Leonardo Aguirre: “La literatura es juego, no fuego”

Luego del alboroto causado con su volumen transgénero Asociación ilícita (Animal de Invierno 2015), Leonardo Aguirre vuelve a las librerías este año con Interruptus, novela publicada por la editorial Planeta. En esta entrevista, el escritor nos habla de su nuevo libro, pero también de sus ideas sobre la literatura, el uso de la jerga en su obra, su relación con las redes sociales, así como de su pasado evangélico.

 

Entrevista: Marlon Aquino Ramírez*
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Leonardo, quisiera empezar esta entrevista hablando de Asociación ilícita. Este libro tuyo levantó un revuelo, tuvo una buena acogida entre los lectores. Y hay algo aquí en la solapa de Interruptus que me llamó la atención. Se dice allí que Asociación ilícita es un volumen transgénero. Algo que me parece acertado porque es historiografía literaria, literatura metaficcional, crónica, biografía, chismografía culta… Pero no fue leída así por un crítico en particular, José Carlos Yrigoyen, quien hablaba de este libro tuyo como un “esfuerzo inútil”, “intrascendente”, “inservible”. Es decir, se creyó lo que decía la portada del libro, que era una “historia” de la literatura peruana…
Pese a que “historia” está en cursivas y el “no” de “no ficción” está tachado…

Ahora, a la distancia, ¿qué crees que ocurrió ahí? ¿Limitación interpretativa, miopía crítica o mala leche?
Con respecto al fondo preferiría no decir gran cosa porque él tiene derecho a opinar lo que quiera, y tiene derecho a leer mal o bien… Su opinión es tan válida como cualquier otra opinión positiva; de hecho, como cualquiera de las veintitantas reseñas positivas. Y con respecto a la forma, tampoco puedo decir nada, pero sí puedo citarte lo que me dijeron algunos amigos que leyeron la reseña en su momento. Me llamaban para preguntarme qué le había hecho a este bróder, si le debía plata, si le había robado a la mujer o algo, porque se notaba la mala intención, se notaba que me odiaba. Entonces era una cuestión formal que, me dijeron, acusaba esa reseña. Pero, fuera de eso, él tiene todo el derecho del mundo a leer como quiera leer el libro. Yo no puedo intervenir, no puedo decirle a la gente cómo leer el libro. Debe haber múltiples lecturas…

Te cayó el golpe y te sobaste.
Bueno, lo olvidé de inmediato, de hecho, porque justo ese día salió otra reseña totalmente opuesta: más bien, hiperpositiva y halagüeña. Entonces casi no hubo tiempo para quejarme.

Hablando ya de Interruptus, cuando el lector abre este libro se encuentra con el manuscrito de una novela titulada Jirón Soledad. Esta es un recuento de las aventuras amorosas, picarescas, de un personaje que, claramente, se podría vincular contigo, con el autor Leonardo Aguirre. Hay una serie de historias que constantemente se interrumpen. Pero, por otra parte, y eso es lo más interesante, el lector también se encuentra con la voz de la editora de este manuscrito, la cual hace constantes comentarios, sugerencias, reclamos. E, incluso, ella no quiere que esta novela se llame Jirón Soledad, sino que se llame 5 ½. ¿He atrapado lo esencial de lo que hay en tu novela?
El problema es vincularme necesariamente con el texto. El narrador-protagonista de Jirón Soledad tiene algunas cosas que, por supuesto, podrían ser fácilmente verificables y que pertenecen a mi biografía, pero hay muchas otras que son totalmente ficticias. Entonces el narrador sigue siendo un personaje, una creación, no soy yo… bueno, ¿qué personaje no tiene cosas del creador? Lo que pasa es que he jugado un poco a provocar la confusión.

