Dos aniversarios y dos reediciones de Carmen Ollé

 

La editorial Peisa reeditó el año pasado Las dos caras del deseo, una de las novelas más interesantes de Carmen Ollé, cuya primera edición cumple 25 años este 2019 y era inhallable en librerías. Junto a ella, Peisa también reeditó Retrato de mujer sin familia ante una copa, un peculiar libro híbrido de su autora, que tiene alguna conexión con Las dos caras del deseo pero, particularmente, con su segunda novela, Pista falsa, que justo este mes de marzo cumplió 20 años de haber sido publicada.

 

Por Bruno Ysla Heredia

El año pasado fue uno de importantes reediciones de libros de culto o inconseguibles en el mercado formal limeño como Vox horrísona de Luis Hernández (Pesopluma), La trampa de Magda Portal (Cocodrilo), Continuidad de los cuadros de Rossella Di Paolo (Paracaidas, que sigue lo iniciado con la reedición del primer poemario de Di Paolo, Prueba de galera, en 2017), Este es mi cuerpo de Lizardo Cruzado (Pesopluma, otra vez), El copista de Teresa Ruíz Rosas (Surnumérica), Perro negro, 31 poemas de Mario Montalbetti (Paracaídas, de nuevo), entre varios otros.  A los que, recientemente, se ha unido la esperada reaparición de otro inhallable, Muerte en el pentagonito de Ricardo Uceda  (Planeta).

Aunque varias de estas reediciones no pasaron desapercibidas en los medios, sea a través de reseñas o en los recuentos del año, algunas de ellas no tuvieron tanta repercusión.  Ello fue lo que pasó con la segunda edición de Las dos caras del deseo (1994), reeditada 24 años después por Peisa, para su colección Peisa Bolsillo, y que solo fue recordada en el recuento anual que elaboró José Vadillo para El Peruano.

 

LAS DOS CARAS DEL DESEO, EL “ALPINCHISMO” DESDE LA COTIDIANIDAD.

La primera novela de Carmen Ollé cuenta la historia de Ada, una profesora universitaria cuya vida anodina se ve trastocada por la repentina aparición de una antigua amiga, Martha, y la joven pareja de ésta, Eiko. Hasta ese momento, su vida emocional fluía de acuerdo a un tácito plan: Separada de Luis, un filósofo egotista que vive en EE.UU., y amante de Quiroga, profesor universitario como ella, en medio del tedio de la enseñanza en una universidad nacional que se debate entre la subversión y la toma por las fuerzas militares.

La reedición de esta novela.

Con su vida en revolución por estas presencias, y con el trasfondo laboral y político cada vez más incierto, Ada, queriendo y no queriendo, pide licencia en la universidad y se dejará arrastrar a los EE.UU., a instancias de su exmarido, quien la dejará casi a su suerte en Elizabeth, Nueva Jersey. Allí, sin mucho ánimo, y con sus últimas experiencias en Lima aún frescas, empezará a trabajar en un almacén clandestino de ropa, en un ambiente de más tedio. Esto cambiará cuando empiece a frecuentar al haitiano Jean, y luego a Madame Eduarda, una anciana martiniquesa que se dedica a reproducir arte africano, y que se volverá una especie de guía emocional para Ada.  ¿Encontrará así, finalmente, el rumbo de su vida? ¿Retornará a Lima a concluir lo que dejó allí o decidirá hacer su vida en los EE.UU.?

Se suele incidir en que el deseo del título hace referencia al deseo sexual, por ejemplo,  este texto de la estudiosa Susana Reisz, o éste del peruanista Roland Forgues, y es acertado hacerlo, sin embargo, en realidad, la novela va más allá de eso, pues, en general, Ada es un personaje que se debate entre la abulia y las ganas de salir del páramo en que se encuentra. Ella misma reconoce su falta de decisión y su desidia. Se cuestiona su divorcio con Luis, así como sus relaciones con Quiroga, enseña en una universidad aunque no disfruta de la docencia. Quiere irse del país, necesita hacerlo, pero no se atreve a dar el gran paso. Su indecisión se ve hasta en pequeñas cosas, al principio de la novela se percibe su descontento con Ladieli, su compañera de vivienda, pero cuando ésta se va para casarse, termina extrañándola.

