Guillermo Niño de Guzmán: sobre el acto de escribir y sobre su amigo Julio Ramón Ribeyro

 

Conversamos con el escritor Guillermo Niño de Guzmán, autor de libros de cuentos y de motivadores ensayos literarios. Aquí nos cuenta su posición respecto a la escritura y la figura del escritor.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Lector ante todo, renuente a aparecer en actividades públicas, bastante modesto para hablar de su propia escritura y muy exigente con cada palabra que teclea. Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es un escritor influenciado por Hemingway, amante del jazz y ya no tanto del trago. Conversamos con él para hablar sobre la escritura y sobre aquel vínculo amical que lo unió con el entrañable escritor Julio Ramón Ribeyro.

 

La última vez que conversamos dijiste que esperabas escribir una novela antes de morir. No es que ya se acerque el final, definitivamente no, pero ¿Cómo vas con ese cometido?
Tengo algo ahí que va cobrando forma. No sé cuánto tiempo tardará en cobrar su forma definitiva, pero estoy en ello. Lo que ocurre es que al menos para mí estas cosas no se pueden forzar. En cierta forma todavía creo en la inspiración y pienso que no se puede escribir simplemente por oficio sino que tiene que haber una necesidad y, en muchos casos, una necesidad extrema que justifique el acto de escritura.

Me llama la atención la visión que tienes de la escritura, no como un acto placentero sino todo lo contrario…
Bueno, yo creo que cuando joven, muy joven, sí, la literatura, la creación de ficción, tenía un efecto catártico, cumplía con una necesidad de liberación. Pero, más adelante, a medida que iba adquiriendo más experiencia en la vida y en el oficio, me di cuenta de que me era cada vez más difícil escribir. Contrariamente a lo que se cree, que con el ejercicio continúo de una actividad uno adquiere mayor facilidad, yo creo que en el caso del oficio de escritor conforme tengo más conocimientos del asunto soy más consciente de detalles, de cuestiones que antes pasaban desapercibidas y eso me hace padecer más en el acto de escritura.  Desgraciadamente soy demasiado consciente de cada palabra que escribo, de cada palabra que pongo detrás de la otra y por eso me cuesta mucho. Qué daría yo por escribir fluidamente con placer como otros autores…

Y a eso se suma lo bastante autocrítico que eres como lector
Eso es terrible porque también pienso que la autocrítica extrema puede ser negativa y, a veces, yo mismo me bloqueo por un exceso de celo o cuestionamiento sobre mi escritura.

 

 

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Ha publicado poco, pero como ya lo dijo se toma su tiempo en trabajar cada libro. En 2016 se reeditó Caballos de medianoche, cuentario en el que se percibe una atmósfera ‘hemingwayana’ y que ha procurado corregir controladamente, es decir, para que los relatos originales no queden despojados de la frescura y espontaneidad. “A pesar de ser jóvenes y disponibles, los personajes de Niño de Guzmán se mueven en un mundo embotellado, presa de asfixia moral. Aman el jazz, la cerveza y el sexo y practican un hedonismo triste en el que, de tanto en tanto, hay como un ulular sentimental”, afirma Mario Vargas Llosa en el prólogo de este texto.

 

Has dicho que asumir la vocación de escritor es una aventura solitaria e incierta. ¿Y cómo llevas esta vocación ahora…?
Bueno, como dije antes cada vez me es más difícil, pero sigo al pie del cañón. Digamos porque yo pienso que la literatura no es tanto una elección, aunque es verdad que en cierto momento uno decide que ese es su camino, pero no creo que sea tanto un don. Yo creo que tener cierto talento para la creación literaria no es una ventaja. Creo que es más bien un lastre, una condena, algo que a la larga te esclaviza y somete. Yo muchas veces me he cuestionado y dicho: “Caray, pero si tanto padeces a la hora de escribir y no disfrutas como debería disfrutar cualquier persona que se respete a realizar un oficio, entonces deberías dejarlo, abandonarlo”. Y el problema es que me siento mal sino escribo, pero más mal me sentiría si me propongo dejar de escribir.

