Redoble por Manuel Scorza: a 30 años de su muerte

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El siguiente texto retrata las virtudes, defectos y vicisitudes de Manuel Scorza, quien falleciera el 28 de noviembre de 1983 en un accidente aéreo. El autor de estas líneas cuenta la historia detrás de Redoble por Rancas, obra que habría sido ofrecida al editor español Carlos Barral cuando aún no había sido escrita. Rodrigo Núñez Carvallo, el firmante del artículo, tenía 17 años cuando se publicó esta novela que fue un éxito de ventas en España y luego se conoció en el Perú. ¿Realmente le ayudó a escribirla? ¿Es otro el autor de este recuerdo de Scorza? 

 

 

 

Por Rodrigo Núñez Carvallo*

Estoy fregado, hermano. Fue lo primero que me dijo cuando nos encontramos en el Palermo. Me siento tan mal que a veces los perros me orinan en la vía pública, vienen, te rondan, alzan la pata y descargan sus meados contra el pantalón que llevas puesto, sabiendo que no te quedan ánimos ni para darles una patada. Scorza ya iba por la tercera botella de tristeza. Soy un exiliado, añadió. Una vez me desterró Odría y otra vez la vida. Nadie me da trabajo, pocos me saludan, la mayoría me voltea la cara desde la quiebra de los Populibros. Los juicios me persiguen y no tengo plata ni para el abogado. Encima Lidia me ha dejado y estoy lejos de mis hijos. Cómo estaré de mal que hasta he pensado en suicidarme, dijo con lágrimas en los ojos. Escribe, es lo mejor que puedes hacer. No puedo, no me sale nada. Ándate entonces. ¿Pero dónde? A Francia, no hay nada mejor que París para la depresión. O te salvas o te terminas de joder. Manuel rió de pura angustia. Abrí un fajo de billetes que guardaba en el bolsillo y saque mil dólares. A Scorza se le iluminaron los ojos cuando se los entregué. Mil gracias, me has salvado, hermano, murmuró desconcertado dándome un beso en mi testa de borracho. Con esto me compro el pasaje mañana mismo. ¿Y tú por qué no te vienes conmigo a París? No puedo, le contesté. Tengo varios proyectos con la doña. Una turista francesa comenzó a mirarme. Ya lo decidí, seré novelista, dijo Scorza mirando los billetes. Como poetas no llegamos a ninguna parte. Por qué Vargas Llosa se forra los bolsillos mientras nosotros pasamos pellejerías y angustias. Yo prefiero ser libre y vivir de los amigos, respondí. Además preocuparse demasiado por el dinero linda con la bajeza. Nos despedimos con un largo abrazo. Scorza salió centelleante y haciendo zetas por la Colmena. No volví a saber de él en varios meses.

 

DOS

La primera vez que vi a Scorza fue en Expreso. Yo trabajaba como titulero y él era íntimo amigo de Manongo Mujica, el dueño del periódico. Un día Manongo me invitó a salir con ellos. Ven y ventílate un rato, muchacho, con nosotros, dijo, y nos subimos al Buick rojo de Scorza. Al Club Nacional sugirió Manongo antes de enrumbar hacia la plaza San Martín. En el camino advirtió que sin corbata Scorza no podría entrar. Extraje una de seda italiana que siempre guardaba en el bolsillo y le hice el nudo apenas bajamos del auto. Manongo saludó a unos conocidos y nos dirigimos hacia la única mesa desocupada del comedor. Vinieron los piscos sours y se pusieron a hablar de negocios. Necesito 30 mil dólares para pagar los derechos de autor de la nueva serie de los Populibros, dijo Scorza. El mercado ya está hecho. Toda la literatura peruana al alcance de tu bolsillo. Venderemos un millón de ejemplares en el primer año, podremos doblar esa cantidad en el segundo. Hemos descubierto una veta formidable, Manongo. Ambos pidieron corvina en salsa de langosta y se relamieron de impaciencia. Me gusta más el alcohol que la comida, le confesé al maître antes de pedir mi tercer catedral. Haremos la propaganda por televisión y llenaremos de kioskos todo el país, añadió Scorza. No hay problema dijo Manongo sacando su chequera sin chistar y estampando su firma con una pluma Montblanc.

