Piedad Bonnett: «A la gente le gusta llorar con la literatura»

Cuando un hijo pierde a sus padres se le dice huérfano, pero cuando un padre pierde a un hijo ¿cómo se le llama? Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013) es la más reciente obra de la poeta y narradora colombiana Piedad Bonnett, quien a través de la palabra escrita expresa su dolor y sufrimiento alrededor de la enfermedad mental de su hijo, quien se suicidó en 2011 a los 28 años de edad. Conversamos con ella hace unos días durante su visita a Lima.

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Por Jaime Cabrera Junco
 
 
Nació en Amalfi, en el departamento colombiano de Antioquia, pero vive hace buen tiempo en Bogotá.  Ha publicado ocho libros de poesía, cuatro novelas y un libro que no es lo uno ni lo otro. Se llama Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013) y es el testimonio desgarrador de la autora por la súbita muerte de su hijo. Piedad Bonnett siente una mayor inclinación hacia la poesía y ha sido muy amiga del recordado poeta peruano José Watanabe, quien prologó su antología Los privilegios del olvido y cuya obra se encargo de difundir en Colombia. Conversamos con ella en los días en que se desarrollaba el II Festival Internacional de Poesía de Lima teniendo como magnífico escenario el legendario bar del hotel Maury, del centro de la capital.
 
 
 
A los cinco años empezó a leer y recitar poesía de aquella colección titulada El tesoro de la juventud. ¿Ese fue en realidad su primer acercamiento a la poesía?
Sí y de alguna manera ocurrió por una tradición oral que había en mi casa. En un libro que yo escribí que se llama El prestigio de la belleza, ficciono algo que mi mamá desmiente (ríe). Mi mamá sintió que yo no era una niña bonita  y entonces decidió darme una serie de compensaciones y me enseñó a recitar desde que era chiquitica y esa música de la poesía que yo recitaba para exhibirme, me fue entrando de una manera tremenda, eso sumado a lo que lo leí en El tesoro de la juventud y al culto que mi papá tenía por los poetas colombianos, creo que ese fue el germen de mi amor por la poesía. 
 
 
 
¿Cree que hay una predisposición especial a la poesía? En otras palabras, ¿considera que, a diferencia del narrador, el poeta nace?
Estoy absolutamente segura de eso. Tuve durante más de veinte años un taller de escritura creativa que dirigía en la universidad y eso era evidente. El narrador debe tener la vocación y la preparación -es decir muchas lecturas y análisis crítico-, pero el poeta tiene un tipo de pensamiento muy especial, que creo que es un pensamiento analógico para  entrar a un pensamiento simbólico. Lo veo en estos estudiantes y creo que a mí se me da naturalmente la poesía, si se puede decir esto.
 
 
 
Y precisamente, ¿en qué momento sintió esa predisposición para escribir poesía?
Versificando que no es lo mismo que hacer poesía. Ya a los 13 o 14 años me enviaron a un internado y en la soledad empecé a usar la poesía como una manera de acompañarme y de acompañar mi soledad. Entonces la escritura se convirtió en una especie de oficio, de búsqueda, todavía muy rudimentaria, por supuesto. Cuando ya entré en la universidad y me puse en contacto con los grandes maestros de la poesía, de pronto empezó a brotar la poesía con más fuerza y con más conciencia. Entonces empecé a trabajar la poesía más allá del puro impulso y también racionalmente y vinculada a una tradición.
 
 
 
¿Se aprende a escribir poesía leyendo a los maestros? Cuando a usted le preguntaban sobre sus referencias hablaba de Antonio Machado y de Gustavo Adolfo Bécquer de una manera especial
Gustavo Adolfo Bécquer cuando tenía 12 o 13 años. Leer sus rimas me regocijó como también leer a poetas colombianos como Porfirio Barba Jacob, José Asunción Silva, etc. Ya en la universidad leí a Antonio Machado; César Vallejo fue fundamental, Neruda de Residencia en la tierra también fue importante. Y ya el panorama se amplía y la búsqueda no termina nunca. Yo soy una lectora empedernida de poesía, mi vida no puede transcurrir si no tengo libros de poemas al lado. 
 
 
 

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Y también tiene usted una relación especial con la poesía peruana. Incluso en su último libro, Lo que no tiene nombre, hay un epígrafe con unos versos de Blanca Varela, y además usted fue muy amiga de José Watanabe y él prologó una antología de poemas suyos. ¿Cómo fue ese contacto con la poesía peruana?
Bueno, yo fui durante muchísimos años profesora de un curso que se llamaba Poesía Latinoamericana. En esa vía me fui metiendo en el conocimiento de la poesía latinoamericana de una manera muy sistemática y siempre he sostenido que para mí la poesía más poderosa de América Latina es la poesía peruana. Por supuesto que también está la poesía chilena que tiene una fuerza tremenda, pero yo creo que el Perú es un país con una tradición poética tremenda. Eugenio Montejo decía que uno tiene un ‘RH poético’. De manera que yo encuentro que los poetas peruanos tienen mi mismo RH poético. Entonces desde Vallejo, que realmente fue el que me llevó a la poesía, hasta poetas de hoy como Watanabe, Blanca Varela y muchísimos otros como Carlos Germán Belli, Carlos López Degregori, Rosella di Paolo que me encanta…también están Giovanna Pollarolo, Carmen Ollé… en verdad el repertorio es amplio y bueno, entonces no he tenido oportunidad de sistematizar porque uno me llevó al otro y así me he ido empapando y estos viajes sirven también para conocer a otros poetas y llevarse sus libros, leerlos y en lo posible divulgarlos.
 
