Asociación ilícita: historia nacional de la infamia

Comentamos el polémico libro «Asociación ilícita», del escritor Leonardo Aguirre, quien nos muestra algunas de las caras ocultas de la literatura peruana.

 

Por Marlon Aquino Ramírez

Leonardo Aguirre acaba de publicar un libro monstruoso. Y como todo monstruo, Asociación ilícita (Animal de Invierno, 2016) horroriza pero, sobre todo, fascina. La carátula lo expresa muy bien. Es ese rostro la respuesta gráfica a la gran pregunta que plantea el libro: ¿cuál es la imagen de la literatura peruana? No la de los textos, sino la de sus autores. Después de leer los veinticinco perfiles-prontuarios y las mil doscientas quince notas del libro, la respuesta no puede ser otra que esa creación de Frankenstein de la portada, un ser armado con retazos que normalmente se tiran a la basura.

Y es que Aguirre ha hecho este libro como quien arma un muñeco de Año Nuevo: con lo que sobra, con lo que nadie quiere, con lo que huele feo. Y ha cosido ese muñeco con la misma paciencia y virtuosismo con los que se lució en sus libros anteriores (La musa travestida, El Conde de San Germán, Karaoke). Y una vez que lo ha tenido listo, olvidándose de que está terminantemente prohibido quemar muñecos en Lima, ha prendido una hoguera en la que han sido sacrificadas las vanidades de decenas de escritores peruanos de todos los tiempos.

Porque en Asociación ilícita Aguirre deja el lado amable, bonachón y patriótico de estos escritores, y se mete con todo a revelar su dark side (para usar una frase de moda), es decir, a contarlo todo: sus argucias, pecados, delitos, traiciones, estafas, contubernios, mezquindades, trapacerías, conchabados… Centenares de voces ensambladas a partir de diversas fuentes -unas muy reputadas, otras más bien chismográficas– sucediéndose en un vértigo asombrosamente orquestado para hablar del racismo de Clemente Palma, de las “cabeceadas” de Scorza, de las aventuras donjuanescas de César Calvo, del camaleonismo estratégico de Ribeyro, de los plagios de Bryce, de las peleas Ortiz-Bayly, de la quema de libros que hiciera Rubén Quiroz en San Marcos, entre otras tantas perlas.

No me cabe duda de que con este libro Aguirre, además de dar muestras nuevamente de su enorme calidad técnica, le ha hecho un gran servicio a la sociedad. Sí, porque ha bajado de su pedestal a quienes no por haber escrito obras magníficas tienen por qué sentirse superiores a los demás. Un escritor es alguien que escribe y punto. Igual mete la pata, también la embarra. Porque una cosa es la vida y otra es la obra.

Estoy seguro que más de uno se va a picar feo cuando se reconozca en alguna de las páginas de esta historia nacional de la infamia. Pero Aguirre ha corrido el riesgo. Se la ha jugado en un medio en el que casi todo el mundo va a la segura, en el que la gente se toma las cosas tan en serio. Sólo por eso debería merecer nuestra admiración.