Adiós a los libros mentirosos

Nuestra reciente entrevista a Mario Bellatin, quien nos dijera que «ser escritor no sirve para nada», y las ideas sobre literatura y no-ficción que expone Alberto Fuguet en su libro Apuntes autistas, llevaron a Marlon Aquino a escribir este sugestivo artículo que aquí presentamos. ¿Realmente los lectores preferimos encontrarnos con historias verdaderas escritas con técnicas novelísticas? ¿Por qué, por ejemplo, en el cine tenemos cada vez más películas que llevan el rótulo «basado en una historia real»? Que comience el debate.


lectorlibros.jpg

Por Marlon Aquino Ramírez (@Nefelibata80 en Twitter)


SER ESCRITOR NO SIRVE PARA NADA

En la entrevista que hiciera Jaime Cabrera a Mario Bellatin hace pocos días, me llamó la atención -quizás como a varios- una contundente afirmación del autor de Salón de Belleza: «… soy alguien más triste, con más certezas y consciente de una manera más clara que ser escritor no sirve para nada». Por un momento pensé que el nombre del blog de Jaime le había sugerido esa curiosa declaración, como si se hubiese dicho a sí mismo: si ustedes leen por gusto, entonces yo escribo por gusto, ¿cómo la ven?

Dado que soy escritor y puesto que no me gusta perder el tiempo, fue inevitable preguntarme a mí mismo si aquello a lo que dedico mis horas libres tiene (o tendrá) alguna utilidad.

La utilidad de los libros. Dicen que cuando a Borges le preguntaban por la utilidad de la literatura, con notoria incomodidad respondía: «¡A nadie se le ocurriría preguntarse cuál es la utilidad del canto de un canario o de los arreboles de un crepúsculo!». Mientras que, en la otra esquina, el existencialista francés Jean-Paul Sartre se refería a las palabras como actos, a las novelas como instrumentos, espejos que al reflejar las injusticias de la sociedad se convertían en llamados a la acción; la literatura, entonces, contribuía a la revolución social. El joven Vargas Llosa, sabemos bien, suscribía a pie juntillas esta idea sartreana, es más, más de una vez ha reconocido que ese fue el combustible que hizo posible sus extraordinarias novelas Conversación en La Catedral y La casa verde. Recordemos que decía en Caracas al recibir el premio Rómulo Gallegos por esta última: «Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos». Y tiempo después escribiría en un texto de La verdad de las mentiras:

«La buena literatura, a la vez que apacigua momentáneamente la insatisfacción humana, la incrementa, y, desarrollando una sensibilidad inconformista ante la vida, hace a los seres humanos más aptos para la infelicidad. Vivir insatisfecho, en pugna contra la existencia, es empeñarse en buscar tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro… Sin la insatisfacción y la rebeldía contra la mediocridad y la sordidez de la vida, los seres humanos viviríamos todavía en un estado primitivo, la historia se hubiera estancado, no habría nacido el individuo, ni la ciencia ni la tecnología…».


LA VERDAD DE LAS MENTIRAS

¿Cómo es que una ficción, es decir, una mentira, puede ser útil? ¿Qué impacto puede tener en un lector una historia que nunca ocurrió ni ocurrirá? Acaso sean estas las preguntas que subyacen tras esta declaración de Mario Bellatin que comentamos.

Por estos días estaba preparando un comentario acerca de unas sugestivas reflexiones expuestas por Alberto Fuguet en un apartado de su libro Apuntes autistas (2007). Me parece que aquellas ideas encajan bien en el tema que ahora abordo.

apuntesFuguet.jpg

«Cada día que pasa me aburren más las mentiras» escribe Fuguet en «Voceros (todo está en todo)». «La novela, tal cual la conocemos, la novela literaria, la novela de ficción-ficción, está en aprietos». Declara, asimismo, estar leyendo libros que contienen más «verdades personales», los cuales le atraen más, puesto que no mienten o mienten poquísimo. Primer ejemplo: su compatriota Pedro Lemebel, de quien prefiere leer sus crónicas antes que sus novelas. A continuación, enumera una serie de autores cuyas verdades han superado sus ficciones: Pavese y Kafka con sus diarios, Vargas Llosa con su libro de memorias El pez en el agua, Hemingway con París era una fiesta. Señala también aquí el caso de Isabel Allende, de quien dice será recordada por Paula (novela autobiográfica sobre su hija de veintiocho años, enferma de porfiria, que tras un accidente entró en estado de coma). Además, menciona a Raymond Carver y a Richard Ford, cuyos textos memorables, según el autor de Mala onda, son los basados en experiencias personales relacionadas con sus progenitores.

«¿Para qué escribir ficción si puedes escribir un libro?», se pregunta Fuguet. Según lo entiende él, un narrador es un vocero, alguien que saca su voz y sus sentimientos, más que un fabulador capaz de embriagar con sus asombrosas historias. «¿O es que acaso el mejor sitio para la ficción es el cine y la televisión tipo HBO?». Todo esto del lado del autor, pero ¿qué ocurre o ha ocurrido con los lectores? Aparentemente, habría ahora un nuevo tipo de lector que consume libros de no-ficción, un lector que «ya no cree en mentiras»

Continúa Fuguet centrándose en El inútil de la familia, libro del chileno Jorge Edwards acerca de su  tío, el también escritor Joaquín Edwards Bello. De un lado, resalta también en este último sus virtudes de cronista más que de creador de ficciones. Por otro, identifica en Jorge Edwards a un pionero de la nueva forma de libros de la que ha venido hablando, todos ellos impregnados del síndrome Edwards. Este habría demostrado que «Todas las rutas son posibles, incluso las menos ortodoxas, para transformarse en escritor: la crónica, las memorias, la no-ficción o la biografía-autobiografía». Según Fuguet, el autor de Persona non grata ganó el premio Cervantes por su capacidad de recordar, por su memoria, más que por su capacidad de inventiva.