Luego Scorza me contó en el baño frente al espejo, que Manongo Mujica era medio ingenuo. Le gusta el arte aunque se pudre en plata, dijo con una risotada mientras se lavaba las manos. Extraña combinación. Vivió mucho tiempo en España. A mí me lo presentó Sebastián Salazar en el Viena, apenas regresé del exilio y desde entonces no lo suelto.

Volvimos a la mesa y le pregunté a Manongo de dónde sabía tanto. De Raúl Porras y de mi suegra, respondió riéndose. Belsarima, seudónimo de María Isabel Sánchez Concha, es decir la madre de mi señora, es poeta y dramaturga y desde que la conocí me hace leer todas las noches y me toma examen en el desayuno. Luego Scorza sacó de su maletín de cuero repujado un comunicado denunciando la masacre de los comuneros de la sierra central. Por favor publícalo, Manongo. La Cerro de Pasco Corporation invade sus tierras e incauta sus pobres ganados. No puede haber tanta injusticia en este país. Pensar que esas eran nuestras minas, dijo Manongo con un tono de nostalgia. Pero nosotros no matábamos indios. El director de Expreso volvió a sacar su pluma y tachó un par de párrafos. Mañana va, dijo y me pasó el papel mecanografiado para que se lo entregara al editor de provincias. Pero irá como aviso pagado y lo firmas tú, Scorza. No quiero problemas con el gobierno ni con los gringos. ¿Y de cuando acá eres secretario de política del Movimiento Comunal del Centro? pregunté con ingenuidad. Scorza se incomodó. Y me lanzó una mirada de soslayo como diciendo más tarde te cuento.

 

Manuel Scorza había nacido en Huancavelica el 9 de septiembre de 1928.

Manuel Scorza había nacido en Huancavelica el 9 de septiembre de 1928.

 

TRES

Una madrugada me llamó a la casa de mi madre en Chosica. ¡Qué sorpresa!, ¿cómo te va en París? Estoy en México, replicó Scorza. Tenía que cobrar unas antiguas deudas por acá y de paso he logrado vender los derechos para que me publiquen un poemario: El vals de los reptiles. ¿Sabes? En mis últimos días en Lima conocí a una hermosa mujer. Se llama Cecilia Hare. Es lingüista, muy linda, y me admira, dijo con jactancia de poeta. Y de aquí nos vamos a París porque Cecilia hará un posgrado en la Sorbona.

Poco tiempo después yo iba caminando por Montparnasse cuando me encontré con Scorza y con Cecilia. Terminamos los tres en un cafetín llamado Le Dome. ¿Y has conseguido chamba acá?, le pregunté. Apenas llegué busqué a Alejo y me consiguió un trabajo de lector en Saint Cloud. ¿Alejo Carpentier? El mismo.

“Eran los primeros días de la revolución y queríamos que todas las familias de la isla recibieran una biblioteca básica”, recordó Scorza. “Pero necesitábamos dólares para pagar los derechos de autor, importar papel y traer una rotativa. Solo nos faltaba la firma del ministro de Industrias que era nada menos que el Che Guevara, a quien yo conocía desde mi exilio mexicano. Compañero, yo a usted lo conozco de alguna parte, habría dicho el argentino-cubano. Nos frecuentábamos bastante en México, incluso fui testigo de tu boda con Hilda Gadea en Tepotzotlán. El Che se rió a carcajadas pero luego hizo una pausa y miró por la ventana la plaza de la Revolución. Necesitamos 70 mil dólares para comenzar, explicó Alejo Carpentier. No hay plata, compañeros. La situación es desesperada. ¿Qué prefieren? ¿Libros o penicilina para los niños cubanos enfermos? En ese momento se me nubló la visión, rememoró Scorza. Me quedé en cero cuando me cerraron el caño los cubanos.

