¿Qué rol cumplen los medios de comunicación?

Compartimos una reseña sobre el ensayo Mecanismos de la posverdad, en el cual la periodista Jacqueline Fowks analiza la responsabilidad de los medios de comunicación en el contexto social y político del Perú actual.

 

Por Paul Baudry*

Jacqueline Fowks, a quien todos conocemos como periodista e investigadora académica, acaba de presentar en la Feria del Libro de Lima, Mecanismos de la posverdad, editado por el Fondo de Cultura Económica (152 págs.). Este pequeño ensayo, que me acabo de leer de un sopapo, hace un balance documentado sobre la responsabilidad de los medios de comunicación ante reclamaciones de grupos subalternos en el Perú y en la América Latina de los últimos quince años, apoyándose en el concepto de posverdad, es decir cuando “los hechos objetivos influyen menos en la opinión publica o las creencias personales”. Este trabajo, que me imagino ha sido preparado bajo la forma de apuntes personales sobre la actualidad y echando mano también de sus clases como profesora universitaria, analiza con mayor detenimiento el tiempo presente político, histórico y social peruano hasta la fecha (se incluye el juicio a Alejandro Toledo en febrero 2017), insistiendo en la ambigüedad del papel de la prensa que es titiritero y títere en la construcción de las noticias como imagen de la realidad.

En un espacio como el Perú -acaparado por medios abiertamente conservadores que se esmeran por promover una imagen de “región estable” para atraer inversiones por más que este discurso encubra falencias seculares-, el ensayo de Jacqueline Fowks es más que necesario dentro del despertar de una sociedad civil que se va construyendo como muralla humana ante el virtual pero no imposible regreso del fujimorismo al poder ejecutivo. Funciona, en cierta medida, como una síntesis reflexiva de lo que intentan revelar los medios independientes que han surgido con el desarrollo de las redes  sociales tras el regreso de la democracia. Si bien recoge trabajos de su propia autoría, y numerosas fuentes fidedignas de sus colegas, tiene la ventaja de proponer una lectura transversal que busca concientizar a los peruanos sobre, por ejemplo, la criminalización de la protesta que beneficia a los grupos de poder favorables al neoliberalismo cholo. Este libro, que desde ya les recomiendo, incide en algunos de los siguientes puntos que anoto no a modo de spoilers sino como reflexiones coincidentes.

Primero, la cuestión del inmediatismo, de la falta de distancia crítica entre el hecho y su procesamiento (que es un hecho mundial) no solo por los medios sino por los consumidores de información que, gracias a las redes sociales, difunden a diestra y siniestra tanto hechos verídicos como falsedades. Es cierto, como señala Fowks, que el ingreso de la cultura del Whatsapp y de Twitter a la prensa escrita y televisiva parece incluir al ciudadano en la construcción de la noticia. Pero bueno fuera que este uso sea puntual, o incluso periférico, comparado con el centro de la verdad cotejada. Se necesitan estos aportes de información fresca, factual para alertar sobre sucesos que no se pueden cubrir constantemente y que la prensa seria debe profundizar luego. El tema no es ese. La cuestión es que los propios medios peruanos –hablemos solo de televisión- son tan miopes, factualistas y mediocres como el hijo de la vecina que tiene Twitter. Salvo contadas excepciones, los noticieros diarios y semanales son repetidores de discursos, simples antenas que rebotan palabras ajenas para aumentar su difusión sin cuestionar ni la fuente ni la intencionalidad del mensaje en un país, además, donde la complejidad discursiva de los políticos (retórica, alusiones a la historia nacional, autocrítica, manejo de lo implícito, etc.) es de una llaneza patética.

Nadie se da el trabajo de armar un gran reportaje de dos horas en horario estelar o de diez páginas en edición dominical que analice desde un punto de vista semiótico y seriamente político el fujimorismo como discurso de embaucamiento, por ejemplo. Si la congresista Cecilia Chacón abrió la boca, el titular es Chacón dijo que. Si Kenji Fujimori le entregó un pan con queso a Ollanta Humala en la cárcel, el titular es igual de denotativo. Desbaratar sus estrategias chapuceras es fácil, lo que no hay es voluntad comercial por parte de los medios concentrados para que estas críticas ingresen a los espacios masivos. Esta falta de un mínimo sentido de problematización y de puesta en perspectiva se ha visto, me parece, esta semana con la huelga de maestros. Si yo fuera un fuera un peruano que vive enchufado a la televisión, ¿qué hubiera entendido de las causas del conflicto, del proceso de negociación o de los intereses que están en juego tanto de un lado como de otro? Después de ver un par de noticieros mañaneros, me quedó esto: “los profesores hacen huelga por las puras”, “perjudican a los alumnos”, “frustran el turismo” y “hubo infiltrados de Sendero”. En otro país, esta visión astronómicamente superficial de los hechos hubiera sido el hazmerreír de los sindicatos, de los grandes periódicos y de gran parte de la sociedad civil.

Al analizar la construcción del otro que protesta, Fowks estudia los circuitos de producción, circulación y apropiación de las noticias que revelan su amateurismo al momento de contextualizarlas pero sobre todo su intencionalidad conservadora al menospreciar inmediatamente todo amago de disenso. Los casos citados son numerosos y finamente pensados desde un punto de vista discursivo: el Baguazo, el incendio de Cantagallo, los desayunos fujimoristas durante la campaña 2016, el asesinato de la niña Zoraida Caso en Ranrapata, la foto trucada de Verónika Mendoza subida por Becerril y un largo etcétera. Habría mucho que decir sobre cada uno, y los invito a leer sus análisis pormenorizados, pero me interesó uno en particular, cuando se detiene sobre la famosa expresión de Alan García al referirse a los peruanos que protestaban contra los proyectos mineros. En efecto, si bien el “perro del hortelano” ni come ni deja comer, es, ante todo, un perro, un animal que metafóricamente puede remitir de manera despectiva a un ser humano despreciable. Y así, aunque muchos ya estaban conscientes de que era una manera de desprestigiar las reivindicaciones legítimas de miles de Máxima(s) Acuña(s), nadie se había percatado que, subliminalmente, el presidente estaba invitándonos a subalternar a esos otros lejanos, pobres e indígenas que “no dejaban trabajar al gobierno”. Este tipo de acercamiento semiótico y de raigambre psicoanalítica al discurso político en el Perú, sobre todo porque se detiene en una actualidad muy reciente, es sumamente original en nuestro contexto miope y pasivo ante los medios. Justamente, el libro de Fowks permite reflexionar sobre el sentido crítico promedio de la clase media y de la clase dirigente peruana que amordaza el disenso pero se mantiene mudo ante la gangrena del fujimorismo y la inepcia del alcalde de Lima. Un doble rasero enfermo, propio de un cuerpo social esquizoide, al que le gusta ese maltrato pasivo al que lo tiene tiene acostumbrado la autoridad colonial : el tráfico de mierda, la toma del congreso por Alí Babá y los cuarenta ladrones, etc. Todo bien mientras podamos seguir bailando al ritmo de la flauta de un encantador invisible que nos promete “crecimiento económico” y “cemento” (más cemento, por favor).

Espero que puedan conseguir pronto este libro.

 

*Paul Baudry. Investigador, especialista en literatura latinoamericana, autor del libro de cuentos El arte antiguo de la cetrería.