino. Los climas extraños repite el formato y la temática más convencionales del género fantástico.

Los bosques tienen sus propias puertas es un libro un tanto decepcionante. Representa, en líneas generales, un punto negativo en el conjunto de su obra. No solo porque se ha alejado del modo de narrar que tenía en sus primeras entregas, lo que le valió el justo reconocimiento de la crítica, sino porque además posterga la consolidación de su escritura, un paso que hasta ahora se esperaba.

 

 

 *Rómulo Torre Toro (Lima, 1987). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado reseñas y cuentos en la Bitácora de El Hablador y Germinal (Actualidad, política y cultura)

 

 



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