ScorzaPopulibrosVente, seguro no tienes donde pasar la noche, me dijo Scorza. Así que fui a buscar a Carmencita Saco y me quedé con ella en la ratonera de la rue Martin, muy cerca de Notre Dame. A la mañana siguiente fuimos a tomar desayuno al mercado de Les Halles. Entonces Scorza me comentó que días atrás, en la casa de Julio Ramón Ribeyro, había conocido al dueño de Seix Barral. Dadme un mecenas millonario y moveré el mundo, rió. Ya una vez te encontraste con uno, Manongo; dos sería mucho pedir, añadí. Scorza prosiguió: “Carlos Barral es alto y flaco como un quijote y apenas me lo presentaron lo abordé. Soy premio nacional de poesía de la lejana república del Perú y editor de libros muy baratos, señalé con la venia de Julio Ramón. Pues estamos hechos de la misma piedra, replicó Barral. Le dije también que tenía cinco novelas sin publicar. ¿Y de qué tratan? preguntó. En ese momento me salió del alma decirle que eran sobre las luchas de los indios peruanos contra la Cerro de Pasco. ¿Así? Chaval, de verdad que suena muy interesante. ¿Y cuándo me las podéis enviar? pidió Barral. Hay un ligero problema, se lamentó Scorza. Tuve que salir al exilio entre gallos y medianoche por mi apoyo a la causa indígena y dejé mis originales en el Perú. Yo te las publico ¿cuánto necesitáis? Por lo menos diez mil francos. En cuanto pueda os adelanto esa suma, dijo Barral. A cuenta de los derechos, claro está”. ¿Y no será un hablador el tal Barral? Imposible. Recuerda que Carlos Barral desempolvó Los impostores de Mario Vargas de un basurero de su oficina, le cambió de título y a los tres meses le dio el premio Biblioteca Breve a La ciudad y los perros.

A la salida del mercado de Les Halles vimos desfilar columnas de estudiantes en huelga que se dirigían a la plaza de La Sorbona. Tres días después miles de jóvenes tomaron el Barrio Latino, levantaron barricadas y la ciudad luz apareció llena de tanques y vehículos blindados. Si quieres llegar a Cuba, debes irte ya, me dijo Cecilia Hare a la hora de la cena. Esto se está poniendo feo. Scorza me metió 100 francos en el bolsillo y me dejó en Orly en un Citröen prestado.

Un par de meses más tarde recibí otra llamada de Scorza en la casa de mi madre. ¿Cómo va todo en Paris? pregunté. Estoy ahora en el aeropuerto Jorge Chávez, aclaró Scorza. He venido a hacerle la novela prometida a Carlitos Barral, dijo riéndose como quien hubiera cometido una travesura. Dice que a fines del verano me espera en Calafell. ¿Aceptas ayudarme por dos mil francos? Me lo pensaré, dije imitando el dejo charapa.

Scorza se presentó al día siguiente en la casa de la doña con los dos mil francos y el viejísimo maletín de cuero repujado. Tres mil o nada y una participación del 30 por ciento en los derechos de autor. Acepto, dijo sin demora el aprendiz de novelista. Pero aquí no se puede trabajar, le advertí. Sería interrumpir la vida de la doña. Más bien le voy a pedir al gordo Thorndike a ver si nos puede prestar un departamento que tiene vacío en la calle Tarata.

El piso de Tarata solo tenía una enorme mesa, un par de sillas, un colchón en uno de los dormitorios, y un estante enorme lleno de papeles y libros sobre la historia del Apra porque aquí Thorndike acababa de escribir El año de la barbarie. Tras una incursión por el supermarket de Larco llenamos el carrito de víveres, cigarrillos, papel higiénico y una escoba. Scorza tendió sus sábanas en el colchón y me despedí. Al día siguiente me presenté a mediodía. No tenemos un minuto que perder, dije. Tú dictas y yo escribo y meto la cuchara cuando sea necesario. Engrasé mi vieja Olivetti portátil, coloqué una cinta nueva y nos pusimos a trabajar bajo el gran ventanal.