Aunque en la novela de Ollé no se señala una fecha exacta, por hechos como la toma militar de la universidad, también tratada en la obra de Miguel Bances, que comenté hace algunos meses aquí,  es sencillo discernir que lo narrado transcurre a principios de la década de 1990, durante el primero de los gobiernos de Alberto Fujimori, a pesar de que nunca es mencionado quién gobierna, y antes de la captura del líder terrorista Abimael Guzmán.  Bastan las menciones de la toma y de algunos hechos relacionados a ella, además, de la actitud de los estudiantes del curso de Ada, y de las breves menciones de las noticias que llegan a EE.UU, sobre la política y economía peruanas, para que se perciba un entorno de tensión permanente, sobre todo en la primera parte de la novela.  Al respecto, el inicio de la novela, que muestra la costumbre de Ada de pasear los domingos por el cementerio La Planicie, resulta muy elocuente; así como también la presencia de una funeraria cerca de la pensión donde vive Ada en Elizabeth.

Me parece interesante observar, a grandes rasgos,  el contexto literario en el que apareció esta obra: Laura Riesco publicó ese mismo año (1994) Ximena de dos caminos y un año anterior (1993), Edgardo Rivera Martínez había hecho lo propio con País de Jauja, novelas que enfocan, desde la visión de la niñez o la adolescencia, el tema de la identidad o el mestizaje en nuestro país; unos pocos años antes, en 1991, Miguel Gutiérrez había lanzado los tres tomos de La violencia del tiempo y, dos años más tarde, Mario Vargas Llosa, sus, entonces, cuestionadas memorias, El pez en el agua, ambos libros ofrecían unas narraciones o historias desde lo épico, sea a través de la saga familiar, en el caso de Gutiérrez, o de la incursión en la política profesional, poniendo en suspenso su carrera literaria, en el de Vargas Llosa.

Carmen Ollé,  frente a aquellos textos que narran los grandes temas de lo nacional, traza otra vía, de una manera sutil, y Ada, con su dejadez y falta de decisión, me parece un personaje representativo, hasta arquetípico, de la apatía política, en medio de esa tensión opresiva, de un gran sector de la población en el primer quinquenio de la década de 1990, eso que se llamó “alpinchismo”.

Es cierto que el subgénero que fue llamado narrativa joven urbano marginal (JUM), iniciado precisamente el año anterior, 1993, con la novela Al final de la calle de Oscar Malca (reeditada también el año pasado con su título original, Ciudad de M), y cuya obra más popular fue la novela de Jaime Bayly, No se lo digas a nadie, que apareció en el mismo año que la de Ollé, representan la cara más individualista y nihilista de este “alpinchismo” (que para quien no lo sepa es un vulgarismo cuyo significado puede resumirse en: No comprometerse política ni socialmente), sin embargo, coincidentemente, quizás, la novela de Ollé se opone a estas obras, que tenían una especie de microépica, con sus juveniles días y noches de sexo, drogas y violencia, pues el drama de Ada se cuenta desde la cotidianidad de una  vida madura que es, parafraseando un título de Miguel Gutiérrez, completamente ordinaria, en comparación al típico personaje de la narrativa JUM, claro (Ada no se identifica con el rock, aunque encuentra interesante la música de la cantante alemana Nico, que le hace oír Eiko; la marihuana le cae mal y parece no beber alcohol)  pero, no por ello carente de interés.

Sobre esto, es importante citar un artículo de Marcel Velásquez, justamente sobre narrativa de la década de 1990 donde compara, como también lo hace Susana Reisz, en el texto citado anteriormente, el enfoque de la sexualidad en la novela de Ollé con el de la de Bayly: “El mérito de la narradora es presentarnos estos nuevos actores sin ninguna sanción moral. A diferencia de Bayly, las prácticas homoeróticas no requieren de estímulos adicionales como licor o drogas, porque son prácticas cotidianas y están despojadas de cualquier aura de heroicidad o marginalidad.”

