Una lectura personal de «Casa tomada» y «Rayuela», de Julio Cortázar

Todos (o casi todos) quieren a Cortázar, de eso no hay duda. Son sobre todo sus cuentos, muchos de ellos entrañables, los que encandilan a los admiradores de este gran escritor argentino. Alina Gadea reflexiona en este artículo sobre el universo cortazariano, toma como referencia el cuento Casa tomada y la magnífica novela Rayuela

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Por Alina Gadea Valdez*
 
 
Recuerdo aquella plaza, 
poca cosa, 
un farol, un paraíso, unos malvones 
y ni un banco en el que sentarse, 
pero venían todos los gorriones.
 
 
De entre todos los cuentos fascinantes de Julio Cortázar, el primero que escribió en 1946 es el que más me gusta de todos: Casa tomada. Pasando incluso por los más fantásticos, como el cuento circular Continuidad de los parques, en que el narrador se sienta en un sofá a leer una historia en la que él mismo es el personaje que va a ser asesinado. A otros menos fantásticos pero igualmente alucinados como El Perseguidor -en el libro Las Armas Secretas-, en que nos cuenta, tan a su manera, la historia de su admirado Charlie Parker. U otros inolvidables como La salud de los enfermos, La noche bocarriba o Cartas a mamá
 
Casa tomada es para mí su masterpiece. Quizás lo percibo así por un tema personal; nos está tocando desde hace algún tiempo en Lima -como él dice en el cuento-, ver cómo las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales.  Las vemos desaparecer en escombros levantando en su lugar, al cabo de unos cortos meses, enormes, utilitarios y feos edificios, acordes con esta nueva época. 
 
Producto de esa inquietud escribí La casa muerta, en honor a la casa en que me tocó vivir: con puerta cancel y cómoda de alcanfor. Tal vez por eso me siento identificada con esos dos peculiares personajes, Irene y su hermano que habitan esa casa bonaerense desde siempre y hasta después de que fuera tomada por aquellos intrusos. Vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno
 
Creo que muchos nos sentimos tocados por este cuento con su lenguaje amable y sencillo, narrado en esa primera persona tan particular. Por su evocación íntima y clara. Por su atmósfera entre onírica y fantasmal.  Por su tono directo y suave. Por la descripción del día a día de ellos  y  de la casa como un ser vivo que los contiene y a la vez parece haberles impedido vivir. Tocados por el inolvidable punto de quiebre: el momento en que empiezan a sentir ruidos en el fondo de la casa. A partir de ahí el cuento comienza a cobrar un enorme misterio por lo desconcertante de la situación. Y luego, la aceptación del absurdo por ambos personajes y junto con ellos, por nosotros lectores, que asumimos que ellos deban permanecer en un lado de la casa, mientras los ruidos continúen y todos los espacios de la casa  sean tomados, incluso con las cosas de ellos dentro. La vida sigue, con Irene tejiendo y su hermano leyendo, hasta que logran no pensar. 
 
 
 
 
LAS INTERPRETACIONES
 
Se dijo mucho sobre este cuento y se le dieron explicaciones de orden político, filosófico y hasta psicoanalítico. Yo creo que más allá de esas consideraciones se trata de un cuento maestro, esencialmente literario hasta en su final sarcástico: tirar la llave a la alcantarilla no fuera ser que se metieran a robar a esas horas y con la casa tomada. La metáfora de esta historia son estos personajes que corresponden con esa casa, destinados como ella a desaparecer, a ser devorados por la vorágine comercial de una sociedad en la que poco importan las lecturas de literatura francesa del siglo XIX o la hermosa arquitectura de una vieja, enorme y aislada casa. La que es igual que ellos, ajena a las actividades económicas, la lucha por la supervivencia, la transformación de la sociedad, la ostentación, la practicidad, la moda y demás exigencias del mundo práctico en que vivimos. 
 