Me llamó también la atención esta reflexión que haces sobre la situación del libro una vez terminado. Una situación a veces incierta. En el caso de Caballos de medianoche tuviste la suerte que Mario Vargas Llosa escribiera el prólogo
Bueno, a mí me disgusta mucho que en nuestros tiempos el escritor se vea obligado a promocionarse. En otros tiempos esto no era así. Yo no recuerdo que ninguno de mis escritores favoritos como Hemingway, Onetti o para el caso ya superior de Joyce, presentaran sus libros como se estila ahora. Ahora prácticamente el escritor está condenado a promocionar sus libros, a publicitarlos bajo la premisa que los libros son objetos de consumo y deben ser publicitados como tales. Esto ha llevado a que muchos escritores se sientan forzados a circular a través de congresos y otras reuniones públicas casi como si fueran figuras del espectáculo. Yo, en ese sentido, no creo que el escritor deba tener tanta exposición pública. Para mí la gracia de la comunicación entre el autor y el lector es que se da a través del libro, que es una comunicación muy íntima, honda e intensa. En realidad el lector no requiere o no tiene que conocer al autor. Yo creo que un escritor ya tiene suficientes problemas al escribir un libro para que encima tenga que explicarlo y públicamente, ante una audiencia. Por ello, bueno, si accedo a realizar entrevistas o a veces en participar en alguno de estos eventos, es un poco contra mi voluntad a exigencias de los editores que han apostado por mí y que tienen que vender el libro como sea (risas).

 

JULIO RAMÓN RIBEYRO

¿Qué te pareció Un hombre flaco, el perfil sobre Julio Ramón Ribeyro?
Sí me gustó, era ágil. Quizá demasiado ágil por cuanto se hubiera podido profundizar más en algunos aspectos, pero no se proponía a ser una biografía sino ser un retrato, una semblanza del escritor. Yo creo que hubo un buen trabajo de investigación, el autor (Daniel Titinger) ha podido entrevistar a muchas personas que lo conocieron y tal vez su falla mayor —imposible de solucionar— era que no llegó a conocer al escritor en vida, lo cual hubiera sido decisivo para poder elaborar un retrato más redondo.

Y en el libro se intenta demostrar que Ribeyro vivió sus últimos años con mayor intensidad…
Bueno, yo tuve la suerte de tratarlo en esa época, de hacerme no solo amigo sino prácticamente era un cómplice suyo y más aún, en los últimos tiempos me he dado cuenta que mi relación con Julio Ramón fue casi la de un secretario puesto que también me comporté como un agente. Él me hizo firmar un pequeño contrato por medio del cual él me iba a asignar un porcentaje de los honorarios que yo le consiguiera por libros, conferencias o presentaciones públicas, y por cierto también fui su editor. Yo me encargué de la edición de sus diarios íntimos con el sello de Jaime Campodónico y también la edición de sus cuentos completos en cuatro tomos y de algún otro libro como Los dichos de Luder. Entonces, para mí fue una experiencia riquísima e inusitada de haber trabajado tanto con este escritor admirado, un maestro del cuento en tantas facetas de su vida y de su obra.

¿Y llegaste a leer o te dio a leer sus últimos diarios que aún no se han publicado?
Bueno, yo los he ojeado, era imposible que los leyera todos porque eran muchísimas páginas. Solamente se publicaron tres volúmenes, pero había material para publicar seis o siete volúmenes más y yo lamento profundamente que ello no fuera posible, sobre todo por la decisión de sus herederos de no divulgar estos documentos inéditos. Yo incluso tuve los diarios en mis manos porque el escritor en su lecho de muerte me mandó llamar junto con su hermano Juan Antonio y me pidió que fuera con él a su casa a recoger sus diarios para poder ponerlos a buen recaudo y garantizar así su publicación, aunque sea póstuma. Yo, sin embargo, por un afán de honradez que ahora lamento decidí no quedarme con los manuscritos sino dejarlos todos en manos de su hermano Juan Antonio, quien a la postre tuvo que devolvérselos a la viuda del escritor.  Y digo lo lamento porque ya había celebrado un contrato en su nombre con la editorial de Jaime Campodónico para publicar los volúmenes restantes, pero bueno todo eso se frustró con la muerte del escritor porque el editor no quería enfrentar una batalla legal por cuanto no se sabía si habiendo muerto Ribeyro los contratos podían tener validez. En fin, el caso es que se frustró la publicación de los demás volúmenes y hasta ahora no ha aparecido ningún tomo más, lo que lamento profundamente ya que el diario es un documento excepcional, creo que no tiene precedentes al menos en América Latina no creo que haya un diario literario de tal envergadura y de tanta duración. No hay que olvidar que esto lo empezó en su primera juventud y que lo fue continuando a lo largo de su vida hasta sus últimos días, hasta que le fue posible empuñar un lapicero o maniobrar la computadora.