 
 
¿Y cómo surgió la amistad con José W
atanabe?
Con José la amistad surgió de una manera natural y maravillosa. Estábamos en Londres en una gran recepción que había en la embajada de México. Estábamos parados en una esquinica, éramos dos desconocidos y empezamos hablando de nuestros miedos a los aviones y la charla fue como creciendo de una manera animada y, al final, intercambiamos nuestros libros. Yo lo había oído leer a él, luego leí sus libros y no podía creer que estaba descubriendo a este poeta, era como esas revelaciones que se dan muy de vez en cuando y sentía que cada poema me hablaba de una manera profunda y entonces fui cuando decidí que ese poeta tenía que conocerse en Colombia y le propuse a Norma hacer algo y me encargaron preparar la antología y publicamos El guardián del hielo.
 
 
 
Y lo tiene tan presente a Watanabe que en Lo que no tiene nombre cita un verso de él: «La vida es física»
Sí, ese mundo de Watanabe está en mi cabeza permanentemente como le pasa a uno con los grandes autores a los que quiere.
 
 
 
 
 
 
LO QUE NO TIENE NOMBRE
 
 
Al empezar a leer su libro, tengo la ligera sospecha de que se parece al libro de Isabel Allende titulado Paula. Sin embargo, en Lo que no tiene nombre hay mucha más reflexión, no solo es la manifestación del dolor y el registro del sufrimiento de su hijo Daniel Segura Bonnett, quien se arrojó desde lo alto de un edificio de cinco pisos en Nueva York, lejos de su madre, pero cercado por su mal psiquiátrico detectado ocho años antes. Paso un poco de saliva y particularmente me conmuevo con este fragmento:
 
 
«La vida es física». Siempre me gustó ese verso de Watanabe. Y también este de Blanca Varela: ‘[…] es la gana del alma/que es el cuerpo’. A pocas horas de su muerte lo que me empieza a hacer falta hasta la desesperación son las manos de Daniel, las mejillas por las que pasaba el dorso de mi mano cuando lo veía triste, la frente que besé tantas veces cuando era niño, la espalda morena de tanto sol. Su singularidad. Su modo de reír, de caminar, de vestirse. Su olor. Una idea absurda me persigue: jamás el universo producirá otro Daniel.
 
Siempre vendrá quien me diga que nos queda la memoria, que nuestro hijo vive de una manera distinta dentro de nosotros, que nos consolemos con los recuerdos felices, que dejó una obra…Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo.
 
 
 

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¿Y el hecho que escriba narrativa además de poesía es un salto? Algunos poetas no lo consideran así y afirman que la prosa es otra forma de expresión simplemente.
Para mí sí es un salto. Siempre quise ser novelista, aunque en realidad quería ser cuentista que es lo único que no he sido, pues también soy dramaturga. A los 20 años traté de escribir una novela, a los 28 traté de reescribirla fallidamente. Mientras tanto iban apareciendo los poemas y casi claudiqué y de repente aquella novela que intenté escribir volvió con una fuerza tremenda cuando ya era adulta, porque seguía allí como la nostalgia de la prosa. Luego como que me envicié y he escrito cuatro novelas y este último libro, que le dicen novela pero a mí no me disgusta.
 
Lo que no tiene nombre no es una novela sino más bien un testimonio real sobre la enfermedad mental de su hijo 
Le dicen novela, aunque es un testimonio sobre la lucha que dio mi hijo durante nueve años contra una enfermedad mental, la esquizofrenia. Él era un muchacho de una gran lucidez intelectual, de mucha sensibilidad, era un artista plástico que nunca dejó de tener contacto con la realidad, con el trabajo, que se suicidó hace dos años cuando estaba estudiando en la Universidad de Columbia porque no pudo soportar esos demonios. Todo lo que hay alrededor de un suicidio, todo lo que hay alrededor de la enfermedad y la experiencia del duelo, lo relacionado con los médicos es lo que trabajo en este libro, y también hay un diálogo con muchos otros escritores. 
 