Primera edición.

Para lograr ello, Carmen Ollé, además de emplear un lenguaje fluido, con énfasis más en las sensaciones de los personajes, sus diálogos y acciones, que en las descripciones, usa frecuentemente  la ironía y se expresa de una manera muy sutil y sugerente (una influencia de Patricia Highsmith, como ella misma ha dicho en más de una ocasión). Todas estas son características, con sus más y sus menos, constantes de su narrativa y en esta novela alcanzan sus cotas más altas. Ejemplo de ello, son las intermitentes alusiones a la dualidad del título, sea a través de personajes o lugares;  o el desarrollo de la relación entre Martha y Eiko que me parece una velada lectura del comportamiento de cierto sector de la izquierda peruana y sus aliados a finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990; o la lucidez de Ollé para cuestionarse y reírse de sí misma en más de un pasaje de la novela.  Es de destacar, también, su facilidad para mezclar lo sagrado con lo profano en pasajes muy sugestivos: Como este comentario cuando Ada visita a Martha mientras ésta redacta documentos burocráticos admonitorios, “El perro poodle descansaba a los pies de su dueña, lamiéndose los genitales.”, o este otro “…el decanato le inspiraba imágenes lúbricas. Cada vez que pasaba cerca no podía dejar de asociar al recinto con la verga de Quiroga.”

Fuera de estas observaciones relacionadas con el realismo y, a la luz de la última novela de Ollé, Halo de la luna, que leí primero, me parece que en Las dos caras del deseo está el germen de esa especie de cuento de hadas perverso, o lectura crítica al modelo de los cuentos de hadas, que terminó de aflorar en aquella última novela (aunque ya se hacía claro en el libro anterior, Halcones en el parque) y se puede leer también de esa forma: Ada, no es extraño que el nombre sea homófono de la palabra hada (y algo hay de eso en uno de los epígrafes de la novela), está a la espera de que el que tendría que ser su príncipe, su ex marido Luis, la saque de ese mundo de cabeza donde se encuentra, donde ella no tiene poder alguno, a los amantes se les llama de manera institucional por el apellido (Quiroga) y a los ex maridos de manera coloquial por el nombre (Luis) y donde las amistades no son siempre lo que parecen. El príncipe la rescatará pero para dejarla en una prisión regentada por una bruja (Mónica, su casera en Elizabeth, técnicamente lo es) y otra de las inquilinas de la pensión le dirá a Ada que no saldrá de allí, como si se tratara de un encantamiento.  Al conocer a Jean y a Madame Eduarda, estos le darán amuletos, que Mónica teme y calificará de brujería y que se enlazan con el antiguo sueño de Ada de viajar a África. ¿Quiénes son en realidad Jean y Madame Eduarda que desaparecen y aparecen? ¿Serán sus presencias suficiente o Ada descubrirá que la solución sólo está en ella misma?

Si bien se le puede hacer algunos cuestionamientos a la novela, como la rigidez de los diálogos en el primer encuentro de Ada con Martha y Eiko o situaciones que al final no terminan por ser del todo claras, en general Las dos caras del deseo es una novela más que interesante, y que, como se ha visto, permite más de una lectura, lo que la hace muy rica; por ello, realmente vale la pena leerla, y debería ser muchísimo más conocida por el gran público.

 

 

PISTA FALSA, VEINTE AÑOS DE INCURSIÓN EN LA NOVELA NEGRA.

Cuando hace un par de años apareció el libro Halo de la luna, tanto las notas de prensa como la contratapa de la obra mencionaban que con este, la autora “incursionaba en la novela negra”.  Sin embargo, al leer la breve novela y también por declaraciones de la misma Ollé, el género resultaba un poco diferente. No obstante, aún si aquella observación hubiese sido correcta, obviaba que ya se había producido esa incursión con la publicación de la novela Pista falsa en marzo de 1999.

