Leonardo Aguirre: “Lo siento mucho, mi deber era escribir este libro”

 

Bajo el sello de Animal de Invierno, Leonardo Aguirre reaparece con Asociación ilícita, o el lado B de la historia de nuestros escritores.

 

Por Jack Martínez Arias*

Leonardo Aguirre no cree en nadie. Reaparece con un libro explosivo bajo el brazo. Con más de una veintena de perfiles revela el lado oscuro de nuestros ilustres y (no tan ilustres) escritores peruanos del siglo XX y XXI. En su libro todos bajan al llano y se encuentran codo a codo a través de las relaciones que Aguirre teje entre ellos. Porque todos los que aparecen han cometido un acto ilícito, señala el autor. Así, el siempre polémico escritor comienza sus perfiles con Abimael Guzmán. Sí, el perfil de Abimael Guzmán es el número 0 de Asociación Ilícita. ¿Qué tiene que hacer él en un libro sobre sobre escritores? ¿Cómo justifica la introducción de este personaje ––o de otros no menos llamativos como Giuliana Llamoja, por ejemplo–– en un libro que también le dedica sendos perfiles a Valdelomar, Hidalgo, Bryce, Ribeyro, Calvo, Scorza y un largo etcétera de consagrados? Esas y otras preguntas son las que responderá el propio Leonardo Aguirre en la siguiente conversación.

 

¿Tienes alguna idea del número de escritores, entre principales y secundarios, de los que hablas en Asociación ilícita?
Principales: 25. O sea, los 25 perfiles: los 25 capítulos. Secundarios: un montón. Es decir: los que aparecen en los pies de página. No tengo a la mano el número exacto de secundarios, pero han de bordear la centena…

Lo pregunto porque al leer el libro me quedé impresionado con la cantidad de información que allí se maneja y con la cantidad de escritores y poetas que aparecen (sin contar que también aparecen pintores, periodistas, críticos, editores…). Entonces me preguntaba, primero, por el trabajo que pudo haber demandado hilar a través de todos esos nombres, porque lo que haces no son perfiles totalmente independientes uno del otro, sino que marcas relaciones, puentes, vasos comunicantes entre las diferentes anécdotas que narras. Cuéntame un poco de cómo fue ese proceso de escritura y si eso tiene que ver con el tiempo que ha pasado desde tu última publicación, hace cinco años ya…
Sí, han pasado cinco años desde Karaoke. Es verdad que me tomé un buen tiempo para redactar Asociación ilícita (AI). Por ahí que tres años. Y de esos tres, un año tomó, digamos, la creación de la estructura y la redacción del primer borrador, y los otros dos años los dediqué a la chamba de documentación. La documentación me tomó más trabajo que la redacción. Ahora bien, durante esos cinco años que pasaron, escribí también algunos cuentos y una novela corta.

AsociacionIlicitaLeonardoAguirreHablaremos de esa novela al final, que me da mucha curiosidad. Ahora vayamos al contenido de AI. Has hecho perfiles de una gran variedad de escritores, desde los canónicos (pienso en Chocano, Valdelomar, Bryce, Ribeyro, Scorza) hasta las figuras más discutidas por su relación con lo mediático (Jaime Bayly, Giuliana Llamoja, Beto Ortiz). La primera pregunta, entonces, es quizá la que más me ha estado rondando la cabeza mientras leía el libro: ¿Cuál ha sido el criterio de selección para incluir a esta variedad ––en apariencia tan heterogénea–– de personajes en un solo volumen? O mejor, ¿acaso no son esos personajes tan diferentes como parece en primera instancia? En ese caso, ¿qué características los une? Supongo que hay más de un hilo conductor…
Todos han cometido un error, pecado, equivocación, desliz o delito en su vida civil; es decir, fuera de la literatura. Se han equivocado como ciudadanos, por decirlo de algún modo. Ése es el criterio de base. A partir de ahí, fui vinculando escritores según éstos se me iban ocurriendo, según iba recordando anécdotas que sabía de oídas y que, luego, claro, tuve que documentar. Al final, ciertamente, resultó un conjunto muy variopinto y democrático. Pero, así como quedó, me gustó. Me interesa que no haya jerarquías, que escritores canónicos se codeen con plumíferos, que autores muy mediáticos se mezclen con poetastros de Quilca, digamos. Eso también sucede en las fuentes, donde pongo al mismo nivel una cita de Luis Alberto Sánchez, por ejemplo, y un comentario de un don nadie colgado en un blog de lectoría mínima. No hay jerarquías, así como tampoco hay criterios temporales. Y creo también que todo esto parte de una idea básica: todos son humanos y cometen errores como cualquiera. Alberto Hidalgo y Rubén Quiroz, por ejemplo, con todas las diferencias literarias que puedan existir entre ambos, arden juntos en la misma hoguera.