 
 
¿Desde que empezó a escribir este libro la intención era de todas maneras publicarlo? Es decir, el proceso de escritura dice usted que fue doloroso, incluso en la presentación pública del libro se quebraba al recordar a su hijo, y en las entrevistas mis colegas colombianos le preguntaban sobre cómo era Daniel, sobre asuntos médicos y parecía por momentos agobiante. ¿Por qué publicar un libro como este?
Desafortunadamente yo no tengo diarios como otros escritores en los que escriben cosas íntimas. Cuando empiezo a escribir un libro estoy pensando en el lector. Cuando comencé a escribir este libro muy pronto, a los dos meses de haber muerto mi hijo, lo hice con un rigor literario, que creo era una manera de exorcizar el dolor y de alguna manera aferrarme a la razón, a la creatividad, a la belleza para poder soportar el peso de esa muerte. Fue un exorcismo, pero fue un ejercicio literario muy fuerte. Ese libro lo reescribí muchas veces y es muy breve. Luego la acogida ha sido muy impresionante, apabullante y me ha desbordado. Una enorme cantidad de público ha comprado el libro por razones que van más allá de las literarias porque hay una especie de vacío, de silencio alrededor de estos temas tabú, por el estigma. Mi hijo ocultó su enfermedad durante ocho años y nosotros fuimos solidarios con ese silencio. Hay mucho recelo con el suicidio, hasta no hace mucho a los suicidas se los enterraba en un lugar aparte de los cementerios. Entonces el libro fue tomando unos caminos, fue encontrando como fuentes de reflexión muy importantes y entonces eso ha alcanzado como un gran diálogo en la prensa.. Mi hijo es un pretexto para hablar de unos temas tremendos y para mostrar un drama humano que tiene relevancia en sí mismo.
 
 
 
El gran tema de su libro es el dolor 
Sí, el dolor de él, de los padres, de sus hermanas y finalmente cuando los lectores terminan de leer es el dolor solidario por el otro ser humano. Porque yo he visto mucha gente llorando por este libro. Recibo todos los días cartas de gente  que dice que no hizo sino que llorar. A la gente le gusta llorar con la literatura. Lloran en el fondo como sus propias penas. Ha sido muy bonito porque eso es empatía, solidaridad. Además, no está escrito como un libro de autoayuda o de superación personal, no hay consejos de ninguna índole. Es un libro duro, descarnado, yo diría que un poco brutal y muy doloroso.
 
 
 

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Y la muerte de su hijo, ¿no la movió más bien a escribir poesía en primer lugar?
No, increiblemente lo que hice de manera prioritaria fue escribir este libro. La literatura sana, exorciza, pero a un ladito han aparecido algunos poemas, pero como es un tema delicado no he querido caer en sensiblerías ni mistificaciones. He sido muy contenida y los poemas que he escrito sobre la muerte de él han sido pocos, unos cinco o seis. 
 
 
 
Si bien contaba que tenía muchos títulos en mente para el libro y al final quedó este, lo curioso es que lo que no tiene nombre también es el hecho de que una madre pierda un hijo, cuando un hijo pierde a sus padres es huérfano…
Sí, dio esa casualidad que la expresión es muy coloquial. Decimos que una cosa no tiene nombre para referirnos a aquello que nos desborda y es una cuestión paradójica en un libro, pues lo que no tiene nombre va a ser nombrado aquí. También el suicidio no tiene nombre porque es oscuro, misterioso e impenetrable. Entonces tratar de llegar al fondo de la decisión del suicidio es imposible. A todo eso corresponde el título de Lo que no tiene nombre.
 
¿Qué es lo que lee más: poesía o narrativa?
Durante mucho tiempo, digamos en los últimos diez años, leí mucha narrativa. Pero siempre tengo cerca mis libros de poesía y ahora lo único que quiero hacer es leer poesía. Quiero dejar de leer prosa un tiempo y dedicarme a la poesía porque me está haciendo una falta tremenda porque lo del libro me ha descentrado un poco. 
 
 
 
Coincide en esto que quizás sea solo una sensación a nivel editorial, de que se lee muy poca poesía
No, no creo. En mis cursos de poesía tenía siempre 50 a 70 alumnos, gente de 20 años que quiere leer poesía. Esto es como una secta, siempre hay unos poetas jóvenes que van emergiendo, es una cuestión de relevo, mueren los grandes poetas y aparecen los jóvenes. Mientras eso viva la poesía seguirá presente. Yo creo que la poesía circula por unos canales mucho más interesantes que la prosa. La prosa está en manos de las editoriales y sobre todo de las grandes, en cambio las pequeñas editoriales publican estos poemitas tan bonitos. No hay necesidades económicas alrededor de la poesía, nadie se hace rico escribiendo poesía, como sí un novelista podría hacerlo. Son caminos alternativos y me parece más apasionante.
 
 
 
A todos los poetas les piden que definan la poesía y la pregunta encierra un reto, ¿usted se animaría a definir qué es la poesía?
No, no. ¡Dios mío esa es una tarea demasiada tremenda! (ríe). Yo relaciono la poesía con el misterio, en el fondo de todo gran poema hay un silencio, una cosa impenetrable. Como decía Heidegger es buscar el ser en sí, entra uno y pellizca la realidad y cuando esta emerge nuevamente se vuelve y se nos escapa. Creo que eso es lo que pasa con los grandes poemas.
 
 
 
 
 
CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR PIEDAD BONNETT
 
1. Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers.
 
2. Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal.
 
3. Poesía de Philip Larkin.
 
4. Concierto animal, de Blanca Varela.
 
5. Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima.
 
 
 
 
 
 


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