Discrepancias respecto a “Gaijin”, de Augusto Higa

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Esta es una respuesta al artículo que escribió el crítico Javier Ágreda sobre la novela Gaijin (Animal de Invierno, 2014), del escritor Augusto Higa. En dicho texto hizo alusión a dos «detractores» de este libro. Uno de ellos es Gabriel Ruiz Ortega, autor de estas líneas. Bienvenida la discrepancia.

 

Por Gabriel Ruiz Ortega*

Hace algunas semanas, el crítico literario Javier Ágreda publicó un artículo en El Montonero.

El texto: Gaijin y sus detractores.

Me he demorado en comentar el texto en cuestión porque he estado muy ocupado, o sea, leyendo, escuchando rock setentero y durmiendo.

Pues bien, me parece saludable que empiece a darse algo que escasamente sucede en el tránsito literario peruano: la discusión, o mejor dicho, la discrepancia.

Siempre he sido de la idea de que lo mejor que le puede pasar a un libro es que genere opiniones encontradas. Hay que huir de los saludos unánimes que pueda ostentar una determinada publicación, huir de los saludos unánimes como si se trataran de la peste. La opinión descriptiva, perdonavidas, positiva, zalamera, es la gangrena que se ha posicionado sobre la literatura peruana en estos últimos años.

El ambiente literario local se ha convertido en un mercado persa, en donde sus actores tienen una consigna muy bien pensada y que la administran de acuerdo a sus posibilidades de impacto: cuidar muy bien sus palabras. Este cuidado de la opinión nos ha llevado a que tengamos que castrar nuestra verdadera opinión que tenemos de ciertas publicaciones, no importa si estas vienen por cuenta de un autor mayor o joven.

En otras palabras, cunde el lustrabotismo. Lo he visto de cerca y de lejos. Y al respecto debo decir que el lustrabotismo solo conduce a la mediocridad, a la mentira delatada por el lector, lector que no se come cuentos.

En cuanto a la producción narrativa peruana de los últimos años, hemos sido testigos de muchas verdades fugaces. Y muy responsables de estas verdades fugaces son los críticos literarios que también se prestan a la estrategia lustrabotista, o sea, saben cuándo y cuándo no sacar la guadaña. Como bien se dice en Escritores peruanos. Qué piensan, qué dicen de Wolfgang Luchting, más o menos así: “aquí, cuando un crítico alaba una obra es porque no quiere reconocer la obra de otro. Cuando comenta positivamente un libro es porque no quiere que se reconozca el libro de otro autor”.

Me animo a comentar el artículo de Ágreda, que cae en algunos olvidos, o chispoteadas, que atribuiré a una confusión tan cara en el articulismo y no a una (improbable) viveza intelectual de su parte.

GaijinPostCuentosSegún Ágreda, existe un problema, algo no anda bien en el universo, puesto que han aparecido algunas opiniones que cuestionan el consenso que genera la novela Gaijin de Augusto Higa. Me pregunto: ¿Acaso hay algo de malo en no ser parte de la opinión común? ¿Acaso uno tiene que adecuarse, calibrar la opinión, ante uno “de los libros más vendidos en la última Feria Internacional del Libro de Lima” (dato que pongo en entredicho) y que ha tenido “éxito entre los lectores” (detalle que me revela una sorpresiva omnisciencia de Ágreda)?

Nuestro crítico peca de avezado, quizá víctima de una pensada desmemoria que no se la puedo pasar por alto, al sugerir que en lugar de Gaijin propongo algunos títulos de autores jóvenes a mejor libro del año, dando a entender que mi reclamo es más bien generacional.

Error. Patinada de esas.

Lo último que podría hacer en mi calidad de lector que comenta es privilegiar títulos cuyos autores sean parte de una generación a la que pueda pertenecer. En este punto hay muchas pruebas que bien pueden sustentar que yo he sido uno de los que más ha criticado la producción narrativa de los ahora no tan jóvenes narradoras y narradores peruanos. Si propuse (en el contexto de esa reseña) otras novelas y cuentarios, lo hice bajo el resguardo de la calidad literaria, no bajo la estrategia que intente levantar a un grupo generacional. Hay que tener cuidado con las suposiciones, que para evitarlas hay que investigar un poco y comparar también un poco.

Como bien anoté en mi texto sobre los dos libros de Higa, me resulta saludable que un autor como él venga recibiendo todos los reconocimientos, se los merece, y no por ser un autor de perfil bajo, sino por la evolución que hemos visto en su biografía literaria, su estilo, que llegó a la cúspide en esa obra maestra llamada La iluminación de Katzuo Nakamatzu.

Sobre Gaijin he leído y escuchado muy buenos comentarios, realizados por escritores que también son lectores competentes. Pero lamentablemente, no puedo compartir ese entusiasmo. Gaijin me significó una profunda decepción de un autor de quien no esperaba otra obra maestra, sino un buen libro. Y un buen libro no fue lo que recibí durante las cinco lecturas que hice de Gaijin, a la que no puedo desmerecer por las fallas que señala el poeta Renato Sandoval (el otro detractor en el artículo de Ágreda), sino por su carencia de nervio narrativo, por su personaje de plástico, manchado a la fuerza, por esa sensación que sentí en cada página, diciéndome entre dientes “aquí falta algo”.

Pienso que Ágreda y los otros entusiastas de Gaijin andan medio confundidos y que en esa confusión se convierten en seres intolerantes, pero inofensivos, al punto que dan vida a un festivo ahuevamiento que flaco favor le hacen a esta novela que a toda costa quieren encumbrar. Me hablan del logro del lenguaje que refuerza la atmósfera de hastío que percibimos en sus páginas. Pero lo cierto es que el lenguaje no es el problema. Mi reparo jamás ha ido por ese lado. Habría que estar mal de la cabeza para estar en contra del lenguaje y de la tradición de la que se nutre esta novela, porque ninguna novela, por más buena o mala que sea, nace de la nada, obvio. El problema con Gaijin es su nula conexión con el lector.

Es que eso es la literatura, conectar, transmitir. Quien piense que la literatura es solo escribir “bonito”, no tiene la más mínima idea de dónde está parado.

Como dije líneas arriba: qué bueno que haya discrepancia. No todos tenemos que pensar igual, nada peor para la literatura que la existencia de decretos.

 

 

 

*Gabriel Ruiz Ortega nació en Lima, en 1977. Es autor de la novela La cacería (2005) y hacedor de tres antologías de narrativa peruana última: Disidentes (2007), Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas (2011) y Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010 (2012). Es librero de Selecta Librería  y administra el blog La Fortaleza de la Soledad.

 

 



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