Elogio de la lectura y la ficción

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Me quedo con el momento inicial del discurso de Mario Vargas Llosa en Estocolmo. Si bien es cierto, muchas de sus ideas sobre literatura y política ya eran harto conocidas a través de tantas conferencias y entrevistas,  en la primera parte evoca lo que llamó «la cosa más importante que le pasó en la vida»: aprender a leer.


Sé que muchos dirán que lo que más se recordará del discurso de aceptación del Nobel de Mario Vargas Llosa será el momento en que se emociona al agradecer a su mujer Patricia Llosa por apoyarlo en su carrera de escritor. Sin embargo, hoy al leer -porque ayer la escuché como muchos, supongo-, el texto titulado Elogio de la lectura y la ficción, me emocionaron las primeras líneas y pensé, dada la naturaleza de este blog, en aquello que nos dan los libros. ¿Vivir vidas que no viviremos? ¿Aprender técnicas de escritura? ¿El afán voyeur por conocer historias de otras personas? (pueden leer el discurso completo en PDF aquí).

«Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de La Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida», empieza Vargas Llosa y luego menciona a aquellos maestros a quienes les debe haber perseverado en el arte de escribir.

Mencionó a su admiradísimo Flaubert, de quien dice aprendió «que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia». También habló de William Faulkner, de Joanot Martorell (autor de Tirant lo Blanch), Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad y Thomas Mann. Y por supuesto a Jean Paul Sartre, a Albert Camus, a Orwell y a Malraux. Entre algunos otros, porque en su discurso mencionó de pasadita a los peruanos César Vallejo y José María Arguedas, aunque, desde luego, fue en la parte en que reivindicaba su condición de peruano.

«Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor», dice.

Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia de acercamiento con la lectura. Algún abuelo, alguna biblioteca de un tío; en fin. Creo que si sumergirnos en alguna historia no nos da nada material a cambio, sí nos enriquece espiritualmente y nos da mayor sensibilidad. Si hay tiempo para todo, creo que nunca hay que dejar que nos falte un cachito de tiempo para la lectura. Por más que la «vida real» nos impida a hacerlo o, con más razón, para darle la contra.



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