En cuanto a lo autobiográfico, yo me preguntaba, más allá de que estas sean o no tus aventuras, si tú te has inspirado o has utilizado partes de un manuscrito que te han comentado antes para darle forma a esta novela.
Digamos que he recordado lo que me ha dicho mucha gente a través de los años y a propósito de varios libros. Yo tengo un grupo de amigos con los que solemos reunirnos para leernos nuestros cuentos y criticarlos con dureza, y entonces he recordado lo que ellos me han ido diciendo a lo largo del tiempo con respecto a cada cuento que les he presentado. Ha sido un poco eso… recordar mis viejos vicios, mis viejos errores, e insertarlos a propósito para provocar la corrección. Es un texto imperfecto a propósito, porque me interesaba que la editora tuviese cosas qué corregir.

¿Cómo ha sido tú relación con los editores?
Diría que generalmente armoniosa. Pero yo siempre he estado esperando algo más del editor. Siempre he estado esperando que le metan más mano al texto. Quizás yo esté pensando en un editor ideal que (me van a perdonar mis amigos editores) hasta ahora no conozco. Aquel que te haga sugerencias decisivas y profundas. Aquel que te diga vuélate este párrafo, convierte esta narración en diálogo, este personaje no se puede llamar así, anulemos este capítulo, por qué no te decides a escribir esto desde otro punto de vista… ese tipo de intervenciones siempre he querido escuchar de los editores. Normalmente no sucede así. El papel del editor, en mi caso por lo menos (no porque yo sea muy bueno o no), ha sido bastante cuidadoso, amable, prudente, no invasivo. Por eso ha sido una relación armoniosa. Pero yo esperaba, más bien, que se metieran con todo en el libro y ayudaran a crearlo, porque eso es lo que hace un editor. Los editores me han dejado trabajar… mucho quizás: han debido cuadrarme de vez en cuando.

Has estado publicando en editoriales independientes y ahora estás en una editorial transnacional como Planeta. Me imagino que eso en algo tiene que haber afectado esta relación con los editores.
Sorprendentemente, no. He tenido la misma libertad de toda la vida. La edición ha sido muy leve… ortotipográfica… dónde van cursivas y dónde no… Oí, sí, algunos consejos importantes que terminé incorporando, pero han sido cosas que me sugerían para añadir, no para quitar ni para cambiar. También esta ha sido una relación muy armoniosa y muy poco invasiva. Y es, hasta cierto punto, milagroso que este tipo de libro, tan peculiar, termine siendo publicado en una editorial así… pero, bueno, ese no es mi problema.

Un elemento que te caracteriza es un tipo muy particular de jerga. En tus libros anteriores (me parece que con mayor intensidad en El Conde de San Germán) utilizabas una jerga con la que jugabas con los nombre de los escritores, con los títulos de ciertas obras literarias, a veces reemplazabas los nombres reales de escritores locales… Y esto hacía la lectura, por momentos, bastante difícil. Las jergas que tú utilizabas en esa novela, además, no se escuchan en la calle, en la combi, en el micro, y los escritores a los que aludías no los conocía todo el mundo. Leyendo ahora Interruptus me doy cuenta de que has intensificado el uso de la jerga de la calle. Entonces yo pensaba: creo que ya lo están domesticando a Leonardo, está en Planeta y le han pedido que llegue a más gente
Falso de toda falsedad [ríe]. Yo tenía el libro listo antes de que se abriera esta puerta, de que apareciera la oportunidad de publicar en esta editorial. Entonces no ha sido esa la razón. Cuando he estado llenando el libro de jergas, hasta niveles extremos, no tenía la más mínima idea de qué editorial terminaría acogiendo el manuscrito. Así que Planeta recibió un libro ya infestado de jergas. Claro, supongo que algunos creerán que intento acercarme a públicos más amplios por el solo hecho de usar jerga callejera, por no usar la jerga críptica de mis otros libros, pero Interruptus también tiene cierto nivel de complejidad. Ya he recibido algunas quejas [ríe] de amigos con respecto a lo complicado que también resulta este libro, a pesar de que aquí hay muchas jergas que todos usamos y, si no usamos, por lo menos entendemos. La acumulación obsesiva puede ser fastidiosa… Entonces, pese a la jerga callejera, no es un producto de consumo rápido. Por eso decía antes que hasta cierto punto parece milagroso que en una editorial así se publique una obra con ese riesgo formal.

