Brooklyn: sobre el amor y la distancia

 

La entrega de los premios Oscar está a la vuelta de la esquina y de las ocho nominadas cinco están basadas en libros. En Lee Por Gusto comentaremos brevemente algunas de ellas. Empezamos con Brooklyn, una novela y una película que parecen salidas de la mente de un guionista de Televisa.

 

 

Por Christian Ávalos Sánchez
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En la carrera de las películas que persiguen la tan ansiada estatuilla del tío Oscar uno debe saber, con toda seguridad, que se respira siempre un muy aséptico aire de corrección política en la elección de las ganadoras. Han sido pocas las películas que han saltado esta regla. Es decir, pocas veces se ha hecho justicia con filmes que realmente merecían tal reconocimiento.

Sin embargo, pese a eso, es muy difícil que la esterilizada versión del Nueva York de posguerra que nos muestra la más reciente película de John Crowley logre hacerse de alguna de las estatuillas a las que ha sido nominada (mejor película, mejor actriz principal y mejor guion adaptado), pues pese a sus intentos de enaltecer valores americanos, es una película de corto aliento, que no nos introduce en un conflicto que sostenga toda la película, en donde vemos a una protagonista que más que decidir sobre su propio destino es empujada a través de este por las demás personas que la rodean: un cura, su madre, su hermana muerta, el novio italiano, la amiga que le enyuca un pretendiente irlandés y la vieja solterona que amenaza con «extorsionarla». En ningún momento del filme podemos ver a una Eilis Lacey autónoma e independiente que decida con completa libertad sobre cada paso que su vida debe dar. Y las veces que lo hizo fueron siempre como una tardía reacción, lo que desmerece el notable esfuerzo de la nominada Saoirse Ronan por hacer de esta una película digna de ser vista.

Así que, retomando: el hecho de que nos presente una Nueva York lavada con lejía —en donde el problema del racismo es reducido a un par de líneas en el libreto, donde la persecución política de las minorías simplemente desaparece o donde los problemas entre italianos e irlandeses es reducida a una riña de pollada (¡perdónalos, Martin Scorsese!, ¡perdónalos, Ken Loach!)— para gusto de la mayoría no le bastará para ser la «mejor película» del 2015. Está solo de relleno en la lista.

Tampoco el esfuerzo de la guapísima Ronan alcanza. Mejor suerte para la próxima, querida. Asegúrate de que sea una película basada en una novela de Ian McEwan o de Stefan Zweig. Solo es un consejo.

Brooklyn: una película que nos muestra que Nueva York es hermosa, perfecta, de no ser por la nostalgia. Claro... la Nueva York del set.

Y… ¿qué puede hacer un guion que adapta una novela que, salvo detalles irrelevantes, adolece de los mismos defectos?

En la novela Brooklyn, del escritor y periodista irlandés Colm Tóibín (1955), Eilis Lacey, pálida, sufriente, casi una automáta, me cae aún peor. Tóibín se detiene en detalles irrelevantes que no aportan nada, absolutamente nada, a la historia. Incluso una de las escenas iniciales, sobre el viaje trasatlántico que se sopla la pobre chica, vomitando por todos lados y buscando frenéticamente un baño para saciar sus necesidades, es excesivamente larga y crea una expectativa que la lentitud y llanura de las páginas que siguen terminan por enterrar. Luego solo hay más de lo que ya se dijo, una chica sin voluntad: Eilis, vete a América; Eilis, ve a bailar; Eilis, ve a estudiar; Eilis, ve a ver a tu madre, que tu hermana se ha muerto de una manera inexplicable; Eilis, cásate; Eilis, recuerda que estás casada; Eilis, vuelve a casa. Tóibín parece consciente —aunque tarde— de que eso no podía seguir así. Y acelera todo de mala manera, prácticamente corriendo en las diez últimas páginas. El hecho de que esta novela haya sido elegida como una de las mejores novelas históricas de los últimos tiempos me hace pensar que en la traducción se ha perdido algo que el español no alcanza a expresar… aunque lo dudo.

Portada de la versión española peninsular. Por momentos, la jerga exclusivamente peninsular me alejaba del texto.

Portada de la versión española. Edición Debolsillo.

Comencé a leer la novela con suma curiosidad, tal vez bajo una premisa errada y cuestionable: que Tóibín, como descendiente de miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés, del inglés Irish Republican Army) y admirador de Papá Hemmingway, podría describirnos con crudo realismo los grandes conflictos de adaptación de las minorías irlandesa e italiana en un país cuyo disfraz de tolerancia de descose casi siempre. O que, cuando la ficción todavía se sitúa en la vieja Irlanda, nos mostraría cuáles son esas sombras que se ciernen sobre un pueblo tan maltratado por la Corona británica. Pero en todas estas situaciones su prosa se queda corta, con insinuaciones que, bien podrían significar esto, o bien podrían significar cualquier otra cosa irrelevante. Tóibín coge los estereotipos de cada uno de esos grupos, como el de Tony, el novio italiano fontanero y amante del béisbol, y sobre ellos desarrolla su novela.

La narración en tercera persona está casi siempre dentro de la cabeza de Eilis, en lo que piensa a cada instante, en su soledad, en los chismes de sus compañeras de pensión, en cómo extraña a su familia, en la moda de mitad del siglo XX, en lo que piensa Tony y en cosas por el estilo. Esta decisión, por desgracia, hace que los demás personajes queden enmarcados dentro del estereotipo que les sirve como referente, sin que haya mayor aporte de ninguno de ellos a la historia.

Tóibín, el autor. Su novela pierde mucho por no salir de la cabeza de su protagonista.

Tóibín, el autor. Su novela pierde mucho por no salir de la cabeza de su protagonista.

Sin embargo, reconozcamos que siempre hay un gancho en libros (y películas) que nos muestran que el hogar y la patria de cada quien no está tanto en el lugar que nos vio nacer, sino más bien en el lugar hacia donde nos dirigen nuestros sentimientos. Colm Tóibín y su galardonada novela tampoco ofrecen un conflicto muy verosímil en esto, a pesar de que se esfuerce por que sí. El final se sabe casi desde que empieza la novela, solo aplicando un poco de sentido común: los nuevos afectos en un lugar que al inicio parecía inhóspito reemplazan a los antiguos muy a pesar de que antes estos fueran muy fuertes. Es así la vida.