El nuevo Gran Hermano: “2084, el fin del mundo”, de Boaulem Sansal

 

Una crítica a una novela que podría considerarse una continuación de la ya clásica 1984, de George Orwell. La obra nos sitúa en una dictadura teocrática, algo que podría remitirnos acaso al denominado Estado Islámico.

 

Por Roy Palomino Carrillo

Son pocos los libros que han sobrevivido a la difícil tarea que significa crear ficciones sobre la base de obras maestras literarias. En Hispanoamérica el ejemplo más notorio es, desde luego, Pierre Menard, autor del Quijote de Borges. En Inglaterra uno de los últimos es Two Years, Eights Months and Twenty-Eight Nights de Salman Rushdie, considerada la versión moderna de Las mil y una noches, de ahí el juego numérico. La tarea no es nada fácil porque ofrece muchas desventajas para el escritor (comparación constante con el clásico literario, con el autor encumbrado) y, a la vez, le exige una gran calidad narrativa. El libro 2084, el fin del mundo del argelino Boualem Sansal es una novela que cumple con estos rigurosos requisitos. Situada en un mundo post 1984, la obra de Sansal toma como base muchos de los escenarios físicos y psicológicos que la novela de Orwell propone. Sin embargo, su gran acierto es diferenciarse del escritor inglés al centrar su trama en una dictadura teocrática que gobierna todos los territorios del mundo bajo las leyes de dios. En esta apuesta, Sansal construye su propia visión de un gobierno totalitario acorde a nuestros tiempos, aquel del radicalismo musulmán que ahora tiene el rostro del Estado Islámico, y advierte que aquello sería el fin de nuestro mundo.

La religión es, por tanto, expuesta como una máquina de control absoluto sobre la consciencia de las personas que han perdido su categoría de ciudadanos y se han vuelto simplemente devotos. La obediencia es la norma, la sumisión la conducta. La guerra que construyó esta realidad, y que previsiblemente debe situarse poco después de 1984, no solo acabó con los países laicos y ateos, también erradicó los conceptos de “ciencia”, “crítica”, “diversidad”. En Abistán, el único país-imperio que existe en 2084, todas las decisiones políticas surgen de la voz de Yolah, el dios absoluto, y son esparcidas a los devotos mediante la intervención de Abi, el discípulo elegido. Abi es el Big Brother de Sansal, un ente al que nadie ha visto y del que nadie conoce su rostro, pero que es capaz de decidir sobre la vida y el futuro de millones de personas. “Abi estaba simultáneamente aquí y allá, en una capital de provincia y en otra, y a la vez en un palacio hermético, vigilado de la misma forma, desde donde él irradiaba luz y vida al pueblo”. Abi es también omnipresente como el Gran Hermano, pero a diferencia de éste lo es porque tiene cualidades divinas: lo puede todo, lo sabe todo y están en todas partes.

Los pocos hombres que aún recuerdan tiempos anteriores, los llamados renegados, escriben en las paredes Big Eye, pero incluso ese pequeño símbolo de resistencia carece de significado para los devotos de Abistán porque en aquel país solo se habla una lengua, cuyo origen también es divino. “Con esta lengua sagrada, mis adeptos serán fieles hasta la muerte, ellos no tendrá necesidad de usar más palabras que las de Yolah para conquistar el mundo”. El lenguaje cotidiano se convierte así en un arma de evangelización. Un saludo o una despedida son la muestra de que la religión lo gobierna todo: “En primer lugar, yo entrego mis humildes saludos a Yolah el todopoderoso y a Abi, su maravilloso Delegado”. Si Orwell explota su concepto de Neolengua, lo que Sansal hace es exponer los peligros de mezclar el lenguaje común con la religión. ¿Qué pasa, digamos, si eliminamos de nuestra vida diaria expresiones como “Gracias a Dios”, “Dios mediante” o “Se me hizo el milagro”? La idea de un dios y su divinidad pierden importancia en nuestra sociedad ¿Y qué pasa, si por el contrario, la usamos todos los días, como una rutina inconsciente? Dios cobra un valor social que antes no tenía ante las personas. Su figura se torna realmente omnipresente. El lenguaje no solo refleja una sociedad sino que también ayuda a construir una realidad. En palabras de Phillip Cadic, si el lenguaje puede manipular la realidad, entonces también puede manipular a las personas.

2084 es así una crítica dura, informada e inteligente contra los fanáticos que aspiran a gobernar países enteros para imponer su religión. Siendo Boualem Sansal un escritor árabe, se puede percibir fácilmente que su crítica es contra el islamismo. Sin embargo, también se pueden distinguir prácticas que ciertos sectores católicos intentan implementar en varios países, el Perú entre ellos. El autor parece decir que cuando la religión escapa del ámbito personal, adquiere una voracidad absoluta por controlarlo todo. En el universo paralelo y depresivo de 2084, este libro ni esta reseña existirían. Todo estaría escrito con la misma tinta y la misma mente, todo sería una página en blanco que comenzaría con un agradecimiento a Yolah y terminaría con un respetuoso y humilde saludo a Abi.