¿De dónde viene este interés por el uso de la jerga, el juego de palabras, desde tu primer libro? ¿En quién te inspiraste? Yo diría Cabrera Infante, por ejemplo.
Ya, Cabrera Infante, claro. Es una referencia acertada. Reynoso no, ciertamente… Bueno, nunca me he puesto a pensar por qué me interesan estas cosas y no otras. Puede tener que ver con toda mi vida en general… por ejemplo, con el hecho de que yo no haya estudiado Literatura, sino Comunicaciones. Con el hecho de que mi formación no haya sido tan libresca. O quizá tenga que ver con haber vivido buen tiempo en un barrio bastante pobretón de Magdalena… Viví durante los ocho primeros años de mi vida en un barrio clasemediero, muy tranquilo, de Miraflores, y luego nos fuimos a Magdalena, a una cuadra de una huaca llena de pasteleros, y ahí he estado desde los ocho hasta los dieciocho años, más o menos. Entonces he estado diez años de mi vida en ese ambiente que podría explicar quizás mi adhesión, mi interés, por este mundo callejero. Sí, se me ocurre que quizás sea eso, y también el hecho de no ser un escritor con una formación literaria habitual. No soy un académico en lo absoluto.

¿Te consideras un antiacadémico en el sentido de que eres de aquellos que van diciendo yo no tengo nada que ver con la tradición literaria?
No, es algo que, simplemente, ha ido sucediendo así. He llegado a este punto de mi vida con esas experiencias detrás, y ahora las valoro. Pero no es que me oponga a la academia ni que me considere un escritor maldito, un escritor marginal, ni mucho menos. Sin embargo, sí es verdad que eso, de alguna forma, te marca, te orienta… es inevitable… y de cuando en cuando reacciono, por eso, contra los ataques académicos que suelo recibir, acusar, encajar, soportar.

¿Qué es lo que menos soportas de estos ataques académicos?
Por ejemplo, recuerdo aquella época de los blogs. Yo hacía reseñas, y el estilo de mis reseñas era lo más lejano de la academia que quepa imaginar. Los ataques venían de los críticos académicos de formación, los doctorandos de universidades gringas, que, me parece, se sentían un poco amenazados, un poco invadidos. Pensaban, creo, que me estaba metiendo en su terreno. Seguramente ellos esperaban tener la misma lectoría, la misma notoriedad, que obtenía este servidor con esas reseñas totalmente ácidas y antiacadémicas… Pero ya sabes que de esa etapa prefiero no hablar… malos recuerdos…

No sólo había golpes textuales sino literales…
Sí, pues. En fin…

Volviendo al tema de la jerga que tú inventas, a mí me parece que en todos tus libros hay dos protagonistas que son el lenguaje y la estructura. Sospecho que tú interrumpes las historias, porque me parece que no quieres contar historias…
¿Cómo que no? Está lleno de historias este libro…

Pero son historias que se interrumpen, que dejan al lector pensando “¿en qué acaba?”. No son historias en el sentido más convencional de un planteamiento-nudo-desenlace…
Eso probablemente tenga que ver con el hecho de que yo siempre privilegie la forma sobre el fondo. Claro, en el caso de Interruptus, el plan, desde el principio, era ese, interrumpir las historias, interrumpir una con otra, pero es probable que yo haya llegado a esa decisión sencillamente porque a mí me interesan más los juegos formales que las peripecias, las aventuras, los argumentos. Sin embargo, quiero dejar anotado que cada vez hay más historias en lo que escribo. En Asociación ilícita hay un sinfín de historias, por ejemplo: a pesar de todas las peculiaridades técnicas, es un libro lleno de historias.

Pero te gusta llamar la atención con el juego de palabras, la estructura. ¿Esa es entonces tu finalidad?
Bueno, me parece que es la finalidad de la literatura en general. La literatura es básicamente forma.

