Así escribe el Premio Nobel de Literatura Patrick Modiano

Luego de conocida la noticia que sorprendió a algunos lectores que por primera vez escuchaban su nombre, surgieron algunas preguntas: ¿valdrá la pena leer a Patrick Modiano? ¿Qué tal escribe? Lee por gusto te ofrece una selección de las primeras líneas de sus obras más emblemáticas para que así, como si estuvieras en una librería, veas si te enganchas o no con el Nobel de Literatura 2014. Servido.

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Mientras en el Perú y otros países de Latinoamérica esperamos que llegue la avalancha de reimpresiones de sus obras, aquí compartimos las primeras líneas de algunas novelas de Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura 2014 y considerado el narrador de la Ocupación nazi en Francia.

Empezamos con la denominada Trilogía de la Ocupación, que incluye las novelas El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación.

 

1. EL LUGAR DE LA ESTRELLA (1968)

Era la época en que andaba dilapidando mi herencia venezolana. Había quien no hablaba más que de mi radiante juventud y de mis rizos negros; y había quien me colmaba de insultos. Vuelvo a leer por última vez el artículo que me dedicó Leon Rabatete en un número especial de Ici la France:

«…¿Hasta cuándo tendremos que presenciar los desatinos de Raphael Schlemilovitch? ¿Hasta cuándo va a andar paseando ese judío impunemente sus neurosis y sus epilepsias desde Le Touquet hasta el cabo de Antibes y desde La Baule hasta Aix-les-Bains? Lo pregunto por última vez: ¿hasta cuándo la gentuza forastera como él va a seguir insultando a los hijos de Francia? ¿Hasta cuándo tendremos que estar lavándonos continuamente las manos por culpa de la mugre judía?…»

En ese mismo periódico, el doctor Bardamu soltaba, al hablar de mí: «…¿Schlemilovitch?…¡Ah, qué moho de gueto más apestoso!…¡soponcio cagadero!…¡sinvergüenza libanoguanaco!…,rataplán… ¡Vlam!…Pero fíjense en ese gigoló yiddish…, ¡ese jodedor desenfrenado de niñas arias!…, ¡aborto infinitamente negroide!…,¡ese abisinio frenético joven nabab!… ¡Socorro!…,¡que le saquen las tripas…, que lo capen!… Ahorradle al doctor ese espectáculo…, ¡que lo crucifiquen, me cago en Dios!… Rastacuero de los cócteles infames…, ¡judiazo de los hoteles de lujo internacionales!…, ¡de las juergas made in Haifa!… ¡Cannes!… ¡Davos!…¡Capri y tutti quanti!… ¡enormes burdeles de lo más hebreos!… ¡Que nos libren de ese petimetre circunciso!…, ¡de sus Maserati rosa asalmonado!…, ¡de sus yates al estilo de Tiberíades!… ¡De sus corbatas Sinaí!…, ¡que sus esclavas arias le arranquen el capullo!… con esos lindos dientecillos suyos de este país… y con esas manos suyas tan bonitas…¡que le saquen los ojos!…, ¡abajo el califa!… ¡Motín en el harén cristiano!… ¡Pronto! Pronto…¡Prohibido lamerle los testículos!… ¡ y hacerle dengues a cambio de dólares!… ¡Liberaos!…, ¡a ver ese temple, Madelón!… ¡Que si no el doctor llorará!…, ¡se consumirá!…, ¡espantosa injusticia!… ¡Complot del Sanedrín!… ¡Quieren acabar con la vida del doctor!…, ¡creedme!…,¡e l Consistorio!…, ¡la banca Rothschild!… ¡Cahen de Amberes!… ¡Schlemilovitch!…, ¡ayudad a Bardamu, chiquillas!…,¡socorro!…».

 

 

2. LA RONDA NOCTURNA (1969)

trilogiaOcupacionCarcajadas en la noche. El Khédive alza la cabeza.

–¿Así que mientras nos esperaba estaba jugando al mahjong?