Todo lo sostenido por Alberto Fuguet a lo largo de su artículo, lo lleva a expresar finalmente dos interesantes ideas sobre el «padre de la no-ficción»: Truman Capote. La primera, que A sangre fría hubiera sido un libro much
ísimo mejor si Capote se hubiera incluido como un personaje más en la terrible historia de los Clutter y sus asesinos, tal y como ocurre en la película Capote. Y la otra, que es Música para camaleones, un modesto libro de relatos posterior a A sangre fría, su verdadera obra maestra, precisamente por ser aquel en el que no inventó nada o, en todo caso, inventó poquísimo.

Párrafos atrás, había escrito también: «Hoy por hoy, ser mejor cronista que novelista es quizás más importante». Es decir, contrariamente a lo que se ha venido pensando mayoritariamente, la novela no es superior a la crónica; ni tampoco la ficción es más respetable que la no-ficción. Motivado por todas estas ideas, Fuguet publica en 2009 el libro de no-ficción Missing (un investigación), acerca de la desaparición de un tío suyo, un tema que lo venía persiguiendo a lo largo de su trayectoria como novelista. Personalmente, considero que el resultado fue muy irregular (la primera persona suena natural y emotiva cuando representa la voz de Fuguet, pero se vuelve demasiado artificial cuando simula -en verso- la del tío desaparecido).

Pienso que lo propuesto por Fuguet tiene mucho de cierto. En particular, no han sido pocos los libros de no-ficción que me han parecido fenomenales, intensos, muy arraigados en la experiencia humana. Solo por mencionar algunos, ocupan un lugar privilegiado en mi biblioteca El imperio de Ryszard Kapuscinski, Cabeza de turco de Günter Walrraf, La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, Noticia de un secuestro de García Márquez, Polvo en el viento de Hugo Coya, entre otros. Sin embargo, creo que Fuguet deja de lado características muy importantes de la escritura y la memoria: su limitación para reproducir fielmente la realidad, de modo tal que hasta lo que llamamos no-ficción tiene altas dosis de mentira. A mucho de esto se refería García Márquez en el epígrafe de su autobiografía Vivir para contarla: «La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla».


MANUEL SCORZA

Mientras daba vueltas a todos estos temas y lecturas, me encontré con una entrevista hecha a Manuel Scorza en 1977, para el programa español A fondo. Así, por primera vez pude escuchar la voz de este gran novelista peruano (tempranamente fallecido en un accidente aéreo) que, además de una mayor notoriedad, merece una reinterpretación que (al igual que en el caso de Valdelomar, Mariátegui y Arguedas), consiga rescatarlo de las mazmorras del lugar común, de los conceptos simplificadores de manual escolar. Aunque identificado con una ideología revolucionaria, su propuesta artística fue mucho más compleja, llegando incluso a avizorar la fractura de esos ideales de izquierda que movilizaron a toda una generación de latinoamericanos. Y convoco aquí su nombre y obra para contrastarlos con el del propio Bellatin, no para contraponerlos maniqueamente, ni mucho menos para señalar superioridades, sino para apreciar la heterogeneidad de propuestas que admite el discurso literario. 

Y quisiera manifestar aquí que, como escritor, me siento más afín a una manera de entender la literatura como elemento que puede lograr un impacto en la vida de los lectores, generando un cuestionamiento a la manera como entienden estos su sociedad y a la forma como se interpretan a ellos mismos como personas. Si bien la literatura experimental es absolutamente necesaria para abrir nuevos caminos, debo confesar que los libros que marcan mi memoria son aquellos donde más que el artificio y el ingenio, predomina la representación de la experiencia humana en todas sus grandezas y miserias. A la artificialidad de la mayoría de novelas de Bellatin, prefiero la humanidad de, por ejemplo, Redoble por Rancas de Manuel Scorza, trágico mural de las injusticias con que hasta el día de hoy se humilla a muchos de nuestros compatriotas. Repito (para algún despistado): no generalizo, esta es mi opinión.

Nos estamos acostumbrando a ver la realidad como absurda, como irreparable, como apocalíptica. De allí nacen los experimentalismos vanos, las novelas para pasar el rato nomás. Pero el cambio sí es posible y deseo que las novelas contribuyan a ello, sin sacrificar su esencia artística, evitando convertirse en un instrumento político, ideológico o religioso, pero plenas de esas verdades personales de las que hablaba Fuguet.
Marlon Aquino Ramírez estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 2008 publicó una colección de seis cuentos infantiles (Ediciones El Nocedal). Ha escrito reseñas para  la revista virtual de literatura El Hablador y el portal web Porta 9. El año pasado publicó su primera novela Las tristezas fugitivas, que puede ser adquirida en librerías y en Amazon .


No hay comentarios

Añadir más