Félix Terrones y la novela del artista no adolescente

 

Comentamos Ríos de ceniza, la más recientemente novela del escritor peruano Félix Terrones, quien nos presenta la historia de un joven becario que llega a Francia con el sueño de convertirse en escritor. Allí encontrará una nueva identidad que lo hace reconocerse a través de la vida del poeta Paul Celan.

 

Por Jaime Cabrera Junco

La producción novelística peruana actual –limeña para ser más precisos– nos ha ofrecido en lo que va del año algunas obras autorreferenciales, cuyos méritos literarios han sido destacados por unos y puestos en discusión por otros. En ese contexto, la aparición de una novela como Ríos de ceniza (Textual Pueblo Mágico, 2015) parece estar en esa línea de la ‘literatura del yo’, sin embargo luego de su lectura nos damos cuenta de que no es así.

Félix Terrones (Lima, 1980), escritor y crítico literario que reside desde hace once años en Francia, nos entrega una novela sobre la condición del artista, más precisamente del escritor. No estamos ante una novela de aprendizaje, pues el autor nos muestra cómo un aspirante a escritor va formando su propia identidad, desprendiéndose de sus ilusiones y afectos al llegar a Francia, país donde busca el anhelado sueño de emular a autores peruanos como Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce y Julio Ramón Ribeyro. En ese proceso no escribe una gran novela, pues tras una serie de rechazos y amoríos contrariados, pone en duda esta vocación.

¿Por qué en apariencia estamos ante una novela autorreferencial? Pues, en primer lugar porque el protagonista tiene algunos rasgos en común con el autor. El personaje principal de Ríos de ceniza es un joven estudiante peruano, quien viaja becado a Francia con la finalidad de seguir un doctorado en literatura, país que considera el ambiente ideal para ser un escritor. Así es que llega primero a la ciudad de Bordeaux, luego a Tours  y a Lyon, escenarios donde el lector va siendo partícipe –en complicidad con la narración en primera persona– del proceso de transformación del personaje principal. Del joven idealista que cree en el “para hacerse escritor hay que salir del Perú” nos encontramos ante el escéptico que va desprendiéndose de sus anhelos y a la distancia va reconociéndose a sí mismo. Hasta allí las semejanzas.

Pero la espesura de esta novela es una segunda línea que la sostiene o en todo caso sirve para darle una mayor dimensión a la historia del protagonista. Me refiero a la presencia del poeta Paul Celan como punto de reflexión y cuya postura ante la literatura nos muestra un desapego por el reconocimiento público  anhelado por muchos escritores. Celan se hizo escritor en Francia, refugiado en la soledad y concentrado solo en la escritura, no en aquello que la rodea. Además, de esta historia de Celan sale el título de la novela, y es en esta parte donde nos ofrece sus momentos más destacables.

¿Existía un artista, escritor o poeta, que hubiese declinado con más constancia y ferocidad todas las posibilidades que le entregaba ese errar sin rumbo hasta la literatura? Frente a esa pregunta me sentía abismado, no sólo por mi incapacidad para encontrar una respuesta, sino también por el vértigo que me producía. Si el exilio era la elección de quien asume la escritura como única posibilidad, el caso de Paul Celan me enseñaba la compleja riqueza del individuo pero también un sombrío destino que no quería reconocer durante esas madrugadas de lectura febril en las que mis ojos empezaban a encerrarse, excitados y agotados, como si hubiese dedicado el día y parte de la noche a caminar, mientras que en verdad lo que habían hecho era leer sin detenerse un solo instante.  Me frotaba los ojos y apagaba mi lámpara –la luz de pronto débil, luego mortecina, al final extinta– en la soledad de mi habitación, antes de entregarme a la oscuridad apacible y turbadora del sueño que inflamaba mis pensamientos, hechos de polvo, palabras, cenizas. (p.p. 166).

Está también presente la alusión al suicidio de Celan, quien se arrojó al Sena, “ese río de caudal ceniciento”, como una manera de de escapar de la depresión que lo estancó en la escritura y lo llevó a sufrir una incesante paranoia y lo llevó a intentar asesinar a su mujer. Aquí encontramos la esencia de la novela de Félix Terrones.

La narración del relato no es lineal, pues vamos saltando en el tiempo y siendo testigos de las vivencias del protagonista antes de su viaje a Francia. Previo a su despedida del Perú, el protagonista –que no tiene nombre, de allí lo aparentemente autorreferencial– conoce a Paulo Santa Apolonia Puga, un ermitaño escritor cajamarquino que convencido de la maestría de su obra desdeña a la crítica y a la intelectualidad oficial por no valorarla. Aquí hay otra manera de ver la condición de escritor, pues la muerte de autor en ciernes no cambia nada. Seguirá siendo un autor anónimo aunque hay alguien –un ferviente lector movido más por el entusiasmo– que se empeña en que se le descubra literariamente.

Ríos de ceniza es una novela de reflexión y en esa senda nos presenta sus mejores momentos. Mucho más que la delineación de sus personajes –salvo el protagonista– algunos aparecen muy planos como la madre de Sophie, la joven estudiante con la que se involucra el aspirante a escritor. Las mejores líneas del libro vienen de las reflexiones y de las crisis del personaje principal de esta historia, quien lejos de redimirse se vuelve un escéptico, un desarraigado en todo sentido y quiere empezar de nuevo.

Anteriormente Félix Terrones había publicado el libro de microrrelatos El viento en tu cara, donde el eje también recae en las reflexiones. Con Ríos de ceniza las reflexiones alcanzan una mayor dimensión y profundidad, a través de una historia que matiza muy bien el suspenso con el cambio de tiempo. Su lectura nos mantiene expectantes más aun a quienes de alguna forma estamos involucrados en el quehacer literario. La lectura de esta novela nos ha permitido afortunadamente ponerle atención a un autor al que merece sin duda que le sigamos el rastro en sus próximas entregas.