Eso de eliminar jerarquías o desacralizar a algunos escritores o escritoras me interesa. Y claro, AI desarrolla eso de forma implacable, mostrando el lado más ruin (en el peor de los casos) o patético (en el mejor, digamos) de nuestras figuras literarias, tanto conocidas como desconocidas. Como dices, muestras el lado humano representado por el “error”, pero al mismo tiempo, un lector fan de Ribeyro, o fan de Bryce, o fan de, no sé, Valdelomar, se puede acercar a tu libro y salir deprimido de él, porque sus figuras públicas se desmoronan entre las páginas de AI. ¿Es eso lo que también propone el libro? ¿Tumbarse ídolos literarios? O crees que esa es solo una consecuencia… En todo caso, ¿cuál fue el motivo para escribir AI?
La posible depresión de los fans es sólo una consecuencia. No es mi intención. No es mi culpa. Tampoco me interesa pensar mucho en eso. Por último, supongo que, para aplacar la depresión, basta con invocar la tan cacareada distinción autor/obra y se acabó. Aunque, claro, esa distinción es meramente académica, meramente metodológica… en realidad, no existe tal distinción: la obra se hace con la vida. Pero ésa es harina de otro costal y no es momento de trenzarnos en esa picante discusión… Además, hay una buena dosis de humor que combate, creo, esa depresión. Hay humor y, por otra parte, el libro se propone como un juego. Se parece un poco al viejo juego de las serpientes y escaleras… Luego, sobre mis motivaciones, pues al principio no las tenía muy claras. Al inicio, creo, sólo se trataba de puro morbo. Me vacilaba la cochinadita. Recién al final del proceso de escritura he comenzado a pensar que, quizás, yo haya elegido escribir AI por lo siguiente: yo también tengo mis cochinadas, mis miserias, también soy un vulgar pecador como cualquiera, y la literatura no me salva. Ni la literatura ni la educación ni la universidad ni las tantas horas de lectura. No me salvan, no me vacunan. Soy tan pecador como cualquier hijo de vecino, cualquier palurdo, no sé… cualquier delincuente.

Hablas de pecados o de errores, usando ambos términos de forma intercambiable…
En ese punto tampoco hay jerarquías dentro de AI. Bien leído el libro, se notará que pongo al mismo nivel erratas y homicidios. Plagios y masacres. Crímenes punibles y deslices insignificantes. Y es que, claro, de eso se trata también: no hay, digamos, pecados grandes y pequeños. Creo que eso se deriva, sospecho, de mi educación evangélica. Por ejemplo, recuerdo haber oído en algún sermón, y eso, claro, se me quedó grabado, que la voz griega hamartia, traducida en el Nuevo Testamento como pecado, significa, en realidad, errar en el blanco. Y eso abarca, por supuesto, desde los deslices ortográficos hasta los crímenes más espantosos. Todos, como creen los evangélicos, se quemarán por igual en el infierno.

LeonardoAguirreFoto2Otra constante de AI son las contradicciones en las que caen los discursos de los escritores. Pregonan una cosa y terminan haciendo otra. En ese sentido, un gran mérito, desde mi perspectiva, es el del montaje del libro. Es decir, el recoger testimonios o citas que evidencian esas contradicciones que terminan siendo propias del ser humano y hacer que todas ellas encajen en la narrativa. Háblame de eso y, sobre todo, del proceso de montaje o edición…
En cuanto a las contradicciones, me temo que debo estar de acuerdo con Rubén Quiroz, personaje del libro: “Todos somos contradicciones andantes. Uno hace y deshace constantemente. Hay que hacer vivas a la incoherencia”. Eso por un lado. Por el otro, creo que todos tienen derecho a cambiar de opinión, a corregirse, a enmendarse, a sostener una cosa en algún momento y decir la contraria más tarde. Se trata, simplemente, de humanidad. Oh, humanity! Lo que pasa es que, quizá tendenciosamente, hice calzar en el mismo espacio dichos y hechos separados temporalmente. Luego, con respecto al montaje, debo decir que la estructura que ya ostenta el libro fue lo primero que trabajé.  Comencé por ahí: tramando la estructura, construyendo la cadena de asociaciones, vinculando a la veintena de personajes principales. Tras haber afinado esta estructura, recién comencé con la redacción. Sin embargo, las asociaciones de los pies de página, las asociaciones que involucran a los personajes secundarios, fueron apareciendo sobre la marcha, conforme investigaba. Y todas esas asociaciones, por supuesto, tienen mucho de ilícitas…

