Antonio Gálvez Ronceros, el escritor que pinta con palabras

 

Una conversación con uno de los cuentistas peruanos más representativos de la literatura contemporánea. Su último libro, La casa apartada (Alfaguara, 2016), y la reedición de Monólogo desde las tinieblas lo ha sacado de su vida de ermitaño y de prudente silencio.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Es uno de los imprescindibles cuentistas peruanos contemporáneos. Ha publicado seis libros, y en casi todos se ha tomado un tiempo considerable para hacerlo, más precisamente, un lapso de 13 años con excepción de Aventuras con el candor (1989, Crónicas y artículos periodísticos). Formó parte del Grupo Narración, colectivo literario formado a mediados de los 60 por Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, entre otros. La obra que lo consagró fue Monólogo desde las tinieblas (1975), donde recrea el habla de los campesinos negros de Chincha. En 2016 ha publicado el libro de relatos La casa apartada (Alfaguara), cuyo cuento del mismo título ganó en 1982 un concurso organizado por la Municipalidad de Lima. Además, acaba de salir publicada la reedición de Monólogo desde las tinieblas que incluye ilustraciones hechas por Gálvez Ronceros, acaso un dibujante frustrado o mejor dicho, el escritor que pinta escenarios con palabras.

En sus obras se aprecia un cuidadoso trabajo con el lenguaje y una musicalidad. Además del humor, un humor que puede ser negro (y no por la temática afro, por cierto), como sacando partido de las circunstancias adversas que nos enfrentamos.

Dado que sus vivencias y recuerdos en Chincha fueron determinantes para su producción literaria, quisiera remontarme a sus primeros años. Su padre fue un médico huancavelicano que llegó con sus 11 hijos (usted sería el número 12) a El Carmen con la idea de poner una botica. ¿Qué recuerda de esos primeros años de su vida en Chincha?
Nací en El Carmen, pero a los tres meses de nacido mi familia se mudó. Yo me crié en la ciudad de Chincha Alta, pero he tenido experiencias con la vida campesina. Los campesinos de la campiña que rodeaba la ciudad de Chincha Alta, digo «rodeaba» porque la campiña está desapareciendo. Mi experiencia con los afrodescendientes me viene de Chincha Alta no por la zona de los latifundios, pues  siempre hubo afrodescendientes en la capital de la provincia. Siempre también en la periferia. Mi contacto con ellos fue frecuente, desde muy temprano. Tanto es así que he llegado a tener amigos entrañables afrodescendientes.

¿Qué imagen tiene más en la mente? ¿El campo o la gente?
Las dos cosas. Siempre me gustó el campo. A pesar de que siempre he distinguido en el campo dos aspectos: el campo amable que para mí es la campiña, que está cerca de la ciudad; y el campo profundo, bastante duro, que es el campo lejano que está en el latifundio. Una visión amable y una visión dura. Yo he llegado a familiarizarme con el campo profundo cuando fui mayor. Mi apego a los afrodescendientes siempre fue muy cariñoso. Siempre fue de gran admiración. Siempre ha sido así.

Desde niño usted tenía una fuerte inclinación por el dibujo, y sus habilidades artísticas con la pluma se aprecian en los dibujos que acompañan esta reedición de Monólogo desde las tinieblas. Todo hacía indicar que se iba a convertir en un dibujante, incluso en la secundaria iba a la biblioteca de Chincha y leía sobre todo biografías de los grandes pintores del Renacimiento. En una entrevista en 2011 dice usted: «En la secundaria hice varias tareas de dibujo y pintura, yo tenía entendido que debía ir a la Escuela de Bellas Artes. Pero alguien se opuso en casa y tuve que obedecer». ¿Quién se oponía a que fuera pintor? ¿Su padre acaso?
No, mi padre murió cuando yo tenía 7 años. Naturalmente mi madre fue la que no quería que fuera pintor. Yo, muy obediente, acepté esa decisión, pero quería ser pintor, por supuesto. Era lo que me había animado desde que en tercer año de secundaria y, de acuerdo al currículo escolar, estudié el Renacimiento italiano. Pero esta vocación de dibujar venía desde que estaba en primaria. Ese deseo de andar en el dibujo y en la pintura. Porque sin que nadie me enseñara nada sobre la combinación de colores, en tercero de primaria en una escuela fiscal, por propia voluntad me puse a reproducir láminas de animales a todo color, y eso me exigía encontrar los matices de colores que allí aparecían. A mí nadie me enseñó eso. Tenía intuición de a cuál echar mano para encontrar el matiz.

