Yukio Mishima: lo sutil de las emociones intensas

Los sables es uno de los libros fundamentales del escritor japonés Yukio Mishima, discípulo del gran Yasunari Kawabata. Presentamos un artículo de Alina Gadea sobre este cuentario en el que destacan Tabaco, El martirio y Peregrinos en Kumano, del cual su autor se sentía –con toda razón- muy orgulloso.

 

 

Por Alina Gadea Valdez*

Kimitake Hiraoka es el verdadero nombre de Yukio Mishima, nacido en Tokio en 1925.

Como toda la literatura japonesa su obra está llena de sutilezas. Además es un escritor volcado en la belleza de la palabra y en la poesía de su prosa.

Fue un niño enfermizo, hipersensibilizado por una abuela histérica y culta proveniente de una familia samurái.

El libro de cuentos Los sables reúne 7 joyas literarias que abarcan algunas de su juventud y otras de madurez.

Turbadoramente íntimas, Tabaco y El martirio esbozan el despertar de la sexualidad homosexual adolescente, así como la desadaptación de un joven a nivel personal y social. Todo ello de carácter autobiográfico, pues la familia paterna de Mishima era de origen campesino, frente a la de la madre y por otro lado, está el tema de su orientación sexual, la que algunos atribuyen a la crianza afeminada de su abuela.

En todos los cuentos está presente la turbulencia emocional y la descripción poética de la naturaleza como ser vivo.

Resulta inquietante que habiendo recibido el Premio Tanizaki acompañado de su mentor, Kawabata, unos días después resultara suicidándose luego de haber planeado cada detalle minuciosamente, haciendo todo un despliegue que incluyó hasta una filmación en lo alto de una edificación donde se le practicó el sepuko o harakiri asistido. En el discurso que antecedió a su muerte declaró que lo hacía en protesta por la occidentalización de Japón.

El encanto de la ambigüedad japonesa se pone de manifiesto en cada cuento de Los sables, así como en novelas como Confesiones de una máscara.

Es comprensible que se sintiera orgulloso, en particular, del cuento Peregrinos en Kumano. En él plasma, de manera magistral, todo el conflicto interior de los dos personajes. Sutil y lleno de matices junto con las descripciones más sugerentes. Los anteojos lilas del profesor, su ojo tuerto; los algodones con alcohol que Tsuneko le prepara y con los que va desinfectando todo a su paso; su pelo pintado de negro con una pasta para las canas, su pantalón bolsudo, junto con las descripciones de su compleja interioridad:

A veces el mar de tristeza y soledad que anidaba en el corazón del profesor se desbordaba a chorros cuando componía tanka, pero normalmente había que escudriñarlo ligeramente a través del cristal como se contempla a un pez raro escondido en la oquedad de la roca de un acuario.

O las reflexiones sobre Tsuneko, entrañable personaje femenino:

¿Cuál era la ilusión de la vida de Tsuneko? La razón por la que Tsuneko consideraba el seminario mensual como la ilusión de la rutina de su vida era porque admiraba al profesor como a un dios o a un sol.

El detalle de su aspecto físico, sus orejas escasamente carnosas, sus ojos demasiado rasgados, las mejillas hundidas. Llegó a no maquillarse nada y vestir en una forma tan anodina que la gente le echaba más de diez años por encima de su edad.

Más allá de eso, ella añora saber el gran secreto de la vida del profesor. Durante el viaje, su cabeza la llevaba por la senda oscura de pensamientos inconfesables.

MishimapostAlina2Los versos de Eifuku mon in, antigua Emperatriz poetisa, debían servir de inspiración a Tsuneko quien solo vivía pendiente del profesor, queriendo reproducir incluso su tristeza. Una tristeza que no era la de ella, a la que se metía a la fuerza como en un envase ajeno. Tsuneko era una mujer en un estado de desorientación vital. Escribía versos desnudos de las alegrías y penas de la vida real. Ella debía aprender el arte de esconder las emociones:

Se tiñe el alba
Con el canto de aves
De la montaña
Y aquí y allá las flores
Sus colores van mostrando

El corazón de Tsuneko parece palpitar mientras la luz del sol entra por la ventana batiendo las alas. Se pregunta si en esa tierra sagrada de Kumano habría dejado el profesor, entre el oscuro follaje, algo precioso, algo que en el fondo temía recuperar. En ese bello párrafo está especialmente presente lo sutil y lo ambiguo.

Esbozada a lo largo del texto la sabiduría budista, la naturaleza es dios y es a la vez un ser intensamente vivo:

No. La catarata ahora no era una ninfa. Era, más bien, un dios fiero y descomunal. Por la pared rocosa, transformándola en un espejo perfectamente bruñido, el agua despeñada desliza su blanca espuma incesantemente. Arriba, en el cielo, donde comienza la cascada, una nube de verano se asoma cuidadosa y deslumbrante, mientras un cedro seco clava el ojo azul del cielo con la aguja punzante de su tronco.

Tsuneko se pregunta si el profesor se burla de ella, sabiéndola una mujer ingenua y emocionalmente virgen tras un matrimonio fugaz y sin amor. Una virgen de más de cuarenta años. Mishima nos plantea interrogantes humanas sobre aspectos profundamente subjetivos.

Recuerdo en especial un episodio de la peregrinación en que tropiezan ambos y los anteojos del profesor, a punto de caer, son colocados en su sitio por Tsuneko. Fiel a sus hábitos de siempre él debía haber rechazado bruscamente esta clase de ayuda pero esta vez, turbado, dijo gracias y al decirlo Tsuneko se sintió sumamente feliz. El relato está plagado de sutilezas tales como la de este fragmento.

La belleza de las descripciones de la naturaleza: El aire puro estaba impregnado del balsámico aroma del cedro, mientras el torbellino del mundo hacía extrañamente plausible la tradición de que la Tierra Pura de Amida estuviera localizada ahí.

El climax del cuento viene con la aparición de las tres peinetas. El motivo de la peregrinación de ambos resultó ser enterrarlas en los tres santuarios de Kumano. La ambigüedad de aquel secreto tan bien guardado durante años por el profesor, el secreto de su soltería. ¿Era real esta historia? ¿O era una historia fantástica inventada por el profesor? Era un cuento que el profesor se había hecho creer a sí mismo hasta los sesenta años. Una bella mujer lo había amado en su juventud y había muerto sin poder llegar a Kumano con él. El final completa la ambigüedad: Tsuneko tiene una revelación en ese santuario que la deja libre de su atadura a la poesía y por ende, del profesor.

Algo en nuestro mundo interior queda flotando en el aire al terminar la lectura, como para hurgar en nosotros mismos, en lo más sutil de nuestras emociones intensas, hasta poder asir el final de esta historia.

 

 

*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). En 2012 publicó la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa. Su cuento La casa muerta ha sido incluido en la antología El cuento peruano 2001-2010, edición a cargo del crítico Ricardo González Vigil.

 



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