El desafío de llevar al teatro «El Aleph», de Borges

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El grupo argentino La cuarta pared realiza en el Centro Cultural Ricardo Palma (Av. Larco 770, Miraflores) una puesta inspirada en el más emblemático cuento de Jorge Luis Borges. Las funciones van hasta el domingo 22 de febrero.

 

Por Romina Gatti

“Hay que reírse de ese viejo de mierda”. Con frases de ese estilo me bombardea, risueño, Guillermo Ale, actor y dramaturgo de El Aleph, mientras caminamos a paso acelerado rumbo al Centro Cultural Ricardo Palma, donde se ha montado la adaptación del canónico relato. Adaptar la historia le resultó difícil: “es que no hay nada de teatral en Borges”. ¿Por qué, entonces, darse el trabajo? “Porque me lo pidieron”, responde, con su irreverencia característica, de la que se empapa todo su arte. “Acá en el centro me pidieron una puesta basada en alguna de sus historias. Elegí El Aleph porque me pareció la más representativa”.

Sin duda, en nuestro aún pequeño medio teatral eso de las obras a pedido resulta un concepto casi inédito, pero es que La cuarta pared –agrupación argentina de la que Guillermo y Horacio Rafart son miembros y fundadores– va haciéndose conocida en Lima: antes de El Aleph, presentó en el mismo Ricardo Palma El Túnel de Ernesto Sabato –también estrenada en el Auditorio de Humanidades de la PUCP- y Rayuela de Julio Cortázar. “Se han ido especializando en adaptaciones de clásicos argentinos”, le señalo a Horacio, ya en el teatro. “Bueno, ha sido sin objetivo. Es una rama menos subversiva”. Con ‘rama menos subversiva’ hace alusión a que, de hecho, las tres obras aquí presentadas no exploran, a primera vista, una temática política, como sí Patria perra o El Quijote fusilado, entre otras que suelen montar en ciudad de La Plata –de donde el grupo es oriundo- y en sus giras por Latinoamérica. “De todos modos, politizamos, y también interpretamos como se nos canta las pelotas al viejo”.

ElAlephTeatroLPG2Con semejante presentación –podría decirse, advertencia-, me siento a ver la obra. Muy pronto me es evidente que las dos afirmaciones –que politizan incluso en sus teatralizaciones de literatura poco política y que adaptan libremente- son ciertas, tanto como que -tal como el mismo Horacio anotara- resulta inadecuado hablar de un homenaje, de una salutación, de alguna forma de recuerdo alturado del cuento o de su autor. La trama entrelaza los dilatados encuentros de Carlos Argentino Daneri y Borges, protagonistas del original, y de Zunino y Zungri, los dueños del bar y de la casa de Daneri, que en el clásico no tienen voz, aunque sí poder, pues es por su intención de ampliar su negocio que se demuele la antigua vivienda de Beatriz Viterbo. Claro está, el contenido de la conversación entre Zunino y Zungri ha sido ideado de modo íntegro por los adaptadores, que además improvisan bastante en la marcha. Es en particular en esta segunda subtrama en la que se hace evidente el mencionado asunto de la antisalutación. No por los temas que se tocan –el olvido, la eternidad, el tiempo- que son, más bien, clásicos borgianos, sino por lo grotesco del diálogo, rasgo del que Ale y Rafart son conscientes. “Combinamos lo burdo con lo alto. Decimos una estupidez, aflojamos a la gente y después le damos una puñalada”. Palabra por palabra, esa es la estrategia, que, por cierto, tiene bastante éxito entre el público.

A un purista, la traslación a las tablas del texto de Borges podría fastidiarle. No por el ejercicio de adaptación en sí mismo –que siempre fastidia a algunos- sino porque, por un lado, en el camino se aprovecha para insertar fragmentos de otras colecciones -de Misteriosa Buenos Aires, Cuadernos de San Martín, Ficciones, entre otros- con lo que se constituye una especie de breviario de citas famosas. La crítica principal que me lo imagino formulando, sin embargo, se centraría en el poco peso que las disputas de los dos escritores ficticios y que la trama del original en general terminan teniendo en el drama. No es que sus intervenciones duren menos, o que la escena del descubrimiento del aleph no se produzca, o que este no genere maravilla, sino que toda esta sección palidece al lado de aquella que ha surgido de la desenfrenada inventiva de los adaptadores. La interpretación de la historia de El Aleph parece más bien funcionar como marco para que ellos puedan extenderse en la denuncia de la trivialidad y las contradicciones de la experiencia contemporánea, denuncia en la que, es evidente, dejan el corazón en el escenario.

Va hasta el 22 de febrero.

 

 

DATOS:

– Dónde: C.C. Ricardo Palma (Av. Larco 770, Miraflores)
– Días: de jueves a domingo.
– Hora: 8 p.m.
– La temporada finaliza el domingo 22 de febrero.
– Entrada: S/. 30 (general) y S/. 20 (estudiantes y adultos mayores).

 



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