Sin embargo, ha mantenido esa vocación prácticamente a la par con la escritura. ¿Hasta ahora sigue dibujando?
No, ya ahora lo que hay que hacer, al menos así pienso yo, es leer. De vez en cuando me pongo a colorear algunos de los dibujos que he hecho, pero de una copia del dibujo a blanco y negro, porque los originales están hechos a tinta.

¿Sus dibujos siempre están ceñidos a los cuentos o son dibujos libres?
Sí, hay algunas cosas libres.

¿Siempre sobre Chincha y el campo?
Sí, sobre el campo.

¿Y recuerda cómo es que empieza a interesarse en la lectura de obras literarias? Ha recordado anteriormente que a los 8 años, en la biblioteca de Chincha, le dieron a leer El tesoro de la juventud.
En la biblioteca municipal de Chincha Alta había una señora que era la directora. Esta biblioteca funcionaba en un espacio de la municipalidad y solo abría de noche. Aparecí ahí. No recuerdo a raíz de qué tuve que ir a esta biblioteca. Fue una experiencia un poco extraña por la actitud de la directora, quien, efectivamente, me puso a prueba con un ejemplar del diario La Voz de Chincha, me señaló un titular y me dijo «¿qué dice allí?». Busco otro titular y me lo señaló nuevamente. Le encargó a un empleado que me trajera un libro y este trajo El tesoro de la juventud. Cuando le conté esto a un amigo, me dijo que de repente ella me vio con la cara sucia y pensaba que no sabía leer (ríe).

¿Cuál fue la primera obra literaria que leyó?
Fue Crimen y castigo, cuando tenía 14 años. La que de inmediato leí fue una novela para adolescentes, María, de Jorge Isaacs. Fueron las dos primeras obras literarias que leí.

Usted llegó a Lima en el año 1955 con el objetivo de hacerse maestro y estudia en La Cantuta, donde tiene como profesores al poeta Manuel Moreno Jimeno y al crítico literario Abelardo Oquendo. ¿Es cierto que en las tareas que le dejaba Oquendo que usted descubre que le gustaba narrar? «Es en este curso que imaginaba hechos y los desarrollaba; me di cuenta que podía contar cosas que no habían ocurrido», dijo
Bueno, el señor Abelardo Oquendo, efectivamente, fue mi profesor cuando yo estaba en el tercer semestre académico. Por supuesto que él me orientó, sobre todo, en las lecturas de los relatos de ficción. Pero el deseo de escribir narrativa me nació el año anterior, el 55, a raíz de una de las actividades que teníamos que realizar los estudiantes en el curso de Castellano. Eso ocurrió con el profesor Luis Alberto Ratto. Este curso se enseñaba a base de actividades de lectura, debate y redacción. Esta tarea de redacción se daba a través de frase generadora. Es decir, se daba la primera frase de la oración y esta debería funcionar como acicate en el corpus de la composición. Otras veces solo se nos daba el título. Con el tiempo estos ejercicios me condujeron a pensar que yo podía dedicarme al relato literario.

¿Y de estos ejercicios surgió algún cuento?
Sí. Yo escribí un cuento con el título «De perros», un título simple como ocurre cuando uno está empezando a escribir literatura. Este cuento le mostré al profesor, en este caso Abelardo Oquendo, para ver qué le parecía. Entonces, él me dijo: «te lo vamos a publicar»

Nada menos que en El Dominical, de El Comercio
Entonces, yo que era tan ingenuo que le hice una pregunta (ríe) con un candor extraordinario: «¿Y cuánto hay que pagarle?» (vuelve a reír). Me dijo que al contrario, que ellos me iban a pagar.

¿Este cuento, “De perros”, ha sido incluido en otro de sus libros con distinto título?
No. No se ha publicado en ningún libro.

¿Y por alguna razón en especial?
Tiempo después de publicado lo consideré como un ejercicio, pero probablemente alguna vez he dicho que no creo que forme parte de algunos de mis libros. Pero pensando sobre ello, no sé si alguna vez llegue a animarme a publicarlo. El problema es el siguiente: todo el relato está puesto en boca de un perro desde el momento en que este ingresa con mucha hambre a un mercado de abastos buscando algo que comer. Pienso que el lector se da cuenta que es un perro el que narra las peripecias de este narrador.

