Apuntes sobre «Blanco nocturno», novela de Ricardo Piglia

Blanco Nocturno confirmó a Ricardo Piglia como uno de los escritores mayores en lengua española de nuestro tiempo. Presentamos en este post de Rómulo Torre una lectura de esta gran novela que además fue ganadora del Premio Rómulo Gallegos 2011.

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Por Rómulo Torre Toro*
 
 
En una entrevista, Georges Duby sugirió la idea de que un libro es privilegiado en la medida que establece relaciones amplias, fecundas, con el mundo que le dio origen. Aunque esa pueda ser una forma unilateral de verla, Blanco Nocturno (2010) de Ricardo Piglia confirma la idea del historiador francés. Si bien el texto soporta diferentes lecturas, la novela plantea una reescritura, desde la ficción, de la historia argentina. Esta es una característica constante en la obra del escritor rioplatense. Ya en su primera novela, Respiración artificial, Piglia problematiza la idea de Historia, en su carácter de proceso social y en la de discurso elaborado desde determinadas posiciones intelectuales y políticas. Esto conduce a una reflexión sobre la figura del intelectual, su rol social y, sobre todo, el conocimiento que produce. 
 
 
Ahora bien, desmontar los conceptos no puede separarse de un modo muy particular de entender la novela como un género de cruces, como un lugar de encuentro y renovación. Si desde Respiración artificial se reciclan formas como la novela epistolar y la novela de aprendizaje sobre la forma básica de una investigación, lo policial en Blanco nocturno se enriquece con la inclusión de otras estructuras, como el relato histórico. En ese sentido, la novela aborda varios ejes temáticos como la familia, el amor, la locura, la corrupción, etc. que brindan la mejor mirada crítica de la realidad. La recreación de un mundo que parece próximo, tan cotidiano y tan violento resulta mucho más efectiva que el realismo más descarnado y el compromiso más férreo. 
 
 
Blanco nocturno se inaugura con un crimen que desplegará el relato y todas sus aristas. Tony Durán es un mulato norteamericano, de origen portorriqueño, que llega a un pueblo en la provincia de Buenos Aires. Está vinculado a las hermanas Ada y Sofía Belladona y, por extensión, al padre de ambas. Lleva dinero, dicen todos. Inesperadamente es asesinado y así tenemos el primer acontecimiento. El acontecimiento. Porque a partir del crimen se revelarán una serie de conexiones con diferentes esferas, desde la más íntima, la familiar; hasta la pública, la política. El asesinato de Tony Durán conduce a que el fiscal Cueto actúe, veladamente, en favor de la solución más ventajosa: considerarlo como «un crimen privado, nadie está implicado. Caso resuelto» (pg. 141), donde se acusa a un japonés, Yoshio, de ser el autor del homicidio por razones pasionales. Pero se encontrará con el comisario Croce quien, por el contrario, está empeñado en «mostrar que las cosas que parecen lo mismo son en realidad diferentes» (pg. 142). Descubrir: «ver de otro modo lo que nadie ha percibido» (pg. 143). Del conflicto que inevitablemente se entabla, surgen dos personajes centrales: el ya típico Emilio Renzi, periodista de El Mundo de Buenos Aires; y Luca Belladona, segundo hijo de la familia y dueño de una fábrica de autos que opera entre escombros en el pueblo. De la relación entre ambos se irá tejiendo tanto el relato de la familia Belladona, fundadora del pueblo y la más poderosa del mismo, como el relato de la fábrica y su posterior quiebra producto de la crisis económica. 
 
 
Como ya hemos dicho, el asesinato de Durán es el acontecimiento. En términos de Duby el acontecimiento es «como un adoquín que se lanza a un charco y que hace salir de sus profundidades una especie de fondo un tanto cenagoso, que hace aparecer lo que bulle en el basamento de la vida». Es a partir de ahí que la estructura de la novela policial se ensancha, se amplía. Porque supera la intriga unidireccional que nos conduce al develamiento del homicidio. Nos conduce por otras vías, por vías que reconstruyen la historia del pueblo. En ella, el actor principal es la familia Belladona. Fundadora del pueblo, es la principal impulsora de la construcción del ferrocarril y, una vez formada e instalada la familia, obtendrá un enorme poder a partir de la acumulación de tierras. La familia se hará gran propietaria y, por lo tanto, establecerá un modo muy particular de velar por sus intereses y por el progreso del pueblo. Posteriormente, uno de los hijos, Luca Belladona, junto a su hermano Lucio, tendrán un taller que crecerá hasta convertirse en una fábrica de automóviles que funcione en el mismo pueblo. Una fábrica que genere suspicacias entre los poderosos del pueblo, incluyendo al padre, y que afecte los intereses de otros. Un conflicto que se agudizará con una crisis económica que afecte a la fábrica y tengan que dejar de producir. 
 