Y esparce las fichas de marfil por la mesa.

–¿Solo? –pregunta el señor Philibert.

–¿Llevaba mucho esperándonos, hijito?

Cuchicheos e inflexiones graves les entrecortan las voces. El señor Philibert sonríe y hace un ademán impreciso con la mano. El Khédive ladea la cabeza hacia la izquierda y se queda postrado; la cabeza le roza casi el hombro. Como al ave marabú.

En el centro del salón, un piano de cola. Colgaduras y cortinas color violeta. Jarrones grandes con dalias y orquídeas. Las arañas dan una luz velada, como la de los malos sueños.

–Un poco de música para relajarnos –sugiere el señor Philibert.

–Música suave, necesitamos música suave –manifiesta Lionel de Zieff.

–Zwischen heute und morgen? – propone el conde Baruzzi– . Es un slow-fox.

–Preferiría un tango –asegura Frau Sultana.

–Ay, sí, sí, por favor –suplica la baronesa Lydia Stahl.

–Du, Du gehst an mir vorbei – susurra con voz doliente Violette Morris.

–Adelante con Zwischen heute und morgen –zanja el Khédive.

 

Las mujeres van excesivamente maquilladas. Los hombres visten trajes de tonos ácidos. Lionel de Zieff lleva un terno naranja y una camisa de rayas ocre; Pols de Helder, una chaqueta amarilla y un pantalón azul cielo; el conde Baruzzi, un esmoquin verde ceniza.

Se forman algunas parejas. Costachesco baila con Jean-Farouk de Méthode; Gaétan de Lussatz con Odicharvi; Simone Bouquereau con Irène de Tranzé… Monsieur Philibert se queda aparte, apoyado en la ventana de la izquierda. Se encoge de hombros cuando uno de los hermanos Chapochnikoff lo invita a bailar. El Khédive, sentado delante del escritorio, silba entre dientes y lleva el compás.

 

 

3. LOS PASEOS DE CIRCUNVALACIÓN (1972)

PaseoscircunvalacionEl más grueso de los tres es mi padre, y eso que había sido tan esbelto. Murraille se inclina hacia él como para decirle algo en voz baja. Marcheret, de pie, en segundo plano, esboza una sonrisa, abombando levemente el torso y con las manos en las solapas de la chaqueta. No se puede especificar ni el color de la ropa ni el del pelo. Da la impresión de que Marcheret lleva un traje príncipe de gales de corte muy holgado y de que es tirando a rubio. Son dignas de mención la mirada vivaz de Murraille y la mirada intranquila de mi padre. Murraille parece alto y delgado, pero ya se le ha ensanchado la parte inferior de la cara. A mi padre se le nota en todo que es un hombre que se desfonda. Salvo en los ojos, casi desorbitados.

Paneles de madera en las paredes y chimenea de ladrillo: es el bar de Le Clos-Foucré. Murraille tiene en la mano una copa. Mi padre también. No olvidemos el cigarrillo que le cuelga de los labios a Murraille. Mi padre se ha colocado el suyo entre el anular y el meñique. Preciosismo hastiado. Al fondo del local, de tres cuartos, una silueta femenina: Maud Gallas, que regenta Le Clos-Foucré. Los sillones donde se sientan Murraille y mi padre son seguramente de cuero. Hay un impreciso reflejo en el respaldo, inmediatamente debajo del sitio que oprime la mano izquierda de Murraille. Al hacerlo, le rodea con el brazo la nuca a mi padre, con un ademán que podría ser de liberal amparo. Insolente, en esa muñeca, un reloj de esfera cuadrada. Marcheret, por el lugar en que está y por la estatura atlética, tapa a medias a Maud Gallas y las filas de botellas de licores. Se divisa –sin que cueste demasiado esfuerzo en la pared, detrás de la barra, un calendario de taco. Destaca con claridad el número 14. Imposible leer el mes o el año. Pero, si nos fijamos bien en esos tres hombres y en la silueta desenfocada de Maud Gallas, n o s parecerá que es una escena que transcurre en un pasado remoto.