Ahora que mencionas los pies de página, las citas, me viene a la mente el conjunto de tu obra anterior. Sobre todo las tres novelas previas a este libro, donde de una manera más bien en clave te ocupas también de nuestra aldea literaria. Sin embargo con AI ocurre un gran cambio, uno radical, pasas de los seudónimos o apodos a nombrar directamente a los escritores de los que te ocupas, así como también introduces las fuentes de donde recoges la información (que sean confiables o no, ese es otro cantar). Hay, por tanto, un giro hacia el texto aparentemente documental, claro, directo…
Hay un giro, sí. Pero era necesario. Es decir, ahora, una vez acabado el libro, compruebo que era un paso necesario, que todo me llevó a esto, que este libro es parte de cierto desarrollo, cierta evolución. Más claro: dados los antecedentes, considerando los cuatro libros anteriores, no podía dejar de escribir este libro. Y sí, es verdad lo que dices: un gran cambio. Aunque preferiría decir: un gran salto. El tema puede ser el mismo, el mismo de los libros previos, pero esta vez de ficción no hay nada. O casi nada. O no hay, en todo caso, lo que comúnmente entendemos por ficción. Hay una intervención literaria, perversamente literaria, sobre la realidad: soy tan perverso como mis personajes, digamos. Ahora bien, aunque por momentos AI parezca un conjunto de crónicas, una tesis, un ensayo, una novela histórica, incluso un documental, no es realmente ninguna de esas cosas. Es todas a la vez y también ninguna. Es quizás una parodia de todos esos géneros. Un solo ejemplo: mi manera de citar es peculiar. No es el modo de citar que aprobaría un asesor de tesis. De hecho, me zurro en bastantes reglas académicas. Pero, aun con todo, cada cita es fiel es a la fuente. Es mejor que la fuente, pero no deja de ser fiel. Bueno, este galimatías se comprenderá del todo leyendo el libro y, acaso, comparando fuentes y citas…

Ya has tenido algunos problemas por decir lo que otros prefieren callar. Tú mismo apareces en AI recibiendo un golpe de puños de un escritor. ¿Cómo crees que será recibido este libro por parte de la crítica? No me refiero a los lectores porque creo que se trata de un público distinto. La crítica, o la opinión de otros escritores, ¿cómo la imaginas?
Sí, yo aparezco en el libro, pero sólo en unos tres o cuatro pies, lo que, al final, es una ridiculez si consideramos que el libro tiene más de mil doscientos pies. De hecho, en el primer borrador, yo mismo protagonizaba un capítulo completo, pero muy pronto decidí zafar. Ese capítulo, más bien, ha terminado por convertirse en otro libro: el que estoy corrigiendo ahora mismo, libro que, calculo, saldrá el próximo año. Ahora bien, sé que AI provocará respuestas, la mayoría destempladas. ¿Me importa? No, no me importa, ya no es mi problema. Ahora sólo estoy pensando en el nuevo libro. Siempre es así: publico un libro y me olvido de él. Me desentiendo. Del libro y las críticas. Las reacciones. Las quejas. Eso por un lado. Por el otro, nunca, en ningún momento del proceso de escritura de AI, me puse a pensar en las reacciones, las críticas, los lectores. Por norma general, no pienso en el lector. Sólo pienso en hacer el mejor libro posible; el que más se parezca al libro que proyecté en un principio. De modo que yo mismo soy el único juez ante quien tengo que comparecer. No me debo a nadie más. En el caso específico de AI, mi única obligación era cumplir conmigo mismo. Con mis propias exigencias. Así que lo siento por los afectados: me importan tres pepinos. Lo siento mucho: mi deber era escribir este libro. Y escribirlo así: tal y como está. Prácticamente, sin ficcionar. Sentía que debía escribirlo y eso es todo lo que cuenta.

