Una crítica a la novela ganadora del Copé 2015

A continuación una lectura de «En la ruta de los hombres silentes», de Juan José Cavero, la cual se ambienta en el siglo XIX y nos muestra las aventuras y desventuras de un inmigrante chino.

 

Por Ángel Muñoz Águila

Aproximadamente en 1872, un grupo de chinos es trasladado a la costa del Perú para trabajar en los cañaverales de un ingenio azucarero. Después de ocho años de cruel explotación, Xi Lu, un experto herbolario, logra huir a la sierra y formar parte de las huestes chilenas durante la Guerra del Pacífico. Luego, gracias a los beneficios que le otorga su oficio, se embarca en un largo recorrido por la selva, conoce el amor de la lujuriosa y misteriosa Ana, las costumbres de las etnias, la inhumana explotación de los aborígenes por parte de los judíos caucheros de la época y, por último, realiza un viaje a San Francisco, donde descubre una inmigración china asentada y asimilada a la vertiginosa sociedad moderna de Occidente.

Este es el argumento de En la ruta de los hombres silentes (2015), novela de Juan José Cavero con la que el Premio Copé ha cuestionado su prestigio. Una novela que, sin duda, ostenta sus propios méritos, pero cuyas faltas e insuficiencias formales la alejan, por mucho, de ser una obra literariamente importante.

Una de las causas se debe al problema de verosimilitud de sus personajes. Para explicarlo, primero es necesario entender que, para que un personaje resulte verosímil, es imprescindible que su idiolecto, es decir, la manera como habla, se corresponda con el grupo social y la época a los cuales pertenece; si no, dicho personaje se vuelve volátil y no llega a cobrar la vida suficiente para imprimirse en la psique del lector. Precisamente, los idiolectos de los curas, capataces, culíes (migrantes chinos), judíos caucheros y aborígenes de la selva no logran diferenciarse con precisión, de tal manera que las formas comunicativas parecen intercambiables entre uno y otro personaje.

Cuando esto cambia y el narrador intenta diferenciar el idiolecto de un culí o un asháninka, por dar un par de ejemplos, inexplicablemente salta de un registro rústico e incipiente a uno elaborado y fluido. Así, pues, a pesar de modelar los personajes a base de marcas físicas (como la cicatriz en el rostro de Xi Lu, quien cuando sonríe aquella “parece otra sonrisa”), el narrador no logra imponer sus presencias a causa de sus diálogos impostados y ajenos. En literatura, aunque no solo en literatura, un personaje puede revelar más de sí mismo en su lenguaje que en su rostro.

Otra de las causas recae en el hecho de que su escritura está plagada de coloquialismos y muletillas. De ahí que el lector tropiece con locuciones como “a estas alturas”, “paraba el oído”, “con las justas”, y aviste hasta el hartazgo personajes con machetes o revólveres “al cinto”, que se desplazan “suspirando hondo” y que “no demoran” en realizar una acción; lo cual demuestra que la novela no ha pasado por un suficiente control de calidad.

Ahora, es cierto que el error de estilo en una novela no la hace necesariamente mala. Un libro de narrativa puede ser valioso a pesar de estar “mal escrito”. Ya de narradores ilustres como Cervantes, Arlt, Dostoievsky y London se ha dicho que escribían mal, pero este hecho no significó jamás el desmerecimiento de su literatura, vale decir, en la complejidad y profundidad de sus escenas y de la vitalidad de sus descripciones y personajes.

Esto es justo de lo que adolece la novela de Cavero, cuyo descuido escritural, además de lo señalado, deja al descubierto no pocas erratas, exceso de frases explicativas y, en lo compositivo, desaprovechamiento de escenas donde algunos símiles e imágenes pudieron haber sido mejor trabajados, y donde debieron motivarse sólidamente algunos viajes del protagonista Xi Lu, sobre todo porque se trata de una historia de aventuras. A esto se suma el hecho de que los sentimientos y las acciones importantes de los personajes son referidos de manera denotativa y muy poco literaria, como ocurre, por ejemplo, con las evocaciones que atormentan al protagonista cada vez que se recuerda explotado en los cañaverales de la costa: en general, no hay lugar en la novela para las escenas sutiles ni para la sugerencia. Como consecuencia, el lector no es capaz de zambullirse por completo en la historia ni de desarrollar una natural empatía con sus personajes.

Con todo, no resulta difícil advertir los esfuerzos del narrador por elaborar una estructura cuyo final vuelve sobre los inicios de la novela. De igual manera, es interesante su esfuerzo por inyectar de lujuria y misterio a Ana, a quien, a pesar de no hablar demasiado, se le debe la fluidez de la última parte del libro, así como su esfuerzo por resaltar, en el protagonista, los sueños y las alucinaciones que le producen la ingesta de opio y ayahuasca y que, con seguridad, conforman lo más logrado en la obra; lamentablemente, no se trata de picos, sino de casos insulares que no alcanzan para ponderarla en su conjunto.

Por todo lo dicho, sorprende que el jurado del concurso haya premiado a una novela con tantas falencias y tan irregular en la forma. Porque, veamos: evidentemente, no basta con el afán de resaltar las contradicciones de la Guerra del Pacífico, ni con contar con una documentación pertinente que permita recrear un Perú multicultural del siglo XIX, con un sistema basado en la explotación y la esclavitud, o con configurar la imagen del migrante chino como un sujeto sobresaliente y activo en los procesos sociales de la época. Hace falta insuflarle a estos elementos, mediante el talento narrativo y la constancia (sobre todo esto último), la verosimilitud y la vitalidad necesarias para que la novela se defienda por sí misma.

Es evidente también que no ha servido de nada, y al contrario, ha sido perjudicial para la novela, privilegiar los logros de su interés crítico y sociológico y de su revaloración histórica sobre los logros de su tratamiento artístico; es decir, privilegiar su aspecto ético sobre su aspecto estético. Y ha sido perjudicial por una sencilla razón: porque, con el premio y la publicación, se le ha quitado la posibilidad de ser corregida y ajustada, y de esa manera, de ser una novela realmente importante para nuestra literatura, de ser, en fin, una gran metáfora social de nuestros días.