Albert Camus, el extranjero de sí mismo y del mundo

Una pequeña novela en volumen, pero monumental por su contenido. A través de los pensamientos de Meursault -su protagonista-, reflexionamos sobre el sentido de la existencia. En este artículo presentamos una interpretación de El Extranjero, esta gran obra que sin duda no debemos dejar de leer.

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 Por Alina Gadea Valdez*
 
 
Un comienzo excepcional de novela es, sin lugar a dudas, este: Aujourd’hui maman est morte. Ou peut être hier, je ne sais pas. Estas dos frases nos sitúan en un momento trascendental de la existencia de cualquier ser humano y nos hace verla de una manera muy particular. «Hoy murió mamá. O tal vez ayer, no sé». Dicho en una forma tan lacónica un hecho de tal dramatismo habla por sí solo de manera universal. Con su concreción y sencillez nos comunica esa emoción en forma contundente. En general sus frases cortas, sin comentarios ni tonalidades emotivas, en contraste, nos conmueven e inquietan. Desde el primer momento comprendemos que se trata de un personaje que ve el mundo y se expresa en una forma muy distinta a la que estamos acostumbrados. 
 
Camus, a través de su filosofía del absurdo, nos muestra la existencia con desencanto y escepticismo. En cabeza del personaje de Meursault nos da a conocer a un hombre centrado en su libertad individual. Un hombre ajeno a la moral, a las convenciones sociales y a los conceptos culturales como el amor y el matrimonio, la culpa, la religión, la fe. Este personaje, que por momentos puede resultarnos extraño, va a sernos cada vez más comprensible a lo largo de esta historia en que Camus vuelca su filosofía existencialista. Trata de desentrañar el significado de la vida,  del absurdo del ser humano y la insignificancia de nuestra existencia. Meursault, un hombre totalmente alejado a cualquier sistema de creencias, ateo, sin prejuicios ni moral es la encarnación de lo que propugna el existencialismo. A través de él, Camus va más allá de la ética universal y nos resitúa sobre lo que estimábamos debía ser la existencia, el sentido de ella y en suma por qué existe el ser. 
 
 
 

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EL GOCE DE LA EXISTENCIA
 
El pesimismo de esta corriente filosófica asentada por Sartre con la guerra mundial, no deja de tener un lado de una gran fuerza erótica en esta novela. Meursault está inmerso en su día a día en un intenso goce de la existencia misma. Nos hace sentir que lo sensorial es lo único trascendente en los contados días que vivimos. Nos lo trasmite visceralmente en sus placeres cotidianos: bañarse en el mar, sentir los olores del campo, el color verde de la tarde, la sonrisa de María, la sal sobre su piel, fumar un cigarro, saborear un café, oír su propia respiración, sentarse a una mesa a comer, beber y luego dormir; ser amigo de Celeste y de Raymond, fueran ellos buenos o malos. Con estos simples hechos de la vida nos lleva a reflexionar acerca de todo lo que pasamos por alto creyéndolo poco importante. Y a la vez pone en tela de juicio lo que usualmente creemos tiene una enorme trascendencia en nuestras vidas. Remece así nuestros cimientos y nos replanteamos nuestra forma de ver la vida, fuera de las construcciones culturales, religiosas y sociales. 
 
Camus construye a este personaje indolente al que no le importa lo que al común de las personas les importa; el dolor, el arrepentimiento, la tristeza de perder a un ser querido, así como los juicios de valor. Los demás lo juzgan basados en sus prejuicios morales. Sin embargo, él internamente siente, a su manera, la muerte de la madre y reflexiona más de una vez a lo largo del texto sobre el acierto que ella tuvo al decidir vivir un romance al final de su vida y pretender que podía comenzar de nuevo, por ridículo que esto pueda parecerle al común de la gente. No expresa ninguna afectación, sin embargo, el lamento del perro del vecino lo trae, como el mismo dice, a pensar, no sabe por qué, en su madre.
 
Las descripciones del delicioso mar brillante de sol y su placer al bañarse en esas aguas argelinas con María parecen justificar, de por sí, la vida. Nos da a entender que el placer es suficiente razón para la existencia. De la misma manera, lo físico, como el calor molesto y pegajoso o los rayos penetrantes del sol en la sien, parecen ser suficiente razón como para no poder pensar, no oír y no entender, al punto de llegar a apretar un gatillo libremente sin darse cuenta de la repercusión que ello conllevaría. 
 
 
 
FILOSOFÍA DEL EXISTENCIALISMO
 

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Monsieur Meursault es una metáfora de lo que Camus nos quiere hacer llegar sobre la Filosofía del Existencialismo. Este personaje recién parece darse cuenta de la situación en la que se encuentra atrapado, cuando oye en el juicio que le cortarían la cabeza en una plaza pública a nombre del pueblo francés. Pero aun en ese momento es incapaz de protestar ante la sentencia, así cómo fue incapaz de llorar en el velorio de su madre o de defenderse durante el juicio.
 