ScorzaRedobleA todas éstas ¿Como llegaste a ser secretario de política del Movimiento Comunal del Centro? Porque la verdad no sé si creerte o no. Es una historia larga, hermano. Yo acababa de llegar pobrísimo de Cuba, y me encontré con Jesús Véliz Lizárraga en el hall central de la Estación de Desamparados. Jesús, Jesús, no te veo desde que éramos apristas y tú estudiabas antropología en el colegio de México. Literalmente he perdido el tren de la historia, me dijo Véliz con ironía. Un sonido de hombres trotando interrumpió la conversación. Los vagones de un convoy partían llenos de soldados. Van a sofocar las revueltas, comentó Jesús con sigilo. Debo avisarle a Genaro y corrió a mandarle un telegrama. Luego, en un chifa de la calle Capón me hizo una propuesta a boca de jarro: Tú, Scorza, deberías ser el secretario de política del Movimiento. Necesitamos figuras en la ciudad. Tú eres poeta, me dijo, a ustedes les hacen más caso que a los campesinos. Al final de la tarde estábamos de nuevo en el andén, tomando el tren nocturno rumbo a la Oroya para una entrevista con Genaro Ledesma. No puedo atenderlos ahorita, nos dijo el alcalde apenas llegamos al municipio. Los andes arden, afirmó con su cara triste de buey bueno. Estoy saliendo para Rancas, si quieren acompáñenme. Hay muchos muertos.

Scorza rebuscó entre sus papeles y se encontró con un informe suyo sobre las luchas del centro. Te lo leeré, me dijo, para que estés al tanto:

La mañana del 2 de mayo de 1960 llegaron al paraje de Huayllacancha doscientos policías al mando del comandante Vaudenay. Los comuneros de San Antonio de Rancas enviaron una comisión para negociar, pero fueron maltratados. En ese momento una piedra le cayó al jefe policial en la oreja. “Fuego a estos indios sinvergüenzas, mátenlos’, ordenó Vaudenay. Las ráfagas de metralleta levantaron el polvo de la indignación. Los indios enfurecidos desoyeron el silbido de las balas y capturaron a algunos policías, pero la respuesta no se hizo esperar. Las máximas autoridades de la comunidad, Alfonso Rivera y Teófilo Huamán cayeron envueltos en la bandera peruana. La desigual batalla continuó todavía durante tres horas y solo cesó cuando llegó el alcalde Ledesma a pedir paz y justicia, con nosotros en la comitiva.

Muy frío, muy cerebral, bota todos esos papeles. No sirven para nada. Tienes que ponerte épico, narrar con el corazón, no con la razón. Hay que soñar nuevamente la realidad.

Luego me contó una historia que el comunero Héctor Chacón le había contado alguna madrugada de insomnio en Cerro de Pasco. Era tal el miedo que el juez Montenegro suscitaba entre la población de Yanahuanca que un día dejo caer inadvertidamente una moneda y esta no fue tocada durante un año por los lugareños. El único que no se enteró del celebérrimo sol de bronce, destinado a probar la honradez de la provincia, fue el propio doctor Montenegro. Esa escena está maldita. Con ese fragmento arrancamos.
Aquellas jornadas de escritura fueron arduas y obstinadas. Ninguno de los dos sabía lo que era sostener un relato a lo largo de trescientas páginas, los días se sucedían y no avanzábamos mucho. Nuestros cerebros se agotaban y rompíamos cantidades siderales de papel, hasta que un día vino Thorndike y al vernos tan exasperados nos trajo una pizarra de fórmica para apuntar las líneas narrativas y separar en capítulos la trama. Luego abrió su billetera y extrajo unos polvitos mágicos. Esto se resuelve en dos papazos, aspiren una línea y listo. Yo probé en el acto pero a Scorza le dio remordimiento. Nada con la pichicata, dijo como buen exaprista del exilio.

A veces me presentaba con Patricia en la parroquia y Scorza se molestaba. Tenemos que chambear, hermano. Está bien que seas mujeriego, pero el tiempo apremia. No puede ser que tu vida sea seducir y seducir, y luego incinerar el amor a la mañana siguiente. Es que tú eres saco largo, repliqué. Yo necesito la paz de una pareja, argumentó Scorza extrañando las riendas sucesivas de Cecilia Hare, de Lidia Hoyle, las de Nora, la hija del cachorro Seoane. No hables así, tan a la ligera. Por Nora caí preso el 3 de octubre de 1948 tras una fallida revolución de las bases apristas que Haya de la Torre se negó a comandar. Ese día había aparecido en el diario La Tribuna un poema dedicado a ella firmado por un tal Scorza y creyeron que yo era un alto dirigente de partido. Después vinieron los siete años de exilio y una carta que le escribí al viejo cuando me di cuenta que era un falso: Good-bye mister Haya. Nunca me lo perdonó. Ningún militante le había cantado hasta entonces sus verdades.