Luego vendría uno de sus cuentos más hermosos, me refiero a “Joche”, que aparece en su primer libro Los ermitaños (1962). Dice que escribir este relato, en el que se habla sobre la muerte de un niño, hijo de campesinos mestizos, le tomó unos cuatro años (entre 1957 y 1961). Usted se encontraba en Chincha y decía «si me quedo acá, no termino nunca». En ese relato se perfila ya una huella de su estilo, el del cuidado del lenguaje, el de una prosa con vuelo poético, «un poeta en su prosa narrativa», como ha dicho Ricardo González Vigil. ¿Qué nos puede compartir de ese proceso creativo?
El asunto es que cuando se trata de la narrativa de ficción uno sabe lo que quiere y trabaja y trabaja y el relato va creciendo y si se demora uno como cuatro años, como en el caso de este cuento, es porque uno lo que está haciendo es lo que no quiere y lo desecha. En esa búsqueda se va avanzando lentamente porque hay cosas en las que uno emplea el tiempo. Hay que seguir buscando con la imaginación y eso hace que uno se demore al escribir un relato. Hay relatos que salen rápidamente, pero hay otros como este, «Joche», que me tardaron cuatro años. Y a fuerza que iba avanzando se me quedaban en la memoria párrafos y podía repetirlos y, considerados por mí, como definitivos dentro del relato. Aquello de que es el cuento que considero más ambicioso es por el tema.

La muerte
Efectivamente, y el cuento es trágico, y el tono trágico es un tono de mucho respeto. Es un tono que le da dimensión a lo que uno hace. Tengo otros cuentos de mucho trabajo, de mucha invención, de mucho artificio, dentro de mis posibilidades, por supuesto, pero no logran cogerme a mí como lo hace ese cuento de mi primer libro. Joche, por cierto, es una denominación cariñosa que en el campo de Chincha se les dice a los que se llaman José.

 

 

“HAY QUE ANDARSE CON CUIDADO AL ESCRIBIR”

Antonio Gálvez Ronceros ha trabajado casi toda su vida como profesor. Una vez graduado de la Cantuta fue a Chincha para trabajar como docente en el colegio José Pardo, donde estudió la primera y secundaria. Sin embargo, volvió a Lima porque las fiestas lo distraían de la escritura. En la capital trabajó como profesor de la gran unidad escolar Mariano Melgar, de Breña. Luego enseñó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde ha sido distinguido como profesor emérito. Ha codirigido por muchos años el Taller de Narración de la escuela de Literatura de esta casa de estudios y allí se jubiló como profesor de lingüística.

¿Quiénes fueron sus primeros amigos escritores? ¿Cómo se integra la bohemia limeña?
(Ríe) Bueno, al menos yo empecé a hacer tertulia con gente que escribía, en el bar Palermo. Había conocido en La Cantuta a Oswaldo Reynoso, quien además, fue mi profesor, y nos hicimos amigos. Yo sabía que él frecuentaba el Palermo, de manera que cuando regresé de mi provincia, vine a Lima y me contacté con él justamente y formé parte del grupo que integraba. Con los años llegó Miguel Gutiérrez, Gregorio Martínez, Juan Morillo, Félix Toshihiko Arakaki, y ahí hacíamos tertulia.   

Usted formó parte del Grupo Narración. ¿Cómo se vincula con los escritores de este grupo?
Me integré al grupo cuando se había decantado a una cantidad pequeña de integrantes y luego se sumaron Roberto Reyes Tarazona, entre otros. Había una necesidad de estar juntos conversando sobre literatura y entiendo que eso se sigue dando, no solo en la literatura sino también en el cultivo de cualquier actividad artística.

¿Qué ideas que postulaba Narración usted respaldaba?
Pensábamos que la narrativa debía estar al servicio del cambio social, no ignorar las vicisitudes de la mayoría del país por causa de la mala distribución de la riqueza y que, en consecuencia, era necesario el cambio social. Esa era la idea básica. Ahora que algunos de los integrantes de Narración estuvieran ideológicamente cerca de determinados políticos de izquierda, eso era otra cosa.