Cinco años después de Las dos caras del deseo, Carmen Ollé publicó una novela menos ambiciosa en cuanto a sus personajes, escenarios y sensaciones (y también en extensión) pero no en lo relativo al tratamiento pues es su particular versión de una historia detectivesca, un género no muy común en la narrativa local, lo que de por sí ya le otorga algún interés a la obra.

Esta vez es la historia de Irene, una viuda que trabaja en una embajada y tiene una relación, de índole sexual sobre todo, con Rafael, un chico culto y que podría ser un personaje de la narrativa JUM, bastante menor que ella (él la llama cariñosamente “viejita”).  Como Ada, Irene es un personaje carente de ambición y se siente aburrida con su vida pero, a diferencia de aquella, parece haber aceptado ya su situación u observar la vida con más cinismo. También como Ada, su vida cambiará de manera fortuita, pero, en su caso, será por el recuerdo que le transmitirá una visión, que tiene en una de sus frecuentes visitas a un antiguo puente en el centro de Lima. El recuerdo será el de su fallecida amiga de la adolescencia, Tessa, desaparecida en Mallorca, y a través de él llegará a encontrar el diario de ella en la casa de la familia de ésta en Chiclayo. A partir del hallazgo, Irene conocerá a una serie de extraños personajes, entre los que destacará el detective Planas, quien también está interesado en el diario y tras cuya aparición se sucederán algunas muertes; por lo que Irene se preguntará si lo de Tessa en Mallorca fue un accidente, un suicidio o un asesinato.

Como señaló el crítico Javier Agreda, en su reseña a Retrato de mujer sin familia ante una copa, en Pista falsa, Carmen Ollé lleva la narración “hasta el límite de lo verosímil”.  Lo que era una peculiaridad en el último tramo del libro anterior, la ubicuidad de algunos personajes, aquí se torna en una constante, como si se tratara de una obra de teatro donde unos cuantos actores hacen varios papeles a la vez. Ello me hace pensar, otorgándole el beneficio de la duda a la obra, si acaso es una novela fantástica disfrazada de novela realista, donde no solo son posibles estas apariciones fortuitas sino también unos extraños personajes como las viejecitas misteriosas, con las que Irene se topa, o curiosos grupos de culto.

En lo último siento alguna relación con la obra del escritor mexicano peruano Mario Bellatin; Bellatin logró su consagración a nivel local luego de la publicación de su novela Salón de belleza, en noviembre de 1994 (el mismo año de Las dos caras del deseo, claro), aunque ya era un autor de interés por sus dos novelas anteriores, Efecto invernadero y Canon perpetuo, todas publicadas por Jaime Campodónico. Un año después de la publicación de su libro consagratorio, Bellatin dio a conocer Damas chinas, con la editorial El Santo Oficio, una novela que fue recibida con tibieza en las reseñas, pero que yo disfruté mucho; allí hay una historia dentro del relato principal en la que aparece una anciana misteriosa con una corona en la cabeza y que todo indica que ha perdido un hijo, un personaje inolvidable. Su siguiente libro, Poeta ciego, una coedición de Peisa con Tusquets, era una novela sobre una secta basada en una obra de teatro que estrenó años antes en Lima, Black out, los cadáveres valen menos que el estiércol, pero para cuando fue publicada, en 1998, Bellatin hacia algunos años que había dejado el Perú para volver a su país de nacimiento, México.

Carmen Ollé publicó Pista falsa también con El Santo Oficio, una editorial aparecida en la década de 1990, con un catálogo notable que incluyó algunas de las novelas más recordadas de la narrativa JUM; como la ya mencionada Al final de la calle de Oscar Malca y también Contraeltráfico (1997) de Manuel Rilo, que en su momento Oswaldo Reynoso calificó de “muy importante”. Aparte de estas novelas, de Damas chinas de Bellatin (y la reedición de sus tres libros anteriores en un solo volumen, Tres novelas), la editorial publicó el primero de los libros de ensayos del crítico de rock Pedro Cornejo (1994), la segunda novela de Patricia de Souza, La mentira de un fauno (1998), la primera de Carlos Herrera, Blanco y negro (1995), también la primera de Fátima Carrasco, El europeo (1995) y un curioso libro que daba la impresión de llevar a la narrativa el lado más visceral de Noches de adrenalina: 56 días en la vida de un frik (1996), de la conocida bailarina Morella Petrozzi, entre otras obras.