Algunos no piensan así…
Mira, tengo un par de amigos de colegio, uno es marino, el otro es visitador médico, que siempre cuentan historias extraordinarias, mejores que las mías, pero no son escritores. Todo el mundo conoce a alguien que cuenta buenas historias, pero eso no los convierte en escritores. En la literatura importa el cómo, no el qué. Si yo privilegio la forma es porque entiendo la literatura de esa manera.

Crédito de foto: Miguel Mejía Castro.

En una entrevista decías que “la literatura es juego”, jugando con la frase de Vargas Llosa “la literatura es fuego”. ¿La literatura entonces es juego y sólo juego y no hay nada más? ¿No hay exploración de la condición humana, contribución a la memoria nacional, etc.? ¿Es sólo lo lúdico tu máxima aspiración?
Lo que pasa es que uno puede tener ciertos objetivos o ciertas intenciones y puede hacer los libros para cumplir con ciertas metas artísticas personales, pero el libro se puede leer de muchas maneras. Entonces, por más que yo haya intentado jugar con el lenguaje, por más que me haya puesto chistosón, quizás el libro termine igual tocando fibras hondas en los lectores… pero no es algo que yo haya premeditado en lo absoluto. Yo no ando pensando en eso, no ando pensando en el efecto de lo que estoy escribiendo. No me interesa si lo que escribo sirve para… o sea, yo no creo que sirva para nada, ¿no? La literatura no va a cambiar las cosas, no va a cambiar la historia, no va a derrocar gobiernos… Quizás cambie alguito en la vida de ciertos lectores, pero eso es algo que, como te digo, no está en mi cabeza cuando escribo. En lo absoluto. Yo básicamente escribo pensando en que yo soy el único lector. Lo que sucede es que, después, curiosamente, resulta que hay otras personas que se parecen a mí… esas personas, entonces, encuentran cosas valiosas en el libro. Y aun cuando yo piense solamente en escribir para mí mismo, va a ser inevitable que ese libro termine conectándose con otros lectores, con gente que yo no había previsto.

Una pregunta que viene inmediatamente a mi mente es ¿entonces para qué publicas? ¿Por qué no escribir y guardar los manuscritos?
Es una buena pregunta y creo que nadie te la va a poder responder satisfactoriamente. Por ejemplo, ni siquiera Ribeyro sabía cómo responder eso, y lo único que se le ocurría como respuesta era lo siguiente: uno es una persona cuando escribe, cuando está encerrado con la máquina de escribir, con la computadora, y luego, cuando cree que ha terminado el texto, uno se convierte en otra persona. Entonces uno tiene que vender el libro y promocionarlo y hablar en entrevistas, etcétera, etcétera. ¿Por qué publicar si uno escribe para sí mismo? También puede ser para seguir con una costumbre, con una tradición… hay que hacer las cosas como se han hecho siempre, no lo sé… Se me ha ocurrido, sin embargo, una respuesta provisional, porque le he estado dando vueltas a este asunto…

A ver.
Yo nunca quiero parar de escribir. Me tienen que obligar a terminar un libro. De hecho, quien estuvo a cargo de la edición de Interruptus me tuvo que decir, en algún momento, Leo, los libros se terminan, ¿sabes?, porque yo no dejaba de añadir y añadir cosas al pdf. Entonces, como también siento la necesidad de cambiar de libro, de cambiar de proyecto, de hacer algo nuevo, y yo, por mí mismo, no soy capaz de detenerme y abandonar un libro, necesito que me obliguen a terminar. Y publicar es la mejor forma de terminar un proyecto para pasar a otro proyecto. Y ni siquiera entonces, cuando publico, me resigno a terminar el libro. Y la única manera que encuentro de seguir escribiéndolo es metiéndome en el proceso de post publicación, ya que no se me permite meter más mano en el pdf. O sea, sigo escribiendo el mismo libro después a través de entrevistas, comentarios, en fin… lo sigo escribiendo cuando lo presento, cuando voy a la feria de aquí o a la feria de allá. Quiero que el libro se expanda, que no termine jamás. O quizá me engaño a mí mismo pensando que todo eso equivale a la expansión del libro… Algunos dirán que estoy vendiendo libros, pero no es así. Sigo intentando escribir el mismo libro hablando de él.