LeonardoAguirre3Ahora dos preguntas ineludibles: por qué incluir a Abimael Guzmán (con el perfil número 0, además) y por qué no dedicarle un perfil, por otro lado, a Vargas Llosa.
A ver, lo de Vargas Llosa ha explotado cuando el libro ya estaba terminado. El libro ya estaba casi listo en verano de este año, y antes de eso, la verdad, no contaba con mayores indicios como para dedicarle un perfil completo. Lo de Abimael: a ver, varias cosas. Primero, y retomando el tema de las jerarquías, no quería hacer muchas diferencias entre aquél que publicó veinte libros y aquél, como Guzmán, que sólo publicó uno, o casi dos (casi dos, si consideramos el poemario de firma misteriosa). También está Giuliana Llamoja, de hecho, que sólo cuenta con un poemario muy breve en su haber. Segundo: tampoco quería hacer distinciones entre aquél que se dedica a la literatura enteramente y aquél, como el cachetón, que incurre en ella a la muerte de un gato. Es más: también en AI está César Hildebrandt, que, para muchos, no es precisamente un escritor. Tercero: sí me permití, pese a todo, hacer una distinción. Abimael es el acápite cero y no el acápite uno, porque rompe un poco con toda la serie: es un delincuente que AI (no yo) pretende presentar como escritor, mientras que todos los demás son escritores (o suelen ser reconocidos como tales, o su clasificación como escritores no es tan problemática) que AI (no yo) presenta, más bien, como delincuentes. Como delincuentes, en el peor de los casos, y como bribones, en el mejor.

La estructura del libro merece un comentario aparte. Son varios perfiles y estos están vinculados a pies de página, más de mil doscientos, como has apuntado. Entonces el lector va alternando, o saltando, entre las historias, digamos, principales, y las secundarias o, más bien, complementarias…
Creo que la lectura de AI podría ser lo suficientemente placentera si el lector decide ignorar olímpicamente los pies. Pero se perdería de mucho también. De hecho, los veinticinco personajes principales están ubicados en cierto orden, pero, a menudo, los pies de página sugieren otros itinerarios: vinculan a los personajes de maneras muy distintas de las arriba establecidas. Más aún, también podría bastar con leer los pies de página y zurrarse en todo lo de arriba. Lo ideal, claro, es leer el libro como esos perritos de cabeza flotante que adornan algunas combis: subiendo y bajando la cabeza constantemente. Y digo más: creo que si uno lee bien el libro, de la forma que espero, es decir, atendiendo a cada itinerario sugerido por tal o cual pie, con tantos saltos, con tantas idas y venidas, uno no debería salir del libro jamás.

Tomando en cuenta tus libros previos, ¿consideras que AI es el cierre de un ciclo?
Es parte del proceso. No sé si el proceso se ha cerrado todavía. Por eso el siguiente libro…

¿Y de qué trata ese libro?
Ése también es un paso natural. Justo y necesario. Ahora me toca hablar de mis propias miserias. Ya me fijé en la paja del ojo ajeno, ahora debo trabajar con la viga del mío. Y sin ficcionar, además, o ficcionando poco. Ficcionando poco, miccionando mucho…

¡Autoficción! Te acusarán…
Que chillen, pues. Que se vayan todos al carajo. Ahora debo hacer eso. Debo y quiero. Es lo único que importa.

Imagino que ese importarte poco nace del conocer cómo se mueven algunas críticas y escritores en nuestro medio. Y con este libro muestras también que nada de esto es nuevo, que el circuito literario se ha movido más o menos así desde hace cien años y que las cosas parecen seguir en la misma onda. Hay muchos adjetivos que me venían a la cabeza mientras leía AI, adjetivos para referirme a nuestros escritores, pero quiero saber cómo calificarías nuestra tradición…
En líneas generales, a la literatura peruana le falta sentido del humor; a los textos y a los autores, que se computan demasiado importantes, intocables, que ya se creen monumentos aun antes de morir. También falta sexo, suciedad, tripas, sangre, vida. Y es obvio: no parece que escribieran personas sino monumentos.

Para cerrar, tus libros favoritos…
Veamos. No podría decirse que son libros favoritos. Son, en todo caso, los que más me han gustado dentro de los que he leído en los últimos dos años. Y ya que estamos, conviene también, quizás un poco para variar, mencionar los libros que más me han hecho renegar. Comencemos por ahí: eso es más fácil. Cinco, ¿no? Cinco, entonces, incluyendo los de mi propia editorial: Gaijin de Augusto Higa, La sangre de la aurora de Claudia Salazar, ¿Por qué hacen tanto ruido? de Carmen Ollé, Arequipa, lámpara incandescente de Oswaldo Reynoso, y País de Jauja de Rivera Martínez.

 

CINCO LIBROS QUE RECOMIENDA LEONARDO AGUIRRE

  1. Speedboat, de Renata Adler.
  2. Moise and the world of reason, de Tennessee Williams.
  3. The moons of Jupiter, de Alice Munro.
  4. La Alemana, de Gustavo Escanlar.
  5. The possessed, de Elif Batuman.

 

 

*Jack Martínez Arias estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Es autor de la novela Bajo la sombra (Animal de invierno, 2014) y ha publicado artículos, entrevistas y columnas en varios diarios y revistas especializadas. Es co-editor de El Hablador, y sigue un doctorado en Northwestern University (USA).