Finalmente terminamos la novela aún sin título y fue Thorndike quien se lo puso después de leerla. Está del carajo, sentenció. Un redoble de tambores por ustedes dijo con el énfasis de su vozarrón. Un redoble mejor por los comuneros de Rancas, dijo Scorza con falsa modestia. Ese es el título, apuntó Thorndike: Redoble por Rancas y así se llamó…

 

Manuel Scorza y Héctor Chacón "El Nictálope", personaje principal de "Redoble por Rancas".

Manuel Scorza y Héctor Chacón «El Nictálope», personaje principal de «Redoble por Rancas».

 

CUATRO

Scorza llegó a Calafell con su bodoque de 500 páginas escritas a máquina y felizmente Carlitos Barral acababa de dejar en el aeropuerto a Mario Vargas Llosa. “Pude hablar a solas con él y las noticias no son muy alentadoras”, me escribió en una carta. “Me temo que Vargas Llosa le ha hablado mal de mí. Entramos al bar y tras unos aperitivos me confesó que tenía muchos problemas con su editorial. Como sabrás el año pasado murió en un accidente mi socio Víctor Seix y los herederos me han embargado todas las cuentas. Pero no tengo ningún un inconveniente en ayudarte. Dadme unos días y mientras tanto disfrutad de la estancia”. A los días Carlitos me presentó a Serrano Balasch, un agente literario y también catalán para más señas. No te preocupes, yo os hago ganar el premio Planeta, me dijo este señor calvo muy suelto de huesos.

Una tarde Cecilia Hare recibió a su marido que había salido a vagabundear por las orillas del Sena con una gran sonrisa y una enorme expectativa. Eres finalista del premio Planeta, acaba de llamar Serrano Balausch. Scorza dio un salto de alegría y se elevó varios centímetros del suelo. Estuvo en aquel estado de levitación durante dos semanas hasta que cayó bruscamente del piso de la rue Martin con el ruido de otro telefonazo. El ganador del premio Planeta es Ramón Sender y contra él no podéis competir. Es viejo, tiene una obra gigantesca y viene de un largo exilio en Estados Unidos.

Scorza3La noticia le cayó como una bomba. Me han hecho fraude, ha habido una confabulación contra mí porque soy peruano y no español. Solo las palabras serenas de Cecilia lograron convencerlo de que los premios eran así, azarosos, arbitrarios, siempre injustos. Finalmente Scorza fastidió tanto que Planeta editó la novela y fue un éxito de ventas en España. Las ediciones y traducciones de Redoble por Rancas se sucedían una tras otra. El autor iba midiendo los centímetros de estantería que su obra iba ocupando. ¡Toda la violencia y la magia de la América indígena! ¡Un éxito de público y de crítica en 30 idiomas! Bien por ti pero cáete con algo, pues hermano.

Redoble por Rancas arrasaba en el mercado europeo pero en Lima nadie se daba por enterado. Había que hacer algo y rápido, así que Scorza me pidió que le consiguiera una entrevista telefónica con la revista Caretas. Allí anunció que el héroe mitológico de Redoble por Rancas, el nictálope don Héctor Chacón, aún vivía y estaba condenado a 25 años de prisión en la colonia penal del Sepa. Una semana después el mismísimo Héctor Chacón, escribió una conmovedora carta de puño y letra a la revista. Scorza tomó inmediatamente un avión para solicitar su libertad y algunos asesores del gobierno se hicieron eco del pedido. El general Velasco decretó que Héctor Chacón, «símbolo del sufrimiento de los comuneros del Perú», sería liberado el 28 de julio de 1971, con ocasión del sesquicentenario de la Independencia nacional. Instantáneamente Redoble por Rancas se convirtió en la justificación literaria de la revolución velasquista.

Cuando me entierren quiero que un violín me toque la sonata del diablo de Paganini, dije yo. Yo quisiera un huayno alegre, dijo Scorza. Te dejo ese encargo, porque como soy más viejo, es probable que me muera antes. Nunca morirás Manuel, dije en un arranque maniaco de ebriedad. Somos inmortales, tenlo por seguro. Somos grandes poetas y por eso seremos imperecederos. Pero no hay que dormirse sobre los laureles, así seamos eternos, advirtió mi amigo. Tengo ya otra novela en la cabeza, ¿cuándo comenzamos? Tú sabes que salvo escribir poesía, yo no puedo hacer la misma cosa durante mucho tiempo. Me gusta la brincadeira. Además me debes plata, señalé. Pero así me cancelaras todo lo que me adeudas, y me adelantaras los derechos de los libros que nunca escribiremos juntos, tampoco lo haría. Mientras tú eres un militante yo soy un aventurero de la literatura.