Monólogo desde las tinieblas ha sido descrito como un libro de relatos que recrea de manera peculiar y con humor la manera de hablar de los campesinos negros. Se le considera también como una respuesta en clave al racismo. Sin embargo, me inclino a creer que es un libro que demuestra el candor y el ingenio de esta comunidad afro, además de su peculiar manera de ver el mundo. Cuando fue dando forma a lo que sería Monólogo…y teniendo en cuenta la influencia que tenía por formar parte de Narración, ¿cómo se propuso la creación de este libro? ¿Había una premisa previa?
La idea de escribir un libro que tuviera como personajes centrales a los  afrodescendientes campesinos me nació por el conocimiento y la experiencia que empecé a tener desde joven por ese mundo representado. Pensé que debía haber una marca en los relatos que conformaban este libro que le permitiera al lector saber que el personaje central de estos cuentos era afrodescendiente del campo y eso no podía lograrlo si recurría al afrodescendiente de la ciudad de Lima, por ejemplo. Además, el lenguaje de los personajes tenía que ser el elemento distintivo de este libro, que el lector se diera cuenta que el hombre de estas historias era un afrodescendiente no ilustrado, hechura de una vida campesina, y eso solamente podía darlo una naturaleza campesina con un habla a base de imágenes, figuras que reemplazaran al vocabulario que no se tenía a la mano en el caso del campesino postergado.   

Usted se toma un tiempo para publicar sus libros. Eso merece resaltarse, sobre todo porque actualmente existe –aunque no se mencione– una suerte de presión sobre los escritores o aspirantes a serlo, para publicar. ¿Esta demora en publicar sus libros se debe principalmente a que tiene un afán riguroso en la corrección? ¿Podría explicarnos esto?
Efectivamente, ahora hay autores que publican con cierta presteza y, bueno, no sé a qué mecanismos obedecerá eso, quizás piensen que no hay problema, que la cosa sale caliente (ríe). Pienso que el trabajo es serio y hay que andarse con cuidado no tanto por el qué dirán sino porque el qué dirán está en uno mismo al leer su propio texto.

Con los años y experiencia, ¿ha ganado seguridad al momento de escribir?
Sí, y también se gana cuidado. No estamos ante la redacción periodística que tiene que publicarse de todas maneras y de frente. Yo nunca fui un buen mecanógrafo y siempre me acostumbré a escribir a pluma porque así soy más rápido. La computadora la uso para ver las letras de molde cuando ya el texto lo he pasado. En las letras de molde me es más cómodo ver qué es lo que puedo mejorar.

¿Qué elementos para usted son fundamentales para contar una buena historia?
(Piensa unos segundos) No hay una receta acá. Hay un punto de partida de lo que no se sabe todavía si va a hacer una historia si vale o no la pena, lo que podría llamarse el hecho motivador. Siempre la experiencia personal del individuo que escribe es esencial porque de pronto hay una experiencia en la que no se había pensado y eso nos lleva a relacionar la experiencia con otras cosas. Lo que debe haber es una historia que generalmente parte de un hecho que motive a esa historia y que probablemente ese hecho no va a aparecer en la historia, es decir, simplemente es un acicate para que la mente del que escribe empiece a concatenar este hecho motivador y se enriquezca la historia. Pero no hay receta. Aun así puedo decir que hay historias que pueden hacer un buen cuento, historias divertidas o historias que son trágicas. La pregunta es esta, entre estas dos historias, partiendo del supuesto de que las dos están bien escritas, ¿cuál podría ser una buena historia? Entonces, alguien elegiría cuál historia le interesa más.

Tengo entendido que está trabajando en una novela titulada Marleni era el prostíbulo. Alguna vez dijo que «con el cuento puedo conocer con facilidad a dónde puedo ir, prever el final; me es más cómodo. El cuento es sintético; la novela, analítica». ¿Escribir la novela en la que está trabajando se le hace complicado actualmente?
Bueno, ojalá la termine en estos dos meses que vienen, tengo toda la intención de terminar esta novela. Y también tengo otra novela que está más avanzada…

Perro con poeta en la taberna
Así es.

¿Qué dificultad le está representando escribir una novela?
La dificultad para mí es la estructura porque pasar del tratamiento sintético al analítico no tengo ningún problema. Tengo mis avances allí y lo analítico de la situación, de la caracterización del personaje, de su actuación como de los otros personajes, se está dando. El problema es la estructuración de la historia que conforma la novela. Pero eso tiene que resolverse por supuesto.

Usted ha dicho en una entrevista que solo se quiere dedicar a terminar de escribir estos libros y no escribir más
(Ríe) ¿Eso dije? Quizás me refería solo al cuento.

Y, además, viendo esta constante de publicar cada 13 años, pues supongo que esta novela tiene que salir mucho antes
(Ríe) De repente lo de la novela será cada año (vuelve a reír).

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE ANTONIO GÁLVEZ RONCEROS

  1. Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro. «Para mí todos los cuentos de Ribeyro son un solo libro».
  1. Zalacaín el aventurero, de Pío Baroja.
  1. Ficciones, de Jorge Luis Borges.
  1. Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe.
  1. El llano en llamas, de Juan Rulfo.