 
 
LA MICROHISTORIA DEL PUEBLO VERSUS LA HISTORIA DEL PAÍS
 
 

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Hasta aquí, notamos un aspecto notable en la novela. En palabras del historiador italiano Carlo Ginzburg, la microhistoria procede como una focalización de cerca a un aspecto específico del proceso histórico general. Puede ser, por ejemplo, la historia de un pueblo, una familia, una persona que sean representativos de la historia global. En ese sentido, Blanco nocturno puede funcionar del mismo modo: la microhistoria de una familia, los Belladona, insertada dentro de la microhistoria de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Representativos, ambos, de la historia argentina. Porque la familia Belladona es el agente modernizador que expande el ferrocarril, funda el pueblo; instalada en el campo  se acomoda a la lógica feudal que impera en ese espacio: 
 
 
«Una de las leyendas más difundidas en el campo dice que, luego de la campaña del desierto, el Estado repartió las tierras conquistadas a los indios entre los oficiales y soldados con un método muy acorde con las tradiciones argentinas. Había que galopar hasta donde aguantara el caballo y el jinete pasaba a ser propietario de la tierra que cubriera en su cabalgata sin pausa» (pg. 208). 
 
 
Acomodada a la lógica feudal del campo, la familia Belladona se desarrolla y adquiere un gran poder. Pero luego, uno de sus hijos, Luca, se convierte en un nuevo agente modernizador. Construye una fábrica, instala un nuevo modo de vida, un nuevo modo de trabajo. Genera, por lo tanto, una nueva ética. Y así entra en conflicto con los intereses de los principales del pueblo. Estos buscan, por el contrario, conservar su propia forma de vida, por un lado; por otro, tienen distintos proyectos modernizadores. Las contradicciones están por todos lados. «Los comerciantes están atrás de eso, quieren hacer ahí un centro comercial. Odio el progreso, odio ese tipo de progreso. Hay que dejar el campo en paz, ¡un lugar bajo techo!, como si estuviéramos en Siberia» (pg. 210). Lo que se define, en suma, es cómo se construye la modernidad en el pueblo de la novela. Esta microhistoria del pueblo, y la disputa que se plantea para su futuro, es representativa de la historia de Argentina y la de cualquier país latinoamericano. La novela nos permite ver, también según una idea de Ginzburg, con más detenimiento nuestra historia. Corregir desde lo particular, las miradas generales sobre ella. 
 
 
En Guerra y Paz, Tolstoi propone que el sujeto de la historia es el pueblo. La historia la hacen los pueblos, no los individuos aislados. El accionar de un sujeto particular se enmarca dentro de la necesidad y la libertad. La relación entre ambas es inversamente proporcional: a mayor necesidad histórica, menor libertad en las acciones del hombre y viceversa. Esta razón que puede parecer muy equilibrada se destruye cuando Tolstoi afirma que: «Lo que nos es conocido lo llamamos leyes de la necesidad, y lo que no, libertad. La libertad es para la Historia tan solo la manifestación del resto desconocido de cuanto conocemos acerca de las leyes de la vida y el hombre». Con esta sentencia, Tolstoi apunta la necesidad de entender los procesos sociales en toda su amplitud y eliminar la concepción de la historia como la biografía de los grandes héroes o las figuras públicas. Los personajes centrales de la humanidad, los personajes ejemplares. Pero dentro de esas grandes narraciones hay algo que se escapa, pequeñas fisuras que nunca llegan a borrarse. Ese es el espacio de la literatura y Piglia parece saberlo. Es el espacio de la vida ignorada, la más insignificante, pero al mismo tiempo la más iluminadora de todas.
 
 
Blanco nocturno es un esfuerzo por entender, desde los sueños de un individuo anónimo y los intereses en pugna que desestabilizan a un pueblo pequeño, la historia de esta parte del mundo. Pero es también una apuesta por producir un conocimiento distinto: un conocimiento que anclado en los bordes de la oficialidad académica (como las notas al margen que escribimos en los libros que leemos) se enfrente a ella y constituya, al mismo tiempo, una nueva memoria popular. La literatura se hace, así, el espacio donde los vencidos de la historia se cobran su revancha
*Rómulo Torre Toro (Lima, 1987). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado reseñas y cuentos en la Bitácora de El Hablador y Germinal (Actualidad, política y cultura).


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