Scorza sintió la pegada, entró a su dormitorio y me dio 50 mil francos en un sobre de Manila. Siempre fueron para ti, te estaban esperando, sentenció. Lo abracé y le di las gracias. Nunca más tocaremos el tema ni te pediré un puto cobre por el mismo concepto. Ambos asentimos sonriendo. De acuerdo, así son las reglas de nuestra amistad.

 

EPÍLOGO

Scorza acababa de terminar La tumba del relámpago, la última de sus novelas de su pentalogía y andaba un poco atolondrado. Cecilia Hare lo había dejado luego de un fulminante “es imposible vivir con un megalomaníaco” y Scorza se había quedado sin secretaria, sin consejera y sin esposa. Pero renació de sus cenizas con Marie Claire y logró que alguien lo postulara al premio Nobel de Literatura de 1979. Otra vez creía tener el mundo a sus pies. Estaba a punto de consumar la venganza definitiva contra sus detractores sempiternos.

ScorzafinalPero la nueva francesita no tenía la discreción de Cecilia y contra toda prudencia le organizó una velada en el hotel Palace de Madrid. Íbamos a esperar con una copa en la mano los resultados de la Academia Sueca, pero en verdad todo resultó un poco patético. Scorza parecía un pavo envanecido, yo me comía las uñas de solo pensar en la posibilidad de que no se lo dieran, Marie Claire le lanzaba halagos destemplados, el champagne corrió a raudales con demasiada prontitud y luego Scorza borracho se asomó a las cornisas del edificio amenazando con matarse. Finalmente lo cargamos a su habitación para que durmiera la mona. A la mañana siguiente me fui a despedir y Scorza amortiguaba la resaca con frutas y yogurt. ¿Y como andas después de lo de anoche? pregunté. ¡Salud por Odisseas Elitis! brindó y levantó su vaso de yogurt en honor del nuevo premio Nobel. Scorza terrible, imprevisible, testarudo, el hombre que a veces se sumergía en una impúdica y autolacerante vanidad, tenía el don de la resurrección.

En la madrugada del lunes 28 de noviembre de 1983, el Jumbo de Avianca, capotó sobre unos campos y cayó a tierra a pocos kilómetros del aeropuerto de Barajas. Ciento cincuenta y seis pasajeros, además de la tripulación, murieron en el accidente. Entre ellos se encontraba Manuel Scorza revisando su nueva novela entre las manos.

Sus restos mortales llegaron una semana después y fueron recibidos por un mar humano: representantes del gobierno, parlamentarios, militantes del FOCEP, estudiantes, artistas, escritores, lectores, obreros, amigos o simples hombres de a pie acompañaron su cortejo desde la Casona de San Marcos hasta el cementerio El Ángel. Una nutrida delegación de los campesinos de Rancas y Yanahuanca entonó viejos huaynos funerarios como él hubiera deseado.

Recién entonces comprendí que una sola letra podía transformar la vida y la historia. Escorza era un apellido más del montón. En cambio Scorza es contundente, inolvidable, tiene carácter. Mientras iba cargando el ataúd por la avenida Abancay escuché la voz del amigo muerto desde dentro del cajón: Nora Seoane, un poema, la cárcel y una letra menos en mi nombre literario me cambiaron el destino cuando tenía veinte años. Pero no lo digas. Eso no lo sabe nadie. Ya en la soledad de mi habitación pensé que Scorza no se había muerto. Fuerza amigo. Sforza, Scorza. Has resucitado tantas veces que ya no te creo nada, dije aspirando el humo de un cigarrillo.

 

 

*Rodrigo Núñez Carvallo es un escritor peruano conocido por sus cuentos y relatos, así también por sus novelas Sueños bárbaros y El sembrador de huarangos. Su padre es el ilustre historiador y crítico literario Estuardo Núñez.


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