Interruptus puede resultar difícil de leer por este tema de la jerga. Pero también puede resultar difícil de leer para ciertas personas susceptibles a ciertos temas. El “Leonardo Aguirre” de la ficción…
Ojo que el personaje no tiene nombre.

El personaje, entonces, es machista, racista, clasista y –para variar los “istas” – es homofóbico. Entonces hay momentos que pueden ser chocantes porque creo que intensificas este interés por decir lo que no se debe decir, lo que no es políticamente correcto. ¿Qué tanto de la intención de ser provocador hay ahí? ¿Tu objetivo es provocar, que la gente se espante, que diga qué es esto, qué tipo tan repulsivo?
Debe haber algo de eso, ¿no? Creo que hay algo de eso en todo lo que escribo. Siempre. Pero también debe haber cierta necesidad de sacar lo peor de mí y exponerlo, en el papel, o en la pantalla, frente a mis propios ojos, para sentirme mal. Para tratar de obligarme a sentir algún remordimiento. No lo sé, deben ser esos rezagos de mi educación evangélica, ¿no? No estoy diciendo que sea terapéutica la cosa, pero trabajar tanto con las cochinadas de uno tal vez implique, en el fondo, cierta necesidad de autocastigarse. Y en este caso específico tenía sentido publicar Interruptus después de Asociación ilícita (donde, digamos, me la pasé de acusete y soplón) porque ya tocaba mirar la paja… la viga… en el ojo propio. Después de haber echado a tanta gente, lo que correspondía era exhibir mis propias miserias. Ahora bien, es verdad, sí, que he trabajado con lo peor de mí, pero también he exagerado, me he caricaturizado, para crear un personaje. Soy un poco de todo eso, ciertamente, pero no soy tan hijo de puta, pues.

No es tu caso, pero, ¿cuánto daño le hace a la literatura el ser políticamente correcto?
Te quita libertad. Si yo me pusiera a pensar en lo políticamente correcto, si me pusiera a pensar en cómo van a leer todo lo que escribo mis padres, mi esposa, mis amigos, los profesores del colegio evangélico, nunca haría nada. Lo único que debo hacer es escribir sobre lo que realmente siento ganas de escribir. Y en este momento sentía la necesidad de hablar de estas cosas feas… mías… tocaba trabajar con mis pecados.

Bueno, acabas de aludir por tercera vez, me parece, a tu pasado, a tu formación evangélica… ¿No eres evangélico, no?
No, no, no. Pero lo fui. Debo confesar, lo fui.

¿Quieres contarnos un poco de esa experiencia?
Todo comenzó cuando tenía cinco años… mis viejos no han sido toda la vida evangélicos, han sido personas normales… Entonces, cuando yo tenía cinco años, se convirtieron en evangélicos. Y como casi todos los evangélicos cuando recién comienzan, se volvieron fanáticos, fundamentalistas… sí, la represión era bien pendeja. Luego, además, me metieron a un colegio evangélico. Incluso llegó el momento en que mi papá fue pastor, y por esa razón nos fuimos a vivir a un edificio que quedaba al costado del templo y que era parte del mismo recinto. Así que yo estaba en un colegio evangélico, tenía vecinos evangélicos, mi viejo era pastor… no había cómo escapar de eso realmente. Pero igual me las arreglaba. Recuerdo, por ejemplo, que le quitaba a mi padre, a escondidas, las llaves del templo, y con un amigo nos metíamos al templo y utilizábamos los instrumentos… porque, eso sí, debo decir que tenían un arsenal musical importante… tenían guitarra eléctrica y bajo y una superbatería… Entonces nos metíamos a jugar con los instrumentos en la noche, tarde, y nos poníamos a tocar ciertas cosas, ciertas canciones, que… que no tenían nada de santas. Pero, bueno, el punto es que esa es una parte importante de mi vida. Tenía que hablar de eso tarde o temprano, y, de hecho, me sorprende haberme demorado tanto en tratar ese tema y tocarlo aquí, en Interruptus, levemente… apenitas nomás. Estoy comenzando recién a trabajar con ese asunto. Pude haberle dado más rollo, pero…

