Carlos Oquendo de Amat: 5 metros de poesía y una tumba olvidada

 

Salvo por sus hoy conocidos 5 metros de poemas, poco se sabe de la azarosa vida del poeta Carlos Oquendo de Amat, quien falleció en España y de cuya tumba no se tiene noticias.  Este artículo de César Lévano recoge testimonios y datos biográficos sobre este vate nacido en Puno. El texto  fue publicado en mayo de 1968 en la revista Caretas.

 

Escribe: César Lévano

Carlos Oquendo de Amat, el gran olvidado de entre los grandes poetas peruanos, durmió varias semanas en el lecho del Nuncio Apostólico. Fue en Lima, allá por 1930.

Como toda la historia de lechos, ésta comenzó por un diálogo. La señora de la pensión en que vivía Oquendo, dijo un día:

—“Señor, usted me debe ya mucho dinero. Tendrá que recoger sus cosas”.

—“No tengo cosas”, respondió él.

Se quedó ensimismado el autor de 5 metros de poemas. Luego dijo:

—“¿Podría, señora, pasar por aquí todas las noches? Sólo un momentito”.

Costó trabajo hacer aceptar la idea: el escritor se había enterado de que la nunciatura, situada a la espalda de la pensión, junto a lo que hoy es el Cine Metro, estaba vacía por viaje del enviado de su santidad. Quería colarse hasta el dormitorio de este…

Fue así cómo, durante una temporada, el poeta reemplazó su yacija por el mullido lecho nuncial.

CarlosOquendodeAmatEsa anécdota, que nos ha referido Eduardo Calvo, puede ilustrar sobre la existencia franciscana, inerme y audaz que llevó ese escritor que se sacrificó por un ideal de belleza y de justicia, y cuya tumba, en España, ha quedado desconocida y quizá vacía para siempre.

En cuanto a la obra de Oquendo, hay que decir que apenas es conocida en el Perú. Sólo en los últimos años un juicio del español Luis Monguió, otro de Estuardo Núñez, han comenzado a abrir las páginas de la creación oquendiana al aire de la lectura y la atención.

El año pasado, en su memorable discurso de Caracas, Mario Vargas Llosa, en la cumbre de la victoria, inició sus palabras lanzando a la faz del público el nombre y el ejemplo del gran perdedor.

Dijo Vargas Llosa: “Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y Cinco metros de poemas de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, torturado, convertido en una ruina febril.

“Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil borraron su tumba de la tierra, y, en estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gente que tuvieron la suerte de conocerlo y leerlo. No me extraña que las alimañas hayan dado cuenta de su único libro, enterrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto transmutados ”en humo, en viento, en nada”, como la insolente camisa colorada que compró para morir.

“Y, sin embargo, este compatriota, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de la imagen, un fulgurante explorador del sueño, fue un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación. Convoco aquí esta noche, su furtiva silueta para aguar mi propia fiesta”.

Oquendo de Amat (el segundo de derecha a izquierda) en la iglesia de Pomata, Puno. (Imagen: revista Caretas)

Oquendo de Amat (el segundo de derecha a izquierda) en la iglesia de Pomata, Puno. (Imagen: revista Caretas)

 

EL LAGO Y LOS PARAÍSOS

Hace pocos días, en la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, el poeta Luis de Rodrigo dictó una conferencia sobre Oquendo de Amat. Fue disertación hermosa y bien nutrida —de Rodrigo (su verdadero nombre es Luis Rodríguez) fue amigo muy cercano de Oquendo. Es, además, su paisano: ambos nacieron en Puno, a la orilla del Lago sagrado.

De la conferencia de Rodrigo extraemos datos biográficos de Oquendo de Amat. Nació éste en el seno de familia distinguida en varios sentidos. Su padre, el doctor Carlos Oquendo, fue médico graduado en La Sorbona, París. Durante muchos años, libró campaña periodística por el progreso social de Puno. Tuvo que oponerse, dice de Rodrigo, “a inquisidores, caciques y encomenderos, rezados de mentalidad colonial, y, en general, a grupos conservadores y retrógrados”.

La madre del poeta fue una dama bella, fiel compañera de las ideas y acciones de su esposo.