 

4. JOYITA (2003)

JoyitaModianoHabía transcurrido una docena de años desde que no me llamaban ya «Joyita» y me encontraba en la estación de metro de Châtelet en la hora punta. Estaba entre el gentío que recorría el interminable pasadizo, en el pasillo rodante. Una mujer llevaba un abrigo amarillo. Me había llamado la atención el color del abrigo e iba viéndola de espaldas, en el pasillo rodante. Luego seguía por el pasadizo donde indicaba «Dirección Château-de-Vincennes». Ahora estábamos parados, apretujados unos contra otros en medio de la escalera, esperando a que se abriera la portezuela. Se hallaba a mi lado. Entonces le vi la cara. El parecido de aquel rostro con el de mi madre era tan increíble que pensé que era ella.

Me vino a la memoria una foto, una de las pocas fotos que conservé de mi madre. Tenía la cara iluminada como si un proyector la hubiera hecho surgir de la noche. Siempre me he sentido violenta viendo esa foto. En mis sueños siempre era una foto antropométrica que me tendía alguien —un comisario de policía, un empleado del depósito de cadáveres— para que pudiera identificar a aquella persona. Pero yo me quedaba muda. No sabía nada de ella.

Se sentó en uno de los bancos de la estación, apartada del resto de la gente, que se apretaba al borde del andén a la espera del convoy. No quedaba sitio libre en el banco, a su lado, y yo aguardaba de pie, detrás, apoyada en una máquina automática. El corte de su abrigo seguramente había sido elegante en otro tiempo, y su color vivo le daba un toque de fantasía. Pero el amarillo se le había desvaído y vuelto casi gris. Parecía al margen de todo lo que la rodeaba y me pregunté si se quedaría allí, en el banco, hasta la hora del último metro. El mismo perfil que el de mi madre, la nariz tan particular, levemente respingona. Los mismos ojos claros. La misma frente alta. El pelo era más corto. No, no había cambiado mucho. Ya no tenía el pelo tan rubio, pero, después de todo, yo no sabía si mi madre había sido rubia de verdad. La boca se le contraía en un rictus de amargura. Estaba segura de que era ella. Dejó pasar un tren. El andén se quedó vacío unos minutos. Me senté en el banco, a su lado. Al poco, una multitud compacta volvió a ocupar todo el andén. Podría haber entablado conversación con ella. No encontraba las palabras y había demasiada gente alrededor.

 

5. EN EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA (2008)

CafePerdidaModianoDe las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.

No llegaba a una hora fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café que más tarde cerraba en el barrio, junto con Le Bouquet y La Pergola, y el que tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era sólo su presencia la que hacía peculiares el local y a las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume.

Vamos a suponer que llevan allí a alguien con los ojos vendados, lo sientan a una mesa, le quitan la venda y le preguntan: ¿En qué barrio de París estás? Bastaría con que mirase a los vecinos y escuchase lo que decían y es posible que lo adivinara: Por las inmediaciones de la glorieta de L’Odéon, que siempre me imagino igual de lúgubre bajo la lluvia.

Entró un día en Le Condé un fotógrafo. Nada había en su aspecto que lo diferenciase de los parroquianos. La misma edad, el mismo atuendo desaliñado. Llevaba una chaqueta que le estaba larga, un pantalón de lienzo y zapatones del ejército. Hizo muchas fotos a los asiduos de Le Condé. Él también se volvió un asiduo y a los demás les parecía que le hacía fotos a la familia. Mucho más adelante se publicaron en un álbum dedicado a París, sin más pie que los nombres de los clientes o sus apodos. Y ella aparece en varias de esas fotos. Captaba la luz, como se dice en el cine, mejor que los demás. En ella es en la primera en quien nos fijamos, de entre todos los otros. En la parte de abajo de la página, en los pies de foto, se la menciona con el nombre de «Louki».

 

 

 

 



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