Y esa es en realidad la obra que lo hizo conocido en Hispanoamérica…
Y él, duramente mucho tiempo, había pensado que su diario no iba a tener tal interés a tal punto que nunca se había propuesto publicarlo en vida, simplemente pensó que ningún editor se iba a arriesgar a difundir una obra que probablemente iba a tener muy pocos lectores. De ahí que siempre me he sentido siempre muy contento por haber logrado persuadirlo de la necesidad de su publicación. Hubo una vez en París cuando yo vivía gracias a una beca del gobierno francés y él todavía no se había trasladado a Lima, le pregunté por sus diarios íntimos de los que me había hablado alguna vez y él me llevó a su dormitorio y me mostró toda una pared donde había anaqueles que estaban cubiertos íntegramente por archivadores que contenían sus anotaciones íntimas, y me dejó leer al azar lo que yo quería durante toda una tarde. Durante toda una tarde pude leer entradas de sus diarios del primer volumen al último y ahí fue donde lo convencí que eso debía publicarse de todas maneras. Por suerte Ribeyro accedió y nos pusimos manos a la obra cuando volvió a Lima y yo lo ayudé a poner en orden el texto, a darle la forma final por cuanto por tratarse de un diario íntimo estaba compuesto por anotaciones irregulares no siempre en un cuaderno sino que muchas veces se trataban de anotaciones hechas en servilletas o papeles sueltos que él había ido agregando, sumando y claro, había que trabajar un poco para darle la forma y orden final. Pero claro, no hubo tanto problema porque estaban ordenados de acuerdo a los años en los que los escribió y creo que son muy pocos pasajes los que excluyó. Por tanto, yo espero que algún día si no se publican por lo menos que sean depositados en una biblioteca o centro de investigaciones adonde los estudiosos puedan acceder para poder leerlos y cotejarlos con su obra.

 

LA ESCRITURA

Escribe fundamentalmente en computadora. Su caligrafía es mala, dice, y necesita ver cada frase, necesita ver las palabras desplegadas con claridad. Extraña la máquina de escribir mecánica y le parece que antes se sentía también un trabajo físico en la escritura al martillar cada tecla. Se sentía también un trabajo allí.

 

Actualmente, qué temas alrededor de la escritura te interesan abordar…
Mira, siempre será el mismo. Me interesa profundizar en la condición humana, en las contradicciones de la condición humana. Para mí este ha sido el punto de partida y yo creo que es algo que no he agotado. Yo creo que no es la única preocupación que puede tener un escritor, creo que hay varias incluso se puede escribir por simple divertimento pero para mí de alguna manera siempre fue un poco una cosa de vida o muerte.

¿ Qué es escribir para ti?
(Suspira) Escribir para mí es una declaración de rebeldía, es una forma de decir que no me resigno a las condiciones de la existencia que me han sido otorgadas y que gracias a la escritura puedo asimilar el mundo de otra manera, de una manera más justa y humana.

 

LOS CINCO + 1 LIBROS FAVORITOS DE GUILLERMO NIÑO DE GUZMÁN

  1. En nuestro tiempo, de Ernest Hemingway.
  2. La guerra y la paz, de Lev Tolstói
  3. Rojo y negro, de Stendhal.
  4. Tarás Bulba, de Nikolái Gogol.
  5. Bajo el volcán, de Malcom Lowry.

Bonus track: Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa.