El Queirolo no tiene poetas que le escriban

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Tiene 94 años de existencia, pero aún no se siente viejo. No le gusta que le pongan el apodo de cantina. De día, restaurante; de noche, bar; pero nunca cantina. Tiene un tocayo en Pueblo Libre con el que odia que lo confundan. Un escritor aprendió en su recinto, que no ha sido modificado desde su creación (vamos, solo las sillas), todo lo que no en su paso por San Marcos. Es un Monumento Histórico. Es la Bodega Queirolo.

 

Por Sophia Wong, Daniel Robles y Manuel Coral*
Fotos: Pedro Egúsquiza y Emily Álvarez

 

Un día en la esquina de Camaná con Quilca.

 

I

Hora Zero ya no ríe en el primer salón del Queirolo. La década de los 70 ha guardado las risas entre llaves como su juguete favorito. El movimiento artístico que reunía poetas, músicos, narradores y demás integrantes tenía dos hogares: la vivienda de cada uno y el Queirolo. Era su paradero ideal. Óscar Queirolo, el actual propietario del restaurante-bar junto con sus hermanos, jamás los olvidará. Eran chicos de 20 años, muchos de origen provinciano, que iban todos los días al bar, con o sin dinero; pero siempre terminaban con un cuba libre y otros piqueos en su mesa. ¿Recitaban en público? Casi nunca. Siempre a un miembro de Hora Zero le tocaba invitar. Eloy Jáuregui, Miguel Burga, Carlos Ostolaza, Jorge Pimentel, Tulio Mora y muchos otros artistas llegaban al bar al mediodía y tras acalorados debates de política, poesía, películas y libros se retiraban antes de la puesta del sol. Óscar y Eloy recuerdan que en el bar no se escribía; en el bar se debatía. ¿Cerveza? Casi nunca, ya casi nunca vienen poetas.

La familia Queirolo, dueña del bar, tiene raíces en Génova, Italia. En 1920, se abrió el local con el nombre La Florida. Recién en 1958, con el padre de Óscar como dueño, se cambió al nombre actual: Bodega Queirolo. Desde ese entonces, se ha puesto mayor énfasis en la venta de tragos y comidas para dejar completamente de lado los abarrotes. Ahora, Óscar y sus tres hermanos son los propietarios.

El Queirolo es un templo de la sabiduría, no del alcohol. «En los bares de Lima de mediados del siglo XX uno conversaba, codo a codo, con grandes intelectuales de la época como Pablo Macera, Luis Lumbreras, Martín Adán y Raúl Porras Barrenechea, y así uno se formaba una concepción del país», dice Eloy Jáuregui. El cronista tuvo dos escuelas en la década de los 70: la Universidad Mayor de San Marcos y el bar Queirolo. Del primero no se acuerda nada; del segundo, casi todo. Los poetas de Hora Zero aprendieron de literatura, arte y política en un bar que no te hacía perder la conciencia. Las voces disidentes con los gobiernos militares sonaban más alto en la esquina de Camaná con Quilca. El desencanto de los jóvenes por un país con un régimen castrense no era ajeno a Hora Zero. Los artistas del movimiento apoyaban a partidos como Bandera Roja, Vanguardia Revolucionaria, otros sentían simpatía por el trotskismo de Hugo Blanco.

Rodolfo Ybarra, escritor peruano y asiduo parroquiano de los bares del Centro de Lima, no contradice la labor “culturizante” de los bares. “En la década de los 70 y 80, en los bares de Lima se hablaba sobre la guerra interna del país, del futuro del Perú”. Ahora –dice–la cultura es la mejor excusa para emborracharse.

La antigüedad, el posicionamiento y la confraternidad del Queirolo con sus visitantes lo volvía un imán para los jóvenes universitarios de la década de los 70. Óscar alza la voz para afirmar que a Hora Zero se le dejaba conversar en el bar así no pidieran algo para consumir. Su sobrino, Iván Pacheco Queirolo, dice que la ubicación del Patrimonio Nacional era ideal. La localización de la Casona de la Universidad Mayor de San Marcos, de la Escuela de Artes de la Universidad Pontifica Católica del Perú y de la Universidad Nacional Federico Villareal formaban un triángulo y el restaurante-bar estaba en el centro. Las visitas de los futuros poetas, escritores y artistas de esas universidades no se hacían esperar, y Jáuregui no tarda en mencionar que era un paradero fijo de las combis.

Los poetas de Hora Zero, varios años y copas después. (Foto: Maoli Mao)

Los poetas de Hora Zero, varios años y copas después. (Foto: Maoli Mao)

Pero Hora Zero ya no ríe en el Queirolo. Nuevos poetas, tampoco. Hay que atravesar el primer salón donde señores mayores toman un almuerzo matutino; luego, el segundo, donde se ubica la barra, una de las pocas que servían tragos en copa en los 70, para dar con un espacio que lleva las sillas sobre las mesas y que, a esa hora, todavía no está abierto al público. Es el salón dedicado a Hora Zero. Hay un cuadro que ocupa casi toda una pared en donde posan para la foto, mientras caminan, quince miembros del movimiento artístico de los setenta. En él, bordean esa cantidad de edad. Paco Guzmán abre la fila desde la derecha y Paul Guillén la cierra desde la izquierda. Jorge Pimentel va en el medio y la cámara lo captura cuando parece estar abotonándose el saco.

Las fotografías guardan las memorias que no queremos olvidar. La foto retrato de Hora Zero es una resistencia al presente y al cambio. Un blanco y negro para no olvidar una época cuando diversos poetas y artistas veinteañeros asistían un día sí y otro día también al Queirolo. Un fenómeno que probablemente ya no se repita más.

 

 

II

Al Queirolo no le faltan clientes, y pasan por un muy buen momento económico. Incluso, están elaborando un proyecto para ampliar su espacio. No todos se han olvidado de ellos.

¿Cuándo los poetas y artistas dejaron de venir con frecuencia?

El triángulo de universidades desapareció. La Escuela de Artes de la PUCP se trasladó en 1969 a San Miguel y los alumnos de San Marcos fueron trasladados,en 1966, a la Ciudad Universitaria de Lima. De esta manera, se redujo la cantidad de jóvenes que iban de esas universidades con la frecuencia antes de la mudanza. Los bares son dueños de su zona, así que el Queirolo ya no era “dueño” de las futuras generaciones de alumnos de esos centros educativos.

Y eso Óscar lo sabe muy bien. En una oportunidad, estableció una “filial” del Queirolo en Barranco. No le fue nada bien y tuvo que abandonar el proyecto. Aprendió que es muy difícil ingresar a un nuevo territorio donde hay bares ya posicionados. En otra oportunidad, La Noche de Barranco puso un local frente al Queirolo. También aprendieron la lección, ya que cuando terminaban los espectáculos de La Noche, todo el mundo se venía acá, al Queirolo.

La década de 1980 fue un antes y un después para el Queirolo. El Centro de Lima fue víctima de la delincuencia, el terrorismo, los ambulantes, los toque de queda y la crisis económica que azotaba a todo el país. Iván Pacheco Queirolo ríe y recuerda que sus hermanos no conocían el Centro de Lima. “Todo el mundo tenía miedo de ir a Lima”, dice el historiador Fernando Armas Asín.La delincuencia y la cantidad de ambulantes que promovían el desorden alejaron a los negocios del lugar. “Como era un lugar difícil de transitar, las empresas comienzan a migrar. Así, las personas con capacidad de consumo, que eran los clientes de los bares históricos, se reducen”, complementa el historiador. Los pirañitas, niños de 10 años que asaltaban en grupo y que eran como tribus temidas en Lima, hicieron su aparición para agudizar la delincuencia. Quilca se pone en un plan terrible. Se abren bares de mala muerte y en esta misma cuadra se asesina a dos personas, dicta la memoria de Óscar. Pero los toque de queda del gobierno de Alan García, en 1985, alejan aún más a la población de la noche limeña. En esa época, cerraba a las 10 de la noche. El bar Haití cierra y el Queirolo vacila: “Por primera vez, se piensa en cerrar el bar. Pero la voluntad de mis tíos y de mi abuela de no hacerlo pudo más”, dice Iván.

El guitarrista que va de mesa en mesa para hacer cantar a los concurrentes cuando las gargantas están ya bastante húmedas.

El guitarrista que va de mesa en mesa para hacer cantar a los concurrentes cuando las gargantas están ya bastante húmedas.

 

En la década de 1990, comienza a recuperarse la situación del Queirolo. Pero Óscar no vuelve a atender a poetas ni artistas con la frecuencia de la década de 1970. Para Eloy Jáuregui, la emoción política y el desencanto de los jóvenes por la situación del país generaron que el bar fuera un lugar de tertulia sobre los asuntos públicos.

Rodolfo Ybarra recuerda el añorado pasado de los bares históricos del Centro de Lima. «Ahora los nuevos son para gente posera, para artistas poseros. Figuras míticas como la de Martín Adán escribiendo en servilletas y regalando poesía y trago de bar en bar ya no existen». También, se presentaban libros e Ibarra aún recuerda a Oswaldo Reynoso, parado en una mesa, anunciando su nueva obra En octubre no hay milagros. Ahora, los nuevos bares o pseudobares culturales por fuera, aparentan un interés por la formación artística; pero por dentro, enfatiza Ybarra, el volumen de la música abruma hasta obstruir cualquier intento de conversación estimulante para el arte. ¿Hoy qué ves en los bares? «Gente herida de alcohol y nada de cultura», comenta.

 

III

Queirolo4Todos saben que el Queirolo es un bar, no es una cantina, si lo quisiéramos así cerraríamos mucho más tarde de las tres de la mañana, pero no todos que también es un restaurante con destacados platos. Gastón Acurio visitó el bar-restaurante en su programa Aventura Culinaria y Raúl Vargas ha dicho que allí se come el mejor escabeche de pescado de Lima. En muchas oportunidades, el cau-cau, el olluquito y la patita no llegan al almuerzo.

Durante toda su historia, el local solo ha cambiado las sillas. Por sus mesas han pasado personajes destacados como Armando Villanueva, Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso –que continúa yendo- y Antonio Cisneros. A pesar de que en julio del 2003, la Municipalidad de Lima emitía el informe Nº 168, en el cual se mantenía la declaración de la Comisión de Fincas que consideraba al Queirolo una vivienda inhabitable, Óscar menciona que la municipalidad nunca les ha exigido ninguna restauración o remodelación. Solo arreglar la cocina y poner estantes de acero inoxidable para mayor higiene, pero nada más. Todo eso ya lo hemos hecho. Óscar dice que, según los documentos de defensa civil que poseen, el local es considerado una finca habitable moderada.

Óscar no quiso que la tradición poética se perdiera. Para ello, colocó fotografías de los miembros de Hora Zero por todo el local y los invitó a que escribieran poemas en las paredes. “Quería impulsar nuevamente este ambiente poético que había tenido el bar” -dice Óscar– “Quería que Hora Zero hiciera presentaciones”.Pero no lo logró. Los clientes del bar veían los poemas y escribían con lapiceros frases en las paredes que comenzaron siendo comentarios cálidos pero que terminaron por ser groserías e insultos. Queirolo tampoco tuvo el apoyo de los integrantes del movimiento artístico, organizaron un evento, pero nada más. Ni caso le hicieron a mi proyecto.

Los poetas “viejos” han abandonado el bar. Los poetas nuevos nunca aparecieron. Así que decidió retirar todas las fotografías, limpiar las paredes y dedicar un solo salón a Hora Zero, el que posee la fotografía de quince de sus integrantes. El que a las once de la mañana aún no estaba disponible al público. Como si estuviera durmiendo. Como si estuviera esperando el regreso de los poetas. Como si deseara que la presencia artística estuviera en el salón principal de comidas, en cada botella de whisky, en cada conversación codo a codo, en cada escabeche de pescado y no solo en el salón más escondido del Queirolo.

Un bar, un restaurante y un monumento a la amistad, a la memoria y al recuerdo. Y aunque ahora no tiene poetas que le escriban, tiene, eso sí, muchas historias que contar, porque en la memoria del pasado se encuentra la misticidad que forma su presente.

 

 

 

*Estudiantes del quinto ciclo de Periodismo en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)


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