Este mismo espíritu de finura lo sentí en una entrevista que le hicieron a Julio Cortázar, hace muchos años, cuando acababa de morir su segunda esposa y se encontraba terriblemente triste. Fue justo antes de que él se pusiera repentinamente viejo y muriera asistido por su primera esposa, Aurora Bernárdez. Entre las muchas cosas interesantes que mencionó en esa entrevista, tocó temas personales como su infancia sencilla en Banfield, el abandono de su padre y sus estudios para ser profesor. Contó anécdotas, una de ellas, inaudita, sobre cómo el médico de la familia pensó que él había llegado a estar enfermo a causa de la cantidad excesiva de libros que leía
 

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Era impresionante observar cada uno de sus movimientos pausados de manos largas, su mirada reflexiva, oír las inflexiones de su voz con su acento argentino y frenillo arrastrando las erres. Y más allá de los temas políticos y sociales que abordó con una sensibilidad y lucidez únicas, en  particular  recuerdo algo que dijo sobre su madre. Comentó que ella, a lo sumo, habría leído algunos libros de Julio Verne, a lo largo de su vida. Que al salir del colegio lo esperaba para llevarlo a la casa y en el camino le iba mostrando figuras en el cielo con las que jugaban juntos a encontrar distintas formas. «Mi madre no habría leído mucho pero era una mujer que sabía mirar el cielo».  
 
Por ese entonces yo había devorado sus cuentos y comenzaba a leer Rayuela. Ese comienzo  ¿Encontraría a la maga? Era sin duda el inicio también de un juego literario propuesto por él para los lectores que seguiríamos las instrucciones, sin imaginarnos que no terminaríamos nunca. Que podríamos leer este peculiar texto en muy distintos órdenes y por ello entenderlo de muy distintas maneras. Y de hecho Horacio y el lector terminaban por encontrar a la Maga, en alguna calle o puente de París  sin ponerse de acuerdo, como la gente que no necesita de rayas en las hojas para escribir o que aprietan el dentífrico por la mitad. 
 
 
 
 
LA RAYUELA DE CORTÁZAR
 
Esta historia de juventud, desamor y soledad fluye por noches bohemias vividas por personas tan libres, como las improvisaciones del jazz, que son a la vez tan parecidas a la forma de escribir de Cortázar. Las sensaciones junto con las notas parecen salir a lo largo del texto, desde el fondo de algún ático enrarecido de un viejo edificio parisino. 
 

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Viéndolo en esa famosa foto de la trompeta podemos imaginar a Cortázar como los músicos de jazz, profundizando en Rayuela, más en la improvisación que en el desarrollo de la acción dramática en sí. Como Charlie Parker, más en la improvisación que en la melodía. Abstracto como el jazz nos trasmite sensaciones e impresiones, más que acciones concretas. 
 
Tanto él como Charlie Parker, vuelan. 
 
Se podría cuestionar si Rayuela es una novela o un género único creado por Cortázar, lleno de juegos y de anécdotas algo inconexas, como es la vida real, en que a veces suceden cosas arbitrarias y nada coincide necesariamente. 
 
Es el caso del episodio de la inolvidable Berthe Trepat. Horacio queda como único espectador de un patético concierto de este personaje tragicómico, al que termina acompañando por compasión, por calles oscuras y lluviosas. 
 
Pero creo que esta novela, sin aparente desenlace, tiene su máxima intensidad en la Carta a Rocamadour. La madre tratando de explicarle lo compleja que puede ser la vida a un bebé que además ya ha muerto. La infinita ternura y dolor de haberlo dejado a cuidado de una nodriza en el campo, que le parecía una alimaña, por cómo escondía las manos en el delantal. Las noches que olían a sueño pesado lejos de él. 
 
¿Quién podría resistirse al metalenguaje de Cortázar? Creo que nadie se puede olvidar del fragmento de «apenas él le amelaba el noema». Y todo ese párrafo lleno de erotismo escrito en ese idioma inventado por él. 
 
Cómo no sorprenderse y sucumbir al juego de aquel párrafo que se lee saltando línea por medio y que encierra dos historias diferentes, que finalmente confluyen en un solo desenlace, hacia las últimas líneas del párrafo.
 
Para Cortázar la poesía y la prosa se potencian recíprocamente: Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo, mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura
 
 
 
 
 
 
 
*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Ha participado en varias antologías de cuentos entre ellas, Primeras HistoriasMatadoras (Estruendo mudo) y Disidentes 1 (Editorial Altazor). Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). Acaba de publicar la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa. 
 
 
 
 
 


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