Con Pista falsa, Ollé pareció hacer acuse de recibo de este contexto, especialmente en lo que se refiere a la narrativa JUM  y a las novelas de Mario Bellatin, pero, por supuesto, con su propia personalidad. Hay que anotar que ya en su obra se había visto el acercamiento a lo marginal o esa “mística de relatar cosas sucias” no solo en su poemario de culto, Noches de adrenalina (1981), sino también desde los relatos aparecidos en su segundo libro, Todo orgullo humea la noche (1988). Además, ya en Las dos caras del deseo afloraban estos personajes de la tercera edad, como la vecina de Ada, Evangelina, o Madame Eduarda. Sin embargo, con el marginal Rafa o las ancianas Nadia Cuttina o Melania Melitta siento que Carmen Ollé se conecta con todo este entorno  y hasta lo sobrepasa, en lo que respecta, especialmente, a la narrativa JUM; hacia el final del libro hay alguna escena digna de Crash (1996) la película de David Cronenberg, donde Ollé demuestra la facilidad con la que puede introducir la sordidez en la cotidianidad sin necesidad de malditismos.

Sin embargo, quizás lo que haya que reprocharle a Pista falsa es la falta de definición en el momento en que sí es necesario hacerlo. Ello se nota cuando recién  en el último tercio del libro, de pronto, Irene recuerda algo muy importante, que ha debido mencionar desde el principio; primero manifiesta que no sabía por qué no se lo había dicho al detective Planas, lo que implica que lo supo desde el comienzo, y luego, como barajo, que se había refundido en su cabeza. Es un momento de titubeo narrativo que perjudica a la obra. Con ese descuido, el título termina por ser autorreferencial y la novela resulta ser una pista falsa hacia la gran obra que debió ser.

A pesar de eso, en lo que respecta a los personajes y sus diálogos, tal vez sea la novela mejor acabada de Carmen Ollé. Aquí también se aprecia su característico uso de la ironía y tanto en la conclusión de ésta como en la novela anterior, pero sobre todo en Pista falsa, con sus finales imprecisos, percibo la intención de decirnos que en la cotidianidad nada acaba, todo es fluir. Relacionado a esto último, debo alabar también  la fluidez de su lenguaje que la vincula al pequeño grupo de escritores de la segunda mitad del siglo XX, destacados en poesía y que en sus incursiones narrativas se caracterizaron por un lenguaje ágil y sugerente, como Luis Hernández, Rodolfo Hinostroza, Enrique Verástegui, Lorenzo Helguero, Victoria Guerrero o José Carlos Yrigoyen, por nombrar algunos. Al margen de sus resultados generales, las obras narrativas de estos escritores se leen con facilidad no porque sean simples en su acabado, sino por el placer que genera el uso del lenguaje en ellas.

Con la reedición, el año pasado,  de Retrato de mujer sin familia ante una copa (2007), Pista falsa pasó a ser uno de los dos libros de Carmen Ollé, publicados antes de esta década, que no han sido reeditados. El otro es Todo orgullo humea la noche, aunque algunos de sus relatos formaron parte de la reedición de Una muchacha bajo su paraguas (2008). Ojalá que sea reeditada en algún momento, si bien Ollé ha manifestado en una entrevista, que está relaborando la historia para convertirla en un relato. Más allá de sus defectos, es una novela que merece ser leída y comentada.

 

La obra de Ollé ha transitado de la poesía hacia la narrativa. (Foto: Bruno Ysla Heredia)

 

 

RETRATO DE MUJER SIN FAMILIA ANTE UNA COPA, APOSTILLAS A UNA OBRA.