Hacia el final del libro, me llaman la atención los conceptos expresados de manera tan clara: «Todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida». «Morir a los treinta o sesenta años importa poco porque otros hombres y mujeres vivirán y eso seguirá ocurriendo por miles de años». Estas frases lapidarias nos ponen en nuestro sitio haciéndonos ver la fugacidad de nuestras existencias y lo poco importante que es, relativamente en el tiempo, nuestro tránsito por este mundo. 
 
Sus monólogos internos nos hacen cuestionar una vez más la existencia: una vez separado de María, de su cuerpo, ¿qué importancia tenía ella para él? Ninguna. No le extrañaba que una vez muerto, los demás no se acordaran de él, no tendrían por qué. Estas reflexiones, preludio de su inverosímil conversación con el cura confluyen para terminar de entender a este personaje y vernos nosotros mismos, de alguna manera, reflejados en él. Definitivamente no cree en nada que no sea el ahora. Ni la culpa ni el pecado existen para él, simplemente desconoce su significado. Es alguien a quien no le han impreso ninguna de estas nociones, por lo tanto está libre de ellas. 
 
La conversación con el cura es el pretexto ideal para que fluya toda su inconcebible forma de ver el mundo. El cura lo exhorta a que deje salir el rostro divino de la oscuridad. Meursault le contesta: «Tal vez hace un tiempo busqué un rostro. Pero ese rostro tenía el color del sol y la flama del deseo: era el de María. Lo busqué en vano. Hoy todo ha terminado». El cura continúa; le pide que le dé un beso, cosa que él rechaza. E insiste: ¿Realmente ama usted esta tierra a ese punto? -le pregunta con la cruz en la mano. Meursault no responde. Pero el cura sigue insistiendo, no puede creerlo, está seguro que en algún momento ese hombre habría deseado otra vida. Y todo llega al climax cuando Meursault le grita que sí, que desearía una vida en la que pudiera recordar esta. Y que el poco tiempo que le quedaba no quería perderlo con Dios. Esta escena termina en los insultos y cogerlo por la solapa de la sotana, lleno, oximorónicamente, de alegría y cólera. Ninguna de las certezas del cura valía ni un cabello de mujer para él. Ese hombre con sotana no estaba seguro siquiera de estar vivo pues vivía como un muerto. Meursault tenía las manos vacías pero estaba seguro de él, sobre todo seguro de la vida, porque la había vivido, y estaba seguro de la muerte inminente. El discurso del cura pasa a ser muy retórico ante la crudeza de Meursault. 
 
 
 
MORIR Y REVIVIR
 
En este punto tanto el cura como algunos lectores habremos sido convencidos de lo que dice el personaje principal. Nada tenía importancia para él y sabía por qué, y el cura también lo sabía. Toda su vida había sido absurda: «¿Que me importa la muerte de los otros, el amor de una madre, que me importa su Dios, las vidas que uno escoge, los destinos que uno elige, puesto que un solo destino me escogerá a mí y a miles de personas como usted?»
 
¿Que importaba finalmente que Raymond hubiera sido tan amigo suyo como Celeste que valía más que aquel? Estas valoraciones carecían de importancia. ¿Qué importaba que María le diera su boca ahora a otro hombre si ya no era posible tenerla? 
 
Esta escena termina, a pesar de todo, en la sensualidad cifrada en la naturaleza: estrellas sobre la cara de Meursault, al anochecer en la celda antes de su ajusticiamiento. La naturaleza y su impulso erótico una vez más parecen ser lo único importante en la vida, incluso cuando se está al borde de la muerte. Los sonidos del campo, los olores de la noche, de la tierra y de la sal refrescando sus sienes. «La maravillosa paz del verano dormido entrando en él como una marea». Y piensa en su madre: «Estaba listo igual que ella a revivir, aunque fuera con la gran cólera purgando el mal, vaciando su espíritu delante esa noche cargada de signos y estrellas. Se abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Tan igual a él, tan fraternal al fin. Sintió que había sido feliz y que lo era aún. Y para sentirse menos solo, deseó que hubiera muchos espectadores el día final y que lo recibieran con gritos de odio».  Pero vivos aún.
 
 
 
 
 
 
 
*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Ha participado en varias antologías de cuentos entre ellas, Primeras HistoriasMatadoras (Estruendo mudo) y Disidentes 1 (Editorial Altazor). Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). Acaba de publicar la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa. 
 
 
 
 
 


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