De ese hogar noble en las alturas rurales, vino el Carlos Oquendo de Amat adolescente para estudiar en la crepitante Lima de la segunda década de este siglo. Terminó la secundaria en el Colegio Guadalupe. Luego ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos.

Ya por esos años llenaba cuadernos con unos versos con ternura de canto, limpios como una superficie lacustre; con música; pero sin sensualidad en la música; cargados de imágenes insólitas, visivas, alegres, transparentes. El fechado de los versos de Cinco metros de poemas va de 1923 a 1925. Sin embargo, la data de impresión es 1927, y parece que la aparición real fue en 1929. Por lo menos, esto es lo que indica una corrección a mano del ejemplar que posee la Biblioteca Nacional, pieza rara que antes fue de la biblioteca Ricardo Peña Barrenechea.

El libro se abre con esta dedicatoria: “Estos poemas inseguros, dedico a mi madre”. El colofón dice: “Tengo 19 años y una mujer parecida a un canto”.

¿Quién era esa mujer? Alguien nos habla de la timidez del poeta, de un amor callado siempre (como el de Eguren por Mercedes Gibson). Los versos dan una ubicación distinta: una muchacha de aldea quizás:

Aldeanita de seda

ataré mi corazón

                como una cinta a tus trenzas

Porque en una mañanita de cartón

(a este bueno aventurero de emociones)

Le diste el vaso de agua de tu cuerpo

y los dos reales de tus ojos nuevos

 

Imagen del artículo publicado por César Lévano en Caretas.

Imagen del artículo publicado por César Lévano en Caretas.

Eduardo Calvo, que lo conoció a finales de los años veinte, promete contar algunas aventuras terribles del grupo barranquino de que formaron parte Oquendo de Amat y él, junto a otros. Se trataba del círculo en que figuraban Xavier Abril, Juan José Lora, Francis Sandoval, Rafael Méndez Dórich.

Era un hombre “de contextura frágil, tez morena y ojos vivaces”, dice Luis de Rodrigo. “Lima, agrega, lo envenenó con todas sus tentaciones hedonistas. Fue un bohemio impenitente y cayó en las garras del alcohol y los paraísos artificiales”. Parece ser que dichos paraísos consistían en opio.

Después, a través de Amauta, el poeta empezó a cambiar. Surgió el revolucionario. Mérito no menor de Oquendo es que, siendo de los más puneños, no cayó en las tentaciones de cierto “indigenismo”. Siendo político, y de los más activos, no rebajó su arte a la altura del grito en el tumulto.

Dice de él Luis Alberto Sánchez en “Índice de la Poesía Peruana Contemporánea” (Santiago de Chile, 1936): “Nació en Puno. Poeta que se dio a conocer en Amauta; mezcla de indigenismo y surrealismo. Se afilió al Partido Comunista. Sufrió persecución y destierro”.

Después de muerto José Carlos Mariátegui, su maestro, Oquendo de Amat se convirtió en un activista de la lucha social. En Lima se reunía con los obreros, en Arequipa recolectaba fondos, en Juliaca arengaba a los indígenas.

“Así, escribe de Rodrigo, llega a Arequipa, en uno de los episodios de su cruzada combativa, y luego es apresado y desterrado a Panamá en 1936. De allí siguió viaje a Madrid, donde falleció a los 31 años de edad, en los primeros años de la guerra civil. Hay versiones contradictorias sobre la causa de su muerte. Algunos de sus biógrafos aseveran que fue fusilado, en tanto que otros le atribuyen al estado precario de su salud que hizo crisis a causa de los sufrimientos e inauditos vejámenes que sufriera en la última etapa de su lacerante existencia de poeta agonista”. Testimonio recogido por nosotros indica que en España dio conferencias sobre política.

En el dolor y la soledad quedó al final este poeta que transmitió la ternura del amor, la alegría de las rosas y los seres (“mujer, mapa de música, claro de río, fiesta de fruta”), una aceptación panegírica del mundo cósmico con la osadía, el deslumbramiento y la frescura de un niño. Quizás algún día se recogerán, ya que no sus huesos, unos versos sueltos y hermosos que quizás habrá dejado por allí, en tristes cuartos de pensiones y pobrezas. Hay que buscarlos. Nos hacen falta.