Higa por partida doble

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La justicia (literaria) tarda, pero llega. Augusto Higa Oshiro de manera silenciosa ha escrito sus obras y la calidad de su prosa se ha ido imponiendo y por eso que el reconocimiento a su obra no es gratuito. Aquí nos ocupamos de dos libros recientamente editados: Todos los cuentos (Campo Letrado) y Gaijin (Animal de Invierno).

 

Por Gabriel Ruiz Ortega*

Hace muchos años, en un café de La Plaza San Martín, Miguel Gutiérrez me dijo lo siguiente: “Cuando un escritor es bueno, tarde o temprano se le reconoce”.

Estas palabras se hacen presente y se justifican en su fin ahora que somos testigos del legítimo reconocimiento literario del escritor Augusto Higa Oshiro.

Sin duda, el ascenso a esta consagración vino de la mano de una de las mejores novelas que se hayan podido escribir en la historia de la narrativa peruana: La iluminación de Katzuo Nakamatzu (2008), deliciosa novela corta, solo superada por La casa de cartón de Martín Adán.

Antes de la publicación de dicha novela, sabíamos de Higa lo que teníamos que saber, en especial sobre su paso por el grupo Narración, grupo del que se hace necesario estudiar en mayor profundidad, o en todo caso rescatar los trabajos que se han escrito sobre él, puesto que no pocos narradores que marcan la pauta en el devenir de la narrativa peruana contemporánea, pertenecieron a ese grupo signado por un fuerte discurso ideológico de izquierda, discurso ideológico que aún sigue motivando las poéticas de sus ex integrantes, pero ya no como objetivo total, sino como un acicate introspectivo que ha sabido mantenerse en un latente lugar, dejando el brillo a la calidad literaria.

PostLeeHigaCuentosPor alguna razón, los libros de Higa resultaban inhallables para un buen número de interesados en su obra. Por ello, haríamos bien en aplaudir y reconocer el excelente trabajo realizado por Antonio Moretti, Miguel Ruiz Effio y Juan Carlos Bondy, los directores de la nueva editorial Campo Letrado, que nos entregan la pulcrísima edición de Todos los cuentos, en donde asistimos a la peculiaridad y definición temática por la que ha transitado Higa en el terreno de las distancias cortas en títulos como Que te coma el tigre, La casa de Albaceleste y Okinawa existe, más un par de cuentos que hasta la fecha no eran parte de un libro (El sueño y Sonatina a la hora celeste).

En estos relatos ingresamos a los vasos comunicantes que alimentan su poética, a esa tensión en el lenguaje que lo lleva fungir de espejo reformado de la realidad urbana, nutrida por una oralidad ajena a la estridencia del efectismo. Percibimos pues una tensión en la narrativa de Higa, tensión que no solo perfila su escritura, también su contenido temático, en una suerte de disturbio tácito con la identidad, lo cual nos ofrece un gran fresco de uno de los recurrentes tópicos de Higa, o quizá el más preponderante, precisamente la identidad.

Lo que ha hecho Campo Letrado es llenar un vacío. Sus directores tuvieron el buen ojo literario, acrisolando la narrativa breve de Higa en pos de los lectores que querían saber más del autor, lectores que seguramente aún no salen de la resonancia de La iluminación… Pues bien, casi en paralelo a la publicación de todos sus cuentos, la editorial Animal de Invierno publicó la novela Gaijin. Pero antes de hablar de ella, habría que destacar el trabajo que vienen realizando Leonardo Dolores, Luis Zúñiga, Lucero Reymundo y Diego Bardález, los responsables de este sello que a la fecha ha conformado un catálogo por demás imprescindible.

No hay que pasar por alto la aparición de sellos como Animal de Invierno y Campo Letrado, que al igual que algunos sellos más, están integrados por lectores que editan, situación que brinda nuevos aires al panorama del mundo editorial peruano, que lamentablemente se ha visto infestado de meros impresores y ases de la calculadora que a duras penas han leído treinta libros en sus vidas.

 

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Para escribir el presente texto, leí cinco veces Gaijin. En cada una de las lecturas reforzaba mi impresión de la primera lectura: estar leyendo el libro más flojo de Higa.

GaijinPostCuentosMenos mal que se trataba de una supuesta “novela” corta. Y, felizmente, me alivia saber que un pésimo libro como este no altera en nada la trayectoria del autor.

Entonces me pregunto: ¿por qué se celebra tanto un borrador en limpio como este, que es todo un ejercicio lírico exprimiendo el diccionario? Sin duda, su publicación se justifica en la obra del autor, no en la fuerza y calidad literaria del presente texto.

Como siempre, la respuesta la encontramos fuera del texto: en el aliento que recorre el circuito literario que premia y ningunea según su conveniencia. No me sorprendería que Gaijin aparezca como una de las mejores novelas, o quizá la mejor, en los recuentos de fin de año.

Ocurre que en términos de política literaria, Higa no es un autor incómodo, conflictivo (y no tiene por qué serlo), como bien podrían ser Reynoso, Gutiérrez, Alarcón, Ampuero y Cueto, que siempre tendrán tantos hinchas como detractores. Higa es pues un autor inofensivo, nada polémico, a quien el mundillo literario limeño trata como si fuera el Señor Miyagi.

Para el verdadero lector, aquel que lee libros y no personas, un contexto como este no debe pasar por alto, con mayor razón cuando estamos en un año saludable para la narrativa peruana, año que nos permite respirar y ver con justificada expectativa lo que se publicará en el 2015. Existe, sin duda, un temor en el circuito literario local, temor que le impide reconocer a otros autores que han publicado novelas y cuentarios que sustentan este buen año narrativo. Todo apunta a una consigna: elevar Gaijin de Higa, un autor mayor, sobre los libros de autores relativamente jóvenes como Francisco Ángeles (Austin, Texas 1979), Marco García Falcón (Un olvidado asombro) y Christ Gutiérrez-Rodríguez (el cuentario Las siete bestias) y algunos más.

Viene jugando la mezquindad. Impera el saludo estratégico. Golea el sentimiento menor. Cunde la mentira valorativa. Pero bien sabemos que la literatura está por encima de estas cosas.

 

 

 

*Gabriel Ruiz Ortega nació en Lima, en 1977. Es autor de la novela La cacería (2005) y hacedor de tres antologías de narrativa peruana última: Disidentes (2007), Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas (2011) y Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010 (2012). Es librero de Selecta Librería  y administra el blog La Fortaleza de la Soledad.


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