Foto: Facebook de PEISA.

Tras la publicación de su poemario de culto Noches de adrenalina (1981), que ha tenido cinco ediciones en distintas editoriales locales y varias más en el extranjero, Carmen Ollé publicó el primero de sus libros híbridos, Todo orgullo humea la noche (1988), que era mitad poemario y mitad conjunto de relatos, luego el texto documental Por qué hacen tanto ruido (1992), dos novelas, Las dos caras del deseo (1994) y Pista falsa (1999) y, ya en el siglo XXI, lo que podría decirse es la precuela de Por qué hacen tanto ruido: Una muchacha bajo su paraguas (2002).

Recién en la última década se han sucedido los homenajes y reconocimientos a la obra de Ollé, sea por parte de la Cámara Peruana del Libro en la Feria Internacional del Libro de Lima (2014), o la Casa de la Literatura, que le dio su máximo galardón (2015), más recientemente se le rindió  homenaje en el 5to Festival de la palabra de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en  octubre del año pasado.  Es de destacar también la compilación de ensayos sobre su obra, que le dedicó el Centro de Estudios Antonio Cornejo Polar (CELACP), con el título Esta mística de relatar cosas sucias: Ensayos en torno a la obra de Carmen Olle (2016) realizada por las escritoras Mariela Dreyfus, Bethsabé Huamán y Rocío Silva Santisteban.

Para cuando fue publicado por primera vez Retrato de mujer sin familia ante una copa (2007), justo habían pasado 25 años de la publicación de su primer libro. Previo a aquellas revisiones de su obra en la última década, este conjunto de ensayos y relatos, cumple la función de un repaso por las influencias, temas y obsesiones literarias de Carmen Ollé, realizado por ella misma; pero no es una memoria de escritora o un libro de confesiones convencional o una antología, no es eso lo que podría esperarse de ella, sino algo más especial, una suerte de “lado b” de toda su obra.

A la manera de guiños se suceden, en una serie de ensayos de corta extensión, las visiones de Lima y sus parajes cotidanos, la compañía de los poetas amigos en la década de 1960, la difícil vida en el exilio, la presencia de Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik, Samuel Beckett, Patricia Highsmith y, especialmente, Roberto Bolaño, a quien se le llama, mayormente, como a su alter ego en la novela Los detectives salvajes, Arturo Belano.  Justo en relación al tratamiento que le da a Bolaño, puede verse la naturaleza de la primera parte del libro: Ollé no realiza alguna confesión importante acerca del escritor chileno, de quien fue amiga, sino, más bien, siempre con la sutileza que la caracteriza, habla de algunos recuerdos vagos del tiempo en que coincidieron y de la fascinación que le suscita su obra narrativa, que conoció cuando él ya había muerto. En la lectura de los cuentos de Bolaño, ella reconoce a una poeta cuya obra éste le enseñó, Sophie Podolski; aquí el texto entra en diálogo no solo con su obra sino también con las entrevistas que le han realizado, pues ha revelado en algunas de ellas, que esta poeta belga fue una influencia para la escritura de su primer libro, Noches de adrenalina.

Aparecen en el libro una versión mejor acabada de algunas de las situaciones sórdidas que se habían vislumbrado en Todo orgullo humea la noche; o reflexiones sobre el bloqueo de escritura, uno de los temas de Por qué hacen tanto ruido; o pinceladas de la vida en París, mostrada en Una muchacha bajo su paraguas; hay espacio también para las relaciones de orientación sexual no definida y la presencia en varias páginas de una mujer llamada Ada que se suicidó en Mallorca… Claro, el nombre, y algún otro detalle más, es el de la protagonista de Las dos caras del deseo, pero, en general, todo indica que se trataría de Tessa, la amiga de Irene de Pista falsa.