Piensas profundizar en el tema…
Sí, sí, definitivamente. Y otro tema importante es Jauja. Mi abuela era jaujina, he ido mucho a Jauja, todavía queda en Jauja la casa de mi abuela… Yo he vivido con mi abuela varios años, entonces eso está también ahí, flotando, eso también me formó como persona. Está el elemento jaujino y el elemento evangélico, que son dos cosas importantes en mi vida.

Decías que Interruptus es como una expiación, que en él veías la viga en el ojo propio, entonces es como que algo ha quedado de esa formación evangélica.
Sí, creo que eso explica también el hecho de que haya decidido escribir Asociación ilícita. Me la paso de acusete buscando las cochinadas de todos. Creo que hay algo de evangélico en eso también.

Otra característica interesante de Interruptus es que en la narración de estas anécdotas del protagonista (que ya no llamaré Leonardo Aguirre) hay un ritmo como si se tratara de un poema. ¿De dónde has sacado esa idea? ¿Viene de la literatura, de algún libro que leíste o es una cosa pop? Alguien en una entrevista te preguntaba si eso debía leerse como un rap…
Como un reguetón [ríe].

¿Cuál es la inspiración? ¿Literaria…?
Fíjate que ya no recuerdo bien. Lo que pasa es que ya había hecho yo un cuento… alrededor del 2012… o 13, no sé. Víctor Ruiz organizó una serie de charlas en el Centro Cultural de España, una serie de charlas que él llamó “El tiempo es nuestro”, en la que se invitaba a diversos escritores a leer sus textos. A mí me tocó una mesa con Ezio Neyra y Carlos Yushimito, moderada por el propio Víctor Ruiz. Yo podía elegir un texto ya publicado, pero decidí escribir un texto ad hoc para esa ocasión, un texto en el cual jugaba justamente con Ezio, con Yushimito y con Víctor: los usé como personajes. Era un texto payaso, absurdo y medio surrealista. Un cuento en verso y con rima. Era casi como una parodia de poema. Entonces ya había comenzado con esa vaina en esa época. Entonces lo que hice ahora, en Interruptus, cuando ya tenía el borrador casi completo de la novela, fue inocular esa misma cadencia del cuento aquel. De hecho, me dije: ¿qué tal si hago toda una novela, así como hice apenas un cuento entonces?, ¿lo ha hecho antes alguien?

Querías ser el primero que hizo algo así.
Digamos que sí. Era algo que faltaba y lo tenía que hacer yo.

El personaje de la editora en Interruptus siempre interviene. Sus intervenciones, en el mejor de los casos, son ingenuas, en el peor…
Malévolas. También es jodida.

Lo interesante acá es que esta editora tiene una relación muy cercana con el protagonista. Le dice muñeco, muñecón… Y ella constantemente le pregunta: ¿por qué no haces Asociación ilícita 3? Su voz es entonces la voz del mercado. Incluso le dice luego que no le ponga de título a su novela Jirón Soledad, porque no es muy bueno, y le sugiere 5 ½, que ya sabemos a qué alude. ¿Tú crees que el protagonista aceptaría esos cambios?
El protagonista, no.

¿Ningún cambio?
No sé si ninguno, pero… así como está construido este personaje, no parece que fuera a ceder demasiado. Se le nota muy libérrimo y muy tozudo, muy arriesgado formalmente. Dudo mucho que él vaya a transar con todas las sugerencias de la editora. El personaje va a morir en su ley. En eso probablemente se le parezca al creador.

¿Y a ti no se te ocurrió titular el libro Jirón Soledad?
Claro, efectivamente, esa era mi primera intención. Después se me ocurrió que podía ser 5 ½ y finalmente acabó en Interruptus. Lo curioso es que ese tipo de cambios están dentro del libro. Pero, claro, mi primer título era Jirón Soledad. Por supuesto, ya sé que suena, como dice la editora de la novela, a una canción de Joaquín Sabina o, peor, de Arjona… bueno, Sabina es el Arjona de Barranco… Pero yo realmente quería ese título, yo estaba enamorado de ese título; tengo un lado huachafo, sentimental, cursi. Ahora bien, debo decir que a mí no se me ocurrió de inmediato el título Interruptus. Hubo una sugerencia, por ahí, en la editorial, de ponerle Coitus interruptus, y elegí quedarme solo con Interruptus, ya no Coitus. No voy a decir que me gusta más que Jirón Soledad, pero me gusta también.

¿Has dejado el cuento? ¿Ya no te interesa escribir cuentos?
De hecho, hay otro libro que se estuvo haciendo casi en paralelo a este. Sale en Bogotá en una editorial chica, independiente, de poco tiraje. Y es un libro de cuentos. [Se refiere a Spunkitsch, publicado por Ediciones Isla de Libros]. Entonces he estado trabajando con cuentos también. Mientras esperaba que me devolvieran el pdf de Interruptus corregido, iba avanzando con el libro de cuentos.

¿Qué otros géneros te gustaría trabajar? ¿La dramaturgia, el ensayo…?
No, creo que mi opción es, más bien, meter géneros distintos dentro de la novela. Más que probar cada género por separado prefiero agarrar cosas de géneros diferentes y meterlas dentro de este cajón de sastre (que soporta todo, que aguanta todo) llamado novela.

¿Y se viene el volumen 3 de Asociación ilícita?
No, no, eso sí que no. Es un chambón que no pienso repetir. Ya estuvo bueno como experiencia y hay que hacer otra cosa diferente. Siempre hay que hacer cosas diferentes.

Finalmente, me preguntaba cuál es tu relación con las redes sociales.
Utilitaria. Sólo uso el Facebook para colgar cosas que salen a propósito de los libros que publico. Casi no pongo cosas personales. Cuando no hay un libro nuevo, prácticamente no pongo nada. No estoy poniendo fotos de mi hija a cada rato, por ejemplo… en lo absoluto. Mi hija tiene cuatro años y debo haber puesto dos fotos en total hasta hoy. Uso el Facebook para anunciar cosas que tengan directamente que ver con los libros que hago. Y no uso Twitter, ni tampoco tengo… ¿cómo se llama esa cuestión de las fotos?

Instagram
No, tampoco tengo. Entonces me he quedado en el Facebook. Y de repente eso ya pasó de moda…

Eso suena medio como a pose, como a soy un escritor maldito…
No, no, no es pose, es la realidad. Es que esa vaina quita tiempo, pues. Distrae. Si uno quiere pasársela escribiendo no puedes estar con el Facebook abierto. Es imposible. Una sola red social es suficiente por ahora.

 

Los cinco libros favoritos de Leonardo Aguirre

  1. El sonido de los Beatles: memorias de su ingeniero de grabación, de Geoff Emerick

2. Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder, de Alberto Olmos

3. Guaya guaya, de Rafael Acevedo

4. Demonios, de Alberto Garrandés

5. Los viernes en Enrico’s, de Don Carpenter

 

*Marlon Aquino Ramírez estudió literatura en la UNMSM. Publicó la novela Las tristezas fugitivas y la colección Cuentos infantiles regionales. Su cuento “El caso del Doctor Escorpio” fue antologado en Arriba las manos: muestra del relato policial en el Perú. Y su relato “París en Washington” forma parte de la antología Pertenencia: narradores sudamericanos en Estados Unidos. Mención honrosa en el concurso El Cuento de las 1000 palabras de la revista Caretas en 2016. Es doctor en literatura latinoamericana en Northwestern University (Chicago).