Entre los ensayos del libro se menciona, de manera muy original, a la teoría científica de las cuerdas; resulta más clara la reflexión sobre la realidad y la ficción en la escritura, que hace una comparación con la hoy conocida paradoja del gato de Schrödinger. ¿Dónde termina la realidad y empieza la ficción en los ensayos del libro? Figuran personajes que parecen corresponder, sobre todo, a los de Pista falsa,no solo Ada/Tessa sino también alguien que aparentemente inspiró a Rafa o a algún personaje más. ¿Acaso Tessa  (o Ada) realmente existió? La respuesta está, otra vez, en diálogo con lo paraliterario, la dedicatoria de Pista falsa: “…a la memoria de Ada Debernardi quien hizo el primer autostop y quiso ir a África.”

En ese sentido, Retrato de mujer sin familia ante una copa, además de ser un homenaje sincero a las que han partido, como Ada Debernardi, Tatiana Poémape, y Carmen Rosa Nava, madre de la autora, resulta un libro útil para quienes piensan aprender sobre la creación literaria, porque Ollé, siempre en conexión con Las dos caras del deseo y, sobre todo, Pista falsa, muestra cómo la realidad es una fuente creativa para la ficción y cómo a partir de la experiencia con estas personas muy significativas, pudo hacer más de una obra diferente.  Hay que anotar que Ada Debernardi también fue inspiración para el escritor Patrick Rosas en su novela Sombras.

Aparte de esto, el libro brinda algunos relatos, entre los que destaca poderosamente El chofer, que es, para mí, lo mejor del libro y, tal vez, el más logrado de todos los textos narrativos de Ollé; es la historia de la atracción que ejerce el chofer del título, Héctor, de una belleza bastante poco convencional y para nada hegemónica, sobre Julia, que es la suma de personajes como Ada, Irene, con sus mismas inseguridades, o la aya de Halo de la luna, en una narración plena de sensualidad y originalidad; cuando lo usual es ver a personajes atraídos u obsesionados por seres “bellos”, el atractivo más bien común y cotidiano de Héctor, es muy refrescante y necesario. Notable también es uno de los textos documentales, Una grulla sin cortejo, en la sección que da título al libro, un recuerdo emotivo de la figura materna, que es la otra cara del mostrado en los libros anteriores de la autora, donde la madre es casi una antagonista.

Sin embargo, a pesar de lo dicho y de las reseñas entusiastas que en su momento hicieron Marcel Velásquez y Javier Agreda,  el libro me parece muy desigual; si bien la sección de ensayos es la más cohesionada, por momentos se pone densa; lo mismo ocurre con una parte de la sección de textos documentales y también con una porción de los relatos. Por ejemplo, Pentimento, que nuevamente se basa en la vida de Ada Debernardi, hace extrañar a lo hecho en Pista falsa (curiosamente, una versión de este relato, editada de manera inexplicable, aparecería en la segunda edición de Una muchacha bajo su paraguas, que salió al año siguiente).  Lo mismo ocurre con Mujeres apasionadas, que parece remitir a Las dos caras del deseo.  O el texto documental Anatemas, sobre el bloqueo de escritura, que no tiene la tensión ni la angustia de lo hecho en  Por qué hacen tanto ruido, al que evoca.  Por todo esto no resulta extraño que en la presentación de las reediciones de este libro y la de Las dos caras del deseo, tanto Susana Reisz como la escritora Giovanna Pollarolo, encargadas de las palabras preliminares,  hayan preferido hablar exclusivamente de la segunda obra mencionada.

No obstante, ya he dicho que el libro tiene sus virtudes y, dado lo inusual que es, debo reconocer el riesgo que ha asumido la editorial Peisa al reeditarlo. Si usted es un lector o lectora curiosa, con ganas de sorprenderse, el libro le recompensará. Si es alguien a quien le interesa escribir y toma en cuenta la obra anterior de la autora, le será muy útil. Si está estudiando o quiere analizar lo hecho por Ollé, es un libro indispensable. Pero si es un lector tradicional que prefiere alejarse de lo desconcertante, mejor opte por Las dos caras del deseo, la introducción más amable a la obra de Carmen Ollé.